Conversación con una momia
Edgar Allan Poe
El symposium de la noche anterior había sido un tanto excesivo para mis nervios. Me dolía horriblemente la cabeza y me dominaba una invencible modorra. Por ello, en vez de pasar la velada fuera de casa como me lo había propuesto, se me ocurrió que lo más sensato era comer un bocado e irme inmediatamente a la cama...
Un misterio de heroísmo
Stephen Crane
Los oscuros uniformes de los hombres estaban tan cubiertos de polvo por la incesante violencia de los dos ejércitos, que el regimiento parecía casi parte del terraplén de barro que lo resguardaba de los proyectiles...
Joana
Rubem Fonseca
Solamente me gustaban las mujeres bonitas, de cara y cuerpo. Podían ser ignorantes, idiotas, pero si eran bonitas me gustaban...
El vicio del alcohol
Juan Emar
Anoche, desde mi cama, oí el grito ronco de una mujer que gozaba. Anoche oí detenerse el reloj dos minutos esperando a la Luna que a su vez se había detenido para ver, en su propia sombra de la calle, dos perros que se batían. Anoche canté, solo, de espaldas:..
El presidente del jurado
Charles Dickens
Han pasado ya algunos años desde que se cometió en Inglaterra un asesinato que atrajo poderosamente la atención pública. En nuestro país se oye hablar con bastante frecuencia de asesinos que adquieren una triste celebridad...
El sátiro sordo
Rubén Darío
Habitaba cerca del Olimpo un sátiro, y era el viejo rey de su selva. Los dioses le habían dicho: “Goza, el bosque es tuyo; sé un feliz bribón, persigue ninfas y suena tu flauta”. El sátiro se divertía.
La siesta del martes
Gabriel García Márquez
El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón.
La última orden
Arthur C. Clarke
-Les habla el presidente. El hecho de que estén oyendo este mensaje significa que ya he muerto y que nuestro país ha sido destruido. Pero ustedes son soldados… son los más adiestrados de toda nuestra historia. Ustedes saben obedecer órdenes. Ahora tienen que obedecer la más dura que jamás han recibido…
Cielo de claraboyas
Silvina Ocampo
La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.
Años
Cesare Pavese
De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida...
¡Chist!
Antón Chéjov
Iván Krasnukin, periodista de no mucha importancia, vuelve muy tarde a su hogar, con talante desapacible, desaliñado y totalmente absorto. Tiene el aspecto de alguien a quien se espera para hacer una pesquisa o que medita suicidarse.
Andamos huyendo, Lola
Elena Garro
Aube y Karin se sintieron dichosas. Habían abandonado el establo de Connecticut en el que vivieron los dos últimos años y ahora terminaban de instalarse en un estudio de muros blancos y alfombras verdes. Un verde césped que les recordaba el campo en sus mejores días...
El comodín
Kjell Askildsen
Un sábado por la noche, hacia finales de noviembre, me hallaba solo en casa con Lucy. Yo estaba sentado en el sillón junto a la ventana, ella junto a la mesa del comedor haciendo un solitario, últimamente no paraba de hacer solitarios, yo no sabía por qué, pensaba que quizá tenía miedo de algo. Hace mucho calor, dijo Lucy, podrías abrir un poco la ventana...
El fin
Jorge Luis Borges
Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente…
Angusola y los cuchillos
Lino Novás Calvo
Yo no debiera escribir este cuento. Es un abuso hablar de nuestros socios cuando, además, lo que a ellos les ha ocurrido pudiera ocurrirle fácilmente a uno mismo. Esto, sin embargo, puede decirse de cualquiera y, al fin y al cabo, la profesión vence a la ética. Éste es un cuento sin ética...
El pozo
Ricardo Güiraldes
Sobre el brocal desdentado del viejo pozo, una cruz de palo roída por la carcoma miraba en el fondo su imagen simple. Toda una historia trágica...
El balcón
Felisberto Hernández
Había una ciudad que a mí me gustaba visitar en verano. En esa época casi todo un barrio se iba a un balneario cercano. Una de las casas abandonadas era muy antigua; en ella habían instalado un hotel y apenas empezaba el verano la casa se ponía triste, iba perdiendo sus mejores familias y quedaba habitada nada más que por los sirvientes...
La perspectiva Nevski
Nikolái Gógol
No hay nada mejor, por lo menos para Petersburgo, que la perspectiva Nevski1. Ella allí lo significa todo. ¡Con qué esplendor refulge esta calle, ornato de nuestra capital!… Yo sé que ni el más mísero de sus habitantes cambiaría por todos los bienes del mundo la perspectiva Nevski…
La sima
Pío Baroja
El paraje era severo, de adusta severidad. En el término del horizonte, bajo el cielo inflamado por nubes rojas, fundidas por los últimos rayos del sol, se extendía la cadena de montañas de la sierra, como una muralla azuladoplomiza, coronada en la cumbre por ingentes pedruscos y veteada más abajo por blancas estrías de nieve...
Hola y adiós
Ray Bradbury
Pues claro que se iba, qué otra cosa podía hacer, el tiempo se había agotado y se iba, se iba muy lejos. Tenía ya hecha la maleta, había sacado brillo a los zapatos; se había cepillado el pelo y se había lavado expresamente detrás de las orejas...