La raza futura

La raza futura, una novela de Edward George Bulwer-Lytton

Resumen del libro: "La raza futura" de

En 1871, se publicó una extraña novela titulada La raza futura. En ella el narrador es conducido por un ingeniero de minas a un mundo subterráneo poblado por una raza extraña. Ese pueblo posee un poder misterioso que le ha permitido vivir sin máquinas y sin todos los aspectos de la civilización moderna. Ese poder es el llamado Vril. A pesar del tiempo pasado, la novela todavía genera todo tipo de polémicas. Se le considera una obra maestra de la ciencia ficción.

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Capitulo 1

Soy nativo de los Estados Unidos de Norteamérica. Mis antepasados abandonaron Inglaterra durante el reinado de Carlos II, y mi abuelo se distinguió algo en la Guerra de la Independencia. Mi familia, por tanto, gozaba por su alcurnia una posición social algo encumbrada y, como además era opulenta, a los miembros de la misma se les consideraba como poco apropiados para el servicio público. Así, al presentarse mi padre como candidato al Congreso, fue decididamente derrotado por su sastre. Después de este fracaso, intervino poco en política y dedicó la mayor parte del tiempo a su biblioteca. Yo era el mayor de tres hijos y fui enviado a la edad de dieciséis años al viejo país; en primer lugar para que completara mi educación literaria y en segundo para que me iniciara en los negocios, entrando a trabajar en una casa de Liverpool. Mi padre murió poco después de cumplir yo veintiún años. Como quedé en situación económica muy desahogada y era muy aficionado a los viajes y aventuras, renuncié por el momento a la persecución del todopoderoso dólar y me dediqué a recorrer el mundo sin rumbo fijo.

En el año 18 —me encontraba casualmente en… — y fui invitado por un ingeniero, con quien había trabado relaciones, a visitar las profundidades de una mina cuya explotación él dirigía.

El lector comprenderá, si es que sigue este relato, las razones que tengo para ocultar todo indicio acerca del paraje a que me refiero y hasta quizás me agradezca que me abstenga de toda descripción que pueda hacer posible el descubrimiento del mismo.

Permítaseme, por tanto, que me limite a decir que acompañé al ingeniero al interior de la mina y quedé tan extrañamente fascinado por las sombrías maravillas de la misma y tan intensamente interesado en las exploraciones de mi amigo, que decidí prolongar mi estancia en aquellos parajes y durante algunas semanas descendí diariamente a las bóvedas y galerías, formadas por la naturaleza y por el arte, en las entrañas de la tierra.

El ingeniero estaba convencido de que en el nuevo pozo, cuya abertura se había comenzado bajo su dirección, se encontrarían yacimientos de mineral mucho más abundante y rico que los descubiertos hasta entonces. Al profundizar este pozo, dimos un día con un precipicio, cuyos lados aparecían erizados de rocas al parecer chamuscadas, como si en un lejano pasado hubiese sido abierto por fuegos volcánicos. Mi amigo se hizo bajar metido en una especie de jaula, después de haber probado la respirabilidad de la atmósfera por medio de una lámpara de seguridad. Permaneció cerca de una hora en el abismo. Cuando subió estaba muy pálido y una ansiosa expresión meditativa ensombrecía su rostro; algo muy ajeno a su carácter ordinario, el cual era franco, jovial y despreocupado.

A mis preguntas, contestó secamente que el descenso era poco seguro y que no prometía ningún resultado. Se suspendió todo ulterior trabajo en el pozo y volvimos a las secciones más conocidas de la mina. Durante el resto de aquel día el ingeniero pareció dominado por un pensamiento fijo. Se mostró extraordinariamente taciturno y en sus ojos se descubría una expresión de espanto y confusión, como si hubiera visto un fantasma. Durante la velada, mientras nos encontrábamos solos, sentados en el alojamiento cerca de la bocamina que habíamos compartido durante casi un mes, dije a mi amigo:

«Dígame francamente, qué ha visto usted en el precipicio; estoy seguro que ha sido algo extraño y terrible. Sea lo que quiera, ha dejado su mente en estado de dudas. Sí es así, dos cabezas valen más que una. Tenga confianza en mí».

El ingeniero hizo cuando pudo para evadir mis preguntas; pero como mientras hablaba bebía, casi sin darse cuenta, el contenido de una botella de brandy en cantidad a la que no estaba acostumbrado, pues era hombre sobrio, su reserva fue desapareciendo paulatinamente. Quienes quieran guardar secretos deben imitar a los animales y beber solamente agua. Al fin, dijo:

«Se lo diré todo. Cuando la jaula paró me encontré sobre el borde de una roca; debajo el precipicio descendía en plano inclinado a considerable profundidad, cuya oscuridad mi lámpara no podía penetrar. Pero del fondo llegaba, con indecible sorpresa para mí, una luz fija y brillante. Si se hubiera tratado de algún fuego volcánico, habría sentido seguramente el calor del mismo. No obstante, aunque de esto no me cabía duda, creí de la mayor importancia para nuestra seguridad, que debía aclarar lo que hubiese. Examiné, pues, los costados del precipicio y vi que podía aventurarme, por las proyecciones y bordes irregulares de las rocas, a lo menos hasta cierta distancia. Salí de la jaula y descendí. A medida que me acercaba más y más a la luz, el precipicio se ensanchaba, hasta que por fin, ante mi inenarrable asombro, vi en el fondo del abismo, un ancho camino nivelado, iluminado hasta donde alcanzaba la vista, por lo que me parecieron lámparas de gas artificial, colocadas a trechos regulares como en las anchas avenidas de una gran ciudad; oí, además, a distancia, como el zumbido de lo que parecían voces humanas. Me consta, naturalmente, que no trabajan mineros rivales en esta sección del país. ¿De quién podían ser tales voces? ¿Qué manos humanas pudieron nivelar el camino y alinear aquellas lámparas?

«La superstición corriente entre los mineros, según la cual los gnomos o espíritus malignos habitan en las entrañas de la tierra, empezó a apoderarse de mí. Temblé ante la idea de descender más y enfrentarme con los habitantes de aquel valle infernal. De todos modos no hubiera podido descender sin cuerdas; puesto que desde el punto en que me encontraba, las paredes del precipicio se ensanchaban en forma de bóveda, lo que hacía imposible todo descenso. Con alguna dificultad volví atrás. Ahora se lo he contado todo”.

La raza futura – Edward George Bulwer-Lytton

Edward Bulwer-Lytton. Político, poeta y crítico británico, además de un novelista prolífico. Nació en Londres en 1803, en el seno de una prominente familia. Niño delicado y neurótico, pero muy precoz, a los 15 años había publicado un libro, aunque de escasa calidad: Ishmael and other Poems. Estudió en el Trinity College, en Cambridge y frecuentó la alta sociedad en calidad de dandy. En 1827, contra los deseos de su madre, se casó con la irlandesa Rosina Doyle Wheeler. Debido a los lujosos gastos del matrimonio, Edward tuvo que trabajar y se convirtió en un fecundo y exitoso autor, en la misma medida que Dickens o Thackeray. Publicó novelas, poemas, obras de teatro, ensayos, cuentos, traducciones y volúmenes de historia. Su matrimonio resultó no solo un fracaso, sino además un auténtico escándalo. Rosina denunció en diversos escritos el comportamiento de su marido, y él le retiró su asignación y le negó ver a sus hijos. En 1831 resultaría elegido para el Parlamento, puesto que conservó durante nueve años. Poco después publicaría la obra que lo consagraría, Los últimos días de Pompeya (1834), el único de sus títulos que perduró. Aun así, es autor de una gran cantidad de relatos y novelas macabras, a reivindicar, como Zanoni (1842), el presente La casa y el cerebro (1859), conocida también como The Haunters and the Haunted, y que está considerado por autores de la talla de Lovecraft como el mejor cuento de casas encantadas jamás escrito, o A Strange Story (1862). Para entonces, su fama era tal que ese mismo año, tras la abdicación del rey Otto de Grecia, le fue ofrecida la corona griega, que él rechazó. En 1866, Bulwer-Lytton ascendió a la nobleza como primer Barón Lytton. Falleció el 18 de enero de 1873 de una infección de oído que le afectó al cerebro y le ocasionó un ataque.