Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires

Resumen del libro: "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires" de

No sólo este ensayo se convierte en imprescindible por ser el primer texto largo y enjundioso que publicara Roberto Arlt, sino porque su temática y las cuestiones, cuando no, pulsiones anímicas, que desvela y denuncia el gran novelista bonaerense siguen, a pesar de los noventa años transcurridos desde su publicación, en el tapete de nuestro día a día. Más aun cuando esta edición, profusamente anotada, permite, frente a todas las anteriores, una mejor comprensión de la inmensa engañifa y confusión que late bajo eso que se entiende como esoterismo y espiritualidad, y que un joven Arlt, con una perspicacia fuera de lo común, captó de un golpe en estas breves, cuanto agudas, páginas. Por todo ello, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires es un manifiesto de una actualidad indudable para cualquier buen lector en lengua española.

Libro Impreso

Prólogo de los editores

(La terca vigencia de un texto)

UN DOCTRINO DEMASIADO AVISPADO

Tras una primera lectura, resulta pasmoso pensar que no había aún cumplido ni los veinte años, cuando Arlt publica, en el semanario Tribuna Libre, dirigido entonces por Ernesto León Odena, este texto. Pero a poco que, como prologuistas en ejercicio, revolvimos y ordenamos los datos, caímos enseguida en la cuenta de que aquel jovencito, con ansias de poeta lóbrego de Montparnasse y que se calificaba contumazmente de inútil, era ya el Roberto Artl que estamparía en sus páginas a Buenos Aires y a su turbamulta de emigrantes y de logreros, de rufianes y de vendedores de humo, de amores de vuelta amarga y de añoranzas fanáticas.

En efecto, a poco que repasamos su biografía, dejada a jirones semiocultos en sus artículos y en los inicios de sus novelas, nos dimos cuenta de que ese tipo intuitivo y de mirada quirúrgica ya estaba formado y de una pieza, aunque fuese por los golpes bajos de la vida, ganados a pulso por la irreductibilidad de su carácter.

De otro modo, es decir, sin esa madurez ácida del alma descarriada, resulta imposible la certera mirada con que Arlt escarba en la amazacotada costra de erudición y embuste con que se envuelve —entonces y ahora— la Teosofía, hasta dejarla corita en toda su impudibundez. Porque esa mirada taladrante exige no tanto de un profundo escepticismo como de una índole demasiado humana o demasiado curtida en lo humano, para atinar con el revés del embeleco y con las artimañas del timador a las primeras de cambio, y Arlt atina.

Y no obstante, estábamos ante un joven desarreglado y prófugo del hogar, que recorre los cenáculos de poetas bonaerenses, en compañía de Conrado Nalé Roxlo, con el único afán de colocar un poema o un cuento en una revista de enorme porvenir y sin futuro alguno, que ya ha publicado una novela pequeña y hoy extraviada —quizá porque el propio Arlt no tuvo nunca demasiado interés en recuperarla—, Diario de un morfinómano[1], y que se presentaba, tarde tras tarde, en la redacción de Crítica en busca de un hueco donde plantar unas líneas, amenazando, de paso, al grupo de resabiados redactores con leerles su gran novela, El juguete rabioso, que por aquellas fechas le acompañaba siempre encima, aunque bajo otro título.

Este es el Arlt que ya nunca dejaría de ser; un vagabundo de sí mismo, un huérfano de esquina, un mendigo de la ternura. Pero un Arlt joven que, también y contra todo pronóstico de sus desesperados maestros de escuela y de lo que su apariencia hacía presumir, había leído, y mucho.

Él mismo afirma que para entonces había agotado los cuarenta y tantos volúmenes del Rocambole de Ponson du Terrail[2] y, no contento con eso, asegura, al inicio de este ensayo, que «entre los múltiples momentos críticos que he pasado, el más amargo fue encontrarme a los dieciséis años sin hogar. Había motivado tal aventura la influencia literaria de Baudelaire y Verlaine, Carrere y Murger…» y, a renglón seguido, nos habla de su empleo ocasional como mozo en la librería Pellerano, de la calle Rivadavia, aviso sutil de que desarmado de conocimientos no iba al encuentro de la Teosofía.

Otras cosa es la perspicacia; esa —la agudeza para percibir el revés de la trama— la había mamado en el hambre y en el desconsuelo, en el vagabundeo y en la mangancia; en su contumaz inutilidad para cualquier oficio de provecho, de la que, más que quejarse, casi alardea y alardeará para siempre.

Pero volvamos a aquel chiscón de libros viejos de la calle Rivadavia. Allí Arlt había de conocer al estragado y melancólico cicerone que lo llevó, casi catequizado de alma y fantasía, a ingresar en la logia teosófica ViDharma. De lo que en aquel cenáculo de la «verdad oculta» le sucedió durante el par de años que anduvo frecuentándolo como neófito y del chasco consiguiente que sufrió, es notable y agudo desquite este texto que, aun sin entrar en pormenores —y es lástima—, deja una estampa chinesca pero efectiva de la junta de embusteros, ingenuos y desamparados que se congregaban para mixtificar arcanos que lograsen, de una vez por todas, enderezar sus desbaratadas existencias.

Este sentimiento de orfandad que descubre el, aunque adolescente, avispado y curtido Arlt en sus correligionarios funcionaba entonces tanto como ahora, quizá porque siempre ha estado en el meollo de cualquier creencia desde que el hombre comenzó a sujetar con dioses y conjuros todos cuantos fenómenos le superaban y sobrecogían.

Por tanto, aquel Arlt, de apenas dieciséis años, primero impresionado y ávido de saber, y dos años después desengañado de la charlatanería fantasiosa con que se ha topado en la trastienda de aquel «altar del sumo conocimiento», va a escribir este texto que, por vueltas que se le dé y por atropelladas que se nos antojen algunas de sus páginas, a cuenta de amontonar dioses por aquí y arcanos por allá, sigue vigente por la tozudez irredenta de algunos hombres, empeñados en encontrarle los cinco pies al gato, cuando a la vista está que presenta sólo cuatro; eso sí, ágiles y escurridizos, veloces y confundidores.

Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires: Roberto Arlt

Roberto Arlt. Escritor argentino, cuyo nombre completo era Roberto Godofredo Christophersen Arlt, era hijo de padre polaco y madre italiana. Sus estudios llegaron hasta la escuela secundaria, abandonándolos tras ser expulsado, y “formándose” de forma autodidacta en la calle.

Arlt ejerció múltiples y variados oficios, publicando un cuento en 1918. Se dedicó al periodismo colaborando en varios periódicos y revistas, como Don Goyo, Mundo Argentino y Última Hora. En 1927 trabajó como cronista policial en Crítica y un año más tarde formó parte de la plantilla de El Mundo, como redactor, en donde se haría famosa su columna Aguafuertes Porteñas, más tarde, parcialmente recopiladas en un libro.

Arlt fue corresponsal de este periódico en Uruguay, Brasil, Marruecos, España y Chile. Pasó el resto de su vida en Argentina, dedicado a la literatura y a las colaboraciones periodísticas. Tuvo una faceta como inventor, aunque con malos resultados.

Fue autor de relatos cortos, novelas y obras de teatro. De entre su obra habría que destacar obras com Los siete locos, El amor brujo, El criador de gorilas o Los lanzallamas, entre otras.