Libro 2: Alvin Maker

El profeta rojo

Resumen del libro: "El profeta rojo" de

El Profeta Rojo, una obra del renombrado autor Orson Scott Card, continúa la saga narrativa que comenzó con El Séptimo Hijo. En esta entrega, se sumerge en los violentos conflictos entre pieles rojas y colonos americanos. El protagonista, Alvin, quien ahora cuenta con diez años, se encuentra con el jefe indio Ta-Kumsaw y su hermano Tenskwa-Tawa, el profeta más eminente de los indígenas. A través de ellos, Alvin experimenta la profunda conexión con la tierra, representada por la «música verde», al mismo tiempo que es confrontado con la brutalidad de la guerra y el sufrimiento humano. La trama se desarrolla en un entorno donde la tela de la historia se entreteje con elementos de misterio y magia.

La narrativa de Orson Scott Card, reconocido por su habilidad para combinar elementos de ciencia ficción y fantasía con profundas reflexiones sobre la naturaleza humana, se muestra una vez más en El Profeta Rojo. Con un estilo fluido y cautivador, Card sumerge al lector en un mundo lleno de peligros y maravillas, donde los personajes se enfrentan a desafíos tanto externos como internos. La complejidad de las relaciones entre los diferentes grupos étnicos y culturales en la América colonial brinda un telón de fondo fascinante para la historia.

Alvin, el protagonista, es presentado como un joven con una sensibilidad especial hacia el mundo que lo rodea, capaz de percibir la música de la tierra y la red invisible que conecta los acontecimientos históricos. Su viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal se entrelaza con los eventos históricos que moldearon el destino de la nación en formación. A través de sus ojos, el lector es llevado a explorar temas universales como el poder, la identidad y el sacrificio.

La figura de Tenskwa-Tawa, el gran profeta de los indígenas, emerge como un símbolo de sabiduría y resistencia frente a la opresión colonial. Su papel en la historia no solo sirve para enriquecer la trama, sino también para explorar las complejidades de la relación entre los colonizadores y los pueblos originarios de América.

En resumen, El Profeta Rojo de Orson Scott Card es una obra que combina hábilmente elementos de historia alternativa, fantasía y reflexión filosófica. Con personajes bien desarrollados, un entorno vibrante y una trama cautivadora, esta novela ofrece una experiencia de lectura envolvente que cautivará a los aficionados del género y a aquellos interesados en explorar las complejidades de la historia y la condición humana.

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MATUTE

En esos días no eran muchas las barcazas que bajaban por el Hio. En cualquier caso, no llevaban pioneros a bordo, ni familias de colonos, ni herramientas, ni muebles, ni semillas, ni algunos lechones con que iniciar una piara. Bastaban un par de flechas encendidas para que los primeros pieles rojas que pasaban se alzaran de inmediato con un precioso botín de cabelleras chamuscadas que luego venderían a los franceses de Detroit.

Pero Matute Palmer no tenía ese problema. Todos los pieles rojas conocían bien su barcaza, repleta de toneles. En el interior de casi todos ellos se mecía el whisky con un rumor inconfundible, prácticamente el único son musical que comprendían los indios.

Pero, en medio de semejante carga, había un barril que no emitía sonido alguno. No llevaba licor sino pólvora, y en su parte superior se distinguía una mecha.

¿Para qué le servía la pólvora? Podían ir flotando corriente abajo, tomando las curvas con las pértigas bien afirmadas, y de pronto aparecer un grupo de canoas atestadas de pieles rojas carapintadas, de la tribu kicky-poo. O quizá vieran arder una fogata cerca de la costa y, alrededor de ella, un corro de frenéticos diablos shawnee dispuestos a arrojar una nube de flechas incandescentes.

Para cualquiera, eso significaba que había llegado la hora de rezar, luchar y morir. Pero no para Matute. Él se plantaba en el centro de la barcaza, con una antorcha en la diestra y la mecha en la siniestra y gritaba:

—¡Que explota el whisky! ¡Que explota el whisky!

La mayoría de los pieles rojas no sabían mucho inglés, pero casi todos entendían lo que quería decir «explotar», por no hablar de «whisky». Y en lugar de flechas y canoas que se le acercaran, muy pronto las canoas de los pieles rojas le ignoraban. Algunos indios gritaban:

—¡Ciudad Cartago!

—¡Eso es! —respondía Matute, y las canoas se deslizaban sobre el Hio, rumbo al lugar donde pronto podrían comprar el licor.

Pero la tripulación… Era el primer viaje que hacían por el río y no sabían tanto como Matute Palmer y por eso la primera vez que vieron a los pieles rojas y sus flechas, se lo hicieron en los pantalones. Y cuando vieron a Matute con la mecha y la antorcha quisieron saltar de cabeza al río. Matute no paraba de reír.

—No tenéis ni idea de indios y licor… —decía—. No harán nada que pueda derramar una sola gota de whisky al Hio. Matarían a su propia madre sin pensarlo dos veces si ella se interpusiera entre ellos y un barril, pero a nosotros no nos pondrán la mano encima mientras yo amenace con hacer volar la barca.

La tripulación se preguntaba para sus adentros si Matute sería realmente capaz de hacer explotar el lanchón, el whisky y a la gente, toda, a la vez, pero en realidad si lo era.

No tenía por costumbre ni dedicaba mucho tiempo a reflexionar sobre la muerte y el más allá o cuestiones filosóficas como ésas, pero había algo que tenía decidido: cuando muriera, no pensaba hacerlo solo. También creía que si alguien lo mataba, no obtendría provecho de su muerte. Ni soñarlo. Especialmente, ningún piel roja enclenque, cobarde y medio borracho, armado con un hacha de cortar cabelleras.

Pero lo que nadie sabía era que a Matute no le hacía falta la antorcha, ni siquiera necesitaba la mecha. En realidad, la mecha no llegaba hasta la pólvora del barril, para ser honestos. Matute no quería arriesgarse a que la barca volara por accidente. No, si alguna vez tenía que hacer estallar el lanchón, lo único que necesitaba Matute era sentarse a pensar un rato en ello. Y la pólvora no tardaría en calentarse, al poco brotaría un hilito de humo y luego ¡bum!, se acabó.

Efectivamente: Matute era un chispero. Sí, hay quien opina que los chisperos no existen, y para demostrarlo argumentan: «¿Alguna vez te has cruzado con uno, o has sabido de alguien que lo fuera?», pero eso no demuestra nada. Porque si por casualidad uno es un chispero, no va a ir por ahí contándoselo a todo el mundo, ¿o sí? Total, nadie va a contratarlo a uno para valerse de sus servicios. Es demasiado fácil usar yesca y pedernal. O esos fósforos alquímicos… No. La única utilidad que tiene ser un chispero es si uno quiere encender fuego a distancia. Y sólo ocurre cuando el fuego que se va a prender es dañino, para lastimar a alguien, incendiar una casa o hacer volar algo por los aires, esas cosas. Y si uno presta esa clase de servicios, no va a poner precisamente un anuncio que diga «Se ofrece chispero».

Lo peor de todo es que cuando se corre la voz de que uno es un chispero le encasquetan la culpa de cualquier fueguecito que se inicie por ahí. Algún crío enciende una pipa en el granero, el cobertizo se viene abajo tras el incendio, y ¿acaso el chico dice «Sí, papá, lo hice yo solito»? No, señor. Va y dice «¡Debe haber sido algún chispero el que le pegó fuego al granero!», y entonces salen todos a buscarle a uno, el chivo expiatorio del vecindario…

No, Matute no era tonto. Jamás había hablado con nadie acerca de su don para hacer arder las cosas.

Había otra razón por la cual Matute no empleaba casi nunca su facultad. Era una razón tan secreta que ni él mismo era del todo consciente de ella. Lo cierto era que el fuego le daba miedo. Le hacía estremecerse hasta la médula. Como esos que tienen miedo al agua y se embarcan, o esos que tienen miedo a la muerte y se meten a sepultureros, o esos que sienten temor a Dios y por eso se hacen predicadores. En fin, Matute temía al fuego como a ninguna otra cosa, y por eso siempre se veía atraído hacia él, con aquella angustiosa sensación en la boca del estómago; pero cuando le llegaba la hora de encender el fuego, daba mil vueltas, lo postergaba, se le ocurrían mil razones por las cuales no debía hacerlo… Matute tenía el don, pero era de lo más reacio a ponerlo en práctica.

Pero lo habría hecho. Habría hecho volar esa pólvora, y a los mozos que manejaban las pértigas y a sí mismo con whisky y todo antes que permitir que un piel roja lo matara.

Matute podía tenerle miedo al fuego, pero si se ponía lo suficiente furioso, no tardaría en superar su temor.

«El profeta rojo» de Orson Scott Card

Orson Scott Card. Escritor americano, es conocido por sus novelas de ciencia ficción, con las que ha logrado grandes éxitos como El juego de Ender o La voz de los muertos. Card estudió en la Universidad de Utah y profesa la religión mormona, debido a lo cual vivió dos años en Brasil como parte de su formación. La iglesia fue importante en los inicios literarios de Card ya que fue en la revista mormona Ensign donde publicó sus primeros trabajos en 1977.

El salto a la ciencia ficción llegó con El juego de Ender, que pasó de novela corta a novela en 1977 y con la que consiguió el premio más prestigioso del género, el Hugo, algo que también conseguiría con su continuación, La voz de los muertos.

A partir de ese momento, la prolífica carrera de Card se dispara con varias continuaciones de Ender y la creación de las sagas de Alvin Maker o La saga del retorno. Además, Card se ha dedicado a dar clases de Escritura Creativa, con la intención de aplicar nuevas técnicas de enseñanza.

A lo largo de su carrera, Card, además de varios Premios Hugo, ha sido merecedor de galardones como el Nébula, el John W. Campbell o el Locus.