Mujeres

Resumen del libro: "Mujeres" de

«Mujeres» (1933), la primera novela del brillante Mihail Sebastian, se presenta como una crónica sentimental que sigue las peripecias de un joven médico, el doctor Stefan Valeriu, a lo largo de cuatro etapas cruciales de su vida. A través de relatos vívidos y apasionantes, el autor nos sumerge en un mundo de conquistas, separaciones, reencuentros y despedidas. La trama destila un sabor metálico y agreste de pasiones malogradas, dejando en el lector la convicción de que el amor es un territorio voluble, desordenado y agridulce, lejos de las certezas del destino.

Las mujeres que marcan la vida de Stefan Valeriu, ya sean díscolas o sumisas, temperamentales o burguesas, se revelan como personajes inolvidables en esta narrativa cautivadora. Mihail Sebastian ahonda en la complejidad de las relaciones amorosas, desafiando estereotipos y explorando las diversas facetas de la feminidad. En medio de esta trama, se teje la historia de Émilie Vignou, cuya virginalidad hasta el encuentro con Irimia C. Irimia despierta la curiosidad del lector. Sebastian explora con maestría los motivos detrás de decisiones aparentemente inusuales, como la tardía renuncia a la castidad, revelando capas profundas de la psique humana.

La prosa de Sebastian fluye con elegancia, fusionando la agudeza emocional con la agilidad narrativa. Su capacidad para capturar la esencia de las relaciones humanas y plasmarlas en palabras confiere a «Mujeres» un encanto literario único. A través de esta obra, el autor rinde un tributo a la complejidad del amor y la variedad de experiencias que configuran nuestras vidas emocionales.

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I

No son todavía las ocho Ştefan Valeriu lo sabe por la marca del sol, que no ha llegado más que al borde inferior de la chaise-longue. Nota cómo sube por la barra de madera, cómo envuelve sus dedos, la mano, el brazo desnudo, caliente como un chal… Pasará un rato —cinco minutos, una hora, una eternidad— y en torno a sus párpados cerrados habrá un centelleo azulado con vagas líneas plateadas. Entonces serán las ocho y se dirá, sin convicción, que tiene que levantarse. Como ayer, como anteayer. Pero se quedará así, sonriendo al pensar en este reloj solar que ha construido desde el primer día con una chaise-longue y un rincón de la terraza. Siente su pelo arder al sol, áspero como el cáñamo y piensa que, al fin y al cabo, no es una gran pérdida haber olvidado en París, en su habitación de la rue Lhomond, la botella de brillantina Hahn, su única pero suprema coquetería. Le gusta pasarse los dedos por ese cabello enredado, del cual, por la mañana, no ha conseguido el peine soltar más que unos tres remolinos, ese pelo que siente tan rubio por lo áspero que resulta entre sus dedos.

Debe de ser muy tarde. Se han oído hace poco unas voces por la alameda. Desde el lago ha gritado alguien, una voz de mujer, quizá la inglesa de ayer, la que lo contemplaba mientras nadaba a estilo libre y se maravillaba de esa lucha con el agua, ella, que no conocía más que la braza.

Ştefan columpia la pierna por encima de la barra de la silla y busca por la hierba, sin calcetines como está, restos de humedad. Conoce él, hacia la izquierda, no lejos, junto a los arbustos, un sitio donde el rocío permanece largo rato, hasta el mediodía. Así. El cuerpo que arde somnoliento al sol y esta sensación de frío vegetal.

El lunes por la noche, cuando bajó al comedor de la pensión después de —apenas llegado de la estación tras un largo viaje— cambiarse rápidamente de camisa, la serbia parlanchina de la mesa del fondo dijo en voz alta, para todo el mundo:

Tiens, un nouveau jeune homme!

Ştefan le estuvo doblemente agradecido. Por nouveau y por jeune homme. Había sido viejo una semana antes, al salir de su último examen de médico residente. Viejo, no envejecido. El cansancio de las noches sin dormir, las mañanas de hospital, las largas tardes en la biblioteca, las dos horas de examen en una sala oscura ante un profesor sordo, la gruesa ropa de invierno, el cuello que le parecía sucio… Después, el nombre de este lago alpino que encontró por casualidad en una librería, en un mapa, el billete de tren comprado en la primera agencia de viajes, el recorrido por los grandes almacenes, un pulóver blanco, un pantalón gris de algodón, una camisa de verano, la partida como evasión.

Un nouveau jeune homme.

*

No conoce a nadie. Algunas veces le han dirigido la palabra de pasada, pero él ha respondido de forma evasiva. Ştefan recela de su acento inseguro y le resultaría desagradable traicionarse como extranjero desde el primer día. Después de comer se escurre rápido por entre las mesas, ausente, casi enfurruñado. Los demás lo podrían considerar huraño. Él es solo perezoso. Arriba, en la parte trasera de la terraza, empieza el bosque. Allí hay un trozo de tierra con hierba alta, densa y elástica. La aplasta toda la tarde con el peso de su cuerpo dormido y al día siguiente la vuelve a encontrar entera brizna a brizna. Está tumbado en el suelo, con los brazos estirados a ambos lados, con las piernas extendidas, con la cabeza hundida entre las hierbas, vencido por una fuerza contra la que le gustaría luchar.

Ha saltado una ardilla de un avellano a otro. ¿Cómo se dirá ardilla en francés? Hay un inmenso silencio… No. No hay un inmenso silencio. Eso es de algún libro. Hay un inmenso barullo, un inmenso vocerío zoológico, grillos que cantan, saltamontes que se agitan, escarabajos que chocan en el aire, golpeando ruidosamente sus alas y cayendo a continuación con un sonido denso, como de plomo. En medio de todo esto, su respiración, la de Ştefan Valeriu, es un detalle menor, un signo irrisorio de vida, irrisorio y capital como el de la ardilla que ha saltado, como el del saltamontes que se ha detenido en la punta de su bota creyendo que es una piedra. Qué bien está saberse aquí, un animal, un ser vivo, un bicho insignificante que duerme y respira bajo un sol que es de todos, sobre un trozo de tierra de dos metros cuadrados.

Si le apeteciera pensar, ¿qué pensaría un grillo sobre la eternidad? Y si, por casualidad, la eternidad tuviera el sabor de esta sobremesa… Se ven abajo, en la terraza de la pensión, sillas, chales, vestidos blancos. Y, más lejos, el lago azul, transparente, idílico. Una postal.

«Mujeres» de Mihail Sebastian

Mihail Sebastian. Seudónimo de Iosíf Hechter, periodista, dramaturgo, ensayista y novelista rumano. Nacido en el seno de una familia judía. Estudió Filosofía y Derecho en la universidad de Bucarest, licenciándose en la última disciplina. Marchó a París para doctorarse, pero se dedicó más al mundo literario que a los estudios, no consiguiendo su propósito. A su vuelta a Rumanía, trabajó en un bufete de abogados, y colaboró en la revista Palabra. Publicó por primera vez en 1932, y comenzó a tener problemas por su condición de judío, hasta el punto de que se le prohibió ejercer como abogado y periodista y representar sus obras de teatro, lo que no le impidió continuar escribiendo. Terminada la Segunda Guerra Mundial, tras la entrada de los soviéticos en Rumanía, fue rehabilitado, pero paradójicamente, unas semanas más tarde murió atropellado por un camión soviético.

Fue autor relatos cortos, poemas, novelas y obras de teatro, alcanzando gran notoriedad muchos años después de su muerte, tras la publicación de su diario