Marilyn
MARILYN
Yo, Thomas Noguchi, médico forense
cotizado por gladiadores del Universo
ante este semidiós de la mitología contemporánea
desnuda sobre una mesa fría común a todos los muertos
declaro:
Norma Jean Baker. Treinta y seis años
ciento diecisiete libras
con estómago limpio de barbitúricos
y útero tamaño natural sin temores
amado desde los nueve años
por un padrastro innoble
hasta el presidente más poderoso
por supuesto nombrado y respetable John F. Kennedy
precipitada a la confianza
burlando vértigos y lluvias
ingenua, cosmetómana, narcisista
torpe frente a la soledad
indisciplinada y maravillosa
perdida en alguna grieta bastarda
ebria de autógrafos y tranquilizantes
con casi kilogramo y medio de cerebro
pulmón derecho pesando cuatrocientos sesenta y cinco gramos
y corazón deseado por millones de hombres
tuvo de todo, menos la vida.
Ella que soñó reinar desnuda
entre aplausos en alguna iglesia
hoy soy su público
y la poseo sin fotógrafos.
Declaro:
Caso forense No. 81128
fue asesinada
por sus fieles admiradores.
Apaguen reflectores. Ha muerto la reina.
CORCELES AJENOS
Si por descuido pisas mi muerte, no temas, sólo son ruinas.
los silencios que tanto cobijé.
Ya lo ves, he sido poco, como nadie es suficiente
sólo un aleteo del sueño antes de volverse pesadilla.
Si por descuido pisas mi muerte, es porque huyes
de los arcángeles que amagan el alma.
Son sólo eso, corceles ajenos.
Pronuncia quizás mi mejor mediocre poema
para que no muera como el dueño.
Serás el faro que alumbra a las golondrinas.
Si por descuido pisas mi muerte, no me abandones.
Recorre las calles que tanto deseé
y vuelve a las que transitaba sin remedio
para acariciar el mar y la brisa de un gato,
porque he sufrido y amado en tu nombre.
Y si por una de esas casualidades te olvidas de mi vida
no pises mi muerte.
DESARRAIGO
Cada vez que me acerco al sur, los sábados
me saben tan vacíos sin tus pies
desnudos por todo el bosque de mi pecho.
Sin tu pelo de peces entre mis manos
de corales tibios, mediodías
y pequeñas naturalezas muertas.
Si pudiera apagar el sol
y que todo se vuelva como antes.
Mira con mis brazos
hasta puedo atrapar la vida.
He sido dueño del océano.
He calmado la sed desde lo profundo de un acantilado
y me detengo en medio de unas ganas locas
porque la vida me estalla como la risa de un niño.
Será bueno detener los recuerdos.
Familias enteras columpiándose.
Calles desiertas sin arrepentirse
O los cuentos extendidos por la playa.
Los lirios de la abuela.
De un amigo.
De allá.
MAÑANERO
Despertar con tu piel es un paseo por los campos de mi país
dulzura de maíz tierno tejido entre guayabos perfumados.
La humedad de tu ciénaga evoca los exordios mejor
/guardados
y absorbo toda la frescura de la mañana que penetra
entre los balaustres de la ventana
envuelta con el ir y venir de locos retozos al viento.
Ráfagas desvelando versos saltos de agua
colores de lo que doy lo que queda
de aquel muchachito buscador de aventuras.
Los rizos de la piel toda enajenada por el huracán de mis
/labios
luce su cadencia de carnaval mestizo por el malecón
/habanero.
Sudor y ritmo de conga callejera. Ritmo y sudor contagioso.
Lujuria voraz. Desorden. Espiral de frenesí.
Explosión de fuegos de artificio sobre El Morro
erguido en la boca estrecha de la bahía.
Apagar esta hoguera es todo un pecado mortal
delirio negando los roces del infierno
no importa si a fuego lento, muy lento,
exhausta, apenas, sin nada más volver
a descansar la coda sobre las cenizas del fuego
sediento como baños al sol por los campos de mi país
que penetra entre los balaustres de la ventana.
TESTIMONIO DEL SOLDADO DESERTOR
Un día me negué a que el fuego ardiera por el resto de mi vida.
Y fui olvidado, como se olvida tarde o temprano a los héroes.
No es posible latir, como otro madero cualquiera, sin ritmo
o mejor digo, con el mismo ritmo de otro madero cualquiera.
Primero amanecemos en el brocal para luego tallar los tuétanos
donde los pinos inventan su mito entre tanto ruido.
Una razón se sienta tras el eterno cadalso
donde nadie pregunta, ni se explica.
Las razones no mueren en los cementerios,
reclaman
la techumbre por donde escapar del silencio.
He dormido en barracones, en el suelo,
entre tantos otros
apilados en hogueras, cuerpo con cuerpo, por frío.
Y nos saltamos la penitencia
en aquellos campos olvidados por los sueños.
No por ello fuimos héroes, ni mártires,
cada adversidad reta un nuevo milagro.
Solo inocentes.
Y ofrendamos nombres a náufragos cotidianos
y aceptamos como fósiles las derrotas
entre amigos que se ocultan y se privan
y alguna vez recuerdan
el regreso a donde nada queda por hacer.
Juan Calero Rodríguez. Guanajay, La Habana, 1952.
Estudió Ingeniería Industrial, Delineación Mecánica y Delineación Arquitectónica. Es fundador y Presidente de la Agrupación Cultural ARTEnaciente, de la Palma, Canarias. En literatura ha desarrollado los géneros de investigación, poesía y cuento colaborando en periódicos y revistas digital y en papel. Ha publicado: Palabras del balsero, 2007; Pasajero sin oficio, 2010; Bajo los portales del Niágara, 2013; Los puentes que dejamos al pasar, 2015; Poetas cubanos en Canarias, 2015; Autores en La Palma, 2016; y Abra de panes y peces, 2016.