Poesía

Salto de arena

SALTO DE ARENA

Ni los días ni el amor vuelven,
no si son verdaderos.

Alberto Acosta-Pérez

I

Se descorteza este colmo
como si más que un metro nos separara un parsec
de las manos y de los mejores deseos
de cuanta alquimia depresiva pudo contenernos.
Nada reduce la negativa del umbral
si hay llamados todavía o bolas de pelo
para despertar a los santos achacosos,
domadores del desierto,
que huyen deshaciendo frentes, frutos y canales
hasta dejarnos sin saber a qué castigo aspirar
bajo nuestro cielo extraño de luciérnagas
y de tergiversaciones marinas.

Queda una forma resplandeciente
curtiendo el viento del marasmo,
algo que se parece a tu Habana egipcia
y que solo se refleja en quintos crecientes
para otra paz de campo oscuro
y de balsámicos cacharros mejorados a golpes,
otra ciudad que duele menos dejándonos subir
por alamedas y olimpos de diente de perro
que por la orilla involutiva
de los incurables monumentos del verano.

II

Hierve la fe en este forraje de esplendores
como un prólogo de los pulmones estudiantes
para estirar el sueño de la esfera.
Una caballería sin caballos, una más,
nubla y recoge los pedazos especiales
de nuestra espina de anestesias.
No es bueno un colmo sin tijeras
que se lame las patas porque no hay posaderos,
sino remansos de una guerra pordiosera
y de admirables renuncias no expresadas,
renuncias verdaderas de abstracciones irrepetibles
que creíamos nuestras a causa del dolor
y del vinagre salitroso ardiendo
en los ojos del gusano de seda
que se volvió polilla en nuestro nombre.

III

Bajo las inútiles fábricas y el guao de costa
crecen los peces del no color,
mensajeros de la pureza indiferenciada
que debían conducirnos mientras queden noches o espejos.
Pero me desabrigo y me reduzco a las grandes minucias
que me dicta el horizonte secreto,
y no quiero más nada de mí
sino algo de paciencia
y de vocales sin función ni sonido
para poder al menos reparar el viscosímetro
que alguna vez probó el agua de la luna
y murmurar un poco de Kafka o de Bach
ante la felicidad siniestra de mis flores.

TRASMAÑANEANDO

Cualquier objeto que flote acaba
teniendo huéspedes, incluso la basura artificial.

The Blue Planet, BBC

Rojo por ojo y ente por diente,
no estoy ya ni de paso,
no me quiero ver con estos ojos.

Te resisto en vano,
hay que doblarse con el viento
y nunca endurecer el nervio.
Ser aquel niño de la tumba
que confunde sus huesos con estrellas.

BUITRE

El vacío está lleno de energía.
Bruce Lee

Estiro las alas para secarme
pero no me seco,
escampa y no me seco,
lo otro renace del carbón de hielo
y yo me caigo y no me seco,
me muero y sigo mojado
y tú te vas y ni un soplido llega
para estirar este plumaje de tu propia inspiración
que, de tanta humedad,
más que mi susurro en tu agujero,
ya es solo otro poco de silencio en el silencio.

CUANDO 9 O K ESTÁN EN LUGAR DE Z

Ladera empinada cuando naces,
ladera empinada cuando mueres.
Hunde primero las manos
antes de vivir, o sea antes de matar;
húndelas en esa línea segunda
que se llama descenso del cero minúsculo
al mínimo cambio mayúsculo.

No tengas cuidado.
Tus pasos finales serán de aceite
igual que los primarios,
aceite sobre un techito de vidrio empapelado
como un juguete para entender de un gesto
la madrugada de arroz manchado del Kabuki,
o la precisión de las órbitas erráticas.
Despeja el puente y borra el paso que sigue.
No preguntes ni respondas.
Sé la flecha, el brillo del viento entre los juncos
y el tigre muerto.
Asólate y no esperes nada.

LOCOMOCIÓN CELESTE

Para Antonio Guerrero Rodríguez

No nos alcanzan
los pro y contra encantos de la vida
para igualar el esplendor
de los únicos colores que siempre se perdonan,
azul, tierra quemada y rojo.
Pero no olvidar
que fue con el amarillo nocturno
sacado de las entrañas de una mina de carbón
con lo que Vincent reinventó el camino de las estrellas.

TURBULENCIA

Hay paz,
y no porque ya no sea yo un cadáver
que suelta pedazos enturbiando los rosales
sino que me despliego, sin flautas ni palabras,
a la hora en que las auras duermen.

A LA INVERSA

I

Como un contraespía en su silla de extensión,
Meretskov vigila el frente de Carelia
arrinconado en la vanguardia;
desespera sumando pérdidas
y creyendo que grandes muertos lo acompañan
tragándose por él los cuervos y los toques de queda,
con semilla y todo,
en lo alto de su dominio vacío.

II

Entre luces que no iluminan
van a la carga las almas,
se deslizan en trineos quemados
sobre fangos primordiales.
Es como si no amaneciera
y el vino se congela
en delicadas bolsitas de piel de perro.

III

No hacen falta hogueras
para perder a las gaviotas,
basta con la mueca de los generales,
temblando de pena solo por el color azul
de sus grasas en peligro, temblando
porque no saben recordar
la cara que tenían cuando aún estaban vivos
junto a la leña hecha con la copa sagrada
del cerezo silvestre.

IV

No se sabe quién desarmaba la miseria,
pero no se puede detener ni un segundo la batalla.
Los que avanzan arrasando
ignoran que desde el comienzo,
en el umbral del terrible adiós de bienvenida,
su ofensiva era parte de la gran retirada.
Y todo para serruchar un poco
la mesita de noche de la vieja trinidad
que sigue soplando su ruta cerrada
el borde hirviente de las tazas blancas
a la salud de lo desconocido.

V

Ni llueve ni escampa
y la roca celeste resuelve su plaga.
Después de abandonar los hielos
el héroe no pudo nunca más levantar el brazo
de aquella forma tan sencilla
como quien saluda de lejos a hijos que se van.

Detrás del golfo no hay nada,
solo ahora Meretskov está seguro;
allí no hay nada,
ni siquiera fineses o nazis enterrados,
por eso cierra su brújula y apaga su radio,
para creer que el viento que le come los ojos
le trae al menos parte del polvo sin color ni sonido
de ese vacío acorralado que le agota.

LA VERDADERA ESPINA

La melodía perfecta nace del polvo…
Leo Brouwer

No escuches a Circe ni a Scholem.
El caos es un preciso artilugio
forjado de espirales errantes.
Aquí termina el mundo,
en el tóxico filo del sueño
de unos árboles giratorios
sobre un campo de vitrales desemplomados,
mínimas cosas sin contorno,
comienzos sin fin
que el Talmud nunca predijo.

LA ÚLTIMA CABEZA DE BELZONI

Para Carlos Rodríguez Granadillo

El Ker está cerca.
Te rodea de sabidurías y de cantos
hasta que seas solo un ruido de alas
perdidas en el error mutante de los arcos de luz.
Él es tu voz y tu memoria de novas y segundos.
Se aleja desde tus temblores y reposos
y solo hacia ti se arremolina.
Te asola y te sostiene como el sol al desierto;
pero ni en las líneas desintegradas
de los templos de Amenofis IV
encontrarás la forma de extraviarlo.
El Ker es tu paso y tu renuncia,
es tu virtuosa manera de hacer o deshacer
ciertas cosas de difícil nombre que creías esenciales;
es tu velo de vinagres y resurrecciones.
Contiene tus máscaras de ceniza,
tu voz, tus atajos y tus esquinas de retorno,
tu pedernal, tu viscosa turba y tu compasión.

El Ker está más cerca de ti que tú.
Su corazón es el tuyo.
Tu alma es su alma.

ESCRITO AL FINAL DE UN MANUAL DE CUIDADOS INTERMEDIOS

Hay un instrumento sin nombre
que ni la multitud ni el sabio reconocen
y que jamás arrancará flores ni aplausos.
No importa si estalla o si hace silencio,
nadie sabrá siquiera que existe.

Es un instrumento indescriptible y pobre,
sin pasado ni porvenir,
sin gloria ni pobreza,
pero es el único
que tienes la absoluta obligación de tocar.

José Luis Fariñas. La Habana, 1972. Escritor y pintor.

(UNEAC, IWA). Autor de Incuria, relatos, Ed. “Z”, 1993, y de El resto más blanco, poesía, Ed. Sur, 2006. Figura en Novísimos narradores cubanos, Salvador Redonet, Universidad de Zaragoza, 1999; Heridos por la Luz, poesía, Jesús Souza, Universidad de Guadalajara, 2002, y Literatura judeolatinoamericana, Stephen Sadow, LAWI, New York, 2008, entre otras antologías. Ha ofrecido conferencias en New York City University y Cornell University. Recibió el Premio Dragón, Cubaficción 2003; la Beca Prometeo de Poesía 2001 y menciones en concursos literarios nacionales e internacionales. Su obra plástica ha merecido premios nacionales en Cuba y en España y se conserva en colecciones y museos de Europa y Estados Unidos.