El comerciante

Puente Charles, Praga. Foto por Ryan Lum en Unsplash
Puente Charles, Praga. Foto por Ryan Lum en Unsplash

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Es posible que algunos me tengan compasión, pero yo no advierto nada. Mi pequeño negocio me abruma de preocupaciones que me provocan dolores internos en las sienes y en la frente, pero sin darme la más mínima perspectiva de satisfacción, pues mi negocio, como he dicho, es pequeño.

Tengo que tomar decisiones por adelantado, mantener despierta la memoria de los empleados, advertir de los errores que temo y prever en una temporada la moda de la siguiente, y no la que dominará entre gente de mi clase, sino en la población inaccesible de las provincias.

Mi dinero lo tiene gente extraña. Sus recursos no me resultan del todo claros; no logro sospechar la desgracia que puede caer sobre esas personas. ¡Cómo puedo entonces defender mi dinero! Tal vez se han vuelto derrochadores y dan una fiesta en el jardín de una hostería, y otros se quedan un rato en la fiesta en plena huida a América.

Cuando cierro el comercio la noche de un día laborable y de repente veo ante mí horas en las que no trabajaré para las incesantes exigencias de mi negocio, entonces se arroja sobre mí la excitación ya anticipada por la mañana, como si fuera la subida de una marea, pero no soporta quedarse en mi interior y me arrebata sin objetivo alguno.

Y, sin embargo, no puedo utilizar ese estado de ánimo, solo puedo irme a casa, pues tengo el rostro y las manos sucios y sudorosos, el traje lleno de manchas y polvoriento, la gorra del negocio en la cabeza y las botas arañadas por las esquinas de las cajas. Entonces me desplazo como si fuera sobre olas, hago chascar los dedos y acarició el pelo de los niños que vienen a mi encuentro.

Pero el camino es demasiado corto. Llego enseguida a mi casa, abro la puerta del ascensor y entro.

Ahora compruebo de repente que estoy solo. Otros, que tienen que subir las escaleras, se cansan algo al hacerlo, tienen que esperar con la respiración acelerada hasta que alguien les abre la puerta de la casa, así que tienen un motivo para enfadarse y para mostrar una actitud impaciente. Luego entran en el recibidor, donde cuelgan el sombrero, y al llegar a su habitación, después de atravesar el pasillo pasando por algunas puertas de cristal, es cuando se encuentran solos.

Yo, sin embargo, ya estoy solo en el ascensor y, apoyándome en la rodilla, contemplo el delgado espejo. Cuando el ascensor comienza a elevarse, digo:

«Permanezcan tranquilos, retrocedan, ¿quieren ir bajo la sombra de los árboles, detrás de las cortinas de las ventanas, en la cúpula de follaje?».

Hablo entre dientes, y las barandillas de la escalera se deslizan hacia abajo por el cristal opalino como una catarata.

«Vuelen lejos; que sus alas, jamás vistas, los lleven hasta el valle de sus aldeas, o a París, si es allí hacia donde los impulsan.

»Pero disfruten de la vista que les ofrece la ventana cuando las procesiones vienen por las tres calles, y no se evitan, sino que se confunden y dejan de nuevo espacio libre entre sus últimas filas.

Saluden con los pañuelos, horrorícense, conmuévanse, alaben a la bella dama que pasa de largo.

»Vayan hacia el puente de madera sobre el arroyo, saluden a los niños que se bañan y asómbrense por los “hurras” de los miles de marineros en el lejano acorazado.

»Persigan únicamente al hombre modesto y cuando lo hayan empujado hacia la puerta de una cochera, róbenle y luego contemplen con qué tristeza continúa su camino por la calle de la izquierda, con las manos en los bolsillos.

»La policía, galopando dispersa sobre sus caballos, frena a los animales y los hace retroceder.

Déjenlos, las calles vacías los harán infelices, lo sé. Ya cabalgan en parejas torciendo lentamente las esquinas y volando sobre las plazas».

Entonces tengo que abandonar el ascensor, tocar el timbre, y la muchacha abre la puerta mientras saludo.

FIN

Franz Kafka. (Praga, 1883 - Austria, 1924) Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo.

Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte. A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.

Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las cumbres de la literatura alemana y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX.

En la línea de la Escuela de Praga, de la que es el miembro más destacado, la escritura de Kafka se caracteriza por una marcada vocación metafísica y una síntesis de absurdo, ironía y lucidez. Ese mundo de sueños, que describe paradójicamente con un realismo minucioso, ya se halla presente en su primera novela corta,Descripción de una lucha, que apareció parcialmente en la revista Hyperion, que dirigía Franz Blei.

En 1913, el editor Rowohlt accedió a publicar su primer libro, Meditaciones, que reunía extractos de su diario personal, pequeños fragmentos en prosa de una inquietud espiritual penetrante y un estilo profundamente innovador, a la vez lírico, dramático y melodioso. Sin embargo, el libro pasó desapercibido; los siguientes tampoco obtendrían ningún éxito, fuera de un círculo íntimo de amigos y admiradores incondicionales.

El estallido de la Primera Guerra Mundial y el fracaso de un noviazgo en el que había depositado todas sus esperanzas señalaron el inicio de una etapa creativa prolífica. Entre 1913 y 1919 Franz Kafka escribió El proceso, La metamorfosis y La condena y publicó El chófer, que incorporaría más adelante a su novela América, En la colonia penitenciaria y el volumen de relatos Un médico rural.

En 1920 abandonó su empleo, ingresó en un sanatorio y, poco tiempo después, se estableció en una casa de campo en la que escribióEl castillo; al año siguiente Kafka conoció a la escritora checa Milena Jesenska-Pollak, con la que mantuvo un breve romance y una abundante correspondencia, no publicada hasta 1952. El último año de su vida encontró en otra mujer, Dora Dymant, el gran amor que había anhelado siempre, y que le devolvió brevemente la esperanza.

La existencia atribulada y angustiosa de Kafka se refleja en el pesimismo irónico que impregna su obra, que describe, en un estilo que va desde lo fantástico de sus obras juveniles al realismo más estricto, trayectorias de las que no se consigue captar ni el principio ni el fin. Sus personajes, designados frecuentemente con una inicial (Joseph K o simplemente K), son zarandeados y amenazados por instancias ocultas. Así, el protagonista de El proceso no llegará a conocer el motivo de su condena a muerte, y el agrimensor de El castillo buscará en vano el rostro del aparato burocrático en el que pretende integrarse.

Los elementos fantásticos o absurdos, como la transformación en escarabajo del viajante de comercio Gregor Samsa en La metamorfosis, introducen en la realidad más cotidiana aquella distorsión que permite desvelar su propia y más profunda inconsistencia, un método que se ha llegado a considerar como una especial y literaria reducción al absurdo. Su originalidad irreductible y el inmenso valor literario de su obra le han valido a posteriori una posición privilegiada, casi mítica, en la literatura contemporánea.