Relatos

Carta de un adolescente

Hermann Hesse

Querida Señora: Una vez me invitó a escribirle. Creía usted que para un joven con talento literario sería una delicia poder escribir una carta a una hermosa y honorable dama. Tiene usted razón: es un placer...

El verdugo

Honoré de Balzac

El campanario del pueblecito de Menda acababa de dar las doce. En aquel momento de la noche, un joven oficial francés, apoyado en el parapeto de una larga terraza que rodeaba los jardines del castillo de Menda, parecía abismado en una contemplación más profunda de lo que la despreocupación de la vida militar suele traer consigo...

El Cristo del océano

Anatole France

Aquel año, muchos de los habitantes de Saint-Valery que habían salido a pescar, murieron ahogados en el mar. Se hallaron sus cuerpos arrojados por las olas a la playa junto a los despojos de sus barcas y, durante nueve días...

El cacique

José Luis González

Don Rafa era un tipo repugnante: bajito, ventrudo y cabezón. Sobre las mejillas siempre mal afeitadas se entreabrían apenas los ojitos aviesos y sanguíneos; entre la nariz aplastada y roja y la boca sensual, de gruesos labios manchados por el tabaco, se alborotaba la pelambre del bigote cimarrón...

Alpiste para codornices

SAKI

Las perspectivas para nosotras las empresas más pequeñas no son buenas -dijo el señor Scarrick al artista y a su hermana, que alquilaban el piso encima de su tienda de comestibles en las afueras-. Las grandes empresas ofrecen todo tipo de atracciones a sus clientes, y no nos alcanza el dinero para hacer eso...

La boina roja

Rogelio Sinán

—Mire, doctor Paul Ecker, su silencio no corresponde en nada a la buena voluntad que hemos tenido en su caso. Debe usted comprender que la justicia requiere hechos concretos. No me puedo explicar la pertinacia que pone en su mutismo...

El misterio de Copper Beeches

Arthur Conan Doyle

-El hombre que ama el arte por el arte -comentó Sherlock Holmes, dejando a un lado la hoja de anuncios del Daily Telegraph– suele encontrar los placeres más intensos en sus manifestaciones más humildes y menos importantes...

Historia de macacos

Francisco Ayala

Si yo, en vista de que para nada mejor sirvo, me decidiera por fin a pechar con tan inútil carga, y emprendiera la tarea de cantar los fastos de nuestra colonia —revistiéndolos acaso con el purpúreo ropaje de un poema heroico-grotesco en octavas reales, según lo he pensado alguna vez en horas de humor negro—...

Transición

Algernon Blackwood

John Mudbury regresaba de sus compras con los brazos llenos de regalos navideños. Eran las siete pasadas y las calles estaban atestadas de gente. Era un hombre corriente, vivía en un piso corriente de las afueras, con una mujer corriente y unos hijos corrientes...

El Chiflón del Diablo

Baldomero Lillo

En una sala baja y estrecha, el capataz de turno sentado en su mesa de trabajo y teniendo delante de sí un gran registro abierto, vigilaba la bajada de los obreros en aquella fría mañana de invierno...

La costa

Ray Bradbury

Marte era una costa distante y los hombres cayeron en olas sobre ella. Cada ola era distinta y cada ola más fuerte. La primera ola trajo consigo a hombres acostumbrados a los espacios, el frío y la soledad...

Amor vencido

Adolfo Bioy Casares

—Cuente —dijo. —No sé muy bien cómo empieza ni dónde estamos. Cuando Virginia pregunta: «¿Recuerdas lo que prometiste?», me falta valor para anunciarle, una vez más, que la semana siguiente almorzaremos juntos, pero que hoy me esperan mis padres.

La luciérnaga

Haruki Murakami

Hace mucho tiempo (por más que lo diga, apenas han transcurrido catorce o quince años) yo vivía en una residencia de estudiantes. Tenía dieciocho años y acababa de entrar en la universidad. No conocía Tokio y era la primera vez que vivía solo, así que mis padres, intranquilos, me metieron en aquella residencia...

Lunes o martes

Virginia Woolf

Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda...

La niña de los tres maridos

Fernán Caballero

Había un padre que tenía una hija muy hermosa, pero muy voluntariosa y terca. Se presentaron tres novios a cual más apuestos, que le pidieron su hija; él contestó que los tres tenían su beneplácito, y que preguntaría a su hija a cuál de ellos prefería...

Campo de minas

Italo Calvino

—Minado —así había dicho el viejo haciendo girar una mano abierta delante de los ojos, como si limpiara un cristal empañado—. Todo por ahí, no se sabe bien dónde. Vinieron y minaron. Nosotros estábamos escondidos...

Corpus iuris civilis

Pedro Gómez Valderrama

La mano se detuvo con la pluma en suspenso sobre las dos únicas palabras trazadas: “Las palomas…”. El escritor miró a través de la ventana. Su mano reposó sobre la cuartilla blanca. La calle quieta y apacible reflejaba el sol enfermo del invierno, y los árboles desplumados y duros se recortaban sobre el fango...

Cayo Canas

Lino Novás Calvo

Quien primero las vio fue el muchacho, desde la cofa, con sus ojos potentes. Eran aún tres puntos más oscuros en la grisura del mar, pero en la mente del patrón formaron al instante las puntas de patas de una araña. Siempre -se dijo ahora- había sido ese Hines, su antiguo socio, una araña, y de tierra...

En gira con Yamandú Rodríguez

Felisberto Hernández

En el año 32 Yamandú Rodríguez y yo hicimos una gira. Él recitaba poesía y yo tocaba el piano. Llegamos a una ciudad chica, donde Yamandú tenía muchos amigos y en seguida fuimos a ver al dueño del teatro; era un muchacho más bien bajo...

Mi versión del asunto

Truman Capote

Sé lo que se dice de mí y es cosa suya si se ponen de mi parte o de la de ellos. Es mi palabra contra la de Eunice y la de Olivia-Ann. Cualquiera que tenga ojos para ver se da cuenta enseguida de quién es el que está en sus cabales...