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La herencia de los buenos muertos

La herencia de los buenos muertos
Eduardo René Casanova Ealo

PRÓLOGO NECESARIO 

La mejor herencia que se le puede dar a un niño para que pueda hacer su propio camino, es permitir que camine por sí mismo.
Isadora Duncan.

La intención del I Concurso Internacional de Cuentos, organizado por las editoriales Primigenios, Lunetra y el portal de literatura cubana contemporánea Isliada.org fue, estrictamente, la de promover a todos los escritores; en especial, a aquellos que nunca han podido publicar sus textos y atraer lectores hacia los contenidos que publica Editorial Primigenios.

Esta es la tercera convocatoria que realizamos y que siempre genera la publicación de un libro en el cual se incluyen a todos los participantes. En la primera oportunidad convocamos a los poetas para homenajear a la ciudad de La Habana en su 500 aniversario de fundada. En el segundo invitamos a escritores y artistas plásticos para rendir tributo a Miami como la capital del exilio. Ambos libros, La Havana convida, antología poética por el 500 Aniversario de La Habana y Miami mi rincón querido, con lujosas ediciones a todo color, constituyen piezas de colección dentro del amplio catálogo de la Editorial Primigenios y representan los cimientos del puente literario entre creadores de varias partes del mundo.

El Concurso Internacional de Cuentos agregó algo novedoso: un premio en metálico a la obra que más votos o interacciones recibiera y la posibilidad de que los lectores pudieran acceder a las mismas a través del blog Memorias del hombre nuevo, en el cual se publicaban las obras tal y como se recibían. Era de entera responsabilidad de los autores la edición correcta de sus cuentos.

Accedieron al blog más de 75 mil usuarios desde diferentes partes del mundo. Hubo una cifra enorme de comentarios e interacciones que encontraban eco en las redes sociales. Los nombres de Editorial Primigenios, Lunetra e Isliada.org se hicieron tan populares como la voluntad que tenemos los editores de estas tres plataformas, con la misión de promover la literatura hispanoamericana en estos tiempos difíciles para la humanidad. 

El concurso fue nombrado Concurso Internacional de Cuentos “Guillermo Vidal”. Existe otro concurso que rinde homenaje al Guille: el Premio Nacional de Narrativa Guillermo Vidal, convocado por el Comité Provincial de la UNEAC de Las Tunas, la Asociación Nacional de Escritores de la UNEAC y el Instituto Cubano del Libro. Pero es solo para escritores residentes en la isla, se concursa con un libro de cuentos y la decisión del ganador recae en un jurado de prestigiosos narradores y críticos del país convocante.

A diferencia del de Las Tunas, el principal objetivo del concurso internacional de cuentos era utilizar la capacidad de las redes sociales para atraer e interesar a todo tipo de lectores, incluso a aquellos que nunca han leído un cuento o un poema. El desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación ha permitido la incorporación de nuevos tipos de textos y formatos, algo que influye en nuestras formas de abordar la lectura y la noción de libro dentro de la comunidad mediada por la computación. La rapidez y el dinamismo han exigido el desarrollo de una literatura más plana, lineal, menos complicada, más ligera de leer. La premisa entonces es: mientras más puedas leer y obtener información en menos tiempo y con mayor eficacia, mayor será la productividad de la lectura.

Hoy por hoy, la lectura es cada día más pragmática y funcional. El lector solo busca libros relacionados con su profesión y con sus necesidades lectoras. Experimentos como este, el de convocar abiertamente a todos los que incurren en el duro oficio del escriba, son parte de las herramientas para la motivación a incrementar los niveles de lectura, sin respetar la idea de Tomas Aquino cuando dijo: “el arte es el recto ordenamiento de la razón». 

Entre los 120 cuentos que participaron, hay más de 10 o 15 cuentos que yo como escritor envidio, sufro cuando los leo y me ponen la cabeza mala porque son obras maestras. Pero esos cuentos no tuvieron muchos lectores, no los leyeron, a pesar de que son rectos ordenamientos de la razón. 

¿Qué estamos haciendo mal, nosotros los que escribimos y publicamos, que nadie lee ni compra los libros donde el arte es el recto ordenamiento de la razón? 

Cada día la gente lee menos, y lo que leen y comparten entusiasmados es, a veces, algo diferente a lo que consideramos buena literatura. Mi principal misión con Primigenios es, por supuesto, promover la literatura, pero a un costo: necesito vender libros para poder vivir y, con el resultado de esas ventas, publicar libros en los que el arte sirva no solo para escapar del estado de infelicidad propio del hombre, como dijo Schopenhauer, sino incluir aquellos títulos con los que tratamos de encauzar a los hombres hacia la búsqueda de la felicidad con la superación personal. 

En ese camino, que me he trazado por voluntad personal, tendré detractores y seguidores. A todos les agradezco por el tiempo que se toman en opinar, porque incluso de aquellas opiniones que vienen con «dientes verdes» (recordemos a Martí: Le mordieron los envidiosos, que tienen dientes verdes. Pero los dientes no hincan en la luz…), de todas las opiniones, se extraen ideas para perfeccionar lo que estamos tratando de hacer con Primigenios. 

La próxima edición del Concurso Internacional de Cuentos de Primigenios no llevará el gran nombre de Guillermo Vidal. Pero en esa nueva convocatoria trataremos de incorporar las experiencias del primero, en especial a la hora de definir una obra con valores literarios y otra de carácter popular. 

Este libro que ponemos a disposición de los lectores incluye todos los cuentos participantes, decidimos titularlo La herencia de los buenos muertos. Título que pertenece a un documento escrito por el poeta y novelista cubano Félix Luis Viera, el cual comparto a continuación.

Eduardo René Casanova Ealo
Presidente de Editorial Primigenios.

LA HERENCIA DE LOS BUENOS MUERTOS

Desde que existen el arte y la literatura existen la mala leche, el celo profesional, la envidia, la ponzoña, la zancadilla entre unos y otros creadores. No sé si esto es inherente al ser humano. O sí…, parece inherente al ser humano. O no…, creo que solo es inherente a ciertos seres humanos. Diríamos que a los más flojos de alma. Aun cuando, quienes están dañados por estos “atributos”, resulten creadores de suma trascendencia

Bueno… Pero si pensamos un poco más detenidamente nos daremos cuenta de que lo anterior no es distintivo solamente de artistas, escritores, científicos y otras personas que de algún modo trascienden públicamente. Veamos que, en cualquier estamento, profesión, disciplina, oficio pueden florecer las “virtudes” antes dichas. Lo mismo entre mecánicos automotores, técnicos en prótesis dentales, empleadas domésticas, taxistas, albañiles o taxidermistas. Únicamente se trata de que haya buena tierra para que la envidia, el celo profesional, la mala leche, en fin, como decíamos, se plante y prospere. Desentrañar el porqué de la existencia de esta desgracia en no pocos seres humanos, se lo dejamos a psicólogos, sociólogos, filósofos y otros expertos que deberían saberlo… Aunque vaya…  todo se enreda cuando constatamos que también una porción de estos últimos, clasifican dentro de ese piquete que aplica una paráfrasis al mandamiento bíblico: “Odia al prójimo en la misma medida en que te ames a ti mismo”. Es decir…, el tema es complicado.

En el caso de los escritores no es raro hallarse, por ejemplo, que si solo dos de ellos viven en Xochimilco o Cacocún, comience la riña a ver quién es el mejor escritor mexicano residente en Xochimilco o el mejor cubano que habita en Cacocún… las autocomparaciones… Así de tonta es la cosa. Será difícil que estos dos seres tengan la ocurrencia de compararse, si es que quieren compararse con alguien, con quien crean ellos que sea el mejor poeta, novelista, cuentista, ensayista de México, Cuba o Reino Unido. Es decir, resulta una especie de “lucha territorial”, propia más bien de los perros y otros animales que así actúan por genética, por naturaleza. Más claro: estos intelectuales, en lugar de confrontarse con ellos mismos, en tratar de vencerse a sí mismos, como debe ser, se envenenan con el pugilato estéril. Por lo general, los creadores de este tipo se la pasan además dictaminando quién o quiénes a su juicio son los mejores poetas, novelistas, cuentistas de Australia, Canadá, Costa Rica o Minnesota. Algo imposible, ya lo sabemos: en este giro, como en el arte todo, los habrá igual de excelentes, pero distintos, no comparables. 

Los mismas que he citado en las líneas anteriores tienen como propósito dar pie para afirmar que yo conocí, fui amigo de un escritor excelente y un hombre noble, sencillo, con pleno desconocimiento de la soberbia, de quien por tanto jamás escuché una palabra de mala fe para un colega: Guillermo Vidal Ortiz, el Guille.

Quizás hayan pasado ya unos 30 años desde que una noche lluviosa allá, en Las Tunas, Cuba, tuvimos una larga conversación en su casa, entre ropas recientemente lavadas colgadas del techo de la sala. Una conversación hermosa, sobre todo para mí que, al salir, a medianoche, para el hotel donde me hospedaba, iba como quien siente que ha recibido un baño de paz, de comprensión humana diríamos. 

Más tarde, en 1993, luego de vernos y conversar, a veces mucho y a veces menos, en uno y otro sitio de Cuba (por correo postal nos manteníamos casi “al día”, lo cual incluía el envío recíproco de nuestras creaciones), nos encontramos en el Congreso de la Uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Como entonces ya había sido decretado lo que Fidel Castro —con esa crueldad que ha solido destinar para el pueblo de Cuba en más de medio siglo— había denominado el Período Especial, la racha de inopia más terrible que ha padecido la Isla y que dura hasta hoy, pues… los que asistimos a aquel Congreso estábamos, como se dice, “mal comidos”. De modo que allí nos dieron comida propia de seres humanos… y en masa nos fuimos en diarreas… “El estómago se asustó”, como dicen en Cuba. Esto no es bonito, pero es la verdad, y de tema tan triste, absurdo, ridículo, conversamos el Guille y yo entonces, y de un futuro que no parecía nada esperanzador. Y de literatura, claro, y de Las Tunas y Santa Clara y de las letanías que exponían aquellos oradores en los salones de reunión. Un detalle inolvidable: unos meses atrás la Bestia de Birán había despenalizado la tenencia y uso del dólar. Y allí, en el Palacio de las Convenciones, oh, gloria, se podía comprar con esta moneda. Y había, oh, gloria, chicles imperialistas. Un antojo del Guille, me dijo, desde hacía tiempo. Así que sacó un dolarito, medio esmirriado, por cierto, de un bolsillo de su pantalón y compró una cajita de dos piezas. Tomó una pastilla para sí y me alcanzó la otra. Mientras le decía que no me gustaba el chicle, se me aguaron los ojos.

Me fui de Cuba para México en 1995 y no vi más a Guillermo Vidal Ortiz hasta finales de 2002, en la Feria del Libro de Guadalajara. Allí, después de tanto tiempo, conversamos mucho. Los mismos temas que nos preocupaban o nos agobiaban. Él tenía la coleta que acostumbraba a llevar, ya muy larga y la barba muy crecida. “Parece un sabio”, le dijo con ternura una muchacha con la cual conversábamos una tarde. Una de aquellas noches en Guadalajara, tuvo para mí un gesto de suma solidaridad que por pudor me callo.

Poco después, en marzo de 2003, nos encontramos de nuevo, esta vez en la Feria Internacional del Libro de La Habana, adonde yo había ido desde México, convencido por una promesa que finalmente no se cumplió. Entonces, aparte de los temas de siempre, nos fuimos por el camino de analizar nuestras más recientes novelas. Reí mucho cuando el Guille, con tono de absoluta seriedad, de reflexión, me dijera que había llegado a la conclusión de que el último capítulo de la mía debía leerse al revés; es decir, desde el final al principio. Luego él me explicaría con buenos argumentos, muy personales, por qué. Hoy, aún conservo el ejemplar de la suya que él me dedicara con la generosidad y modestia que, como dije antes, lo caracterizaran. En alguna de nuestras conversaciones durante aquella jornada, nos explayamos suficientemente en exponernos lo diferente que eran nuestros estilos. Yo debí de irme de aquella Feria antes de que concluyera. Ya no nos vimos más.

Hace diez años, aquí en México, mirando entretenidamente la pantalla de mi computadora, reaccioné cuando en esta se desplegaba una información que daba fe de la muerte a destiempo de Guillermo Vidal Ortiz, el Guille.

Bueno… Este asunto de que las personas muertas están muertas es muy relativo. O sea, la herencia de los buenos muertos nos hace ver que, en realidad, esos muertos aún no están muertos. Eso es.

Félix Luis Viera

Eduardo René Casanova Ealo. Quemado de Güines, Cuba, 1960.

Licenciado en idioma ruso, poeta y editor. Premio Calendario 1999 con su libro de poemas Navegación Impasible. Ha publicado El polvo rojo de la memoria (novela), Al otro lado del mundo (poesía), Las Tablillas de Diógenes. Realizó la antología poética La Habana convida, por el 500 aniversario de la fundación de La Habana. Reside en Miami, Estados Unidos. Preside la Editorial Primigenios.