Muerte de la luz

Resumen del libro: "Muerte de la luz" de

«Muerte de la luz» de George R.R. Martin te sumerge en una galaxia de emociones, fusionando ciencia ficción y romance en una historia cautivadora. En un escenario donde las estrellas son el telón de fondo, la novela te transporta a Worlorn, un planeta que una vez fue glorioso y vibrante durante el Festival de los Mundos Exteriores, pero ahora enfrenta una decadencia irrevocable mientras se aleja de la Rueda de Fuego y se sume en una interminable noche.

La trama sigue a Dirk t’Larien, quien busca reconquistar a Gwen Delvano y redimir errores del pasado. Sin embargo, al llegar, se encuentra con que Gwen está ligada a Jann Vikary y su teyn Garse Janacek por un vínculo complejo de amor y odio, una conexión tan intensa como el ineludible final de Worlorn. Este amor triangular se desenvuelve en medio de un entorno hostil, donde los sentimientos son tan inmensos como el propio universo.

«Muerte de la luz» teje una de las historias de amor más conmovedoras jamás concebidas. El protagonista lucha entre el amor egoísta, que anhela reclamar a su ser amado, y la lealtad a un grupo, un amor que se convierte en un instinto de supervivencia en el mundo inhóspito de Worlorn. Martin, con su prosa exquisita y honesta, te sumerge en ciudades y paisajes oníricos, mientras te guía a las profundidades del alma humana.

Esta novela ofrece una visión única y evocadora de la naturaleza humana en un contexto galáctico. Con su narración sensible y trascendental, «Muerte de la luz» es un relato que resonará en tu corazón mucho después de que las estrellas se hayan apagado.

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Prólogo

Un vagabundo, una esfera errante, el paria de la creación: este mundo era todas esas cosas.

Hacía siglos que caía, solo y sin rumbo, a través de los fríos y solitarios espacios interestelares. Sus cielos desolados habían visto generaciones de estrellas sucediéndose unas a otras en suntuosos enjambres. No pertenecía a ninguna de ellas. Era un mundo autosuficiente en, y para sí mismo. En cierto sentido ni siquiera formaba parte de la galaxia; sin itinerario fijo, surcaba el plano galáctico como un clavo al atravesar la tabla de una mesa redonda. No formaba parte de nada.

Y la nada estaba muy cerca. En el alba de la historia humana, este vagabundo atravesó una nube de polvo interestelar que cubría una región minúscula cerca del borde superior de la gran lente de la galaxia. Más allá flotaba un puñado de estrellas, no más de treinta. Después el vacío, una noche vastísima y desconocida.

Allí, mientras caía por esa zona fronteriza, el mundo errante bogó entre naciones devastadas.

Primero lo descubrieron los Imperiales de la Tierra, en plena fiebre de embriaguez expansiva, cuando el Imperio Federal de la Vieja Tierra aún intentaba gobernar a todos los mundos del reinohumano a través de abismos inmensos e imposibles. Un bombardero llamado Mao Tse-tung, averiado durante una misión contra los hranganos, con los tripulantes muertos en sus puestos y los motores encendiéndose y apagándose alternativamente, fue la primera nave del reinohumano que traspasó el Velo del Tentador.

El Mao era una ruina sin aire, repleta de cadáveres grotescos que se contoneaban por los corredores y una vez por siglo chocaban contra los tabiques; pero las computadoras de a bordo aún funcionaban y cumplían obstinadamente con sus ritos, escrutando atentamente el espacio, y cuando el planeta sin nombre pasó a pocos minutos-luz de la nave fantasma, quedó registrado en sus mapas. Casi siete siglos más tarde un carguero de Tóber tropezó con el Mao Tse-tung y con ese registro.

Por entonces no era novedad; ese mundo ya había sido redescubierto.

Quien lo descubrió por segunda vez fue Celia Marcyan, cuyo Perseguidor de Sombras circunvoló el planeta un día entero, durante la generación del interregno que siguió al colapso. Pero el planeta errante no tenía nada que pudiera interesar a Celia; sólo una roca, y hielo, y una noche interminable. De modo que ella siguió su camino poco después. Sin embargo sentía afición por los nombres, y antes de partir bautizó a ese mundo; lo llamó Worlorn, y nunca dijo porqué ni qué significaba. Y Worlorn le quedó. Y Celia partió hacia otros mundos y otras historias.

El próximo visitante fue Kleronomas, en di-46. Su nave de reconocimiento sobrevoló rápidamente el planeta y trazó mapas de las extensiones desiertas. Worlorn reveló sus secretos a los sensores de Kleronomas; era un planeta más vasto y rico que la mayoría, con océanos helados y una atmósfera helada que sólo esperaban la liberación.

Algunos dicen que Tomo y Walberg fueron los primeros en desembarcar en Worlorn, en di-97, mientras acometían la trasnochada empresa de atravesar la galaxia. ¿Cierto? Probablemente no. No hay mundo humano que no tenga su anécdota sobre Tomo y Walberg, pero la Prostituta Soñadora no regresó jamás…, y nadie puede saber dónde desembarcó.

Los contactos visuales posteriores fueron más realistas y menos legendarios. Worlorn, vagabundo, inútil y sólo marginalmente interesante, se transformó en un lugar común en las cartas estelares del Confín, ese puñado de mundos escasamente colonizados entre los gases brumosos del Velo del Tentador y el Gran Mar Negro.

Luego, en di-446, un astrónomo de Lobo se dedicó a estudiar sistemáticamente a Worlorn, y por primera vez alguien se tomó la molestia de atar todos los cabos sueltos. Entonces las cosas cambiaron. El nombre del astrónomo lobuno era Ingo Haapala, y salió de su sala de computación visiblemente excitado, algo frecuente en las gentes de Lobo. Pues Worlorn iba a tener un día, un día largo y brillante.

La constelación llamada La Rueda de Fuego ardía en los cielos de todos los mundos exteriores, una maravilla visible aun en la Vieja Tierra. El centro de la formación era la supergigante roja, el Cubo de la Rueda, el Ojo del Infierno, el Gordo Satanás…, tenía muchos nombres. En órbita alrededor de ella, equidistantes, cuidadosamente dispuestas como seis canicas de llama roja rodando por el mismo surco estaban las otras: los Soles Troyanos, los Hijos de Satanás, la Corona del Infierno. Los nombres no importaban. Lo que importaba era la Rueda misma, el enorme amo rojo al que seis estrellas amarillas de tamaño mediano rendían homenaje: el sistema estelar múltiple más desconcertante —y curiosamente el más estable— que se había descubierto hasta entonces. La Rueda fue un suceso pasajero, un nuevo misterio para la humanidad ahíta de los viejos misterios. En los mundos más civilizados, los científicos propusieron teorías para explicarla; más allá del Velo Tentador, se organizó un culto religioso, y hombres y mujeres hablaban de una raza extinguida de ingenier

os estelares que habían desplazado soles enteros para erigirse un monumento a ellos mismos. Tanto la especulación científica como la adoración supersticiosa se propagaron febrilmente varias décadas y progresivamente perdieron impulso; poco después el asunto cayó en el olvido.

El hombrelobo Haapala anunció que Worlorn se desplazaría una vez alrededor de la Rueda de Fuego, trazando una hipérbole lenta y ancha, sin entrar realmente en el sistema pero acercándose bastante; cincuenta años de sol; luego se internaría nuevamente en las tinieblas del Confín, más allá de las Estrellas Últimas, para perderse en el Gran Mar Negro del vacío intergaláctico.

Eran los siglos turbulentos en que Alto Kavalaan y los otros mundos exteriores saboreaban por primera vez la soberbia, y ansiaban encontrar un lugar en las descalabradas historias de la humanidad. Y todos saben lo que ocurrió. La Rueda de Fuego siempre había sido la gloria de los mundos exteriores, pero hasta el momento había sido una gloria estéril, sin planetas.

Mientras Worlorn se aproximaba a la luz, hubo un siglo de tormentas: años de hielo derretido y actividad volcánica y terremotos. Una atmósfera helada despertó paulatinamente a la vida, y vientos devastadores aullaron como niños monstruosos. La gente de los mundos exteriores afrontó y combatió estos fenómenos.

Los terraformadores vinieron de Tóber-en-el-Velo, los ingenieros climáticos de Oscuralba, y también acudieron equipos de Lobo y Kimdiss y di-Emerel y el Mundo del Océano Vinonegro. Los hombres de Alto Kavalaan lo supervisaron todo, pues Alto Kavalaan se atribuía la propiedad del planeta errante. La lucha duró más de un siglo, y los que murieron son casi un mito para los hijos del Confín.

Pero finalmente Worlorn fue pacificado. Entonces se fundaron ciudades, y extraños bosques florecieron bajo la luz de la Rueda, y se soltaron animales para dar vida al planeta.

En di-589 se inauguró el Festival del Confín. El Gordo Satanás llenaba un cuarto de cielo, rodeado del esplendor de sus hijos. Ese primer día los toberianos hicieron brillar el estratoescudo, de modo que las nubes y la luz solar se diluían en diseños caleidoscópicos. Transcurrieron los días y llegaron las naves. Desde todos los mundos exteriores, y desde mundos más remotos, de Tara y Daronne, al otro lado del Velo; de Avalon y el Mundo de Jamison, de lugares tan distantes como Nueva Ínsula y Viejo Poseidón, y de la misma Vieja Tierra. Durante cinco años Worlorn se acercó al perihelio, durante cinco años se alejó. En di-599 el Festival terminó.

Worlorn entró en el crepúsculo y se desplazó hacia la noche.

Muerte de la luz: George R.R. Martin

George R. R. Martin. Es un escritor y guionista estadounidense de literatura fantástica, ciencia ficción y terror. Nació el 20 de septiembre de 1948 en Bayonne, Nueva Jersey, en una familia de origen irlandés e italiano. Desde pequeño se interesó por la lectura y la escritura, y vendía sus propios relatos de monstruos a los niños del vecindario.

Estudió periodismo en la Universidad del Noroeste y se graduó en 1971. Fue objetor de conciencia durante la guerra de Vietnam y trabajó como profesor de periodismo en el instituto Clarke de Dubuque, Iowa. También fue escritor de deportes durante cuatro veranos.

En los años 70 publicó sus primeras obras de ficción, entre las que destacan Muerte de la luz (1977), su primera novela, y varios relatos cortos que fueron nominados o premiados con los galardones Hugo y Nébula. Sin embargo, su cuarta novela, El rag del Armagedón (1983), fue un fracaso comercial que le llevó a dedicarse al guion televisivo.

Escribió para series como La zona crepuscular (1986) y La bella y la bestia (1987), y fue editor de la serie sobre la Segunda Guerra Mundial Wild Cards. En 1987 publicó Tuf voyaging, una colección de relatos de ciencia ficción que es considerada una de sus mejores obras.

En 1996 se retiró a Santa Fe, Nuevo México, donde inició la saga Canción de hielo y fuego, su obra más famosa y exitosa. Se trata de una serie de novelas de fantasía épica ambientadas en un mundo medieval ficticio, donde varias familias nobles se disputan el poder sobre el continente de Poniente. La primera novela, Juego de tronos (1996), fue un éxito de crítica y ventas, y le valió el premio Locus a la mejor novela de fantasía.

La saga ha vendido más de 60 millones de ejemplares en 45 idiomas y ha sido adaptada a la televisión por la cadena HBO con el título Game of Thrones (2011-2019), una serie que ha batido récords de audiencia y ha recibido numerosos premios Emmy. Martin ha participado como productor ejecutivo y guionista ocasional de la serie.

Además de Canción de hielo y fuego, Martin ha publicado otras novelas independientes como Sueño del Fevre (1982), Los viajes de Tuf (1986) o Refugio del viento (1998), así como cuentos infantiles como El dragón de hielo (1980) o El caballero errante (1998). También ha colaborado en el apartado artístico y de guión del videojuego Elden Ring (2022) desarrollado por From Software.

Martin es uno de los principales referentes actuales de la literatura fantástica y ha sido reconocido con numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera, como el Geffen, el Seiun, el Inkpot, el Gigamesh o el Ignotus. En 2020 recibió el Carl Sandburg Literary Award por su contribución a las letras estadounidenses.