Poesía

No queremos tener miedo

Miedo
Foto por Alexander Krivitskiy en Unsplash

NO QUEREMOS TENER MIEDO

El miedo ofende a la existencia, a la vida;
mira a los ojos metálica e implacablemente
y danza macabro en torno al temblor
que suscita entre los seres humanos.

El miedo puede tomar forma humana,
personifica los elementos circundantes,
crea voces delirantes por las esquinas
y acusa al transeúnte de las faltas más horrendas.
El miedo adquiere un significado sexual
y ofende al varón y a la mujer solitarios.

No quiero tener miedo.
No queremos tener miedo.
Es preciso que se dulcifiquen las voces
hasta que se las oiga decir:
¡Ya no tenemos miedo!

LA NOCHE

Quiero que me venzas en la negra sombra
de la noche, en los oscuros pensamientos,
antitéticos a los de una núbil muchacha azorada;
mas presiento que el día permanece,
que la aurora se adueña de los dulces besos,
que podrías concederme tu áurea lumínica
si no fuese un impedimento la mágica luna
de mis sueños. Quiero que no me sufras
como un juvenil corzo la bala del inevitable
cazador, como la saeta de Apolo,
en las lúgubres existencias de unas tinieblas cargadas
de aforismos; pero aguardo tus palabras
como la muerte llena de vida, como el delirio inteligente
de un espíritu marcado por la pureza, y no llegan,
no demuestran que tu corazón rebose en delicias
a mí destinadas. Ahora estoy embebido de tu ausencia,
de tu larga somnolencia, de mi insomnio activo y fructífero,
y creo en la Divina Providencia como un eco que resuena
en mi mente turbada por lo linda que te dije
que me parecías, como una esperanza fundamentada
en lo fácil e ingenuamente que nos despedimos aquella noche
sin haber horadado los umbrales marchitos del deseo.

ESPERO LA MAÑANA

Espero la mañana como una vaga promesa
de asombrosa felicidad, y siento que la soledad
no me ofrece aquellos tesoros soñados
en la inexperta juventud. Las horas indolentes
vuelan hacia la nada, y tu amor, ¡oh, amiga!
que nunca disfruté en su apasionado contacto,
no llega hasta mi alcoba fría, de muerte dormida,
en que habito preso de una desesperación insana
como la nieve de una madrugada sin techo.
La tristeza me oprime; esta vaga melancolía
sin brotes de hermosura no llena los despojos
de mi alma aturdida en el caos tenebroso
de mis sentimientos heridos y oscuros.

AMADA ROSA MARCHITA

¡Amada rosa marchita, sus miradas son fatuas
como la brisa de una mañana dolorosa de desamores!
Y no me asustan sus ideas embriagadas de sangre hermana.
Anoche soñé que la maldita culpa rompía los vestigios
de una vida dichosa, y que el remordimiento vencía
los alegres instantes de un deleite irrecuperable. Mas al despertar,
hastiado de la culpa insana, determiné vivir alegremente
en las fértiles huertas de la amistad, del amor
y de la autoestima necesaria como el regocijo
de una madrugada calurosa, en las verbenas espirituales.
Encontré en estas veladas del alma
el colmo de las ansiedades que me asolaban.

¡Nunca dejaré de hablarte, amiga!
¡Mis palabras viajarán por el tiempo,
por las inmensas soledades de un universo
que nos espera con su áurea consagrada,
con su éter límpido, con sus constelaciones
ignoradas, pero que tú y yo conocemos en la dicha
de una amistad que derrumba el concepto
de mortalidad, dejando atrás las quejumbrosas
horas de un día marchito y fatídico,
de una vida sin aspiraciones y sin fruto!

HASTA PRONTO

De nuevo aquí, contigo en mi mente, esperando
en las desconcertantes noches la amalgama
de sentimientos que pululan en mi corazón.
He esperado en vano; las cálidas torres heladas
no soportan este fiero embate en que me sumes.
Hasta pronto, hasta pronto, bella Tamara,
flor enigmática de las ruinas de un poblado henchido
de vanos aromas, de frenéticas sacudidas de pelvis muertas
por la razón. Hasta pronto, Tamara, la noche me llama;
las negras perlas de la brisa cargada de promesas,
de amistades perdurables, anhelantes…
Mientras que aquí, en mañanas gélidas
como témpanos de hielo, los intereses, las ambiciones,
la infame avidez de la codicia han ultrajado y arruinado
nuestra dignidad hasta lo indecible, hasta un límite insospechado.
Tamara, espérame en la noche, no aguardes a que las horas
matutinas de despojos nos reúna, pues el sol no es un dios,
aunque la luna tampoco, mas la oscuridad iluminada
me lleva en volandas de corazón herido por una indiferencia
obstinada, por una frenética luz de mares muertos,
por la niebla, por los senderos que conducen
al umbral de una vida verdadera y gozosa.

Alberto Ibarrola Oyón. Bilbao, Bizkaia, 1972.

Alberto Ibarrola Oyón. Licenciado en Filología española. Ganador de diferentes galardones académicos y literarios, ha publicado libros de narrativa breve, poesía, novela corta y novela, y más de ciento cincuenta artículos de opinión en diferentes medios de comunicación de la prensa escrita. Escribe bajo el lema de la ética de la estética y la estética de la ética, juego de palabras que expresa una doble inquietud: suscitar la reflexión y el compromiso en tanto busca entretener y amenizar culturalmente.