Episodios de una guerra interminable

El lector de Julio Verne

El lector de Julio Verne - Almudena Grandes

Resumen del libro: "El lector de Julio Verne" de

Nino, hijo de guardia civil, tiene nueve años, vive en la casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur de Jaén, y nunca podrá olvidar el verano de 1947. Pepe el Portugués, el forastero misterioso, fascinante, que acaba de instalarse en un molino apartado, se convierte en su amigo y su modelo, el hombre en el que le gustaría convertirse alguna vez. Mientras pasan juntos las tardes a la orilla del río, Nino se jurará a sí mismo que nunca será guardia civil como su padre, y comenzará a recibir clases de mecanografía en el cortijo de las Rubias, donde una familia de mujeres solas, viudas y huérfanas, resiste en la frontera entre el monte y el llano. Mientras descubre un mundo nuevo gracias a las novelas de aventuras que le convertirán en otra persona, Nino comprende una verdad que nadie había querido contarle. En la Sierra Sur se está librando una guerra, pero los enemigos de su padre no son los suyos. Tras ese verano, empezará a mirar con otros ojos a los guerrilleros de Cencerro, y a entender por qué su padre quiere que aprenda mecanografía.

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Capítulo 1

1947

La gente dice que en Andalucía siempre hace buen tiempo, pero en mi pueblo, en invierno, nos moríamos de frío.

Antes que la nieve, y a traición, llegaba el hielo. Cuando los días todavía eran largos, cuando el sol del mediodía aún calentaba y bajábamos al río a jugar por las tardes, el aire se afilaba de pronto y se volvía más limpio, y luego viento, un viento tan cruel y delicado como si estuviera hecho de cristal, un cristal aéreo y transparente que bajaba silbando de la sierra sin levantar el polvo de las calles. Entonces, en la frontera de cualquier noche de octubre, noviembre con suerte, el viento nos alcanzaba antes de volver a casa, y sabíamos que lo bueno se había acabado. Daba igual que en uno de esos viejos carteles de colores que a don Eusebio le gustaba colgar en las paredes de la escuela, pudiéramos leer cada mañana que el invierno empieza el 21 de diciembre. Eso sería en Madrid. En mi pueblo, el invierno empezaba cuando quería el viento, cuando al viento se le antojaba perseguirnos por las callejas y arañarnos la cara con sus uñas de cristal como si tuviera alguna vieja cuenta que ajustar con nosotros, una deuda que no se saldaba hasta la madrugada, porque seguía zumbando sin descanso al otro lado de las puertas, de las ventanas cerradas, para cesar de repente, como empachado de su propia furia, a esa hora en la que hasta los desvelados duermen ya. Y en esa calma artera y sigilosa, a despecho de los libros y de los calendarios, aunque no estuviera escrito en ningún cartel, la primera helada caía sobre nosotros. Después, todo era invierno.

El hielo cubría el patio con una gasa blancuzca y sucia, como una venda vieja sobre los raquíticos troncos de los árboles que flanqueaban el pozo, y a la luz aún imprecisa del amanecer, otorgaba una misteriosa relevancia a cada guijarro, perfiles nítidos que se destacaban del suelo encrespado, erizado de frío. También a mi nariz, que se despertaba en mi cara como un apéndice helado, casi ajeno, antes que yo mismo. Entonces sacaba una mano para tocarla, como si me extrañara encontrarla allí, entre mis ojos y mi boca, y el contraste de temperatura me dolía al mismo tiempo en la nariz y en la punta de los dedos. Para evitarlo, metía la cabeza entera bajo las sábanas calientes, ablandadas de calor, y me volvía a dormir, y ese sueño era mejor que el primero, pero, como casi todo lo que es mejor en esta vida, duraba poco. La puerta del cuarto que compartía con mis hermanas quedaba en su mitad, al otro lado de la cortina verde, pero la ventana me correspondía a mí, y por eso madre me despertaba siempre antes que a ellas. Al mismo tiempo que la luz, percibía su voz, vamos, Nino, arriba, que ya es hora, y un instante después, sobre la frente, el beso leve, apresurado, que inauguraba sin remedio la mañana.

Todos los días comenzaban igual, los mismos pasos, las mismas palabras, el pequeño ruido de sus dedos al abrir las contraventanas y aquel beso también pequeño, la piel de mi madre rozando mi piel apenas, una delicadeza que nacía de la prisa y no se parecía a la estruendosa, repetida presión de los labios que me daban las buenas noches como si quisieran quedarse impresos para siempre en mis mejillas. Todos los días comenzaban igual, pero la primera helada, sin cambiar nada, lo cambiaba todo. En otras casas del pueblo, empezaban a mirar al monte con el ceño fruncido, un solo gesto de preocupación en muchos rostros diferentes. En la mía, que no era tal, sino tres habitaciones de la casa cuartel de Fuensanta de Martos, todos nos portábamos mejor, porque sabíamos que al empezar el invierno, mi madre dejaba de estar para bromas.

El lector de Julio Verne – Almudena Grandes

Almudena Grandes. Una de las escritoras más destacadas de la literatura española contemporánea, nació en Madrid en 1960. Tras obtener su licenciatura en Geografía e Historia en la Universidad Complutense, trabajó en el sector editorial como redactora y correctora. En 1989, su primera novela, "Las edades de Lulú", ganó el prestigioso premio La Sonrisa Vertical y alcanzó un éxito internacional, incluso siendo adaptada al cine por el reconocido director Bigas Luna. A partir de entonces, Almudena Grandes publicó numerosas obras que abarcaron una amplia gama de géneros literarios, desde la narrativa erótica hasta la novela histórica, pasando por el relato, la crónica y la literatura infantil.

Entre los títulos más conocidos de Almudena Grandes se encuentran "Malena es un nombre de tango" (1994), "El corazón helado" (2007), "Inés y la alegría" (2010) y "Los pacientes del doctor García" (2017). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas y ha recibido numerosos premios y reconocimientos a lo largo de su carrera. Entre ellos se destacan el Premio Nacional de Narrativa en 2018, el Premio Jean Monnet en 2020 y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2021.

Además de su labor literaria, Almudena Grandes fue una activa columnista del diario El País, donde plasmó sus reflexiones sobre diversos temas de actualidad. También se destacó como una defensora comprometida de los valores democráticos, el feminismo y la memoria histórica en España. Su escritura y su activismo social estuvieron estrechamente ligados, y sus obras reflejan su profundo compromiso con la justicia y la igualdad.

Tristemente, Almudena Grandes falleció en Madrid el 27 de noviembre de 2021, a los 61 años, después de luchar contra el cáncer. Su partida dejó un vacío en la literatura española y en la defensa de los valores que ella representaba. Su legado literario y su contribución al panorama cultural del país perdurarán como un testimonio de su talento y su compromiso social.