Una habitación con vistas

Una habitación con vistas - E. M. Forster

Resumen del libro: "Una habitación con vistas" de

Una habitación con vistas es una de las novelas más deliciosas y entrañables de E. M. Forster. Situada entre una Florencia todavía virgen del azote del turismo pero integrada en el grand tour de los viajeros europeos y la rígida Inglaterra victoriana, la novela desarrolla una historia de amor y sentimientos encontrados en cuyo transcurso Lucy Honeychurch, joven perteneciente a la buena sociedad inglesa, intenta abrir camino a su personalidad superando el obstáculo de las convenciones sociales. En estas páginas llenas de ironía y sutil humor que llevó al cine en su día James Ivory, Forster despliega una variada y atractiva galería de personajes y de sugerentes contrastes que hacen de ella una obra inolvidable.

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Capítulo Primero

Los Bertolini

—La Signora no tiene derecho a hacer esto —dijo la señorita Bartlett—, ningún derecho. Nos prometió habitaciones al sur con una panorámica conjunta; en su lugar, aquí tenemos habitaciones al lado norte y dan a un patio y bien alejadas. ¡Oh, Lucy!

—¡Y además es una cockney! —dijo Lucy, que se había entristecido por el inesperado acento de la Signora—. Se diría que estamos en Londres.

Miró las dos hileras de ingleses sentados junto a la mesa; la hilera de botellas blancas de agua y rojas de vino que corrían entre sus manos; los retratos de la última reina y del último poeta laureado que colgaban detrás de los británicos, pesadamente vestidos; el cartel de la Iglesia anglicana (reverendo Cuthbert Eager, M. A. Oxon), que constituían la única decoración de la pared.

—Charlotte, ¿no sientes también tú que bien podríamos encontrarnos en Londres? A duras penas puedo creer que todo este tipo de cosas distintas estén precisamente fuera. Supongo que se debe a que una se siente tan cansada.

—Esta carne seguramente se ha utilizado para la sopa —dijo la señorita Bartlett dejando caer el tenedor.

—También a mí me hubiera gustado ver el Arno. Las habitaciones que la Signora nos prometió en su carta debían dar sobre el Arno. La Signora no tiene derecho en absoluto a hacer esto. ¡Oh, es una vergüenza!

—Cualquier rincón va bien para mí —continuó la señorita Bartlett—, pero me parece duro que tú no tengas una habitación con panorámica.

Lucy sintió que se había comportado egoístamente.

—Charlotte, no debes mimarme; sin duda tú también debes tener una panorámica sobre el Arno. La primera habitación que quede libre en la parte delantera…

—Tú debes tenerla —dijo la señorita Bartlett, parte de cuyos gastos de viaje los había pagado la madre de Lucy y que era un rasgo de generosidad al que ella hizo discreta alusión.

—No, no. Tú debes tenerla. Insisto. Tu madre nunca me lo perdonaría, Lucy.

—Nunca me perdonaría a mí.

Las voces de las damas subían de tono animadamente y, si nos debemos a la triste verdad, ligeramente irritadas. Algunos de los vecinos de mesa intercambiaron miradas, y uno de ellos, persona ruda a las que no conviene encontrar en el extranjero, apoyándose en la mesa se inmiscuyó en su conversación. Dijo:

—Tengo una ventana, tengo una ventana.

La señorita Bartlett estaba consternada. Generalmente en una pensión la gente se examina a distancia un día o dos antes de empezar a hablarse y, generalmente, no se dan a conocer hasta que ya se han observado atentamente. Se dio cuenta de que el intruso era tosco, incluso antes de darle una ojeada. Era un hombre de edad avanzada, de figura pesada y con un rostro terso, recién afeitado y grandes ojos. Había algo infantil en esos ojos, aunque no era el infantilismo de la senilidad. De qué se trataba exactamente es algo que la señorita Bartlett no se paró a considerar cuando pasó revista a su vestimenta. No le pareció nada bien. Probablemente intentaba entrar en relación antes de que pudieran considerarse conocidos. Por lo tanto, asumió una expresión de fastidio cuando se le dirigió y le contestó:

—¿Una ventana? ¡Oh, una ventana! ¡Cuán deliciosa es una ventana!

—Éste es mi hijo —dijo el hombre—; se llama George. También él tiene una ventana.

—¡Ah! —dijo la señorita Bartlett, cortando a Lucy, ya a punto de hablar.

—Lo que quiero decir —continuó el hombre— es que ustedes pueden ocupar nuestras habitaciones y nosotros ocuparemos las suyas. Cambiaremos.

El turista de primera clase quedó sorprendido ante esto y simpatizó con los recién llegados. La señorita Bartlett, como contestación, abrió la boca tan poco como pudo y dijo:

—Muchas gracias, pero eso queda fuera de toda discusión.

—¿Por qué? —replicó el hombre de edad con los puños encima de la mesa.

—Porque queda absolutamente fuera de toda discusión, gracias.

—Mire, no nos gusta tomar… —empezó Lucy.

Una habitación con vistas – E. M. Forster 

E.M Forster. Escritor inglés, nació en el seno de una familia acomodada que le permitió estudiar en el exclusivo King’s College de Cambridge, donde frecuentó círculos intelectuales que más tarde se convertirían en el Grupo de Bloomsbury. Tras terminar sus estudios se dedicó a recorrer gran parte de Europa y el norte de África, siendo voluntario en la Cruz Roja durante la I Guerra Mundial. Tras la contienda, Forster pasó varios años en la India, trabajando para el Maharajah de Dewas como secretario personal, experiencia que le valió para completar una de sus obras más conocidas, Pasaje a la India, por la que recibió el Premio James Tait Black Memorial.

Esta novela le supuso un gran éxito, aunque ya había publicado con anterioridad algunas de sus obras más conocidas hoy en día, como son Regreso a Howards End, Donde ni los ángeles se atreven o Una habitación con vistas, todas ellas adaptadas al cine con gran éxito.

Maurice, también adaptada al cine, apareció publicada de manera póstuma, contando una historia de carácter homosexual que supuso el descubrimiento para el gran público de la orientación sexual de Forster.

Cine y Literatura

Una habitación con vistas

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