Los creadores de Dios

Resumen del libro: "Los creadores de Dios" de

Frank Herbert, reconocido por su obra maestra «Dune», nos lleva en un viaje fascinante a través de su novela «Los Creadores de Dios». En este relato, Herbert nos sumerge en el intrigante planeta Amel, donde convergen las fuerzas religiosas Psi más poderosas de la galaxia. Aquí, los sacerdotes se embarcan en la ardua tarea de crear un Dios, desafiando lo desconocido y enfrentando un peligro profundo.

El protagonista, Lewis Orne, comienza su viaje como un miembro del servicio de Redescubrimiento y Reeducación, con el objetivo de reconstruir el imperio galáctico devastado por las Guerras del Rim. Sin embargo, se ve envuelto en intrigas políticas y debe enfrentarse a la muerte misma mientras se sumerge en un complejo viaje iniciático.

A lo largo de la narrativa, Herbert explora temas profundos y complejos, como el poder de la religión, la manipulación política y el significado de la divinidad. Con una prosa magistral, el autor teje una trama cautivadora que atrapa al lector desde la primera página.

«Los Creadores de Dios» es una obra clásica de Herbert, que logra sintetizar y profundizar en algunos de los elementos más destacados de su famosa obra «Dune». Con su estilo único, Herbert nos invita a reflexionar sobre el papel de la religión en la sociedad y el poder de la creencia.

En resumen, «Los Creadores de Dios» es una novela que combina la intriga política, la aventura y la exploración de temas existenciales de manera magistral. Herbert demuestra una vez más por qué es considerado uno de los grandes visionarios de la literatura de ciencia ficción.

Libro Impreso

Capítulo 1

Debes comprender que la paz es un asunto íntimo. Debe ser una autodisciplina, tanto para el individuo como para una civilización entera. Debe salir de adentro. Si construyes un poder externo para mantener la paz, este poder exterior crecerá haciéndose cada vez más fuerte. No tiene otra alternativa. El inevitable resultado final será una explosión, un cataclismo caótico. Así funciona nuestro universo. Cuando se crean pares opuestos, uno aventajará al otro, a no ser que se mantenga un equilibrio muy inestable.

Los escritos de DIANA BULLONE

Para llegar a ser un Dios, una criatura viviente debe trascender más allá de lo físico. Las tres etapas de este camino trascendente son conocidas. Primero: debe sobreponerse al temor de una agresión secreta. Segundo: debe superar el discernimiento de propósito en la forma animal. Tercero: debe experimentar la muerte.

Cuando se ha logrado todo esto, el dios naciente debe encontrar su renacimiento en una excepcional y penosa experiencia, mediante la cual pueda descubrir quién le ha conjurado.

«La génesis de un dios», El manual de Amel

Lewis Orne no podía encontrar en sus recuerdos un tiempo en que hubiera estado libre de un sueño repetitivo y peculiar, un tiempo en que hubiera podido irse a dormir sin la seguridad de que no entraría en su psique el salvaje sentido de la realidad que tenía aquel sueño.

El sueño empezaba con música, con un perfecto coro invisible: el sonido era tranquilizante, era como una broma celestial. Unas vaporosas figuras salían de la música, añadiéndole una dimensión visual de la misma calidad. Después, una voz se destacaba sobre aquella cosa tonta y hacía declaraciones preocupantes:

—¡Los dioses se hacen, pero no nacen!

O bien:

—¡Decir que eres neutral es otra forma de decir que aceptas la necesidad de que haya guerra!

Al mirarle, no se podía sospechar que fuese el tipo de persona propensa a sufrir a causa de semejante sueño. Era un humano corpulento, que poseía los abultados músculos de un nativo de un planeta pesado: Chargon, de Gemma, era su lugar de nacimiento.

Tenía una cara que hacía recordar el aspecto de un mofletudo bulldog, y una fijeza en la mirada que con frecuencia hacía que la gente no se sintiera a gusto en su presencia.

A pesar de su peculiar sueño, o quizás a causa de éste, Orne rendía obediencia regular a Amel, «el planeta donde moran todas las divinidades». A causa de las declaraciones del sueño, que le acompañaron durante toda su vida despierta, la mañana en que cumplía diecinueve años se alistó en el Servicio de Redescubrimiento y Reeducación, que intentaba volver a reconstruir el imperio galáctico, destrozado por las Guerras de Rim.

Después de entrenarle en la Escuela de la Paz, en Marak, el R&R colocó a Orne en el meridiano principal, latitud cuarenta, del recién redescubierto planeta Hamal, del tipo Tierra hasta la octava cifra decimal y cuyos habitantes eran lo bastante próximos al homo, variante genética normal, para permitir cruzamientos genéticos con nativos de los Mundos Terrestres.

Diez semanas de Hamal después, cuando estaba en el linde de un pueblecito en las Altiplanicies del Norte Central del Planeta, Orne pulsó el botón de alarma en una pequeña unidad de señales verde que llevaba en el bolsillo de la derecha de su chaqueta. En aquel momento, se daba perfecta cuenta de que era el representante solitario en Hamal de un servicio que, con frecuencia, perdía agentes «por causas desconocidas».

Lo que había provocado que su mano buscara la unidad de señales era la visión de unos treinta hamalitas que seguían mirando a un compañero suyo que acababa de sufrir una caída accidental, inocua, en un montón de frutos blandos.

No vio que se rieran ni percibió el menor cambio emocional.

Añadido a todos los otros aspectos que Orne había catalogado, el incidente de la caída en los frutos completó la sentencia de Hamal.

Orne suspiró. Ya estaba hecho. Había mandado una señal al espacio que ponía en movimiento una cadena de acciones capaces de ocasionar la destrucción de Hamal, de él mismo o de ambos.

Como descubriría después, también se había liberado de su sueño repetitivo, y lo había sustituido por una serie de sucesos en su estado de vigilia que con el tiempo le harían sospechar que se había introducido en un misterioso mundo nocturno.

«Los creadores de Dios» de Frank Herbert

Frank Herbert. Fue un escritor estadounidense que nació en Tacoma, Washington, el 8 de octubre de 1920 y que falleció en el 11 de febrero de 1986. Tras estudiar en la Universidad de Washington tuvo varias profesiones, desde fotógrafo a cámara de televisión o pescador de ostras. Comenzó a publicar en los años 50, vendiendo artículos a relatos a revistas, hasta que en 1952 publicó su primer relato de ciencia ficción: ¿Está usted buscando algo? Cuatro años más tarde salió a la luz su primera novela, El dragón en el mar, conocida más tarde como Bajo presión. Pero no sería hasta 1965 cuando finalmente le llegó el éxito con la inauguración de la famosa serie Dune, donde presentaba un mundo imaginario con su propia política, ecología y estructura social. La primera obra de la saga, Dune, que pronto se vería continuada por otras novelas como El mesías de Dune o Hijos de Dune, obtuvo los premios Nébula y Hugo, además del Premio Internacional de Fantasía, que compartió con El señor de las moscas de William Golding. Herbert se hizo conocido también por su creación de una “granja biológica” donde estuvo conviviendo con su familia en armonía con la naturaleza.