Una odisea espacial: La saga completa

Resumen del libro: "Una odisea espacial: La saga completa" de

Los cuatro libros que componen la saga «Odisea espacial» —«2001: Una odisea espacial»; «2010: Odisea dos»; «2061: Odisea tres»; «3001: Odisea final»— suponen uno de los grandes hitos de la literatura de ciencia-ficción y el relato, fantástico pero no fantasioso, de una de las mayores epopeyas de todos los tiempos. La aparición de un misterioso monolito negro es el eje sobre el cual gira una aventura que dura miles de años, desde los primeros pasos del hombre como tal, hasta la conquista del espacio, la creación de inteligencias artificiales y el contacto con seres superiores cuya forma de vida nada tiene que ver con la que conocemos en la Tierra. La intriga, la acción y la desbordante imaginación propias del género confluyen en esta obra magna con el planteamiento de las grandes cuestiones de la humanidad: ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra esencia? ¿Qué lugar ocupamos en el cosmos?

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El camino de la extinción

La sequía había durado ya diez millones de años, y el reinado de los terribles saurios había terminado tiempo atrás. Aquí en el ecuador, en el continente que había de ser conocido un día como África, la batalla por la existencia había alcanzado un nuevo clímax de ferocidad, no avistándose aún al victorioso. En este terreno baldío y desecado, solo podía medrar, o aun esperar sobrevivir, lo pequeño, lo raudo o lo feroz.

Los hombres-mono del «veldt» no eran nada de eso, y no estaban por tanto medrando; realmente, se encontraban ya muy adentrados en el curso de la extinción racial. Una cincuentena de ellos ocupaba un grupo de cuevas que dominaban un agostado vallecito, dividido por un perezoso riachuelo alimentado por las nieves de las montañas, situadas a trescientos kilómetros al norte. En épocas malas, el riachuelo desaparecía por completo, y la tribu vivía bajo el sombrío manto de la sed.

Estaba siempre hambrienta, y ahora la apresaba la torva inanición. Al filtrarse serpeante en la cueva el primer débil resplandor del alba, Moon-Watcher vio que su padre había muerto durante la noche. No sabía que el Viejo fuese su padre, pues tal parentesco se hallaba más allá de su entendimiento, pero al contemplar el enteco cuerpo sintió un vago desasosiego que era el antecesor de la pesadumbre.

Las dos criaturas estaban ya gimiendo en petición de comida, pero callaron al punto ante el refunfuño de Moon-Watcher. Una de las madres defendió a la cría a la que no podía alimentar debidamente, respondiendo a su vez con enojado gruñido, y a él le faltó hasta la energía para asestarle un manotazo por su protesta.

Había ya suficiente claridad para salir. Moon-Watcher asió el canijo y arrugado cadáver, y lo arrastró tras sí al inclinarse para atravesar la baja entrada de la cueva. Una vez fuera, se echó el cadáver al hombro y se puso en pie… único animal en todo aquel mundo que podía hacerlo.

Entre los de su especie, Moon-Watcher era casi un gigante. Pasaba un par de centímetros del metro y medio de estatura, y aunque pésimamente subalimentado, pesaba unos cincuenta kilos. Su peludo y musculoso cuerpo estaba a mitad de camino entre el del mono y el del hombre, pero su cabeza era mucho más parecida a la del segundo que a la del primero. La frente era deprimida, y presentaba protuberancias sobre la cuenca de los ojos, aunque ofrecía en sus genes una inconfundible promesa de humanidad. Al extender su mirada sobre el mundo hostil del pleistoceno, había ya algo en ella que sobrepasaba la capacidad de cualquier mono. En sus oscuros y sumisos ojos se reflejaba una alboreante comprensión… los primeros indicios de una inteligencia que posiblemente no se realizaría aún durante años, y podría no tardar en ser extinguida para siempre.

No percibiendo señal alguna de peligro, Moon-Watcher comenzó a descender el declive casi vertical al exterior de la cueva, solo ligeramente embarazado por su carga. Como si hubiesen estado esperando su señal, los componentes del resto de la tribu emergieron de sus hogares y se dirigieron presurosos declive abajo en dirección a las fangosas aguas del riachuelo para su bebida mañanera.

Moon-Watcher extendió su mirada a través del valle para ver si los Otros estaban a la vista, pero no había señal alguna de ellos. Quizá no habían abandonado aún sus cuevas, o estaban ya forrajeando a lo largo de la ladera del cerro. Y como no se les veía por parte alguna, Moon-Watcher los olvidó, pues era incapaz de preocuparse más que de una cosa cada vez.

Arthur Charles Clarke. Una mente prodigiosa nacida en Minehead, Inglaterra, el 16 de diciembre de 1917, se erige como una figura titánica en el mundo de la literatura y la ciencia. Su legado abarca no solo la creación de obras maestras de la ciencia ficción, sino también contribuciones significativas al ámbito científico y tecnológico del siglo XX.

Desde su infancia, Clarke mostró una inclinación hacia la astronomía, un amor que se tradujo en la confección de mapas lunares con un telescopio casero. Su brillantez académica lo llevó a estudiar matemáticas y física en el King's College de Londres, completando sus estudios con honores. Sin embargo, su verdadera prueba de fuego llegó durante la Segunda Guerra Mundial, donde sirvió en la Royal Air Force como especialista en radares, desempeñando un papel fundamental en el desarrollo de sistemas defensivos.

El año 1945 marcó un hito en la carrera de Clarke con la publicación de su artículo "Extra-terrestrial Relays", una obra maestra que sentó las bases para los satélites en órbita geoestacionaria. Este logro no solo le valió reconocimientos y premios, sino que también delineó su reputación como un científico visionario.

Sin embargo, el nombre de Arthur C. Clarke resuena más allá de los círculos científicos gracias a su contribución excepcional a la ciencia ficción. Su primera incursión en este género fue con el cuento "Partida de rescate" en 1946, seguido por "El centinela", que sentó las bases para su obra maestra, "2001: Una odisea del espacio". Esta novela, más tarde llevada al cine por Stanley Kubrick, catapultó a Clarke a la cúspide de la fama literaria y cinematográfica.

Clarke no se limitó a una sola etapa en su carrera literaria. Desde las novelas utópicas de los años 50 hasta la ciencia ficción dura de los años 70, con obras como "Cita con Rama", su pluma siempre supo adaptarse a las demandas del tiempo. Su capacidad para entrelazar rigurosidad científica con un tono aséptico y, a veces, humorístico, lo consagró como un autor único en su clase.

Más allá de su prolífica carrera como escritor, Clarke se destacó como divulgador científico y comentarista de las misiones Apolo en la década de 1960. Sus famosas "Leyes de Clarke", especialmente la "Tercera Ley", que proclama que "toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia", se han convertido en axiomas en el mundo de la tecnología y la ciencia ficción.

La vida personal de Clarke también fue un relato intrigante. Desde su matrimonio breve en 1953 hasta su residencia en Sri Lanka a partir de 1956, donde vivió hasta su fallecimiento en 2008, Clarke fue un hombre que exploró tanto los confines del espacio como las profundidades de la existencia humana.

Sir Arthur C. Clarke, caballero de la Orden del Imperio Británico desde 1998, dejó un legado literario impresionante que incluye la serie "Odisea Espacial", la saga "Cita con Rama" y otras obras maestras como "Las fuentes del paraíso". Su muerte en Colombo, Sri Lanka, en marzo de 2008, dejó un vacío en la literatura y la ciencia que sigue siendo recordado y celebrado por admiradores de todo el mundo. Su influencia perdura en cada rincón del universo que él, con su pluma ingeniosa, logró explorar y expandir. Arthur C. Clarke, el visionario literario y científico, continúa inspirando generaciones con su visión audaz de los límites del conocimiento y la imaginación.

Cine y Literatura

2001: Una odisea del espacio

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