El hombre que ha visto al diablo

Resumen del libro: "El hombre que ha visto al diablo" de

«El hombre que ha visto al diablo» de Gastón Leroux es una joya perdida en el vasto repertorio del autor conocido principalmente por su famosa creación, Rouletabille. Este relato, impregnado de la atmósfera misteriosa y sobrenatural propia de la literatura fantástica del siglo pasado, nos transporta a una siniestra mansión enclavada en los remotos Vosgos, envuelta en una tarde de tormenta que parece destinada a no ceder.

En este oscuro escenario convergen cuatro cazadores, un anciano sirviente, un mayordomo afligido y un perro silente. Al llegar, sus ojos reconocen de inmediato el inquietante símbolo que denota al hombre que supuestamente ha vislumbrado al mismísimo diablo y ha sellado un pacto infernal para asegurar su buena fortuna en los juegos de azar. Incrédulos ante esta leyenda, deciden desafiar al dueño de la mansión, adentrándose así en un mundo donde lo inexplicable y lo siniestro parecen hallar su morada.

Leroux, maestro consumado de la intriga y el suspenso, teje con maestría una trama que atrapa al lector desde las primeras líneas. Su habilidad para crear atmósferas opresivas y personajes enigmáticos se manifiesta plenamente en esta narración, recordándonos por qué es considerado uno de los grandes exponentes del género. «El hombre que ha visto al diablo» nos sumerge en un universo donde lo sobrenatural se entrelaza con la realidad de manera magistral, manteniendo en vilo nuestra imaginación hasta la última página.

En resumen, esta obra destaca como un tesoro olvidado de la literatura de Leroux, una experiencia literaria que evoca el encanto de los clásicos de antaño y que consigue cautivar al lector con su intrigante trama y personajes memorables. Una vez más, Gastón Leroux nos demuestra su maestría en el arte de tejer historias que perduran en la memoria del lector mucho después de haber cerrado el libro. «El hombre que ha visto al diablo» es un viaje fascinante a los límites entre lo real y lo inexplicable, una invitación a adentrarnos en los misterios de un mundo que nos atrapa desde la primera página.

Libro Impreso

ACTO PRIMERO

La decoración, que es igual para los dos actos, representa el amplio y vetusto comedor de una casa solariega. Cruzan el tedio robustas vigas que el tiempo ha carcomido. Al fondo arde gran fogata en el vasto recinto de un hogar inmenso y señorial. Abrese a la izquierda la puerta que comunica con la montaña. Próxima a la puerta, a la izquierda también, y en el segundo término, ventana con las maderas cerradas. A la derecha, en primer término, escalera que sube a las habitaciones de «El Hombre». En el fondo, a la derecha de la gran chimenea, la puerta de las habitaciones de servicio. A la izquierda de hogar, en la pared y haciendo chaflán, hay una puerta de extraña forma, sobre la que se ve una gran cruz pintada. Mesa cuadrada, ancho butacón de alto respaldo cerca del fuego; sillas, banquetas. A la derecha, aparador adosado al muro. Los muebles son de añejo aspecto, sencillos, tristones, un poco lúgubres; pero nada hay en la habitación de raro, chocante, extraño, exceptuada la puerta de la Cruz. Al levantarse el telón, en el primer acto, es de noche. Puertas y ventanas están cerradas, porque hace un tiempo infernal y el ventarrón sacude la vieja morada, haciéndola estremecerse hasta en sus cimientos. No hay más luz que la que presta el fuego del hogar.

PERSONAJES

CLARISA: Esposa de Andrés. Es joven, resuelta, viva de genio y de maneras. Nada provinciano en su aspecto. Traje de caza.

DOROTEA: Sirviente del Hombre, casi tan vieja como él, pero ágil y activa aún.

EL HOMBRE: Arrogante anciano de ochenta años.

JULIO: Treinta y cinco años. Traje de caza sencillo y elegante.

EL OTRO: Que se parece como un hermano a Julio.

ANDRÉS Y MARCOS; Bastos y macizos. Pesadotes y brutales de aspecto. Ricos propietarios montañeses de la vertiente suiza del Jura. Trajes de caza.

GUILLERMO: Criado del Hombre. Treinta años.

ESCENA I

DOROTEA. Después CLARISA, JULIO, ANDRÉS y MARCOS

(Al alzarse el telón se oyen golpes en la puerta y voces mezcladas con el bramido de la tempestad).

DOROTEA

(Mirando hacia la puerta con desconfianza).

¿Quién llamará a estas horas?…

(Acércase a la puerta con recelo).

¿Quién?… ¿Quién es?

VOCES

(Fuera).

¡Abran! ¡Abran pronto!

MARCOS

¡Hay un herido!

DOROTEA

¿Un herido?

(Descorre los cerrojos y abre la puerta. Marcos y Clarisa entran precipitadamente. Les sigue Julio, que sostiene a Andrés. Los recién llegados vienen pertrechados con arreos de caza. Traen a la bandolera las carabinas. Andrés está lleno de nieve, como por haber rodado sobre ella. Es el único que no lleva escopeta).

CLARISA

Vamos, mujer, vamos. ¡Ya era hora!

MARCOS

(Lleva una escopeta a la bandolera y en la mano la de Andrés).

¿Quería usted que reventáramos ahí fuera?

DOROTEA

(Mirando a Andrés, después de haber mirado hacia la puerta).

¿Pero qué les ha sucedido a ustedes?

ANDRÉS

(Cojeando un poco).

Ha sido más el susto que otra cosa… ¡Afortunadamente!…

JULIO

Un traspiés… Ha rodado por la nieve.

MARCOS

¿Por la nieve? ¡Por un precipicio es por donde empezó a rodar! ¡Muchacho, qué susto! ¡Aun no me ha salido del cuerpo!

CLARISA

(Dejando su carabina).

¡Ah, qué bien se está aquí!

JULIO

(A Andrés).

Mira, ahí tienes un buen fuego. Siéntate…

(Andrés se sienta. Julio se despoja vivamente de su escopeta y del saco de caza, que deja en un rincón de la derecha, al fondo, junto a la escalera. Mientras tanto, habla con Andrés).

¡Pero hombre, tranquilízate, caramba! ¡Estás temblando aún!…

ANDRÉS

¡Oh!… ¡He tenido un miedo horroroso!…

MARCOS

(Dejando las escopetas y sacos cerca del lugar donde Julio ha colocado los suyos).

Yo he creído que te matabas.

ANDRÉS

Y tanto como me hubiera matado… si Julio no me hubiera agarrado tan a tiempo… ¡Uf! ¡Cada vez que me acuerdo!…

(Mira a Julio con agradecimiento).

JULIO

¡Vaya, vaya, no te acuerdes más y sécate!

(Pausa).

MARCOS

¿Y tú, Clarisa? ¿No dices nada? ¿No te has enterado de que por poco te quedas viuda?

CLARISA

(Seria).

Es cierto, Julio; ha salvado usted la vida de mi marido.

JULIO

¡Vamos, déjenme ya en paz!

ANDRÉS

(Medio en broma, medio en serio).

¿Quizás lo sientes?

CLARISA

Veo que estás mejor, Andrés… ¡Tienes gana de broma!…

ANDRÉS

(Mirando a todos).

¡Sí!… ¡Ahora me da risa!… ¡Si no es por Julio!…

DOROTEA

Apostaría a que este accidente ha ocurrido también del lado de la Grande Marniére… ¡Es más traidora esa encrucijada!… Allí se mató Petit-Leduc el año pasado.

MARCOS

¿Estamos delante de la Grande Marniére? Yo creí que estábamos a su espalda…

DOROTEA

¡Ah! ¿Pero es que se han perdido ustedes en el monte?

Es lo más fácil; con la bruma de la tarde… y luego la tormenta ha venido con la noche…

CLARISA

Sí… Gracias a que hemos visto la luz…

DOROTEA

¡Ay, señorita! ¡Pero usted debe estar muy cansada! Vamos, siéntese: voy a traerle algo caliente…

(Acerca una silla).

JULIO

(Se levanta y se dirige c Clarisa).

Es verdad, Clarisa; nadie se ocupa de usted.

CLARISA

Gracias, Julio. Ocúpese usted de mi marido.

(Julio contempla a Clarisa sin responder).

MARCOS

¡Qué tiempo tan infame! ¿Quién iba a pensar?… ¡Cualquiera hace profecías sobre el tiempo en la montaña!…

(Da una palmada a Andrés que está pensativo junto al fuego).

¡Eh! ¿Cómo andas tú? ¿Qué tal va esa pierna?

ANDRÉS

(Levantándose y haciendo jugar la articulación de la pierna).

¡Ah! ¡Ya estoy muy bien! Nada más que un poco atontado todavía…

(Durante este tiempo Dorotea ha sacado del aparador platos soperos que coloca sobre la mesa).

MARCOS

¿Podremos dormir aquí? ¿De quién es esta casa?

DOROTEA

(Que comienza a subir renqueando la escalerilla, como si esta pregunta la hubiese hecho huir).

Están ustedes entre buena gente, señor… ¡que no les dejará morir de hambre ni de frío! Voy a avisar a mi amo.

(Sube la escalera).

JULIO

Ande, ande, buena mujer… y vuelva usted pronto con unas buenas sopas. ¡Yo tengo un hambre canina!

ANDRÉS

(Que se ha vuelto y examina la habitación, dice de pronto y con voz vacilante, ligeramente temblorosa, mirando a la puerta de la Cruz).

¿Eh?… ¿Qué veo? ¡Ah!…

JULIO

¿Qué pasa?

CLARISA

(A Julio, mirando a Andrés).

¿Qué le ocurre a ése?

ANDRÉS

(Que ha dado unos pasos hacia la puerta de la Cruz y que se detiene otra vez más horrorizado).

¡Pero si es la puerta de la Cruz!

MARCOS

(Volviéndose bruscamente).

¡La puerta de la Cruz!

ANDRÉS

(Retrocediendo).

Estamos en casa del hombre…

MARCOS

(Dando brutalmente un paso hacia la puerta de la Cruz).

¡Oh! ¡Es verdad!… ¡No hay duda!… ¡Ah! ¡Sí, he debido sospecharlo! ¡Pero yo yo creía que estábamos detrás de la Grande Mamiére!

JULIO

Bueno; pero ¿de quién es esta casa?

ANDRÉS

(Cada vez más excitado).

¿Esta casa?… ¡Del hombre que ha visto al diablo!

JULIO

¿Eh?

CLARISA

(Encogiéndose de hombros).

¡Bah! ¡Cuentos de la montaña!

ANDRÉS

No hay más que una puerta como ésta en toda la montaña…

(A la vieja que se ha detenido en la escalera).

¿Qué puerta es ésa?

DOROTEA

No es nada.

MARCOS

¿Por qué tiene esa cruz tan grande encima?

DOROTEA

¡Por nada!

ANDRÉS

Pero ¿a dónde se va por esa puerta?

DOROTEA

¡A ninguna parte!

(Entrase).

El hombre que ha visto al diablo: Gastón Leroux

Gastón Leroux. (París, 6 de mayo de 1868 – Niza, 15 de abril de 1927), escritor francés de principios del siglo XX, que ganó gran fama en su tiempo gracias a sus novelas de aventuras y policiacas tales como El fantasma de la ópera (Le Fantôme de l’opéra, 1910), El misterio del cuarto amarillo (Mystère de la chambre jaune, 1907) y su secuela El perfume de la dama de negro (Le parfum de la Dame en noir, 1908). Trabajó en los periódicos L’Écho de Paris y Le Matin. Viajó como reportero por Suecia, Finlandia, Inglaterra, Egipto, Corea, Marruecos. En Rusia cubrió las primeras etapas de la revolución bolchevique. Aparte de su trabajo como periodista, tuvo tiempo para escribir más de cuarenta novelas que fueron publicadas como cuentos por entregas en periódicos de París.

Gastón Leroux fue a la escuela en Normandía, estudió derecho en París y se graduó en 1889. En 1890 él comenzó a trabajar en el diario L’Écho, de París, como crítico de teatro y reportero. Se volvió famoso por un reportaje que hizo, en el cual se hizo pasar por un antropólogo que estudiaba las cárceles de París para poder entrar a la celda de un convicto que, según Gastón, había sido condenado injustamente. Luego, pasó a trabajar para Le Matin, como reportero.

Su hija fue la actriz Madeleine Aile. Leroux murió a sus 57 años, a causa de una complicación después de una cirugía, la cual hizo que se infectara su tracto urinario, y sus restos descansan en el Château du cimetière, en Niza, Francia.