The Peripheral

Resumen del libro: "The Peripheral" de

Flynne Fisher vive en una carretera secundaria de una zona rural de Estados Unidos donde no hay mucho trabajo, a no ser que uno se dedique a la fabricación ilegal de drogas, algo que ella intenta evitar. Su hermano Burton vive de la ayuda económica del Departamento de Veteranos que recibe a causa del daño neurológico que sufrió en Reconocimiento Háptico, una unidad de élite de los Marines. Flynne se gana la vida como puede con el dinero que consigue montando productos en la tienda de impresión 3D local. También consigue algo más como exploradora de combate en un juego on line al que juega para un rico, aunque ha tenido que dejar los juegos de disparos.

Wilf Netherton vive en Londres, setenta y pico años después, al otro lado de décadas de un apocalipsis que se ha desarrollado a cámara lenta. Ahora las cosas van bastante bien, al menos para los pudientes, y tampoco es que queden demasiados pobres. Wilf es un publicista de alto nivel y guía de celebridades que se considera un romántico inadaptado y vive en una sociedad en la que ponerse en contacto con el pasado es un pasatiempo más.

Burton gana algo de dinero extra en internet, trabajando en secreto en el prototipo de algo parecido a un juego, un mundo virtual que tiene cierta semejanza con Londres, aunque un Londres muy extraño. Convence a Flynne para que haga alguno de sus turnos, gracias a que le asegura que no se trata de un juego de disparos. No obstante, en el juego la chica es testigo de un crimen horrible.

Flynne y Wilf están a punto de conocerse. El mundo de Flynne se verá alterado por completo y de manera irrevocable, mientras que los habitantes del de Wilf, uno decadente en el que prima el poder, aprenderán que algunos de esos mundos del pasado pueden ser fabulosos.

Libro Impreso EPUB

Para Shannie

Ya he hablado del mareo y la confusión que acompaña al viaje en el tiempo.
H. G. WELLS

1

LOS HÁPTICOS

No creían que el hermano de Flynne tuviese TEPT, sino que a veces recibía impulsos de los hápticos. Dijeron que era como un miembro fantasma, lo que quedaba de los tatuajes que había llevado durante la guerra y que le decían cuándo debía correr, cuándo quedarse quieto y cuándo ser un chico malo, los que le indicaban la dirección y la distancia. Por ello le concedieron cierto grado de invalidez. Vivía en la caravana, junto al arroyo. Cuando eran niños aquel era el hogar de un tío suyo, alcohólico, veterano de alguna guerra, el hermano mayor de su padre. Burton, Leon y ella usaban la casa para jugar, como un fuerte, en el verano de sus diez años. Más adelante, Leon trató de llevar chicas al lugar, pero la caravana olía demasiado mal. Cuando Burton se licenció, estaba vacía, salvo por un nido de avispas, el más grande que habían visto jamás. Leon decía que era el objeto más valioso del lugar. Era una Airstream de 1977. Les enseñó imágenes de otras en eBay, que tenían aspecto de balas de fusil romas y que se vendían por cantidades desmesuradas de dinero, fuera cual fuese su estado. Su tío la había cubierto con espuma blanca, que ya estaba gris y sucia, para tapar las goteras y aislarla. Leon decía que eso la había salvado de que la robasen. Flynne pensaba que parecía una gran larva, pero con túneles a través de las ventanas.

Por el camino vio trocitos de aquella espuma incrustados en la tierra oscura. Las luces de la caravana estaban encendidas; cuando se acercó, lo vio parcialmente por una ventana; se dio la vuelta y pudo ver en la espalda y en el costado las marcas que le habían dejado cuando le quitaron los hápticos, como si alguien le hubiese espolvoreado la piel con las escamas plateadas de un pez muerto. Decían que también podían eliminar aquello, pero a él no le apetecía seguir recordando el pasado.

—Hola, Burton —saludó Flynne.

—Hielo fácil —respondió él, usando su nombre de jugadora, al tiempo que abría la puerta con una mano y usaba la otra para ponerse una camiseta que le había proporcionado el Cuerpo de Marines, blanca y nueva, que le cubrió el pecho y la mancha plateada que tenía encima del ombligo, del tamaño y forma de un naipe.

Por dentro, la caravana era del color de la vaselina, con LED incrustados en ella, cubiertos con una capa ámbar de Hefty Mart. Flynne le había ayudado a barrerla antes de mudarse. No se había molestado en traer la aspiradora industrial del garaje; se había limitado a cubrir todo el interior con tres centímetros de un polímero chino que, al secarse, tenía un aspecto vítreo y flexible. Se veían trozos de cerillas quemadas en el interior, o el papel con estampado de corcho del filtro aplastado de un cigarrillo vendido legalmente, que tenía más años que ella. También sabía en qué parte había un destornillador de joyero oxidado, y un cuarto de dólar del año 2009.

Ahora el hombre se limitaba a sacar sus cosas fuera antes de pasar una manguera por el interior, cada una o dos semanas, como quien lava un Tupperware. Leon decía que el polímero servía para conservarla y se podía arrancar antes de poner la clásica caravana estadounidense a la venta en eBay. Al quitarlo, también desaparecía toda la suciedad.

Burton la cogió de la mano, apretó y la ayudó a entrar.

—¿Vas a Davisville? —preguntó Flynne.

—Leon me pasará a recoger.

—Shaylene ha dicho que los de Lucas 4:5 se están manifestando allí.

Se encogió de hombros y movió muchos músculos, aunque solo un poco.

—Como tú, Burton. El mes pasado, en las noticias. Aquel funeral, en Carolina.

No llegó a sonreír.

—Podrías haber matado a aquel chico.

Negó con la cabeza, apenas, mientras entrecerraba los ojos.

—Me asusta cuando haces esas cosas.

—¿Aún eres la avanzadilla de ese abogado de Tulsa?

—Ya no juega. Supongo que está ocupado con cosas de abogados.

—Eres la mejor que ha tenido. Y se lo has demostrado.

—No es más que un juego —contestó, más para ella misma que para él.

—Podía haber tenido un Marine, hubiese sido lo mismo.

A Flynne le pareció detectar eso que hacían los hápticos, un temblor, y luego nada más.

—Necesito que me sustituyas —dijo él, como si no hubiera pasado nada—. Un turno de cinco horas. Pilotar un cuadricóptero.

Flynne miró detrás de Burton, a la pantalla. Las piernas de una supermodelo danesa se encogían para entrar en un coche que nadie que ella conociese conduciría jamás, o siquiera vería en la carretera.

—Cobras paga de invalidez. Se supone que no puedes trabajar.

Él la miró.

—¿Dónde es el trabajo? —preguntó Flynne.

—Ni idea.

—¿Subcontratado? El Departamento de Veteranos te pillará.

—Es un juego. La beta de un juego.

—¿De disparos?

—Nada de disparos. Hay que patrullar un perímetro de tres pisos en una torre, del cincuenta y cinco al cincuenta y siete, y ver qué pasa.

—¿Y qué pasa?

Paparazzi. —Le mostró el dedo índice—. Objetos pequeños. Se trata de interponerse y hacerlos retroceder. Nada más.

—¿Cuándo?

—Esta noche. Estarás lista antes de que venga Leon.

—Se supone que más tarde tengo que ayudar a Shaylene.

—Te daré dos de cinco. —Se sacó la cartera de los vaqueros y cogió de ella un par de billetes nuevos, con las ventanitas intactas y los hologramas brillantes.

Flynne los plegó y se los metió en el bolsillo frontal derecho de los vaqueros cortados.

—Baja las luces; me duelen los ojos.

Lo hizo, pasando la mano por la pantalla; el lugar parecía ahora el dormitorio de un chico de diecisiete años. Flynne extendió la mano y subió un poco la intensidad.

Se sentó en la silla; era china, y la reconfiguró a su altura y peso. Él se acercó un viejo taburete metálico, casi del todo despintado, e hizo un gesto para abrir una pantalla.

MILAGROS COLDIRON S.A.

—¿Qué es eso? —preguntó ella.

—La gente para la que trabajamos.

—¿Cómo te pagan?

—Hefty Pal.

—Te van a pillar, seguro.

—Va a una cuenta de Leon —explicó. Leon había servido en el Ejército casi al mismo tiempo que Burton en los Marines, pero no tenía ninguna pensión de invalidez. Como decía su madre, no podía alegar que era allí donde se había vuelto idiota. En realidad, Flynne siempre había creído que, en el fondo, Leon era astuto y vago.

—Necesito el nombre de usuario y la contraseña. Hat trick. —Así pronunciaban los dos su nombre de jugador, HaptRec, para mantener la privacidad. Se sacó un sobre del bolsillo de atrás, lo desplegó y lo abrió. El papel tenía un aspecto grueso, cremoso.

—¿Es de Fab?

Sacó un pedazo alargado del mismo papel, impreso con lo que parecía un párrafo entero de caracteres y símbolos.

—Si lo escaneas o lo escribes fuera de esa pantalla, nos quedamos sin trabajo.

Recogió el sobre de lo que parecía haber sido una mesa de camping plegable. Era material de oficina de primera calidad de Shaylene, guardado justamente en el primer estante. El que utilizaba cuando llegaban pedidos de grandes empresas o abogados importantes. Pasó el pulgar por el logotipo de la esquina superior izquierda.

—¿Medellín?

—Empresa de seguridad.

—Dijiste que era un juego.

—Son diez mil dólares, directos a tu bolsillo.

—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?

—Dos semanas ya. Domingos libres.

—¿Cuánto te pagan?

—Veinticinco mil por paga.

—Que sean veinte, pues. Por avisar con poco tiempo y porque estoy timando a Shaylene.

Le dio otros dos billetes de cinco.

The Peripheral – William Gibson

William Gibson. Vivió su infancia y juventud en varias ciudades, no llegando a graduarse, y leyendo mucha literatura, en especial de ciencia ficción. En 1968, para no ser reclutado para la guerra de Vietnam, marchó a Canadá, concretamente a Toronto, en donde ejerció diversos trabajos.

Tras casarse, se licenció en Filología Inglesa en la Universidad de la Columbia Británica, y ya por entonces comenzó a escribir relatos en revistas como Omni y Universo 11, publicando su primera novela en 1984.

Durante tres años, fue profesor de Historia del Cine en la Universidad de la Columbia Británica, prosiguiendo con su carrera literaria, muy relacionado con otros escritores de ciencia ficción. Ha trabajado como guionista de cine y televisión, y varias de sus novelas, han sido llevadas al cine.

Entre otros premios, ha recibido el Hugo y el Nebula. Es autor de relatos y novelas de ciencia ficción, creador del género ciberpunk, y causador del término ciberespacio.