
El alambre de púa
Horacio Quiroga
Durante quince días el alazán había buscado en vano la senda por donde su compañero se escapaba del potrero. El formidable cerco, de capuera -desmonte que ha rebrotado inextricable- no permitía paso ni aún a la cabeza del caballo. Evidentemente, no era por allí por donde el malacara pasaba…

La muerte de Isolda
Horacio Quiroga
Concluía el primer acto de Tristán e Isolda. Cansado de la agitación de ese día, me quedé en mi butaca, muy contento de mi soledad. Volví la cabeza a la sala, y detuve en seguida los ojos en un palco bajo…

Sobre el arte de contar historias
Horacio Quiroga
Con la publicación de estos ensayos (1922-1930), Horacio Quiroga buscó explorar el «problema de la literatura». De la ajena y de la propia, porque, como pensaba Borges, leer es una manera de crear, y en él la lectura no fue enciclopédica, ni siquiera muy vasta, sino que constituyó una auténtica profesión de fe, la elección de un trayecto ficcional del que dejó testimonio irrrecusable. No debe descartarse, en estos textos, una fuerte dosis de humor e ironía (como en su «defensa» frente a los jóvenes vanguardistas), pero por encima de ella la reflexión, la búsqueda de racionalizar el acto creativo, en la que destaca su agudeza, penetración y dominio de la poética del cuento que con tanto magisterio ejerció.

Una estación de amor
Horacio Quiroga
«Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero completamente núbil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes en el cerco de sus negras pestañas»

La gallina degollada
Horacio Quiroga
«No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.»

El almohadón de plumas
Horacio Quiroga
«Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.»

A la deriva
Horacio Quiroga
«El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.»

La serpiente de cascabel
Horacio Quiroga
La serpiente de cascabel es un animal bastante tonto y ciego. Ve apenas, y a muy corta distancia. Es pesada, somnolienta, sin iniciativa alguna para el ataque; de modo que nada más fácil que evitar sus mordeduras, a pesar del terrible veneno que la asiste…

Anaconda y otros cuentos
Horacio Quiroga
Con la publicación de este libro (1921), Horacio Quiroga alcanzó gran repercusión entre la crítica y el público continental. Los cuentos aquí reunidos —aparecidos originalmente en publicaciones porteñas en los años anteriores— dan cuenta de un amplio periodo de su experiencia narrativa y vital: los primeros años en Buenos Aires, el deslumbramiento por la cinematografía, sus proyectos agrícolas en el Chaco, la profunda incursión en Misiones, el regreso a la capital… El relato epónimo es, quizás, uno de los más conocidos de la literatura latinoamericana. A través de sus páginas, quedan patente la admiración y la maravilla que sentía Quiroga por la selva y sus criaturas, al narrar magistralmente el encuentro de Anaconda con la bestia más temible de todas: el hombre.