Cuentos españoles

Historia de macacos

Francisco Ayala

Si yo, en vista de que para nada mejor sirvo, me decidiera por fin a pechar con tan inútil carga, y emprendiera la tarea de cantar los fastos de nuestra colonia —revistiéndolos acaso con el purpúreo ropaje de un poema heroico-grotesco en octavas reales, según lo he pensado alguna vez en horas de humor negro—...

Elizabide el Vagabundo

Pío Baroja

Muchas veces, mientras trabajaba en aquel abandonado jardín, Elizabide el Vagabundo se decía al ver pasar a Maintoni, que volvía de la iglesia...

Suicidio en Alejandría

Federico García Lorca

Cuando pusieron la cabeza cortada sobre la mesa del despacho, se rompieron todos los cristales de la ciudad. “Será necesario calmar a esas rosas”, dijo la anciana. Pasaba un automóvil y era un 13...

Lo que lleva el rey Gaspar

Azorín

“Los tres reyes han salido de sus palacios. Los tres son viejecitos. El rey Melchor es alto, con una barba blanca, con sus ojos azules, con sus anteojos de oro. El rey Baltasar es bajo, un tantico encorvado, con un bigote largo y una perilla más larga todavía...

Un cuento de reyes

Ignacio Aldecoa

El ojo del negro es el objetivo de una máquina fotográfica. El hambre del negro es un escorpioncito negro con los pedipalpos mutilados. El negro Omicrón Rodríguez silba por la calle, hace el visaje de retratar a una pareja, siente un pinchazo doloroso en el estómago...

Las sirenas

Azorín

Cuando volvieron de la iglesia celebraron con una merienda espléndida el bautizo. La casa estaba llena de invitados; entraron todos en el comedor. Sobre el blanco mantel resaltaba la límpida cristalería..

El niño al que se le murió el amigo

Ana María Matute

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: -El amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar...

Accidente

Emilia Pardo Bazán

Bajo el sol -que ya empieza a hacer de las suyas, porque estamos en junio-, los tres operarios trabajan, sin volver la cara a la derecha ni a la izquierda. Con movimiento isócrono, exhalando a cada piquetazo el mismo ¡a hum!...

La canción de Lord Rendall

Javier Marías

Quería darle la sorpresa a Janet, así que no le comuniqué el día de mi regreso. Cuatro años, pensé, son tanto tiempo que no importarán unos días más de incertidumbre. Saber un lunes, por medio de una carta...

La mortaja

Miguel Delibes

El valle, en rigor, no era tal valle sino una polvorienta cuenca delimitada por unos tesos blancos e inhóspitos. El valle, en rigor no daba sino dos estaciones: invierno y verano y ambas eran extremosas, agrias, casi despiadadas...

El trasgo

Pío Baroja

El comedor de la venta de Aristondo, sitio en donde nos reuníamos después de cenar, tenía en el pueblo los honores de casino. Era una habitación grande, muy larga, separada de la cocina por un tabique, cuya puerta casi nunca se cerraba...

El lujo

Vicente Blasco Ibáñez

La tenía sobre mis rodillas dijo el amigo Martínez, y comenzaba a fatigarme la tibia pesadez de su cuerpo de buena moza...

La grajilla

Miguel Delibes

Al llamar a la grajilla, al cuco y al cárabo pájaros de cuenta no quiero decir que sean malos. No hay pájaros buenos ni malos. Las aves actúan por instinto, obedecen a las leyes naturales, aunque, a los ojos de los hombres, algunas de sus acciones puedan parecer buenas y otras reprobables...

Una carta de mujer

Jacinto Benavente

…Nunca sabrás cuánto me cuesta contestar a tu carta. No es que renueves en mí dolorosas memorias; es que al fijarlas para escribirte, caigo en la cuenta de que son memorias de cosas pasadas, cuando mi pensamiento no sabía diferenciar el recuerdo de la esperanza...

El hurto

Francisco Pi y Margall

—¿Qué ocurre? —Acaban de robarme una boquilla de ámbar que tenía sobre la mesa. —¿Conoces al ladrón? —Debió de ser uno que me refirió hace poco la mar de desventuras y terminó por pedirme una limosna. —¿Se la diste?...

Tarde y crepúsculo

Julián Ayesta

Y marchamos juntos, llenos de amor, hacia los grandes países de la Tarde. El sol –¡el Sol!– roncaba sobre los manzanos y los prados estaban llenos de manchas de luz. Y había también bosques de eucaliptus negros y azulados...

Juana y Juanita

Azorín

"¿Cómo es Juanita? ¿Dónde vive? ¿Qué hace? ¿En qué vieja y noble ciudad andaluza tiene su casa? Yo creo que la he visto en todas partes, a lo largo de mis viajes. Juanita es hija de Juana; a esta Juana nos ha contado el querido maestro Valera que sus convecinos, por sobrenombre, la llaman La Larga..."

El amor y la muerte

Vicente Blasco Ibáñez

"“Te amo más que a mi vida”, dice el jovenzuelo, despreciando su existencia, apenas fórmula los primeros juramentos de amor. “¡Morir! ¡morir por ti!”, murmura el hombre junto a una oreja sonrosada, cuando, agotadas las frases de adoración, se esfuerza por concentrar en una definitiva y suprema frase todo su apasionamiento. “¡No volver a la vida! ¡Quedar así por siempre!”..."

La vaca adúltera

Wenceslao Fernández Flórez

"Más de una vez en mis viajes por Holanda, después de ver cómo avanzaban los dos brazos del dique que había de cerrar el Zuiderzée, condenado a desecación, o cómo crecían las ingentes paredes de una nueva esclusa, o cómo rodaban los quesos desde las orillas del canal de Alkamar, para amontonarse en las barcas panzudas y chatas, mi espíritu sentía la apetencia de otros temas..."

El loco de los relojes

José Echegaray

"En sus últimos días de libertad le dio por los relojes, y los paraba todos. Cuando veía un reloj andando (naturalmente, en la forma que andan los relojes), se ponía furioso. Quiso matar a su criado porque había dado cuerda al reloj del gabinete, llamando al fámulo a voz en grito asesino, traidor, endemoniado. Intervino el juez; intervinieron los médicos..."