Himnos homéricos

Himnos homéricos

Resumen del libro: "Himnos homéricos" de

Los llamados «Himnos Homéricos» son una colección de treinta y cuatro poemas agrupados por ser himnos a las divinidades clásicas, de los que algunos se atribuyeron sin demasiado fundamento a Homero en época antigua. Por su forma hexamétrica y su lenguaje pertenecen a la épica, y aun alguno aparece atribuido a un Homérida de la isla de Quíos, algunos son poemas largos, de más de quinientos versos, y de época arcaica (siglos VII y VI a.C.), otros son muy posteriores. Esta edición ofrece una excelente perspectiva de los poemas homéricos, con una esclarecedora introducción general y un prólogo a cada himno. Dentro del conjunto hay que destacar los Himnos a Deméter, a Apolo, a Hermes, a Afrodita, que relatan los mitos referentes a la divinidad en cuestión y evocan algunos de sus rituales. Son poemas religiosos que, además de la intensa emoción que siguen susciando, aportan un sinfín de informaciones cultuales y sociales de gran relevancia tanto para el historiador de las religiones como para el amante de la literatura antigua.

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INTRODUCCIÓN

Si entre los filólogos contemporáneos el nombre de Homero cobija, a veces usado como un paraguas y otras por convicción de que se trata de una casa la más adecuada para ello, la Ilíada y la Odisea, unánime es la opinión de aquellos respecto a la heterogeneidad y diversidad de una serie de himnos que la tradición manuscrita nos ha legado como «de Homero» y que hoy, en efecto, nadie considera posible que sean todos debidos a un mismo poeta ni fruto de una misma época.

Los manuscritos en que se nos han conservado son compilación de himnos: de Orfeo, de Homero, de Calímaco y de Proclo, según los títulos. La tradición clásica tiene a Orfeo por un poeta mítico; los estudiosos depositarios de esta tradición decidieron obviar el problema hablando de himnos órficos, pues es sabido que de este poeta, mítico si se quiere (pero ¿no es mítico cuanto sabemos sobre los más antiguos poetas griegos?), se reclamaba una tradición religiosa llamada orfismo de su mismo nombre. Al llamar órficos a los himnos que los manuscritos decían ser de Orfeo querían significar que pertenecían a esta tradición del orfismo y que podían haber sido compuestos, dentro de ella, en época reciente. Al imponerse la costumbre de llamar homéricos a los himnos que los manuscritos decían ser de Homero, por otro lado, como para la tradición clásica Homero no era un poeta mítico sino histórico, debemos entender que se quiso relativizar la atribución a aquel poeta histórico de tales himnos, dudándose, pues, de ella; pero, dado que se siguió llamándolos homéricos (y no, por ejemplo, pseudohoméricos, como se suelen llamar pseudohesiódicos los poemas transmitidos como de Hesíodo y que se está de acuerdo en que no lo son), debemos considerar que se quiso poner de manifiesto su homerismo, su lugar dentro de la tradición épica griega.

Si cumple aceptar, como me parece del caso, que Homero es el nombre que dieron a su epónimo los Homéridas, pero que la Ilíada y la Odisea son amplios poemas producidos en una tradición poética que llamamos homérica, con materiales de diversa época e índole, y fijados oralmente, más o menos en la forma en que luego serían fijados por escrito, a caballo entre los siglos VIII y VII; si esto es, pues, así, de los himnos llamados homéricos entiendo que procede decir que en su inmensa mayoría se inscriben dentro de esta misma tradición, aunque, piezas más o menos extensas pero sueltas (es decir, no formando parte, como los episodios homéricos de dimensiones comparables, de un conjunto unitario superior, el poema épico, la epopeya homérica), no debieron de sufrir una fijación oral de la misma naturaleza, de tan vasto rigor compositivo, sino que habrían mantenido hasta más recientemente una situación más fluida, menos codificada. La mayor parte de estos poemas son sin duda arcaicos, pero, dentro de la tradición homérica, representan un estadio no necesariamente posterior a todos y cada uno de los episodios y materiales que hallamos en la Ilíada y la Odisea pero sí oralmente diferenciable.

Antes de la fijación de la Ilíada un poeta pudo haber recitado materia iliádica, un episodio o varios de los que luego formarían parte de la epopeya homérica, improvisando, usando de modo fluido los medios a su alcance de la dicción épica tradicional. Después de la fijación, primero oral, de la Ilíada en el poema que es, en la epopeya homérica que nos ha pervenido, los poetas que buscaron abrigo en la misma tradición épica (los Homéridas, entre otros) guardaron como su privilegio no ya la vieja técnica de los aedos épicos sino el recuerdo exacto de cada verso dentro de un conjunto acabado, consolidado ya como la unidad poética que hoy llamamos epopeya. Estos otros poetas, fijada ya la Ilíada (o la Odisea, que para lo que voy razonando tanto da uno de estos poemas como el otro), podían, como aquel otro poeta anterior, recitar también sólo un episodio o varios de la epopeya, sueltos. La fijación del poema épico en su totalidad no implica que tuviera que recitarse desde entonces siempre entero. Pero sí que esta totalidad, básica para los rapsodos homéricos como distintiva de su trabajo, era para ellos un freno constante a la improvisación; convertía a cada verso en parte de algo sólido, y no ya en agua de un río, como en una época anterior de la cultura oral.

Homero. El enigmático coloso de la literatura clásica, emerge de las brumas del tiempo como el poeta épico supremo de la antigua Grecia. Aunque las sombras de la incertidumbre rodean su vida, su legado resplandece a través de dos obras inmortales: la "Ilíada" y la "Odisea". Se cree que vivió en el siglo VIII a.C., en una época donde la tradición oral tejía las epopeyas en la memoria colectiva.

En la telaraña de mitos y leyendas, Homero se presenta como un aedo ciego, un rapsoda errante cuya voz encantadora narraba hazañas heroicas y viajes épicos. La "Ilíada", su primer acto, desgrana los eventos de la Guerra de Troya, mientras que la "Odisea" nos sumerge en las peripecias de Odiseo en su periplo de regreso a Ítaca. Homero no solo es el tejedor maestro de epopeyas, sino también el arquitecto de universos morales, explorando la esencia de la condición humana.

Su genialidad se entrelaza con la habilidad de conjurar imágenes vivas y diálogos cautivadores. Cada verso es un paseo por la vastedad de la mitología griega, con personajes inolvidables como Aquiles, Héctor, Penélope y Ulises. La influencia de Homero trasciende el tiempo, impactando a autores, filósofos y artistas a lo largo de los siglos.

Homero, el juglar de la antigüedad, continúa su danza eterna en las páginas de la literatura universal. Su figura, más poética que histórica, persiste como un faro que guía a generaciones hacia las profundidades del alma humana y las épicas que atesoramos como parte esencial de nuestra herencia literaria.