Del asesinato considerado como una de las bellas artes

Resumen del libro: "Del asesinato considerado como una de las bellas artes" de

«Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes» es un ensayo de Thomas De Quincey publicado por primera vez en 1827 en la revista Blackwood, es una de las obras maestras del humor negro. En ella Thomas Quincey concibe la muerte como un espectáculo digno de ser visto y gozado. Cuando el asesinato está cometido y no podemos hacer nada por las víctimas, debemos dejar de considerarlo moralmente y pasar a juzgarlo como obra artística según las leyes del buen gusto. Con este planteamiento, De Quincey se retrotrae al «primer asesinato», es decir, el cometido por Caín sobre Abel, y a otros famosos de la historia, hasta concluir en los de mayor actualidad en el mundo anglosajón de la época. A este respecto, dice desdeñar el veneno y demás «innovaciones abominables venidas de Italia» en favor del tradicional corte de garganta. Pretende discutir con los detractores del asesinato dado que «cuando se les oye hablar se creería que ser asesinado tiene todas las desventajas e inconvenientes y que no las tiene el no ser asesinado», y recuerda a continuación las enfermedades y los pesares de que está libre el asesinado. Recuerda que Marco Aurelio dijo que una de las funciones más nobles de la razón consiste en distinguir si es o no tiempo de irse de este mundo, y dice agradecer a los artistas del asesinato que se dediquen a instruir gratuitamente a los demás en esta rama de la ciencia, si bien se apresura a aclarar que muy pocos cometen asesinatos por principios filantrópicos. Se centra especialmente en una serie de asesinatos cometidos en 1811 por John Williams en el barrio de Ratcliffe Highway, Londres. El ensayo fue recibido con entusiasmo y dio lugar a numerosas secuelas, como «un segundo artículo sobre Asesinato Considerado como una de las Bellas Artes». en 1839 y un «Postscript» en 1854. Estos ensayos han ejercido una fuerte influencia en posteriores representaciones literarias de la delincuencia y fueron alabados por la crítica como GK Chesterton, Wyndham Lewis y George Orwell.

Libro Impreso EPUB

PRIMER ARTÍCULO

ADVERTENCIA DE UN HOMBRE MORBOSAMENTE VIRTUOSO

La mayoría de los que leernos libros es posible que hayamos oído hablar de una Sociedad para el Fomento del Vicio, del Club del Fuego Infernal, fundado en el último siglo por Sir Francis D—, etc. En Brighton, según tengo entendido, se fundó una Sociedad para la supresión de la Virtud. Esta sociedad fue asimismo suprimida, pero lamento decir que existe otra en Londres de un carácter aún más atroz. En vista de sus inclinaciones le vendría bien la denominación de Sociedad para el Incentivo del Asesinato, pero, aplicándose un delicado ενΦημισηός, se llama la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos. Sus miembros se precian de su curiosidad por todo lo relativo al crimen, de ser amateurs y dilettanti de todas las formas de derramamiento de sangre, en suma, de ser aficionados al asesinato. Cada vez que en los anales de la policía europea aparece una atrocidad de esta clase, se reúnen y la critican como si fuera un cuadro, una estatua o cualquier otra obra de arte. No haré falta que me tome el trabajo de intentar describir el espíritu que preside sus actividades, pues el Iector podrá apreciarlo mejor en una de sus conferencias mensuales pronunciada ante la sociedad el año pasado. Dicha conferencia ha caído en mis manos por casualidad, pese a toda la vigilancia ejercida para que no se hagan publicas sus deliberaciones. Al verla publicada se sentirán alarmados, y éste es precisamente mi propósito. Pues prefiero, con mucho, que la sociedad se disuelva tranquilamente mediante un llamamiento a la opinión publica, sin necesidad de mencionar nombres, como seria el caso si recurriera a los tribunales de Bow Street, a los que, sin embargo, no dudaría en recurrir si mis medidas no obtuviesen el éxito esperado. Mi sentido de la virtud no puede permitir que semejantes cosas puedan producirse en un país Cristiano. Incluso en tierra de paganos, la tolerancia publica del asesinato —esto es, los terribles espectáculos en el circo— fue considerada por un escritor Cristiano como el mas vivo reproche que podía hacerse a la moral publica. Este escritor es Lactancio, y creo que sus palabras son singularmente aplicables a la presente ocasión: «Quid tam horribile», dice, «tam tetrum, quam hominis trucidatio? Ideo severissimis legibus vita nostra munitur; ideo bella execrabilia sunt. Invenit tamen consuetudo quatenus homicidium sine bello ac sine legibus faciat: et hoc sibi voluptas quod scelus Vindicavit. Quod si interesse homicidio sceleris conscientia est, et eidem facinori spectator obstrictus est cui et admissor; ergo et in his gladiatorum caedibus non minus cruore profunditur qui spectat, quam ille qui facit: nec potest esse immunis a sanguine qui voluit effundi; aut videri non interfecisse, qui interfectori et favit et procmium postulavit». «¿Qué cosa es tan terrible», —dice Lactancio—, «tan funesta y repugnante, como el asesinato de una criatura humana? Por esta razón nuestra vida se protege con las leyes mas severas; por esta razón, las guerras son objeto de execracion. Y, sin embargo, en Roma la costumbre tradicional ha permitido una forma de autorizar el asesinato aparte de en la guerra y en contradicción con el derecho, y las exigencias del gusto (voluptas) han llegado a equipararse a las del crimen». Que la Sociedad de Caballeros Aficionados lo tenga presente; y permítanme llamar la atención sobre la última frase, de tanto peso que me atrevería a traducirla así: «Ahora bien, si el mero hecho de presenciar un asesinato atribuye a un hombre la cualidad de cómplice, si ser un simple espectador basta para que compartamos la culpa del autor, de ello se deduce necesariamente que en los crímenes del anfiteatro la mano que inflige el golpe fatal no esté mas empapada de sangre que la de quien contempla pasivamente el espectáculo, ni tampoco puede estar limpio de sangre quien no impida que se derrame, ni tampoco queda exento de participar en el crimen quien aplaude al asesino y reclama premios para él». Aún no he oído que se acuse a los Caballeros Aficionados de Londres de «proemia postulavit», aunque es indudable que sus actividades tienden a ello, pero el nombre mismo de su asociación implica el «interfectori favit», y ello se expresa en cada una de las líneas de la conferencia que sigue a continuación.

X. Y. Z.

Del asesinato considerado como una de las bellas artes – Thomas de Quincey

THOMAS de QUINCEY, escribió su autobiografía en tres entregas, Confesiones de un inglés comedor de opio (Confessions of an English Opium-Eater, 1821), su continuación, Suspiria de profundis (1845) y Apuntes autobiográficos (1853).

Hijo de un rico comerciante, recibió una educación esmeradísima con preceptores particulares y en los colegios de Bath y Winkfield, acabando sus estudios secundarios en Mánchester. El administrador de la cuantiosa fortuna de sus padres le educó tan estrictamente que le hacía traducir al griego todos los días los titulares de la prensa. A los 17 años se escapó por fin para ir a Gales y de allí a Londres; en la capital sobrevivió en un palacio vacío gracias a las preocupación que sintió por él una generosa y angelical prostituta, Ann, que cuando creció nunca pudo encontrar para agradecerle sus atenciones. Después se reconcilió con su familia y estudió en el Worcester College de Oxford. Allí se hizo adicto al opio en 1804 cuando estudiaba en el Worcester College; primero lo usó para remediar los dolores agudos de una neuralgia que padecía, después fue incrementando progresivamente la dosis.

Tras abandonar Oxford sin graduarse, se hizo amigo íntimo de Coleridge, a quien conoció en Bath en 1807; en 1809 se estableció en el distrito de los lagos, en Grasmere, donde Coleridge le integró en el círculo literario de los llamados Poetas lakistas: Samuel Taylor Coleridge, William Wordsworth y Robert Southey. De Quincey editó la Westmorland Gazette y en 1817 se casó con Margaret Simpson, una hija de granjero con la que ya había tenido un hijo, y de la que tendría después otros siete. Habiendo agotado su fortuna privada, empezó a ganarse la vida como periodista y fue asignado como editor de un periódico local conservador, The Westmoreland Gazette.

Durante los 30 años siguientes mantuvo a su familia gracias a cuentos, artículos y críticas, principalmente en Edimburgo. A principios de 1820, De Quincey se trasladó a Londres, donde contribuyó al London Magazine y Blackwoods. En 1820 escribió su famosísimo libro de memorias, Confesiones de un comedor de opio inglés (1821), una apasionante descripción de su infancia y su propia batalla contra el demonio del opio. Vivió en Edimburgo durante doce años (1828-1840). Durante los años 1841 y 1843, se ocultó de sus acreedores en Glasgow. Desde 1853 hasta su muerte, De Quincey trabajó en Selections Grave and Gay, From the Writings, Published and Unpublished.