Libro 1- Trilogía de Merlín

La cueva de cristal

La cueva de cristal, una novela de Mary Stewart

Resumen del libro: "La cueva de cristal" de

¿Quién fue Merlín? ¿Cómo pudo un hombre reputado como bastardo del Príncipe de las Tinieblas, condenado a muerte por ser hijo del diablo, convertirse en custodio del rey Arturo y en principal artífice de la primera Bretaña unida? El propio Merlín, encantador, adivino y consejero real, narra su historia, la de un hombre impulsado por fuerzas ocultas que desde su iniciación en la visión de la profecía y el poder de la magia cumplirá los designios del dios que le guía y propiciará la concepción del rey Arturo, el rey llamado a unir en un único y gran reino todos los reinos de Bretaña. La cueva de cristal proyecta al lector a las profundidades del siglo V, desgarrado por lealtades opuestas, preñado de pasiones amorosas y ennoblecido por las gestas caballerescas. Un mundo que arranca de antiguos mitos celtas y que ha inspirado a los grandes autores hasta nuestros días.

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El príncipe de las tinieblas

Ahora soy un hombre viejo, pero estaba en la flor de mi vida cuando Arturo fue coronado rey, y, ahora, los años a partir de entonces me parecen más sombríos y más borrosos que los anteriores, como si mi vida fuera un árbol lleno de flores y hojas, unas hojas que en la actualidad no hacen sino amarillear en el suelo.

Esto es lo que nos ocurre a todos los hombres viejos: el pasado más reciente se empaña mientras que las vivencias más lejanas cobran vida y color. Incluso las escenas de mi olvidada infancia las tengo presentes, llenas de bullicio y de vivacidad, como la sombra de un árbol en fruto contra un muro blanco o como una bandera bañada por la luz del sol contra un cielo tormentoso.

Los colores son más brillantes de lo que fueron en realidad, de esto estoy seguro. Los recuerdos que se me revelan en esta oscuridad de ahora, los veo con ojos nuevos, jóvenes, infantiles; me llegan de tan lejos con un sentimiento ya inexistente, que parecen escenas de algo que sucedió; pero no a mí, no a este montón de huesos, sino a otro Merlín, tan joven, tan vivo y tan libre como el aire, como el viento de la primavera, como el pájaro que lleva mi nombre.

Con los recuerdos más recientes es diferente: algunos son cálidos y sombreados, como cosas vistas entre el fuego. Por eso los acumulo. Es uno de los pocos vicios triviales que me son concedidos, ahora que soy un hombre viejo y despojado de todo. Puedo ver tranquilamente… no con claridad ni con el sonido de trompetas que me acompañó una vez, sino de aquella manera infantil que se ven los sueños y se imaginan rostros en las llamas. Todavía puedo dar vida a las llamas: es la magia más sencilla, la que se aprende más rápidamente, la última que se olvida.

Lo que ya no puedo soñar, puedo verlo todavía en el rojo corazón de las llamas o en los innumerables espejos de la cueva de cristal.

El primer recuerdo que me viene a la memoria es tenebroso y cálido. No se trata de un recuerdo propio, pero más adelante ya comprenderéis por qué conozco tan bien estas cosas. Se podría decir que más que un recuerdo es un sueño del pasado, algo sangriento, algo que surge de dicho pasado y que constantemente atraviesa mi cuerpo. Creo que estas cosas pueden ocurrir; e incluso pienso que empecé con él, que existía antes que yo y que existirá después de que yo me haya ido.

Así ocurrió aquella noche. Yo lo vi y lo que cuento es una historia verdadera.

Estaba oscuro y hacía frío, pero él encendió una pequeña hoguera que, si bien al principio lo envolvió de humo, acabó por esparcir calor. Había llovido durante todo el día y las ramas de los árboles cercanos a la boca de la cueva todavía goteaban; de los labios de la fuente se desparramaba el agua y formaba un riachuelo que empapaba todo el suelo. Salió varias veces de la cueva, caminaba desde el despeñadero hasta el bosquecillo en donde tenía atado su caballo.

La lluvia había cesado con la llegada de la noche, pero se había levantado una neblina que trepaba por entre los árboles, les daba una apariencia fantasmal y hacía que el caballo que pastaba pareciera un cisne que se mecía en un lago. Era un caballo pardo, y más que nunca tenía un aspecto irreal a causa de sus movimientos apacibles; llevaba el bocado envuelto en trozos de tela para que el ruido de los arneses, al moverlos en su pacer, no revelara su presencia. El bocado era de oro y los trapos que lo envolvían eran de seda, pues el amo del caballo era un hijo de rey: si lo atrapaban le matarían y sólo tenía dieciocho años.

Oyó los cascos que se acercaban blandamente por el valle. Sacudió la cabeza y su respiración se hizo más rápida, su espada centelleó fuera de la vaina. El caballo pardo dejó de pacer y levantó la cabeza, que se destacó claramente entre la bruma; temblaron sus belfos, pero no se oyó sonido alguno. El hombre sonreía. Los cascos se acercaban y, entonces, de entre la niebla, surgió un caballo bayo que trotaba sobre el polvo. Su jinete, pequeño y ligero, iba vestido con una capa oscura, embozado en medio de las sombras. El caballo se detuvo, levantó la cabeza y relinchó larga y estrepitosamente. El jinete, con una exclamación de desmayo, se deslizó hasta el suelo y cogió la montura por la brida para disimular el ruido tras su capa. Era una muchacha muy joven. Miraba a su alrededor con ansiedad, hasta que descubrió al joven, que permanecía cerca de los árboles, espada en mano.

Mary Stewart. Escritora inglesa, es una autora que ha trabajado el género histórico, el de suspense y el romántico, en ocasiones mezclando los tres y añadiendo grandes dosis de literatura fantástica. Su obra más conocida es la trilogía dedicada a Merlín, aunque algunos de sus libros como La mansión encantada han logrado gran éxito internacional.