Pureza

Resumen del libro: "Pureza" de

«Pureza», la última creación literaria de Juan Ramón Jiménez gestada durante su período de retiro en Moguer entre 1905 y 1912, se erige como una obra reveladora que encapsula la evolución y madurez creativa del autor. A pesar de que el manuscrito fue meticulosamente organizado durante su estancia en Puerto Rico, los versos de esta obra permanecieron inéditos hasta después de su fallecimiento. Compuesto por cuarenta y seis poemas, el libro despliega una exaltación del presente, revelando una profunda conexión con el entorno y una celebración ferviente de la esencia poética.

En «Pureza», se percibe un diálogo íntimo entre el poeta y la naturaleza, donde las imágenes y metáforas evocan una profunda apreciación por el mundo que lo rodea. Los elementos naturales, desde el cielo hasta la tierra, adquieren un carácter casi místico, cargados de significado y simbolismo. Esta comunión con la naturaleza se convierte en un eje central, un hilo conductor que atraviesa la obra y que prefigura la sensibilidad lírica que caracterizará la poesía pura.

El propio Juan Ramón Jiménez, en su autobiografía «Vida», confiere a «Pureza» un lugar preeminente en su trayectoria literaria. Es en este libro donde se vislumbran los primeros pasos hacia el verso libre, un camino que lo llevaría a consolidarse como uno de los máximos exponentes de esta corriente en la poesía española. Francisco Garfias, reconocido crítico literario, apunta con acierto que «Pureza» ya posee las características esenciales que definirán la poesía juanramoniana en etapas posteriores.

Así, «Pureza» se erige no solo como un testimonio literario de la evolución del autor, sino como una obra precursora que anticipa y sienta las bases para la poesía que habría de seguir. En sus versos, se palpa la huella indeleble de un poeta en plena efervescencia creativa, cuya visión única y profunda de la vida y la naturaleza sigue resonando en el panorama literario hasta el día de hoy.

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Introducción

Alma, ¿hasta dónde
llegarás, muerto yo?

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Es la primera vez que ve la luz el libro inédito de Juan Ramón Jiménez titulado Pureza escrito en 1912. En esta obra el autor tiene «ceñida la coraza» y ha encontrado su «rumbo de amor», la poesía. Es, pues, «poeta», rememorando los versos que Rubén Darío le dedicó como «Atrio» a su libro Ninfeas:

¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
para empezar, valiente, la divina pelea? […]
¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.

Pureza muestra las galerías íntimas del alma del escritor que evoluciona en un camino personal y autodidacta hacia su modernidad literaria con la mirada siempre puesta en los valores más altos, la pureza, la verdad y la belleza.

La pureza forma parte del ideario esencial de Juan Ramón Jiménez en toda su trayectoria poética y este libro lo representa. Al ideal de pureza consagró siempre su vida y su obra y al ideal de pureza sometió sus poemas hasta lograr que fueran como la rosa, «poesía pura». En la entrega del premio Nobel de Literatura en 1956 se destacó de su obra precisamente esto, se dijo que su poesía representaba «un ejemplo de alta espiritualidad y pureza artística».

El libro Pureza está compuesto por cuarenta y seis poemas, diecinueve de ellos inéditos. El escritor dividió la obra en tres partes, Amaneceres, Desvelo y Tardes, tres tiempos en un mismo espacio donde se concibieron, Moguer. Contiene los temas esenciales de su poesía, la pureza, la conciencia y el canto a su trabajo vocativo, la naturaleza —de la que fue gran observador y a la que dota de gran protagonismo en sus versos—, Dios y el dios creador que él ya se siente y una exaltación apasionada y vitalista de su tiempo presente en un «amanecer» personal y literario que experimenta con fuerza durante esta etapa de escritura. El poeta reconoce en Pureza que se siente «vivo, eterno» y «quiere ser todo de luz», en un «claro anhelo / de bogar, de subir, / de anegarse en lo espléndido»; «¡solo seguir, eterno, por lo eterno».

En la obra el escritor «oye jirar el mundo» y «todo le da un ejemplo […] / de pureza triunfante», en una conciencia y canto vivo al presente que nos recuerda al hodiernismo de su Diario de un poeta reciencasado. El sencillo movimiento de un visillo concentra para él:

La vida universal, todo el aliento
de la tierra, la fuerza
sola que resta
el ímpetu del astro, su ruido
por su órbita celeste.

«¡Plenitud de lo mínimo!», exclama. «Todo el mundo está muerto, todo vivo». En Espacio encontraremos esa visión total cósmica, universal, aglutinadora, de canto que nace de abrir la ventana al mundo con el alma henchida. «¡Plenitud de lo mínimo, / que llena el mundo». El poeta repara en Pureza en los detalles porque sabe que «lo que es humilde tiene / una belleza plena». El verso «Y pasan noches, noches, noches» del libro nos recuerda al «pasan vientos como alas, flores…» de Espacio.

Pureza es un libro con el que Juan Ramón Jiménez contó siempre. La obra estaba incluida en el listado de poemarios que deseaba publicar y dejó los manuscritos en la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Puerto Rico antes de morir.

Como libro exento no vio la luz en vida del poeta, como otros tantos proyectos inéditos suyos, pero conocemos algunos de sus poemas porque dio a la prensa varios textos en 1914 y siempre incluyó una selección de Pureza en sus tres antologías (Poesías escojidas, Segunda Antolojía Poética y Tercera Antolojía Poética), así como en Leyenda.

La agudeza penetrante de Juan Ramón Jiménez, su emoción y sensibilidad nos conmueven e iluminan en cada nuevo libro suyo que ve la luz. No hay libro menor en un poeta mayor.

Aunque algunos textos, pocos, están fechados en 1911, la mayoría de los poemas de la obra se escribieron en Moguer en 1912 (Juan Ramón tenía por entonces treinta años), se corrigieron en Madrid en 1925 y se conservaron en las carpetas de manuscritos de Puerto Rico y el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Aguardaban los poemas el calor de la letra impresa. Todo quedó ordenado, orquestado, para que brotara del cofre secreto de los borradores. Todo lo dejó organizado el poeta con la confianza de que su obra, Obra en marcha siempre en vida, lo siguiera siendo también a su muerte. En una nota manuscrita de 1920 que se conserva en el sobre 148 (4) de la Sala de Puerto Rico Juan Ramón declaró: «Deseo que si me muero antes de realizar mi obra perfecta, esta preparación mía no desaparezca ya, y que lo que yo sea después, una piedra, un ala, una rosa, será una piedra, un ala, una rosa perfectas».

Asistimos aquí a la recuperación de sus versos tras la reconstrucción del corpus textual disperso que esperaba latente su camino hacia la luz cumpliendo el sueño que un día soñó.

En otra reflexión escribió:

Quisiera que después de mi muerte
yo pudiera todavía escribir una pájina más.

Afán de permanencia y continuidad de su obra que se hace real en la edición de sus inéditos, «una pájina más», un libro más que dejar de su legado, rescatándolo y resarciéndolo del hecho de que, como siempre decía, nunca pudo «casar la creación con la publicación», tal fue su intensísimo ritmo de creación que superó siempre al de la edición.

DE «PUREZA» A «ESTÍO»

Decía Federico de Onís algo revelador sobre Juan Ramón Jiménez que se relaciona con el título de la obra: «Dudo que haya quien le supere en pureza y en unidad». Son dos rasgos que claramente definen la obra del andaluz universal. Hacia la pureza, hacia la esencia más verdadera condujo siempre su vida y su obra. «Pureza cotidiana» era el título que en un borrador encabezaba el libro, título que luego simplificó en las carpetas finales de Puerto Rico. Pureza cotidiana permanente. Constituye sus credenciales como escritor porque su obra siempre fue un camino de Pureza hacia la Verdad y la Belleza, hacia la Poesía Pura y plena, hacia lo esencial («¡Vivir en la belleza! ¡Tener Amor y arte / fundidos ante el alma»). Y su obra guarda una unidad compacta en torno a ello que la hace un todo comunicado, continuado y circular pleno de sentido y mensaje ético y estético. «¡Amor, contigo y con la luz todo se hace, y lo que hace el amor no acaba nunca!», escribió en Espacio, amor universal y amor permanente a la obra.

El libro se escribe durante el último año de retiro del poeta en Moguer (1905-1912), donde su finca Fuentepiña es símbolo de apartamiento poético y espiritual, templo de crecimiento y entrega a su curación personal y al verso. Pureza se sitúa en un momento significativo de la obra de Juan Ramón Jiménez en el que aflora con mucha fuerza un gran deseo, muy claro, de renovación vital y estética. Desea abordar con gran conciencia «una vida más serena, más libre, más firme, más pura, más plena», según sus propias palabras, y, en paralelo, una obra con las mismas características. Pureza es, por tanto, un libro que cierra una etapa y abre otra. Representa en contenido y forma el inicio de la apertura de Juan Ramón Jiménez a sus etapas literarias posteriores. Es, como señala Garfias, «un libro nivelador». Está anunciando al poeta que vendrá después porque ya lo es en esencia en Moguer al final de su estancia en su pueblo natal, raíces de sus alas.

El corazón alienta un alto anhelo
de sentir de otro modo,
de olvidarse de todo,
de correr hacia el cielo.

Son versos de Pureza. Escribe Garfias en su introducción a Libros inéditos de poesía 2 —donde Pureza está presente—:

Al poeta puro se le va poniendo pura del todo su poesía. Y el libro que escribe ahora se llamará Pureza […] que tiene ya las calidades esenciales de la posterior poesía juanramoniana, aunque todavía le falte contención lírica, poder sintético.

Es, claramente, un libro de la primera parte creativa del poeta, pero su año central de escritura es clave en la evolución de su producción literaria porque constituye de alguna manera la antesala de la poesía pura. El propio Juan Ramón cita Pureza en su camino hacia el verso libre, «verso desnudo» como él lo llamó; lo hace en su libro autobiográfico Vida: «Yo había escrito poemas en “verso desnudo” intuitivo desde mis 20 años (Ninfeas) y comencé 10 años después (Pureza, El silencio de oro, etc.)».

Según Federico de Onís, el poeta en Moguer: «Madura, en ascensión gradual hacia una mayor concentración y desnudez, la poesía más genuinamente suya, la que se venía anunciando desde sus primeros versos […], y a cuya plenitud llega ahora mediante un esfuerzo consciente».

El germen de su madurez literaria estaba en sus libros moguereños, un conjunto de obras que quedaron inéditas, «un bloque amarillo de soledad y abatimiento […] —como señala su antologador Francisco Garfias— hasta la poesía más esencial y preocupada de Pureza», un bloque de libros que se vienen publicando y que nos permiten conocer el proceso creador matriz del escritor de Diario de un poeta reciencasado, donde también quedará patente la huella de Zenobia, la lectura de la literatura inglesa y, también, como él decía, la liberación de las influencias previas.

Juan Ramón Jiménez estuvo aquejado de muchos sufrimientos de cuerpo y alma desde la muerte de su padre en 1900. Los años de Moguer constituyen una época de lucha contra la enfermedad y sus temores, también de honda reflexión personal, de encuentro consigo mismo y con la poesía a solas, hombre al desnudo en la vida ante la Poesía desnuda y en mayúsculas en los que el escritor se va despojando de los antiguos ropajes vagos y melancólicos del Modernismo y se encuentra, como escribe en Pureza, «como un verdón trasfigurado, / que va a cantar ya eternamente».

Imbuido por la lectura de Krause está sentando por entonces la sólida base de su camino como escritor, su idea de salvación y perfeccionamiento espirituales a través de la belleza y el arte, la conciencia del valor del instante, de hacer trascendente el momento presente y la ética en su estética que ancla la vida en la literatura y la literatura en la vida.

Sorteando sus angustias en su retiro moguereño, va a brotar en esos años el poeta que ya sería para siempre. Recordamos estas emotivas palabras de Gustav Jung que podríamos relacionar con el sentimiento de entonces del poeta de Moguer: «Aquel año me privaron de la primavera, y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente. Me había llevado la primavera dentro de mí y nadie nunca más habría podido quitármela».

Y escribió Juan Ramón:

Que esta primavera
que empiezo a sentir dentro de mi alma,
florezca de una vez, alta y espléndida.

Desde ese momento el hombre va a habitar ya siempre poéticamente (Hölderlin), va a vivir en poesía, va a ser Poesía; el éxtasis vital lo logrará Juan Ramón Jiménez en sus versos. De ahí que ya en Pureza leamos: «¡plenitud de lo mínimo!», hallado no en el yo fundamental, según señalaba Antonio Machado, sino en el yo esencial. Como escribió Cernuda Juan Ramón Jiménez «en la poesía encontró siempre, no tan solo hermosura, sino ánimo, la fuerza de vivir más libre y más soberbia».

Pureza contiene la conciencia del trabajo de poeta, el canto del presente y el espíritu de lo posterior en «una oleada de paz y de éxtasis [que] envuelve estos poemas admirables» (Garfias). Después vendrán sus conocidas obras escritas poco después, Sonetos espirituales (de 1914-1915, publicada en 1917) y Estío (de 1915, publicada en 1916), que ya marcan claramente una nueva etapa en la producción del andaluz universal.

Debemos celebrar cada día el estremecimiento y el asombro que supone acercarnos a los grandes del idioma, poder beber en su fuente, preparar el alma para la fiesta de los sentidos; la poesía como chispazo y sobrecogimiento permanentes, arsenal inagotable, compañera del camino, la poesía que toca hondo y alto, que salpica como gota de agua pura en la piedra dura del canto rodado (Rilke), como salto en el estanque (Basho), que despierta y estimula y que es a la vez remanso y, siempre, puerto seguro.

MILLONARIA LABOR INAGOTABLE

Para que nos hagamos una idea del volumen tan extenso de la obra de Juan Ramón Jiménez y de la lucha por ordenarla para que se publicara, a su amigo Juan Guerrero Ruiz le habla en varias ocasiones de la imposibilidad de dar «toda su millonaria labor inagotable» y le dice que lo que más le interesa es la ordenación completa de su obra en los nuevos libros. En marzo de 1933 Juan Ramón le informa de que «sobre el atril del magnífico piano hay dos tomos atados con cintas de seda verdes y amarillas» dispuestos para su publicación y le confiesa: «Toda mi obra es vital, todos tienen algo, cada poema tiene una memoria, un instante, un lugar que me agrada recordar. Daré —no sé cuándo— la obra».

Era su afán permanente, «dar su obra», por ello la dejó organizada detalladamente en las carpetas de la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Puerto Rico con indicaciones precisas de las fechas de escritura y revisión, de las partes de los libros y de los primeros poemas de cada sección. Lo dispone así en el caso de Pureza, en el Sobre 110, de manera muy similar a como lo hizo en otros libros inéditos como Idilios o Historias:

Obras
de
Juan Ramón Jiménez
Verso: XX
Pureza
(1912
1925)

Madrid
1925

Juan Ramón señala que los textos son de 1912 y que están corregidos en Madrid en 1925. En los años veinte revisa sus libros de Moguer en la capital.

El poeta da orientaciones detalladas de cómo debe editarse la obra. Indica en otro folio que tiene tres partes, Amaneceres, Desvelo y Tardes.

En un manuscrito del Archivo Nacional propone otros títulos como «Maitines», «Albas puras», «Celistia» y «Tardes puras», títulos que no prosperaron, y encontramos también entre sus papeles manuscritos una reflexión o especie de breve introducción del libro:

Pureza

El puro afán de poesía pura, con la vaguedad que eso en lírica significaba para mí, me la dieron unas nubecillas rosas y doradas —borreguitos, decía mi madre— que veía las tardes encendidas en el cénit.

La pureza desde el principio. La poesía pura.

Anota en los papeles de Puerto Rico que en el libro seguirá el modelo de su obra Eternidades, igual que en otros libros inéditos escritos también en los años de su estancia en Moguer.

Riguroso y cuidadoso siempre con sus ediciones da indicaciones precisas de otros aspectos, como de que hay que dejar en blanco las páginas 1, 2, 3 y 4 y de que «las pájinas 6, 7 y 8» deben ir «iguales que en los tomos anteriores», así como que la página 10 vaya «igual que en los tomos anteriores» y que la 12 debe ir también en blanco.

Fue en Madrid donde empezó a organizar su Obra completa, proyecto de enorme envergadura del que solo vio la luz su libro Canción donde figura un poema de Pureza.

En la reconstrucción de la obra nuestra misión es seguir la estela del poeta, sus estelas, recomponer el mosaico de piedras preciosas que son sus poemas y continuar con humildad el resplandor de su enorme «Obra en marcha» que lo desbordó y que lo superó, pero que antes de morir dejó preparada en sus carpetas para que cobrara vida cuando pudiera ser; no se entiende si no su escrupuloso afán ordenador. Encontrar el hilo de Ariadna. Juan Ramón Jiménez nos dejó el hilo en el bastidor.

CON PUREZA

¿Amanece en la tierra
o amanece en mi vida?
¿De dónde es la pureza
primera de este día?

Juan Ramón Jiménez, Pureza

En un folio de las carpetas del libro Pureza Juan Ramón Jiménez anota la expresión «Pureza Diaria». La palabra que da título al libro aparece en muchos poemas de la obra, especialmente en la primera parte, donde el poeta habla de su mirada diaria hacia la naturaleza y hacia su creación, su trabajo puro de cada día que es vocativo y poético.

Juan Ramón ensalza en Pureza la «¡plenitud de lo mínimo!», lo hemos mencionado, que representa una de las ideas centrales del libro y que encontramos después en Diario de un poeta reciencasado (el hodiernismo o exaltación consciente del hoy; recordemos la cita del sánscrito al inicio de la obra: «¡Cuida bien de este día!») y también en Espacio (el yo con el todo y el canto universal vital). Escribe en Pureza:

Parece
este moverse el visillo,
la vida universal, todo el respiro
de la tierra, la fuerza.
[…]
Se oye jirar el mundo…
Y en la hora
clara y llena de gracia,
lo que es humilde tiene
una belleza eterna […].

En Pureza el poeta celebra la conciencia de que «la belleza, está en todo / completa, inmensa y contenida…». El escritor ha de saber ver esa realidad invisible y crear los nombres para ese mundo nuevo creado y recreado a través del verso. El camino vital y poético de Juan Ramón Jiménez es ya, irremediablemente, el camino hacia la belleza y la pureza. Y esta pureza reside en lo más hondo de su ser vital y poético porque su obra emana de un espíritu puro, cristalino, el de las nubecillas rosas que veía con su madre, «el puro afán de poesía pura».

Juan Ramón Jiménez representa un caso ejemplar de entrega absoluta al verso, a su Obra, artesano perpetuo. Durante toda su obra vivió adscrito a la Verdad y a la Belleza. Toda su fuerza y delicadeza se orientaron siempre a la consecución de una obra pura refinada y lírica en una poesía del conocimiento que evoluciona, viva, en marcha, como evoluciona el hombre, creciendo con el hombre. La poesía por encima de la vida misma. «Correjir» para Juan Ramón Jiménez es revivir en toda su plena exigencia, volcando toda su sabiduría, conocimiento y dominio del arte de la poesía, y así hasta el último día de su vida.

Partiendo de un Modernismo como movimiento revolucionador de la belleza y de la vida, con más o menos ornato, la evolución que experimenta en esos años clave que reposa en Moguer (1905-1912) es hacia sí mismo («No corras, que adonde tienes que ir es a ti solo»). Y ya nada lo parará en ese ahondamiento hacia la belleza y el ser que protagonizará su obra, en la que, eliminando «impurezas» de etapas primeras, liberando al poema «de atavíos inútiles» (Octavio Paz), «se fue desnudando / y yo le sonreía […] / ¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para siempre!», buscando constantemente una expresión más libre y nueva para su sentir hondo, libre y nuevo también, siempre cerca del hombre, el hombre cercano a la naturaleza, el hombre del campo, que le enseñó a poner «el alma en el cuerpo», el hombre de las plazas y las calles, donde oyó su dialecto andaluz, el de su Mamá Pura, y toda la sabiduría natural en un ejercicio permanente de conocimiento, depuración y espiritualización, de pureza constante, puesto al servicio de lo que lo trascendería.

Pureza: Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez. Poeta español, es considerado uno de los grandes autores españoles del siglo XX y uno de los mejores poetas contemporáneos en lengua castellana, siendo ganador del Premio Nobel de Literatura en 1965. Nacido en una familia de clase media, Juan Ramón Jiménez cursó estudios de arte en el Puerto de Santa María. En 1896 se estableció en Sevilla para, por una parte, iniciarse en el mundo de la pintura y también para estudiar Derecho, aunque dejó atrás la facultad en 1899.

En Sevilla comenzó a colaborar con diarios y revistas, actividad literaria que mantuvo en Madrid donde publicó por primera vez Ninfas y Almas de violeta. Debido a motivos familiares, cayó en una honda depresión de la que comenzó a recuperarse en 1901, con la publicación de Arias Tristes.

En 1905 muere su padre, momento que marcó gran parte de su obra posterior, y Jiménez decidió volver a Moguer, donde escribió la mayor parte de su obra: más de quince libros en verso y dos alternando prosa, entre los que habría que destacar Baladas de Primavera, Libros de amor o Melancolía.

De vuelta a Madrid y tras casarse con Zenobia Camprubí, Jiménez viaja por España, Europa y Estados Unidos, asentándose como un renovador de la poesía española y siendo una de las voces clave para la formación de la llamada Generación del 27. Entre 1925 y 1935 aparecen sus Cuadernos, donde recoge la parte más importante de su obra.

De entre su obra en prosa lírica habría que destacar Platero y yo, historia de infancia que logró convertirse en uno de los clásicos de la literatura universal por derecho propio.

La Guerra Civil le llevó al exilio en Estados Unidos donde permaneció hasta que en 1950 comenzó a dar clases en la Universidad de Puerto Rico. Allí desarrolló el final de su Etapa Suficiente y revisó de nuevo casi toda su producción, hasta su muerte en 1958.