Charlie y el gran ascensor de cristal

Resumen del libro: "Charlie y el gran ascensor de cristal" de

Roald Dahl, maestro de la fantasía y la imaginación, nos cautiva nuevamente con su obra «Charlie y el gran ascensor de cristal», una continuación fascinante de su aclamada «Charlie y la fábrica de chocolate». Dahl, reconocido por su habilidad para transportar a los lectores a mundos extraordinarios, demuestra una vez más por qué es un referente en la literatura infantil.

La historia sigue a la familia Bucket y al extravagante señor Wonka en una aventura que comienza con el ascensor de cristal, una maravilla técnica que, en lugar de llevarlos a la fábrica de chocolate, los lanza al espacio. Aquí, en una curiosa cadena de eventos, se topan con el primer hotel espacial estadounidense y enfrentan a los Knidos Vermiciosos, las criaturas más sanguinarias del universo. Dahl teje con maestría el suspenso y la comedia, manteniendo a los lectores al borde de sus asientos.

La travesía espacial se convierte en una lucha por la supervivencia cuando los Knidos amenazan con destruir la nave. La intervención heroica de Charlie y el señor Wonka añade un toque emocionante a la narrativa, recordándonos que incluso en los confines del espacio, la valentía puede prevalecer. La vuelta a la Tierra se convierte en una tarea titánica, culminando en un rescate impactante que demuestra la astucia y el ingenio del dúo protagonista.

Una vez de vuelta en la fábrica de chocolate, Dahl despliega su genialidad al presentar el Wonka-Vita, una pastilla capaz de rejuvenecer al consumidor 20 años. La imprudente decisión de los abuelos de Charlie de probarla lleva a situaciones cómicas y sorprendentes, culminando en transformaciones inesperadas, como la desaparición misteriosa de la abuela Georgina.

«Charlie y el gran ascensor de cristal» no solo es un relato lleno de fantasía y diversión, sino que también aborda temas como la imprudencia y las consecuencias de jugar con lo desconocido. Dahl, con su prosa envolvente y personajes inolvidables, crea una obra que sigue encantando a lectores de todas las edades, recordándonos que la magia de la imaginación nunca tiene límites.

Libro Impreso

Capítulo 1 – El señor Wonka va demasiado lejos

Es un ascensor. Los ascensores suben y bajan sólo dentro de los edificios. Pero ahora que nos ha hecho subir hasta el cielo, se ha convertido en el

GRAN ASCENSOR DE CRISTAL.

La última vez que vimos a Charlie, éste se remontaba por encima de su ciudad natal en el Gran Ascensor de Cristal. Apenas un momento antes, el señor Wonka le había dicho que toda la gigantesca y fabulosa Fábrica de Chocolate era suya, y ahora nuestro pequeño amigo regresaba triunfante con toda su familia para hacerse cargo de ella. Los pasajeros del ascensor —para refrescaros la memoria— eran: Charlie Bucket, nuestro héroe.

El señor Willy Wonka, fabricante de chocolate extraordinario.

El señor y la señora Bucket, los padres de Charlie.

El abuelo Joe y la abuela Josephine, los padres del señor Bucket.

El abuelo George y la abuela Georgina, los padres de la señora Bucket.

La abuela Josephine, la abuela Georgina y el abuelo George aún seguían en la cama, y ésta había sido empujada a bordo un momento antes de despegar. El abuelo Joe, como recordaréis, se había levantado de la cama para acompañar a Charlie en su visita a la Fábrica de Chocolate.

El Gran Ascensor de Cristal se hallaba a trescientos metros de altura, deslizándose suavemente. El cielo era de un brillante color azul. Todos los que iban a bordo estaban muy excitados ante la idea de ir a vivir a la famosa Fábrica de Chocolate. El abuelo Joe cantaba. Charlie daba brincos. El señor y la señora Bucket sonreían por primera vez en muchos años, y los tres ancianos en la cama se miraban sonriendo con sus rosadas encías desdentadas.

Muela.

—¿Qué es lo que mantiene en el aire a este endemoniado aparato? —

graznó la abuela Josephine.

—Señora —dijo el señor Wonka—, esto ya no

—¿Y qué es lo que lo mantiene en el aire? —preguntó la abuela Josephine.

—Ganchos celestiales —dijo el señor Wonka.

—Me asombra usted —dijo la abuela Josephine.

—Querida señora —dijo el señor Wonka—, todo esto es nuevo para usted. Cuando lleve un poco de tiempo con nosotros, nada le asombrará.

—Esos ganchos celestiales —dijo la abuela Josephine—, supongo que dos de sus extremos están enganchados a este aparato, ¿verdad?

—Exacto —dijo el señor Wonka.

—¿Y dónde están enganchados los otros dos extremos? —dijo la abuela Josephine.

—Cada día —dijo el señor Wonka— me vuelvo más sordo. Por favor, recuérdenme que tengo que llamar a mi médico en cuanto volvamos.

—Charlie —dijo la abuela Josephine-—, creo que no me fío demasiado de este caballero.

—Ni yo —dijo la abuela Georgina—. Es muy evasivo.

Charlie se inclinó sobre la cama y les susurró algo a las dos ancianas.

—Por favor —dijo—, no lo arruinéis todo. El señor Wonka es un hombre fantástico. Es mi amigo. Yo le quiero.

—Charlie tiene razón —murmuró el abuelo Joe, uniéndose al grupo—.

Cállate, Josie, y no nos crees problemas.

—¡Debemos darnos prisa! —dijo el señor Wonka—. ¡Tenemos tanto tiempo y tan poco que hacer! ¡No! ¡Esperen! ¡Borren eso! ¡Denle la vuelta! ¡Gracias! Y ahora, ¡volvamos a la fábrica! —gritó, dando una palmada y saltando unos sesenta centímetros en el aire con ambos pies

—. ¡Volvamos volando a la fábrica! Pero antes de bajar, debemos subir.

¡Debemos subir cada vez más arriba!

—¿Qué os dije? —dijo la abuela Josephine—. ¡Este hombre está loco!

—Cállate, Josie —dijo el abuelo Joe—. El señor Wonka sabe exactamente lo que está haciendo.

—¡Está más loco que una cabra! —dijo la abuela Georgina.

—¡Tenemos que ir más alto! —dijo el señor Wonka—. ¡Tenemos que ir mucho más alto! ¡Sujetaos el estómago! —apretó un botón marrón. El Ascensor se agitó convulsivamente y luego, con un tremendo sonido de succión, se elevó verticalmente como un cohete. Todos se aferraron los unos a los otros y, a medida que el inmenso aparato ganaba velocidad, el rugiente sonido del viento se hizo cada vez más fuerte y cada vez más ensordecedor, hasta que se convirtió en un agudo chillido, y todos se vieron obligados a gritar para hacerse oír.

—¡Deténgalo! —gritó la abuela Josephine—. ¡Joe, oblígale a detenerlo!

¡Quiero bajarme!

—¡Sálvanos! —gritó la abuela Georgina.

—¡Baje! —gritó el abuelo George

—¡No, no! —gritó el señor Wonka—. ¡Tenemos que subir!

—Pero ¿por qué? —gritaron todos a la vez—. ¿Por qué subir y no bajar?

—¡Porque cuanto más alto estemos cuando empecemos a bajar, más de prisa iremos cuando choquemos! Debemos ir absolutamente echando chispas de rápidos cuando choquemos.

—¿Cuando choquemos contra qué? —gritaron todos.

—Contra la fábrica, por supuesto —contestó el señor Wonka.

—¡Usted debe estar trastornado! —dijo la abuela Josephine—. ¡Nos haremos pedazos!

—¡Nos estrellaremos como huevos! —dijo la abuela Georgina.

—Ese —dijo el señor Wonka— es un riesgo que tenemos que correr.

—Bromea usted —dijo la abuela Josephine—. Díganos que está bromeando.

—Señora —dijo el señor Wonka—, yo nunca bromeo.

—¡Oh, queridos! —gritó la abuela Georgina—. ¡Nos lixivaremos, todos y cada uno de nosotros!

—Es lo más seguro —dijo el señor Wonka. La abuela Josephine dio un grito y desapareció debajo de las sábanas. La abuela Georgina se aferró tan fuertemente al abuelo George que éste cambió de forma. El señor y la señora Bucket se abrazaron, mudos de miedo. Sólo Charlie y el abuelo Joe mantuvieron moderadamente la calma. Conocían mucho mejor al señor Wonka y ya se habían acostumbrado a las sorpresas. Pero a medida que el Gran Ascensor seguía ascendiendo a toda velocidad, cada vez más lejos de la Tierra, hasta Charlie empezó a ponerse un poco nervioso.

—¡Señor Wonka! —gritó por encima del estruendo—. Lo que no comprendo es por qué tenemos que bajar a una velocidad tan tremenda.

—Mi querido muchacho —contestó el señor Wonka—, si no bajamos a una gran velocidad, jamás conseguiremos atravesar el tejado de la fábrica. No es fácil hacer un agujero en un tejado tan resistente como ése.

—Pero en el tejado ya hay un agujero —dijo Charlie—. Lo hicimos al salir.

—Entonces haremos otro —dijo el señor Wonka—. Dos agujeros son mejor que uno. Cualquiera puede decírtelo.

El Gran Ascensor de Cristal subía cada vez más alto, y no tardaron en ver los países y océanos de la Tierra extendiéndose debajo de ellos como un mapa.

Era todo muy hermoso, pero cuando se está de pie en una plataforma de cristal, mirar hacia abajo puede resultar muy desagradable. Hasta Charlie empezaba ahora a tener miedo. Cogió fuertemente la mano del abuelo Joe y le miró con ansiedad.

—Tengo miedo, abuelo.

El abuelo Joe abrazó a Charlie y le estrechó contra sí.

—Yo también, Charlie —dijo.

—¡Señor Wonka! —gritó Charlie—. ¿No cree que ya hemos subido lo suficiente?

—Casi, casi —respondió el señor Wonka—. Pero no del todo. No me hablen ahora, por favor. No me molesten. Ahora tengo que vigilarlo todo con mucha atención. Coordinación absoluta, muchacho, eso es lo que necesitamos. ¿Ves este botón verde? Debo apretarlo exactamente en el momento preciso. Si lo hago con un segundo de retraso, subiremos demasiado alto.

—¿Qué ocurre si subimos demasiado alto? —preguntó el abuelo Joe.

—¡Por favor, cállense y dejen que me concentre! —dijo el señor Wonka.

En ese preciso momento la abuela Josephine sacó la cabeza de debajo de las sábanas y miró desde el borde de su cama. A través del suelo de cristal vio el continente de América del Norte casi doscientas millas más abajo, no más grande que un caramelo.

Alguien tiene que detener a este maníaco —chilló, y sacó de entre las sábanas una mano arrugada, cogió al señor Wonka por las colas de su frac y le hizo caer sobre la cama.

—¡No, no! —gritó el señor Wonka, luchando por liberarse—. ¡Suélteme!

¡Tengo cosas que hacer! ¡No moleste al piloto!

—¡Usted está loco! —gritó la abuela Josephine, sacudiendo tanto al señor Wonka que su cabeza se hizo borrosa—. ¡Devuélvanos a casa inmediatamente!

—¡Suélteme! —gritó el señor Wonka—. ¡Tengo que apretar ese botón o subiremos demasiado! ¡Suélteme! ¡Suélteme!

Pero la abuela Josephine no lo soltó.

—¡Charlie! —gritó el señor Wonka—, ¡Aprieta el botón! ¡El verde! ¡De prisa, de prisa!

Charlie dio un salto a través del Ascensor y apretó con todas sus fuerzas el botón verde. Pero al hacerlo el Ascensor lanzó un poderoso gemido y se tumbó sobre un costado, y al ensordecedor sonido del viento le sucedió un silencio ominoso.

—¡Demasiado tarde! —gritó el señor Wonka—. ¡Oh, Dios mío, estamos listos!

Mientras hablaba, la cama, con los tres viejos dentro y el señor Wonka encima, se elevó suavemente del suelo y se quedó suspendida en el aire. Charlie y el abuelo Joe y el señor y la señora Bucket también empezaron a flotar hacia arriba, de modo que en menos que canta un gallo la familia completa, además de la cama, estaban suspendidos como globos de gas dentro del Gran Ascensor de Cristal.

—¡Y ahora mire lo que ha hecho! —dijo flotando el señor Wonka.

—¿Qué ha pasado? —exclamó la abuela Josephine. Había salido flotando de la cama y se balanceaba en camisón cerca del techo.

—¿Hemos ido demasiado lejos? —preguntó Charlie.

—¿Demasiado lejos? —gritó el señor Wonka—. ¡Ya lo creo que hemos ido demasiado lejos! ¿Saben lo que ha pasado, amigos míos? ¡Hemos entrado en orbita!

Los demás se quedaron mirándole sin aliento. Estaban demasiado asombrados para hablar.

—En este momento estamos girando alrededor de la Tierra a diecisiete mil millas por hora —dijo el señor Wonka—. ¿Qué les parece?

—¡Me ahogo! —gritó la abuela Georgina—. ¡No puedo respirar!

—Claro que no puede —dijo el señor Wonka—. Aquí arriba no hay aire.

Se acercó, como nadando por debajo del techo, a un botón que decía OXIGENO. Lo apretó.

—Ahora ya no tendrán problemas —dijo—. Respiren.

—Es una sensación muy extraña —dijo Charlie, nadando en derredor—.

Me siento como una burbuja.

—¡Es fantástico! —dijo el abuelo Joe—. Me siento como si no pesara nada.

—Así es —dijo el señor Wonka—. Ninguno de nosotros pesa nada. Ni siquiera una onza.

—¡Qué tontería! —dijo la abuela Georgina—. Yo peso setenta y dos quilos exactamente.

—Ahora no —dijo el señor Wonka—. No pesa usted absolutamente nada.

Los tres ancianos, el abuelo George, la abuela Georgina y la abuela Josephine, intentaban desesperadamente volver a la cama, sin conseguirlo. La cama flotaba en el aire. Ellos, por supuesto, también flotaban, y cada vez que conseguían ponerse encima de la cama e intentaban acostarse, simplemente se elevaban flotando. Charlie y el abuelo Joe se morían de risa.

—¿Dónde está el chiste? —dijo la abuela Josephine.

—Por fin hemos conseguido que salgáis de la cama —dijo el abuelo Joe.

—¡Callaos y ayudadnos a volver! —gritó la abuela Josephine.

—Olvídenlo —dijo el señor Wonka—. Nunca lo conseguirán.

Confórmense con flotar.

—¡Este hombre está loco! —gritó la abuela Georgina—. ¡Tened cuidado, o nos lixivará a todos!

«Charlie y el Gran Ascensor de Cristal» de Roald Dahl

Roald Dahl. Hijo de padres noruegos, se educó en diversas escuelas terminando sus estudios en la Repton de Derbyshire. Trabajó en una fábrica de chocolate (origen de su cuento Charlie y la fábrica de chocolate), y en 1934 comenzó a trabajar en la petrolera Shell, estando destinado en Tanzania. En 1939 se incorporó a la RAF, formándose como piloto e interviniendo en numerosas acciones durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzó a escribir en 1942, publicando relatos cortos en revistas y periódicos. Fue afamado guionista de cine y televisión y varias de sus obras han sido llevadas al cine.

Es autor de géneros muy diversos y de temáticas muy variadas. Escribió cuentos y poesías para niños, relatos macabros para adultos, novelas de ciencia ficción y novelas de tipo autobiográfico.