Libro 1 Trilogía sobre la familia Forsyte

La saga de los Forsyte

Resumen del libro: "La saga de los Forsyte" de

John Galsworthy, destacado autor británico galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1932, trasciende con maestría las eras victoriana y moderna en «La saga de los Forsyte». Esta serie, compuesta por tres novelas y dos entreactos, se erige como un cautivador relato que desentraña las complejidades y vicisitudes de la alta clase media inglesa.

La trama se desenvuelve en torno a Soames Forsyte, un abogado que encarna el éxito alcanzado por la creciente clase media profesional durante la época victoriana. Su visión de sí mismo como un «propietario» se centra en la acumulación de posesiones materiales, aunque esta búsqueda no le aporte placer. Su posición económica le permite encargar la construcción de una casa de campo a un arquitecto comprometido con su prima, con la cual vive, la elegante e inquieta Irene.

A lo largo de las tres novelas y dos interludios, Galsworthy teje una narrativa rica que aborda los cambios sociales registrados durante el reinado de la reina Victoria. Sin embargo, la trama va más allá de la descripción de una época, adentrándose en las sombras de una familia marcada por la rectitud y pragmatismo de Soames. Este protagonista, a pesar de su posición privilegiada, se ve incapaz de ganarse el amor de su esposa, desencadenando así una sucesión de desgracias y sinsabores.

La adaptación cinematográfica en 1949, titulada «That Forsyte Woman», y la exitosa serie televisiva de la BBC en 1967, destacan la perdurabilidad y resonancia de «La saga de los Forsyte». La obra de Galsworthy trasciende generaciones, explorando con agudeza la complejidad de las relaciones familiares y las tensiones entre la riqueza material y la felicidad. Con esta serie, Galsworthy no solo captura una época, sino que también ofrece una mirada atemporal a la lucha humana por el amor y la realización personal.

Libro Impreso

A mi esposa:
Te dedico la Saga de los Forsytes en su integridad,
pues creo que de toda mi obra es la menos indigna.
Y sin tu apoyo, ánimo, comprensión y crítica
no hubiera podido siquiera ser el escritor que soy.

PREFACIO

La Saga de los Forsytes fué el título que en principio destiné a la parte de la obra que se llama «El hombre bien acomodado», y el adoptarlo para título de la crónica general de la familia Forsyte es debido a las características forsyteanas que los humanos poseemos. La palabra «Saga» pudiera muy bien atacarse en razón de que implica heroísmo y hay poco heroísmo en estas páginas. Pero es que viene usada con cierta ironía; además, este largo cuento, si bien trata de gentes que usan levita y corbatín, si es cierto que se refiere a un período más o menos comodón y regalado, no por eso carece de ardor y de conflicto. Aparte de su estatura gigantesca y su sed de sangre, características humanas de lejanas épocas, los hombres legendarios eran Forsytes, al menos en sus instintos de posesión y dominio; y las debilidades de ternura y amor a la belleza a Swithin, Soames e incluso el joven Jolyon son poca prueba en contrario. Podría también decirse que los héroes de eras pasadas y quizá no sucedidas destacan de su entorno en forma que no destaca un Forsyte del tiempo de Victoria; mas podríamos decir que el espíritu de tribu era entonces también la fuerza primera y principal, y que la «familia» y el sentido de hogar y propiedad eran tan importantes como lo son hoy, que lo son mucho, por más que quiera desconocérseles.

Muchísima gente ha dado en decir que tal o cual familia era el original de los Forsytes, y tanto, que uno se ha inclinado casi a creer en la tipicidad de especies que sólo existieron en el campo de la fantasía. Los modos cambian y las modas evolucionan, y la casa de Timoteo, en la carretera de Bayswater, aparece como cobijo de lo increíble, excepto en lo fundamental; no volveremos a ver ya tanto acomodo, ni quizá veremos a nadie como James o el viejo Jolyon. Y, sin embargo, las cifras de las Compañías de Seguros y las afirmaciones de los jueces nos dicen, cada día que nuestro paraíso terrenal es aún rico reservorio[3] en que los violentos salteadores Belleza y Pasión penetran furtivamente, robándonos la tranquilidad en nuestras propias barbas. Y tan seguro como un perro ha de ladrar a una banda de música, lo que en la naturaleza humana hay de Soames se alzará en protesta contra la disolución que, amenazadora, se esconde entre los propios pliegues del vestido de la diosa Propiedad.

«Pues el Pasado murió, que entierre a sus muertos», se podría decir si el Pasado muriera. La persistencia del Pasado es una de esas tragicómicas bendiciones que en cada etapa del desenvolvimiento de la humanidad se niegan con aires de aseveración nueva desde el escenario de la vida. Pero ninguna generación consigue enterrar definitivamente al Pasado. El hombre, bajo sus cambios de apariencia y vestidura, es y será siempre un Forsyte, y gracias que no sea un animal peor.

Volviendo la mirada a la Era Victoriana, cuya culminación, declinación y caída se refleja bastante en La saga de los Forsytes, vemos bien que hemos salido de Scila para caer en Caribdis. Sería difícil mantener que la situación de Inglaterra era mejor en 1913 que lo fué en 1886, cuando los Forsytes se reunieron en casa del viejo Jolyon para celebrar el noviazgo oficial de June y Felipe Bosinney. Y en 1920, cuando se congregó el clan de nuevo para gozarse en el matrimonio de Fleur con Miguel Mont, el estado de Inglaterra es tanto de quebranto y bancarrota como fuera decaído y bajo en el ochocientos.

Si esta crónica hubiese realmente sido un estudio científico de la evolución del país, el autor hubiera insistido mucho en hechos como la invención de la bicicleta, del automóvil y aeroplano; como el nacimiento de la Prensa popular; la disminución de la vida rústica y el aumento de la urbana; como el nacimiento del «cine»… Y aquí debemos señalar la realidad de que los hombres son incapaces de controlar sus invenciones; en el mejor de los casos, son sólo capaces de adaptarse al medio que sus invenciones crean.

Pero esta larga historia no es el estudio científico de un período. Es más bien una muestra del trastorno que la belleza ocasiona en la vida de los hombres.

La figura de Irene, como los lectores pueden notar, es una personificación de la Belleza en choque constante con un mundo que todo lo cifra en poseer.

El autor ha notado que los lectores, según se adentran en las aguas saladas de esta Saga, se inclinan a compadecer a Soames, y creen que así hacen oposición al sentido de su creador. ¡Pero nada de eso! Él también compadece a Soames, cuya tragedia es sencillamente la inevitable de no despertar amor y no tener una dura piel protectora del conocimiento de la realidad dolorosa. Fleur no quiere a Soames tampoco… Pero al compadecer a Soames, quizá los lectores sientan animosidad contra Irene. «En definitiva —piensan— no era tan mal sujeto; él no tenía la culpa de nada; ella debiera haberle perdonado, y etcétera, etcétera». Y al tomar partido, pierden de vista una simple realidad: que cuando falta totalmente la atracción física en algún componente de una pareja, ni la compasión, ni la razón, ni el deber, ni nada puede vencer una repulsión implícita en lo biológico. Si está esto bien o mal, es otra cosa. Y cuando Irene nos parece dura y cruel en el Bosque de Boulogne o en la Goupenor Gallery, no es sino sabiamente realista, sabiendo como sabe que la menor concesión es la gota que precedería y causaría el desbordamiento repulsivo que no se puede soportar…

Podría despertar crítica la última fase de la narración; podría criticarse que Irene y Jolyon, estos dos grandes rebeldes contra el poseer, reclamasen derecho de propiedad sobre su hijo Jon. ¡Pero sería crítica excesiva! No hay padre ni madre que permitan casarse a su hijo con Fleur sin conocer la realidad; y son los hechos los que deciden a Jon, no las persuasiones de sus padres. Además, la insistencia de Jolyon no es sentida, sino que insiste por causa de Irene. Y la insistencia de Irene, reiterada: «¡No pienses en mí, piensa en ti mismo!». Y el que Jon, conociendo los hechos, pueda comprender los sentimientos de su madre, no puede ponerse en justicia, como prueba de que ésta es, en definitiva, una Forsyte más.

Pero aunque los efectos de la Belleza y del sentimiento de Libertad en un mando de opresión son los presupuestos básicos de La saga de los Forsyte, no puede absolverse al libro del pecado de embalsamar a las clases medias acomodadas. Lo mismo que los egipcios de la Antigüedad colocaban alrededor de sus momias todo lo necesario para una vida ulterior, así yo me he esforzado en dejar junto a las figuras de tías Ana, Julia y Esther, de Timoteo y de Swithin, del viejo Jolyon y de James, de sus descendientes todos, aquello que debía garantizarles algo de perennidad y pervivencia: un poco de Bálsamo Maravilloso contra ese disolvente social que es el «Progreso».

Si la clase media, como otras, ha de dar en confuso amorfismo, aquí, en estas páginas la encontrarán embotellada los que rebuscaren en el desordenado archivo de las Letras, conservada en su propia salsa; el Sentido de la Propiedad.

John Galsworthy.

La saga de los Forsyte: John Galsworthy

John Galsworthy. El magistral narrador y dramaturgo inglés nacido en Kingston upon Thames en 1867, dejó un legado literario imborrable. Su genio creativo floreció en la Universidad de Oxford, aunque su pasión por la escritura emergió tempranamente. En 1899, bajo el seudónimo "John Sinjohn", publicó su primera novela, "Jocelyn", marcando el inicio de una carrera literaria extraordinaria.

Galsworthy se destacó por su habilidad para capturar los matices de la sociedad inglesa, especialmente en su famosa serie "La saga de los Forsyte". Esta saga, compuesta por 12 novelas y relatos, exploró magistralmente la vida de la alta clase media británica, desde la época victoriana hasta la era moderna. Con títulos como "A Man of Property" y "The Silver Spoon", Galsworthy creó un universo narrativo rico en intrigas familiares y dilemas morales.

Además de su prolífica carrera como novelista, Galsworthy incursionó con éxito en el teatro. Obras como "Justice", "The Skin Game" y "Old English" destacaron por su profundidad psicológica y su aguda crítica social. Su escritura teatral, al igual que sus novelas, reveló una profunda comprensión de la condición humana y una capacidad única para explorar las complejidades de la sociedad contemporánea.

En 1932, el talento incomparable de Galsworthy fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura, un honor merecido por su eminente fuerza descriptiva y su contribución al mundo de las letras. Sin embargo, este genio humilde y apasionado declinó la asistencia a la ceremonia de entrega debido a su enfermedad, demostrando su devoción a la literatura sobre todas las cosas.

Aunque John Galsworthy nos dejó físicamente en 1933, su legado perdura a través de sus obras atemporales, que continúan deleitando y conmoviendo a lectores de todas las generaciones. Su capacidad para capturar la esencia misma de la vida y la sociedad sigue siendo una fuente de inspiración para escritores y amantes de la literatura en todo el mundo.