El negrero

Resumen del libro: "El negrero" de

«El negrero» es una obra literaria del escritor cubano de origen gallego, Lino Novás Calvo, que relata la vida de Pedro Blanco, un personaje ficticio cuyas vivencias transcurren en un contexto histórico marcado por la trata de esclavos y las convulsiones de principios del siglo XIX. A lo largo de la novela, Novás Calvo teje una narrativa rica y cautivadora que combina elementos históricos con la apasionante historia personal de Pedro Blanco.

La trama se centra en la figura de Pedro Blanco, quien emerge como un individuo con orígenes modestos, hijo de un marino de Málaga y una mujer adinerada. Tras quedar huérfano de padre en su juventud, Pedro se ve envuelto en una serie de circunstancias que lo llevan a abandonar su hogar y emprender un viaje que lo llevará desde el Mediterráneo hasta las Antillas. Expulsado de su pueblo por escándalo, Pedro deja atrás a su madre y hermana, Rosa, y se sumerge en un periplo de experiencias que le abrirán las puertas de un mundo complejo y peligroso.

A pesar de que las primeras leyes contra la trata de esclavos ya habían comenzado a surgir a principios del siglo XIX, Pedro siente una atracción hacia el mundo de los barcos negreros. Su determinación lo lleva a enrolarse en embarcaciones que lo exponen a los rigores del mar y a enfrentar desafíos como epidemias, motines de esclavos, traiciones y piratas. La travesía de Pedro no solo es física, sino también emocional, ya que lucha por sobrevivir en un entorno hostil mientras busca su propio destino.

La narrativa de Novás Calvo se enriquece con una ambientación detallada que evoca la dureza y la crueldad de la época, así como las tensiones y conflictos inherentes a la trata de esclavos. A medida que Pedro se labra un camino en este mundo de riesgos y oportunidades, sus aspiraciones crecen y lo impulsan a establecer su propia factoría de esclavos en África. La travesía hacia el éxito está llena de desafíos adicionales, incluyendo las guerras tribales y otras aventuras inesperadas que mantienen al lector cautivo en la historia.

La meticulosa investigación histórica del autor y su habilidad para mezclar datos reales con la imaginación literaria se unen en «El negrero» para crear una obra maestra del género. Novás Calvo logra sumergir al lector en una narración que va más allá de la simple descripción histórica, explorando las profundidades psicológicas de Pedro Blanco y su evolución a lo largo de los años. A través de su pluma, el autor presenta una visión fascinante y a menudo cruda de una época marcada por la explotación y la lucha por el poder.

En conclusión, «El negrero» de Lino Novás Calvo es una novela que transporta a los lectores a través de la vida de Pedro Blanco, un hombre en busca de su destino en un contexto histórico complejo y desafiante. La mezcla magistral de elementos históricos y ficción, junto con la destreza narrativa del autor, hacen de esta obra una lectura cautivadora que ofrece una visión vívida y perspicaz de una época y un individuo que dejaron una huella en la historia.

Libro Impreso

Anotación

A un editor siempre le resulta gratificante rescatar joyas literarias que, por diversas circunstancias, ya son inencontrables. Éste es el caso de El negrero, de Lino Novás Calvo, una novela que el propio autor subtituló vida novelada de Pedro Blanco Fernández de Trava y que Alejo Carpentier calificó de «extraordinaria historia de aventuras verídicas».

Pedro Blanco, hijo de un pobre marino de Málaga y de una mujer adinerada, queda muy pronto huérfano de padre. Aún adolescente, tras ser expulsado del pueblo por escándalo, deja atrás a su madre y a su hermana Rosa. A partir de entonces su vida es un constante periplo que le llevará del Mediterráneo a las Antillas. Aunque ya a principios del s. XIX aparecen las primeras leyes contra la trata de esclavos, Pedro quiere enrolarse en un barco negrero, pero antes se embarcará para Terranova, uno de los destinos más duros y peligrosos. Superada la temible prueba, se curte en todo tipo de barcos y sobrevive no sólo a la rudeza del mar, sino a las epidemias, los motines de los esclavos, las traiciones y los piratas. Pero Pedro aspira a más y decide establecerse en África y crear su propia factoría de esclavos. Antes de alcanzar dinero y poder, entre constantes y salvajes guerras tribales, aún le esperan —a él y al lector— toda suerte de inagotables e impensables aventuras.

La ingente documentación que Novás Calvo manejó para escribir la historia de Pedro Blanco y su inmenso talento de fabulador confluyen aquí en una auténtica obra maestra del género.

Libro primero

Pedro nació con la Paz de Basilea. Su padre era patrón de un falucho de cabotaje y había sido llevado por el viento, meses antes, en las costas de Mallorca. Su abuelo materno recibió una gran alegría con la noticia. Su madre quedaba pobre. Pedro tenía una hermana, llamada Rosa, un año mayor que él. Su madre, Clara, quedó sola con los dos niños en una casuca de ladrillo pelado, sangrante, con un patio a la espalda, en el barrio del Perchel (Málaga). Clara pensó entonces en ganarse la vida y se fue por las casas a buscar costura. Mientras iba dejaba a la niña en una pollera y al niño en una cuna, trincado con cintas, encerrados en la casa. Nadie iba a tocar a aquella puerta. La familia de Clara, los Fernández de Trava, la habían repudiado. Clara se había fugado con aquel marinero, hombre de baja estofa, y los de Trava, si no muy ricos, eran burócratas ilustres. El abuelo de Pedro era jefe de Hacienda, y un tío suyo, don Antonio Fernández Ulescas, había sido alcalde de la ciudad. Del otro lado del Guadalmedina vivían varios de Trava y varios Illescas; pero ninguno se ocupaba de Clara. Aunque por fuera, digo, eran burócratas —es decir, que sabían amoldarse—, por dentro eran de aquel barro y levadura que luego salvó a España del liberalismo. Había gente de la familia en el ejército, y uno o dos murieron en la batalla de Trouillas contra la Revolución francesa.

Pero eso nada tiene que ver con Pedro, al no ser que nació repudiado y pobre, y que se pasó muchas horas del primer año de su vida trincado a la cuna. Además, nació como en un islote. La casuca tenía un solar detrás y un pasaje a cada lado, donde los vecinos arrojaban basuras, tripas y escamas de pescado. Docenas de gatos venían allí a comer y a pelearse. De noche se citaban en el tejado y caían abrazados, desgañitándose, de los aleros. Lo primero que hizo Pedro cuando pudo fue tirarles piedras. Yo creo que fue su única diversión, porque luego toda su vida fue un encierro andante. Pero amó siempre mucho a los gatos. En sí mismo tenía y tuvo siempre tres o cuatro gatos enemigos que se mordían y arañaban y se lo hacían a él. Gatos de siete vidas, rabiosos, mansos y atigrados.

El patio tiene una higuera al fondo, y por los lados hay cacharros con flores, que la niña Rosa riega, al crecer. El sol viene a él casi todos los días del año. Clara solía sentarse allí en una banqueta, a coser, mientras los niños gateaban por el suelo, y se acostaban juntos sobre la tierra húmeda apilonada en torno a la higuera, mordiendo las hojas con sus dientes nuevos. Están casi siempre sucios, y no les importa mucho salir a la calle. El patio está lastrado de mosaico y la tapia está coronada de una capa de vidrios rotos, fijos a cemento, contra los ladrones. Desde dentro parecía un parapeto, y Pedro miraba al cielo por encima de ella, y hacía como que iba a saltarla. Cuando daba la vuelta por fuera no encontraba sino el solar raído, donde jugaban y se abofeteaban los niños de los pescadores; pero desde dentro veía siempre cosas sabrosas a la imaginación. En casa hacía lo mismo. Todos los días revolvía la despensa, y la hucha donde Clara guardaba los trapos. Cuando pudo armarse de un pedazo de cuchillo forzó el cofre de las prendas y desarmó un reloj a ver qué demonio tenía dentro, que latía como un corazón. Las cosas prohibidas y ocultas eran las que encendían una materia inflamable que había en él y le hacían perder la cabeza. Otra vez robó una faca a un vendedor de pescado y la escondió junto a la higuera. Mientras se tumbaba al sol, junto a su hermana, apoyaba en ella la cabeza, y le oía latir también el corazón. Un día cogió la faca y dijo a Rosa que le dejara abrir allí a ver qué era lo que latía. Rosa echó a correr, gritando, y Pedro tras ella, hasta que Clara le arrancó la faca de la mano.

La loza de la casa, las paredes, los muebles, todo está allí lleno de dibujos marinos, que hacía el padre de Pedro antes de morir. Pedro los mira y los copia con carbones, embadurnando cuanto hay. Luego crea nuevas figuras él mismo, les pone nombres y habla con ellas. Clara creía que aquel niño era medio loco, pues huía de la gente, no contestaba nunca a lo que le preguntaban y hablaba solo. Su hermana no puede desprenderse de él, y él la hace llorar de miedo con sus figuras. Los dos son todavía muy pequeños.

El único familiar que no ha repudiado a Clara es su hermano Fernando, por mediación del cual había conocido a Javier, su esposo muerto. Fernando era sobrecargo en un barco de cabotaje por el Mediterráneo y tampoco era muy querido por los suyos. Pero Fernando era un hombre de carácter bravo y lo dejaban. Todos esperaban que fuera un gran comerciante, ya que no había querido ingresar en la armada. Terminados los estudios de náutica se enroló en barcos mercantes, y llevaba una vida libre y alegre. El mismo era alegre y amable, y cuando tocaba en Málaga iba a ver a su hermana, y en su casa convidaba a marineros amigos. Fernando se enamoró de Pedro desde que lo vio correr tras los gatos, hurgar en todo y crear dibujos fantásticos, y dijo que haría de él un gran marino. Lo que más le preocupaba era que Pedro era tímido y cazurro; pero tenía una imaginación maravillosa y un cruel amor a indagar en las cosas. Nada de esto, salvo la imaginación, era andaluz, y algunas cualidades coincidían con las de Fernando. Así que cuando Pedro hubo cumplido siete años, Fernando le pagó un dómine para que fuera todos los días a estudiar —a leer les enseñaba Clara—. El dómine sabía muchas cosas. Daba clases de latín, francés, gramática, historia y geografía. Era un sabio de verdad, y no se parecía a otros de su clase. Con él estudiaban niños de la alta sociedad de Málaga, y cuando Pedro entró, se retiró de la clase un niño de su edad llamado Mario Illescas, primo suyo: la familia de Mario no permitiría que estudiase en el mismo lugar que el hijo de Clara, que había manchado la familia. Esta familia no sabía que era Fernando el que costeaba sus estudios, y decían entre sí que Clara se vendía a los capitanes marinos para educar a su hijo, y que aquel hijo, pensaba Clara, sería su vengador. Los de Trava y los de Illescas decían que el hijo de aquel pobre piloto no podría ser nunca más que el padre.

Cuando Fernando tocaba en Málaga tomaba la lección a Pedro y le daba clase de náutica, prometiéndole matricularlo en la Escuela de Náutica cuando tuviese diez años, y mandarlo luego a completar estudios a San Fernando. Era milagrosa la audacia con que el niño discurría sobre aquellas lecciones, preguntando lo que todavía no le tocaba aprender. El dómine decía que Pedro necesitaba freno. Pero los condiscípulos se burlaban de él: era viejo de nacimiento, si no idiota. Al volver del colegio seguía enfrascado en los libros o se iba a orillas del mar a contemplar las velas y hablar con los pescadores y marineros. Cuando se encontraba algún francés practicaba con él el idioma. Pero no jugaba jamás a estilo de los demás en el solar. Lo más que hacía era mirarlos de lejos, y cuando veía dos luchando o dándose de puñetazos, braceaba y gritaba para animarlos. Pero cuando los peleadores se volvían contra él, escapaba y lo tenían por cobarde.

Los domingos iba Clara a la iglesia y daba limosna por el alma de su marido. Lleva consigo a los niños, les obliga a permanecer una hora de rodillas, a repetir las palabras del rito y mojar los dedos en la pila del agua bendita que hay a la salida. Pedro quería probarla, a ver a qué sabía, y una vez llenó el hueco de la mano y bebió en él. Durante la misa miraba a los santos, y su imaginación se apoyaba en ellos y saltaba más allá. Una iglesia sin santos —lástima que no hubiera más y fueran más bonitos— no tendría sentido. El cura había visto a aquella mujer asistir fielmente a la misa muchas veces con los niños, uno a cada lado, y les cobró afecto. A veces, Clara se paraba en el pórtico, después de la misa, hablando con otras mujeres, y el cura se ponía a jugar con Pedro, que le decía palabras en latín. Aquel niño pobre era un milagro para el cura. Pedro le preguntaba entonces qué hacían aquellos santos en el cielo, y el cura le iba explicando toda la política celeste del limbo, el purgatorio y el infierno. Le pintaba el infierno con las tintas más horribles, pero el cura no tenía tintas con qué pintar el cielo que compensaran las del infierno. El cielo era inefable, el infierno no. Pedro veía claramente el infierno en su imaginación, pero nunca pudo ver el cielo. Aquello despertó en él un laberinto de sombras y claros que lo hacían estremecerse. Todas las noches, al acostarse, veía bajar, al cerrar los ojos, una catarata de tierras, casas, árboles y gentes; veía ojos sueltos, bocas abiertas, pies con alas, un apocalipsis. El cura no le había dado la Biblia, pero él había encontrado una oculta en un cofre de su padre y la había leído secretamente. Luego la mostró al cura y éste echó un largo sermón a Clara por haber permitido que el niño leyera el libro sagrado sin previa glosa. El cura le quitó la Biblia y le impuso la penitencia de ir todos los domingos con su hermana a aprender el catecismo. El cura enseñaba catecismo a muchos niños en la sacristía, y al que asistía doce domingos seguidos le daba una perra gorda. Pedro ganó varios premios.

El negrero: Lino Novás Calvo

Lino Novás Calvo. (24 de septiembre de 1903 - 24 de marzo de 1983) fue un narrador y novelista cubano. Nació en As Grañas do Sor, Galicia, España. Vivió en Cuba a partir de los siete años, cuando sus padres emigraron en busca de mejores condiciones económicas. De adolescente y para sobrevivir, desempeñó diversos trabajos: desde agricultor hasta boxeador. Fue autodidacta. Estudió inglés y llegó a traducir a Huxley, Lawrence o William Faulkner. Tradujo al castellano El viejo y el mar de Ernest Hemingway. Se hizo corresponsal de guerra y participó, en el lado republicano, en la Guerra Civil Española. Colaboró con José Ortega y Gasset en la Revista de Occidente. Vivió también en Francia. Fue uno de los representante de los intelectuales reunidos en torno a la Revista de Avance, una de las revistas que abrió la cultura cubana a la contemporaneidad. Se desempeñó como jefe de redacción de la revista Bohemia. En 1942 fue merecedor del premio Henrández Catá.

Al triunfo de la revolución de Fidel Castro, abandonó Cuba y se exilió en Estados Unidos, donde publicó su antología Maneras de contar y fue profesor en la Universidad de Syracuse. Murió a los ochenta años en Nueva York.