Narrativa

Messi en La Habana

Foto de 磊 周 en Unsplash

La conformación ilusoria de un héroe que no es real sino ficción. Advierto que esa ficción consume las cosas reales que se le acercan. Como una máquina asesina.

El paisaje es inútil, igual la ilusión que lo nombra. Ilusiones. Inútiles si no confrontan eso que dejan atrás. 

Detrás estaba el héroe con una máscara parecida a su alegoría real. 

Le había dicho la verdad, duplicada como mentira excelsa y literaria: Eres el más grande. Probablemente le asustara serlo y probablemente sería mejor que no lo fuera. 

Todo en relativa paz y la pelota aún sobre el círculo central. 

Mensajes más tarde pude enjoyarle el deseo de que conociera a mi país. Átomo de país. No era su país, pero yo derramaba adulaciones que reencontraban rutas patrióticas, dimensionales. 

Necesitaba atraparlo hasta fascinaciones mutuas, coincidencias, credibilidades.  

Él transitaba por momentos jubilosos: había clavado dos egregios goles al mismísimo Bayern Munich. No obtuve respuestas ahí. Meses después su confesión sorprendía mi incertidumbre. 

Iré, pero en silencio. Ninguna prensa, nada de publicidad. Ambiente tranquilo, rogó. Anonimato extremo. 

Eso suena imposible, le objeté. Te reconocerían hasta los ciegos. Aunque los sórdidos periodistas de la televisión nacional lo odiaban (razones de ruindades contrastadas o madridismos enfermizos), no sucedía igual en otras partes. 

Parece lujo que la dialéctica del deporte embarrase el vicio de la escritura. Se apuesta todo pero no existe aquello que llamamos definitivo. Nos parecíamos porque estábamos solos. En la cancha, en una habitación desdeñosa.

Había cambiado el fútbol y sobre todo la manera de asumirlo como refugio salvador. Droga pacífica. Droga blanda. Droga al fin, pero suponíamos que necesitábamos esa dependencia como otro alimento diario. 

No era su culpa ser el más grande. Probablemente le asustara serlo y probablemente sería mejor que no lo fuera. 

La simetría resultaba ruidosa. El guión de nuestras vidas prevé que nos convirtamos en lo que debemos ser. Uno es el actor principal de la película que actúas para Dios. Los tres, diez, quince millones de personas que habitan tu ciudad mientras permaneces en ella, o los cuarenta mil que lo hacen en un estadio (los lugares no importan, esos estadios transforman dimensiones, la película tiene parecidas secuencias y el mismo e infalible director) son personajes secundarios, con alguna o ninguna incidencia en la trama esencial. Para eso existen, y como tal actúan. El filme termina cuando tú termines. Pero Dios es un director muy caudaloso e incansable y sigue dirigiendo vidas, hasta que el the end corra asustado hacia la pantalla en blanco.

Dios crea personajes de niños que bajo las bombas procuraban tener una camiseta con la esfinge de Messi o a soldados que no van hacia el combate sin antes disfrutar sus epopeyas.

Suficiente, escribió. Voy, o iremos, porque conmigo viajarán Antonella y los pibes, disfrazados. Ya consulté a personas confiables. Cambiaremos papeles, pasaportes. Turistas argentinos de vacaciones. El único que lo sabrás eres tú.

Aprobé con peligrosa indecencia. 

Creía imposible conformarme con límites que se ensanchaban. La realidad, esta vez, ganaba el match a la fantasía, y por escandalosa goleada.

Cuida que el cuento salga mal. Tus dilemas con las leyes llenan estadios. Infeliz broma. Esperé su reacción.

Tranquilo, devolvió mi calma. La única manera de pasar inadvertido resulta ser un inadvertido.

Tenía todo listo para cuando terminara un influyente torneo de naciones desembarcar acá. Pensaba llegar vencedor. Ocurrió lo que no pudo evitar: una nueva derrota. 

Acaso Dios le reencarnaba en Sísifo. O al revés.  

No pude enviarle mensajes de apoyo ni cosa parecida. En una semana llegaría a Cuba, si no cambiaba de opinión. 

Los periodistas de la televisión volvían a la carga. Criticaban su falta de compromiso, su esterilidad ofensiva, el liderazgo engreído e invisible. 

Mediocres, intercambiaba la fuerza de mi angustia con la voracidad de rabias por llegar. Apenas logran ensartar dos frases correctas y creen que son los sabios de la puta FIFA. 

El nueve de julio recibí un correo breve. 

Llegamos el doce, alrededor de las seis de la tarde. Disfrazados.

¿Disfrazados? ¿Disfrazados de qué? ¿Cómo los reconocería? 

Ellos me reconocerían por la foto del libro. Muy simple.

Qué se interpone entre la credibilidad común y los accidentes que dejan de reconocerla.

Azares, pensé. El azar y las fuertes contingencias. 

Yo envié a unos amigos en Barcelona un libro que publiqué exaltando glorias del Barça y sobre todo las de esa pulga mesiánica, su juego devorador, sus frondosas cumbres, una y otra vez superadas. El azar quiso que un ejemplar llegara a Lionel Messi Cuccitini. Lo demás, pura imaginación. 

Estuve en el aeropuerto a la una de la tarde. No confiaba en aviones argentinos (según mi gobierno, ahora mismo, no ajustaba pertinencias confiar en algo que viniera desde el país austral). 

A las seis y veinte aterrizó el avión esperado. Dos horas más tarde aún no tenía respuestas de los ilustres viajeros. Cuando ya pasaba por mi cabeza la idea de que una depresión (y no tropical) alejase a los Messi de mi país, se acercó un hombre singular acompañado de una mujer ligeramente mayor de estatura y dos niños. ¿Eres tú? Preguntó con atontada alegría.

¿Yo, quién soy yo?

No jodás. Soy Leo.

¿Leo? Bromas no. Tú no eres Leo.

No podía serlo. Libras de más. Un bigote que simulaba rizos surrealistas. Una cabeza diferente, la mirada furtiva y no directa. El cuerpo menos atlético. Su voz distaba de ser su voz.

Qué pensás. Me disfrazaría, nos disfrazaríamos. Bastante guita costó. En Barcelona se ahorra, pero venimos de Rosario y el maquillaje camina por las nubes.

No podría serlo. La nariz no era aguileña, sino africana. Su peinado resultaba meloso, antiguo, al estilo de un actor de series policíacas que ya no se veían. Antonella parecía Nicole Kidman, y los chicos, bueno, todos los chicos se parecen a esa edad.

¿Siguen las dudas? Quiso sugerir que su calma podía irse. 

Si me transformaba debía hacerlo en grande. Vino la suerte de que nos encontramos a un tipo que vive de esos trucos. Lo que se dice un as. Hasta en Hollywood se lo disputan. 

¿Y tus guardaespaldas? ¿Disfrazados también?

Venimos solos, dijo y levantó aquellos hombros que no parecían los de Lionel Messi. 

Parecía alegre a pesar de tristezas recientes. Preguntó por hoteles y playas casi vírgenes y desiertas, por la casa de un héroe nacido en su ciudad. Contesté con evasiva serenidad. Le insinué un campo de fútbol, que debía conocer. ¿Por qué? Me pregunté yo mismo. Por curiosidad o para que las coincidencias anduviesen en línea. 

Supuse que la mejor manera de saber si se trataba del legítimo Lionel Messi y no de un farsante o embaucador, era preguntándole sobre hechos protagonizados por él y que yo reconocía con fervorosa distinción. 

Prueba atravesada con notas excelsas. 

El día en que encajó un golazo de sombrero a los mexicanos en la Copa América de Venezuela. Los pases a David Villa en aquella retumbante goleada contra el Real Madrid. El gol definitorio contra el propio club blanco en una final de la Supercopa de España. Más. Y más. Todo resuelto con ingeniosa honestidad. Aunque supongo que la honestidad no debía ser ingeniosa. O tal vez sí. 

Hablaba de sus hazañas con entrecortado júbilo. El futuro persistirá con tu nombre, le dije. Meterás diez goles en un juego la próxima temporada. Serás campeón mundial. Te harán una estatua más grande que la de Kubala.

No rechazó mis comentarios, tampoco opuso frases que conciliaran a sus demonios dormidos.

Aparcamos en un hotel más bien sencillo, quiso él que así fuera. Estrategias de sosiego, admitió. Ningún detalle puede escaparse. 

Lo despedí con la promesa de recogerlos temprano al día siguiente. Excursión citadina. La ciudad antigua. Museos. Galerías de arte. Un Messi artístico e inaudito. Me sonrojé. Al final habló también con ligero desgano del campo de fútbol. 

Tuve deseos de comentarles a mi padre y mi hijo. Un Messi que no es Messi. O un no Messi que sí es Messi. Trabalenguas infantil para los demás. Tragué contrastes. Cargaba privilegios únicos: acompañar al más grande futbolista de cualquier época (mis contendientes dirán que opongo sobre Pelé, Maradona y otros, recursos demasiados personales, pero aunque no puedan negarlo, las razones, mis razones, son explícitas y libres).

Soy imprudente al pensar que un secreto deja de serlo porque no lleva tu pertenencia unánime. Aceleré ilusiones mientras procuraba quedarme dormido. Soñé que estaba despierto o quizás acontecía lo inverso.

Día 12. Salida del hotel. Visita al Museo de Bellas Artes (a Leo le impresiona un cuadro de Wifredo Lam, le explico como puedo, no busco intervención de especialistas por si se intuyen descubrimientos. Admira los frescos de Antonia Eiriz. Belleza y sensualidad, presume de comprenderlo así. Recorrido por la Catedral. El chico mayor de los Messi lanza piedras contra las palomas que revolotean en la plaza. Su madre lo reprende. Leo me habla de las arquitecturas. Colosales, resume. Al instante diserta sobre La Sagrada Familia, y lo que Gaudí dejó en tonos inflados por menores sesgos. 

Temía aburrirlos. Les propuse sitios insuperables. El ambiente parecía íntimo, como si la bola corriese con incesante fluidez entre ellos y yo. Desecharon propuestas. Todo iba bien, razonaron.

Cientos de pósters reproducen la figura de Messi. Ni en Barcelona, dice jubilosa Antonella. Lionel bromea sobre la autenticidad de algunas imágenes. 

Quiero y necesito comentarles de fútbol. De mi apego al Barça. Inquirirle sobre rivalidades tan alevosas como fingidas. De Ronaldinho Gaucho y Andrés Iniesta. De Guardiola. Del miedo del delantero al penalti. 

Ignoró mis preguntas. Pretendían conocer la historia de mi país, o todos los callejones hacia el arte. Muy simple. Yo no estaba decepcionado sino confundido. La trampa parece razonable si aún es trampa. 

Caminata a través del Malecón. Aire pegajoso. Olas tenues. Me invitan a una gaseosa. Hablamos. A Messi le interesa el cine cubano. Después de Gutiérrez Alea no conoce más. 

Después de Gutiérrez Alea no hay mucho más. 

Qué lástima, dice. 

Antonella confiesa que vio en Barcelona una muestra de filmes cubanos. ¿Verdad, Lío? Había esta película sobre dos homosexuales que me gustó mucho.

Un homosexual, Antonella, el otro no lo era. Fresa y Chocolate se llamaba.

Fresa y chocolate.

Más tarde enfilamos hacia La Rampa. Messi dice que tiene algo para mí. No sé si debía dármelo antes o hacia el final. Nos sentamos en un parque. Los muchachos alrededor hablaban de fútbol, pero él se desentendía. Muchos lo mencionaban. Tantee el regalo. Una toalla. Una toalla con la foto de un litoral en Cataluña. ¿Te la dedico? Asentí. Quizás esperaba más. Un traje futbolístico en desuso. Agradecí su gesto. 

Su firma no parecía su firma.

En el futuro te llevaremos al Camp Nou, dijo Antonella.

El Camp Nou, repetí con demorado instinto.

No supe si les gustaba la ciudad. Creí imposible conformarme con más decepciones. 

Quería que conocieran a mi familia, pero evité sugerirlo. 

Nos despedimos. Yo estaba inmerso en una investigación, boscosa y amarga, sobre el destino de dos oficiales españoles en la llamada Reconcentración de Weyler. Periodo cruento de la guerra entre Cuba y España. El Capitán General Valeriano Weyler creaba en algunas zonas del país verdaderos campos de concentración en los cuales se sometía a un hostigamiento inhumano a la población cautivada. La historia que debía encontrar estaba allí. 

No investigué. No escribí. Me acosté temprano. No hablé con mi padre o mi hijo. No dormí casi. Soñé con la familia Messi prisionera en un campo de trabajos forzados. Salían absueltos sin embargo: no eran los verdaderos Messi.

Día 13. Salida para el Estadio Nacional de Fútbol. Les he impuesto este viaje. Ahora sí arriesgo decepciones y aparecen. No hay mucho que distinguir. Messi desea pisar el césped. Un equipo juvenil entrena. No podemos estar donde estamos, proclama alguien de seguridad. Yo podría impugnarle: Mira, el mismísimo Lionel Messi va a bendecir este infame terreno, pero callé. 

Un balón salió disparado hacia nosotros y Messi ni siquiera reaccionó. Asimilaba muy bien las transformaciones. 

Regresamos al hotel. Me invitaron al almuerzo y a que los acompañara en su viaje el próximo día. Casi una semana en el extremo occidental del país. Agradecí pero supuse que necesitaban tranquilidad. 

Bueno, nos veremos para la despedida, dijeron.

Rastree noticias en Internet sobre Messi. Andaba por Ibiza, según un periódico de Madrid. Otro lo ubicaba en las recónditas costas ecuatorianas. Lionel Messi estaba a la misma vez en Australia, China, Cabo Verde, Jamaica y Marruecos. 

Llevé a mi hijo al aeropuerto. ¿Tu pibe? Preguntó Leo.

Te admira muchísimo, le confesé. Mi hijo andaba ajeno a diálogos, procuraba descubrir cuanto avión salía o entraba a las pistas. . 

Antonella le regaló una pelota de fútbol. Gracias, lo obligué a decirle. 

A los pocos minutos me abrazaron y después desaparecieron hacia el interior del aeropuerto.

Es Messi, le dije a mi hijo.

Qué Messi.

Qué Messi podría ser, el del Barça, Leo Messi.

Estás loco, papá. Este es más gordo.

De dónde lo sabes.

De la televisión.

Las imágenes no son lo real que uno cree, ni las cámaras tan exactas. 

Este es más alto y mucho más viejo.

Está disfrazado.

Disfrazado de qué.

De Messi.

De Messi, eso sí.

Lo que te quiero decir es que Messi se ha disfrazado del tipo que hemos despedido.

No seas ingenuo, papá. 

Mi hijo de doce años lo reafirmaba al mostrarme la pelota de obsequio. 

Una copia bien barata.

Los parentescos siempre son ininteligibles: retumbaba mi suposición atormentada. Un hombre duplica a otro hombre que no se le parece. Ocurre con las ciudades, con los países e, incluso, con vidas. Nadie se molesta en confrontarlo.

Llegué a casa y evité palabras. Mi hijo guardó el incidente como simple detalle que podría servirle algún día. Puso la pelota encima del televisor para reprocharme, o reconocerme, el botín ganado en infeliz porfía.

El mundo estaba lleno de tramposos, y de ingenuos. Yo coronaba el segundo grupo. 

Perdí el apetito por las competencias deportivas. El supuesto Messi siguió escribiendo continuamente a mi dirección y yo evité responderle esos mensajes. 

Volvió a comenzar la liga y por primera vez en años no vi el partido inaugural. En el segundo de los juegos ocurrió lo extraordinario. Mi padre y mi hijo fueron a buscarme. 

Messi había anotado ocho goles en menos de cincuenta minutos. 

Está disfrazado de Dios, dijo mi padre. 

Mi hijo me miró con cierta malicia. Al terminar el juego la cifra de goles aumentaba a once. 

Un fenómeno, decían, el extraterrestre.

Messi habló de infortunios con su selección, de cuánto lamentaba perder las grandes competencias. Entonces habló de Cuba y de mí. Estuvo en la Isla, disfrazado, confesó. Ese viaje cambió o mejoró mucho su vida. Me dedicó los goles.

De qué te disfrazaste, le preguntó un periodista.

De Antonella, respondió. 

Todas las historias son falsas o procuramos que aparenten serlo. Yo no me encontraba decepcionado, confundido, ni siquiera alegre. Pensé en disfraces. El mío repetía idénticas siluetas y parentescos. Estaba disfrazado de hombre, escritor, hijo y padre. 

No me iba demasiado mal con esas máscaras.

Carlos Esquivel. Elia, Las Tunas, 1968.

Poeta, narrador y ensayista. Distinguido en múltiples premios nacionales y foráneos, entre los que destacan Oriente, Cuentos de amor, La Llama Doble, Emilio Ballagas, Cucalambé, La Gaceta de Cuba, José María Heredia, Julio Cortázar, Hermanos Loynaz, Nicolás Guillén, Jara Carrillo (España), Desiderio Macías (México), Ciudad de Oviedo (España), El Zorzal (Argentina), La lectora impaciente (España). Textos suyos aparecen en antologías y revistas de más de veinte países de Europa, América y Australia. Entre sus libros publicados sobresalen Perros Ladrándole a Dios (1999, Premio a la mejor Ópera Prima del año en Cuba), Tren de Oriente (México, 2001), Los animales del cuerpo (2001), El boulevard de los Capuchinos (2003), Bala de Cañón (2006), Matando a los pieles rojas (2008), Los hijos del kamikaze (2008), Cuarteaduras (2013), Hablando mal de los otros (2013), Los ciclos de nadie (2013), Once (2014), Diario de Caín (España, 2016), La autopista cero (2016), Un lobo, una colina (España, 2017), Los elefantes las prefieren rubias (2018), 69. La sexualidad vigilada (2019), Diez cuentos que estremecieron a Cuba (Estados Unidos, 2019), H (Panamá, 2020), Dos novelitas infieles (Alemania, 2021), La literatura cubana es un cuento chino (2022), Las amantes de la niña lobo (2022) y La guagua de Babel (2024).