Estrella sobre Belén

Resumen del libro: "Estrella sobre Belén" de

Estrella sobre Belén y otros cuentos de Navidad es un libro especial y sorprendente en el conjunto de la obra de Agatha Christie. Publicado originalmente en noviembre de 1965, esta colección de seis cuentos y cinco poemas alusivos a los temas de cada relato están inspirados en la temática navideña, pero no por ello dejan de ser representativos del gusto de la autora por la mirada irónica, el humorismo, la intriga y la sorpresa. Su esposo, el afamado arqueólogo Max Mallowan, acertó a valorarlas de este modo: «Estos cuentos amables pueden ser categorizados con justicia como historias sagradas de detectives». Muestra del especial cariño que al autora sentía por estas páginas es que decidiera firmarlas como Agatha Christie Mallowan, nombre que solo utilizó una vez antes en el libro autobiográfico Ven y dime cómo vives (1946).

Y es que la reina del crimen supo combinar aquí una mirada respetuosa y adulta sobre los temas de la Navidad. Así, participamos de los pensamientos del burro que acompaña a María y José en el establo de Belén, somos testigos de una dura prueba que María pasa ante un ángel con malas intenciones, nos divertimos con las peripecias en nuestros días de unos santos revividos porque creen que no fueron lo bastante buenos o acompañamos a una dama inglesa que no soporta a la gente hasta que un hombre misterioso se cruza en su camino.

Libro Impreso

María miró al bebé del pesebre. Aparte de los animales, no había nadie más en el establo. Cuando se inclinó hacia él sonriéndole su corazón rebosó de orgullo y de felicidad.

Entonces, de repente, escuchó el susurro de unas alas y, volviéndose, vio un gran Ángel de pie en la puerta de entrada.

El Ángel resplandecía como el sol de la mañana, y la belleza de su rostro era tan deslumbrante que María tuvo que apartar sus ojos.

Entonces el Ángel dijo (y su voz sonaba como una trompeta dorada):

—No tengas miedo, María…

Y María contestó con su dulce voz suave:

—No tengo miedo, oh Santo Mensajero de Dios, pero la Luz de vuestro Semblante me ciega.

El Ángel dijo:

—Tengo algo que decirte.

María dijo:

—Decídmelo, Santidad. Dadme a conocer lo que me ordena mi Señor Dios.

El Ángel dijo:

—No me ha sido encomendada ninguna orden. Pero como Dios te ama de manera especial ha dispuesto que se te permita, con mi ayuda, conocer el futuro…

María miró de nuevo al niño y preguntó ilusionada:

—¿Su futuro?

Y su rostro se iluminó con alegría anticipada.

—Sí —dijo el Ángel con amabilidad—. Su futuro… Dame tu mano.

María acercó la mano hasta alcanzar la del Ángel. Era como tocar una llama, pero una llama que no quemara. La retiró un poco y el Ángel volvió a decirle:

—No tengas miedo. Aunque yo soy inmortal y tú eres mortal, tocarme no te hará daño…

Entonces el Ángel extendió sus grandes alas doradas sobre el niño dormido y dijo:

—Adéntrate en el futuro, Madre, y mira en él a tu hijo…

Y María miró hacia adelante y las paredes del establo se fundieron y desaparecieron y se encontró de pronto en medio de un jardín. Era de noche y las estrellas destellaban sobre su cabeza y había un hombre rezando de rodillas.

Algo hizo latir más deprisa el corazón de María, ya que su instinto maternal le dijo que era su hijo ese que estaba arrodillado. Pensó con alivio: «Se ha convertido en un buen hombre, en un hombre devoto que reza a Dios». Y entonces, de repente, contuvo la respiración, ya que el hombre alzó su rostro y ella pudo ver en él la agonía, la desesperación y el sufrimiento que mostraba… y se dio cuenta de que ese dolor sobrepasaba cualquier otro del que hubiera sido testigo o del que hubiera tenido noticias. Porque ese hombre se encontraba completamente solo. Le estaba rogando a Dios que apartara de él ese cáliz de sufrimiento, pero nadie respondía a sus plegarias. Dios estaba ausente y silencioso…

Y María gritó:

—¿Por qué Dios no le contesta y le consuela?

Y escuchó la voz del Ángel diciéndole:

—Dios ha dispuesto que no tenga consuelo.

Entonces María, sumisa, inclinó la cabeza y dijo:

—Está friera de nuestro alcance conocer las inescrutables intenciones de Dios. ¿Pero es que este hombre, mi hijo, no tiene amigos? ¿Es que no hay ninguna persona que se apiade de él?

El Ángel agitó sus alas y se encontraron en otro rincón del jardín y María vio a algunos hombres que estaban dormidos. Ella dijo con amargura:

—¡Él los necesita, mi hijo los necesita, y a ellos no les importa! El Ángel dijo:

—No son más que débiles seres humanos…

María murmuró para sí misma:

—Pero él, mi hijo, es un buen hombre. Un hombre bueno y recto.

Entonces de nuevo el Ángel agitó sus alas y María vio un camino que ascendía una colina y tres hombres en él cargando cruces y una multitud a sus espaldas y algunos soldados romanos.

El Ángel preguntó:

—¿Qué ves ahora?

María dijo:

—Veo tres criminales que van a ser ejecutados.

El hombre de la izquierda volvió la cabeza y María vio el rostro cruel y resabiado de alguien entregado a sus bajos instintos, lo que hizo que retrocediera un poco.

—Sí, son criminales —dijo.

Entonces el hombre que iba en medio dio un traspié que casi le hizo caer y, cuando giró la cara, María lo reconoció y aulló:

—¡No, no, es imposible que mi hijo sea un criminal!

Pero el Ángel agitó sus alas y entonces ella vio tres cruces plantadas y que el cuerpo agonizante que estaba en la de en medio era el del hombre que ella sabía que era su hijo. Los labios agrietados de este se separaron y ella escuchó las palabras que salieron de ellos:

—Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Y María gritó:

—¡No, no, esto no puede ser verdad! No es posible que haya hecho un mal tan grande. Tiene que haber sido una terrible equivocación. En ocasiones ocurre algo así. Habrá sido confundido con otra persona; seguro que lo han tomado por otro. Está siendo castigado por crímenes ajenos.

Pero de nuevo el Ángel agitó sus alas y en esta ocasión María se encontró delante del hombre al que más reverenciaba sobre la tierra, al Sumo Sacerdote de su Iglesia. Era una persona de aspecto noble que se puso de pie y, con gestos solemnes, se rasgó las vestiduras que llevaba puestas y chilló:

—¡Este hombre es un blasfemo!

Y María miró hacia aquel al que se estaba dirigiendo y vio que el hombre al que acusaba de ser un blasfemo era su hijo.

Entonces todas estas visiones se desvanecieron y de nuevo aparecieron las paredes de barro del establo, y María estaba temblando y decía con palabras entrecortadas:

—No puedo creer lo que he visto. No puedo creerlo. Nuestra familia, todos los miembros de nuestra familia, somos gente temerosa de Dios que cumple con sus obligaciones. Así es, y también lo es la familia de José. Y lo educaremos para que sea un hombre religioso y para que honre la fe de sus padres. Un hijo nuestro nunca podrá ser culpable de blasfemia. ¡No puedo creer esto! Nada de lo que me ha sido mostrado puede ser verdad.

Entonces el Ángel dijo:

—Mírame, María.

Y María le miró y vio cómo resplandecía y lo hermoso que era su Rostro.

Y el Ángel dijo:

—Lo que te he mostrado es Verdadero. Porque yo soy el Ángel del Alba y el Lucero del Alba es Verdadero. ¿Me crees ahora?

Y, a pesar de lo mucho que quería creer lo contrario, María supo que lo que había visto era Verdadero… y que no podría volver a dudar de ello nunca más.

Las lágrimas surcaron sus mejillas y se inclinó sobre el bebé que estaba en el pesebre con los brazos abiertos como para protegerlo. Y gritó:

—Hijo mío… mi pequeño hijo indefenso… ¿qué puedo hacer para salvarte? ¿Qué puedo hacer para librarte de lo que te espera? Y no solo del sufrimiento y del dolor, sino también del mal que germinará en tu corazón. De hecho, hubiera sido mejor para ti si nunca hubieras nacido o si hubieras muerto nada más haberlo hecho. Porque entonces hubieras regresado a Dios puro e inmaculado.

Y el Ángel dijo:

—Esta es la razón por la que he acudido a ti, María.

María dijo:

—¿Qué quieres decir?

El Ángel contestó:

—Ahora que ya conoces su futuro, está en tus manos decidir si tu hijo tiene que vivir o morir.

Entonces María inclinó la cabeza y, medio ahogada por los sollozos, musitó:

—El Señor me lo ha dado… Si ahora el Señor quiere llevárselo seguramente será fruto de su gran misericordia, así que, aunque desgarre mis entrañas, me someto a la voluntad de Dios.

Pero el Ángel dijo con dulzura:

—No se trata de eso. Dios no te ordena nada. La elección es tuya. Ya sabes cuál es su futuro. Elige, por tanto, si el niño tiene que vivir o morir.

María guardó silencio durante un rato. Era una mujer que pensaba despacio. Miró al Ángel por si este le daba alguna pista, pero no se la dio. De pronto el Ángel le pareció dorado y hermoso y lejanísimo.

Reflexionó sobre las imágenes que se le habían mostrado: sobre la agonía en el jardín, sobre la muerte ignominiosa, sobre el hombre que, a la hora de la muerte, había sido abandonado por Dios, sobre la horrible acusación de blasfemia…

Estrella sobre Belén – Agatha Christie

Agatha Christie. Escritora inglesa nacida en Torquay (Inglaterra) el 15 de septiembre de 1890, es considerada como una de las más grandes autoras de crimen y misterio de la literatura universal. Su prolífica obra todavía arrastra a una legión de seguidores, siendo una de las autoras más traducidas del mundo y cuyas novelas y relatos todavía son objeto de reediciones, representaciones y adaptaciones al cine.

Christie fue la creadora de grandes personajes dedicados al mundo del misterio, como la entrañable miss Marple o el detective belga Hércules Poirot. Hasta hoy, se calcula que se han vendido más de cuatro mil millones de copias de sus libros traducidos a más de 100 idiomas en todo el mundo. Además, su obra de teatro La ratonera ha permanecido en cartel más de 50 años con más de 23.000 representaciones.

Nacida en una familia de clase media, Agatha Christie fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Su primera novela se publicó en 1920 y mantuvo una gran actividad mandando relatos a periódicos y revistas.

Tras un primer divorcio, Christie se casó con el arqueólogo Max Mallowan, con quien realizó varias excavaciones en Oriente Medio que luego le servirían para ambientar alguna de sus más famosas historias, al igual que su trabajo en la farmacia de un hospital, que le ayudó para perfeccionar su conocimiento de los venenos.

De entre sus novelas habría que destacar títulos como Diez negritos, Asesinato en el Orient Express, Tres ratones ciegos, Muerte en el Nilo, El asesinato de Roger Ackroyd o Matar es fácil, entre otros muchos. Las adaptaciones al cine de su obra se cuentan por decenas.

Además de estas obras, Agatha Christie también se dedicó a la novela romántica bajo el seudónimo de Mary Westmacott.

Christie recibió numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera, como el título de Dama del Imperio Británico o el primer Grand Master Award concedido por la Asociación de Escritores de Misterio.

Agatha Christie murió en Wallingford (Inglaterra) el 12 de enero de 1976.