Memorias de ultratumba

Resumen del libro: "Memorias de ultratumba" de

«Memorias de ultratumba» de François-René de Chateaubriand es una epopeya extraordinaria que atraviesa tiempos convulsos de la historia de Francia y del mundo, y que el propio autor vivió como testigo y protagonista. Chateaubriand, un aristócrata melancólico y desengañado, presenció la Revolución Francesa, viajó a la joven República americana, experimentó el esplendor y la falsía del Imperio napoleónico y vivió la época de la Restauración. Este hombre polifacético, hábil y vehemente, plasmó sus experiencias y reflexiones en estas memorias, que se erigen como un documento literario atemporal.

Las «Memorias de ultratumba» son más que una mera crónica de eventos históricos. Chateaubriand las concibió como una confrontación personal con la Historia, como una revancha contra el implacable paso del tiempo. En estas páginas, el autor se revela como un escritor maravilloso y de culto, capaz de tejer una prosa cautivadora que cautiva a los lectores con su belleza y profundidad.

En estas memorias, el autor logra lo que el profesor Fumaroli destaca en el prólogo de la edición que tengo ante mí: una reflexión profunda, de una actualidad sobrecogedora y de un alcance universal. Chateaubriand examina la era democrática inaugurada por la Revolución Americana y la Revolución Francesa, explorando las grandes esperanzas que surgieron de estos movimientos, pero también los peligros latentes en su germen. Asimismo, ofrece una visión única de las pruebas insólitas a las que la libertad y la humanidad del hombre se vieron sometidas en su expansión mundial.

«Memorias de ultratumba» es una obra maestra literaria que no solo arroja luz sobre el pasado, sino que también ilumina los desafíos y las incertidumbres de la época contemporánea. A través de la pluma de Chateaubriand, los lectores se embarcarán en un viaje fascinante a través de la historia y la introspección personal, explorando los matices de la experiencia humana en un mundo en constante transformación.

Libro Impreso

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO 1

La Vallée-aux-Loups, cerca de Aulnay, 4 de octubre de 1811

Hace cuatro años que, a mi regreso de Tierra Santa, compré cerca de la aldea de Aulnay, en las inmediaciones de Sceaux y de Châtenay, una casa de campo, oculta entre colinas cubiertas de bosques. El terreno desigual y arenoso perteneciente a esta casa no era sino un vergel salvaje en cuyo extremo había un barranco y una arboleda de castaños. Este reducido espacio me pareció adecuado para encerrar mis largas esperanzas; spatio brevi spem longam reseces. Los árboles que he plantado prosperan, son tan pequeños aún que les doy sombra cuando me interpongo entre ellos y el sol. Un día me devolverán esta sombra y protegerán los años de mi vejez como yo he protegido su juventud. Los he elegido, en lo posible, de cuantos climas he recorrido; me recuerdan mis viajes y alimentan en el fondo de mi corazón otras ilusiones.

Si alguna vez son repuestos en el trono los Borbones, lo único que les pediría, en recompensa por mi fidelidad, es que me hicieran lo bastante rico como para añadir a mi heredad la zona colindante de bosque que la rodea: ésta es mi ambición; quisiera aumentar en algunas fanegas mi paseo: aunque soy un caballero andante, tengo los gustos sedentarios de un monje: desde que vivo en este lugar de retiro, no creo haber puesto los pies más de tres veces fuera de mi recinto. Si mis pinos, mis abetos, mis alerces y mis cedros llegan alguna vez a ser lo que prometen, la Vallée-aux-Loups se convertirá en una verdadera cartuja. Cuando Voltaire nació en Châtenay, el 20 de febrero de 1694, ¿cuál era el aspecto del collado adonde había de retirarse, en 1807, el autor de El genio del Cristianismo?

Me gusta este lugar; ha reemplazado para mí los campos paternos; lo he pagado con el producto de mis sueños y desvelos; es al gran desierto de Atala al que debo el pequeño desierto de Aulnay; y para crearme este refugio, no he expoliado, como el colono americano, al indio de las Floridas. Tengo apego a mis árboles; les he dedicado elegías, sonetos, odas. No hay uno solo de ellos que yo no haya cuidado con mis propias manos, que no lo haya librado del gusano que ataca sus raíces, de la oruga adherida a su hoja; los conozco a todos por sus nombres como si fueran hijos míos: es mi familia, no tengo otra, espero morir en medio de ella.

Aquí, he escrito Los mártires, los Abencerrajes, el Itinerario y Moisés; ¿qué voy a hacer ahora en las veladas de este otoño? Este 4 de octubre de 1811, aniversario de mi natalicio y de mi entrada en Jerusalén, me incita a dar comienzo a la historia de mi vida. El hombre que da hoy el imperio del mundo a Francia sólo para hollarla bajo sus pies, este hombre, cuyo genio admiro y cuyo despotismo aborrezco, me envuelve en su tiranía como si de otra soledad se tratara; pero aunque aplaste el presente, el pasado lo desafía, y quedo libre de todo cuanto ha precedido a su gloria.

La mayor parte de mis sentimientos han permanecido enterrados en el fondo de mi alma, o sólo se han manifestado en mis obras atribuidos a seres imaginarios. Hoy, que siento aún nostalgia de mis quimeras sin perseguirlas, quiero remontar la pendiente de mis años felices: estas Memorias serán un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos.

El nacimiento de mi padre y las pruebas por las que tuvo que pasar en sus inicios forjaron en él uno de los caracteres más sombríos que hayan existido. Carácter que influyó en mis ideas aterrorizando mi infancia, contristando mi juventud y determinando el tipo de educación que yo habría de recibir.

Nací noble. En mi opinión, he sabido sacar provecho del azar de mi nacimiento, he conservado ese firme amor a la libertad que es el patrimonio principal de la aristocracia, cuya última hora ha sonado. La aristocracia cuenta con tres épocas sucesivas: la época de la superioridad, la época de los privilegios, la época de las vanidades: al salir de la primera, degenera en la segunda y se extingue en la última.

Si alguien desea informarse acerca de mi familia, puede consultar el diccionario de Moréri, las distintas historias de Bretaña de D’Argentré, de dom Lobineau, de dom Morice, la Historia genealógica de las diferentes casas ilustres de Bretaña del padre Dupez, a Toussaint Saint-Luc, Le borgne, y por último la Historia de los grandes oficiales de la Corona del padre Anselmo.

Las pruebas de mi ascendencia fueron confiadas a Chérin, para la admisión de mi hermana Lucile como canonesa en el Capítulo de la Argentière, de donde había de pasar al de Remiremont; fueron reproducidas para mi presentación a Luis XVI, reproducidas para mi afiliación a la Orden de Malta y reproducidas, por última vez, cuando mi hermano fue presentado al mismo infortunado Luis XVI.

Mi apellido se escribió al principio Brien, luego Briant y Briand, por la introducción de la ortografía francesa. Guillermo el Bretón dice Castrum-Briani. No hay un solo nombre en Francia que no presente estas variantes de letras. ¿Cuál es la ortografía de Du Guesclin?

A principios del siglo XI, los Brien dieron su nombre a un importante castillo de Bretaña, castillo que se convirtió en la cabeza de la baronía de Chateaubriand. Las armas de los Chateaubriand eran en un principio unas piñas con la divisa: Siembro oro. Geoffroy, barón de Chateaubriand, viajó con san Luis a Tierra Santa. Tras haber sido hecho prisionero en la batalla de Mansura, regresó, y su mujer Sybille murió de alegría y de sorpresa al volverlo a ver. San Luis, en recompensa por sus servicios, les concedió a él y a sus herederos, a cambio de sus antiguos blasones, un escudo de gules, flordelisado de oro: Cui et ejus haeredibus, acredita un cartulario del priorato de Bérée, sanctus Ludovicus tum Francorum rex, propter ejus probitatem in armis, flores lilii auri, loco pomorum pini auri, contulit.

Desde sus orígenes, los Chateaubriand se dividieron en tres ramas: la primera, llamada barones de Chateaubriand, tronco de las otras dos y que se inició en el año 1000 en la persona de Thiern, hijo de Brien, nieto de Alano III, conde o señor de Bretaña; la segunda, con el sobrenombre de señores de las Rocas Baritaut, o del León de Angers; y la tercera, que ostenta el título de señores de Beaufort.

Cuando se extinguió el linaje de los señores de Beaufort en la persona de la señora Renée, a un tal Christophe II, rama colateral de este linaje, le tocaron en suerte las tierras de la Guérande en Morbihan. En aquella época, hacia mediados del siglo XVII, reinaba una gran confusión en el estamento de la nobleza, al haberse producido usurpaciones de títulos y de nombres. Luis XIV ordenó una investigación, a fin de reponer a cada uno en su derecho. Christophe fue confirmado, tras probarse su nobleza de antigua extracción, en su título y en la tenencia de sus armas, por sentencia de la Cámara establecida en Rennes para la reforma de la nobleza de Bretaña. Se pronunció esta sentencia el 16 de septiembre de 1669; he aquí el texto:

«Sentencia de la Cámara instituida por el rey [Luis XIV] para la reforma de la nobleza en la provincia de Bretaña, dictada el 16 de septiembre de 1669: Entre el procurador general del rey, y monsieur Christophe de Chateaubriand, señor de la Guérande; el cual declara que permite al dicho Christophe, nacido de antigua extracción noble, asumir la condición de caballero, y le confirma en el derecho a llevar por armas unos gules flordelisados de oro sin límite de número, en virtud de sus títulos auténticos, de los que consta, etcétera. Firmado, Malescot.»

Esta sentencia acredita que Christophe de Chateaubriand de la Guérande descendía en línea directa de los Chateaubriand, señores de Beaufort; los señores de Beaufort entroncaban, según documentos históricos, con los primeros barones de Chateaubriand. Los Chateaubriand de Villeneuve, de Plessis y de Combourg eran segundones de los Chateaubriand de la Guérande, como lo prueba la descendencia de Amaury, hermano de Michel, siendo el tal Michel hijo de este Christophe de la Guérande confirmado en su extracción por la sentencia mencionada más arriba de la reforma de la nobleza, del 16 de septiembre de 1669.

Después de mi presentación a Luis XVI, mi hermano pensó en acrecentar mi fortuna de segundón concediéndome algunos de los beneficios llamados beneficios simples. Sólo había un medio para llevar esto a cabo, pues yo era laico y militar, y consistía en que entrara en la Orden de Malta. Mi hermano envió mi ejecutoria de nobleza a Malta, y en breve plazo presentó una solicitud en mi nombre ante el Capítulo del gran priorato de Aquitania, reunido en Poitiers, a fin de que fueran nombrados unos comisarios para que se pronunciasen con carácter urgente. El señor Pontois era a la sazón archivero, vicecanciller y genealogista de la Orden de Malta, en el priorato.

El presidente del Capítulo era Louis-Joseph des Escotáis, bailío, gran prior de Aquitania, y estaba acompañado por el bailío de Freslon, el caballero de La Laurencie, el caballero de Murat, el caballero de Lanjamet, el caballero de La Bourdonnaye-Montluc y el caballero de Bouëtiez. La solicitud fue admitida los días 9, 10 y 11 de septiembre de 1789. Se dice, en los términos de admisión del Memorial, que yo merecía por más de un título el favor que solicitaba, y que consideraciones del mayor peso me hacían digno de la satisfacción que reclamaba.

¡Y todo esto sucedía después de la toma de la Bastilla, en vísperas de las escenas del 6 de octubre de 1789 y del traslado de la familia real a París! ¡Y en la sesión del 7 de agosto de este año de 1789, la Asamblea Nacional había abolido los títulos de nobleza! ¿Cómo podía parecerles a los caballeros y examinadores de mi ejecutoria de nobleza que yo era merecedor por más de un título del favor que solicitaba, etcétera, yo que no era más que un pobre subteniente de infantería, desconocido, sin crédito, favor ni fortuna?

El primogénito de mi hermano (añado esto en 1831 a mi texto primitivo escrito en 1811), el conde Louis de Chateaubriand, casó con mademoiselle de Orglandes, de la que tuvo cinco hijas y un varón, llamado éste Geoffroy. Christian, hermano menor de Louis, biznieto y ahijado de monsieur de Malesherbes, con quien guardaba un asombroso parecido, se distinguió al servicio de España como capitán en los dragones de la guardia, en 1823. Se hizo jesuita en Roma. Los jesuitas suplen a la soledad a medida que ésta desaparece de la faz de la tierra. Christian acaba de morir en Chieri, cerca de Turín: anciano y enfermo, yo debía haberlo precedido; pero sus virtudes lo llamaban al seno de Dios antes que a mí, que tantas culpas tengo aún por expiar.

En la división del patrimonio de la familia, Christian había recibido las tierras de Malesherbes, y Louis las de Combourg. Christian, al no considerar legítima la división por partes iguales, quiso, al abandonar este mundo, despojarse de los bienes que no le pertenecían y restituírselos a su hermano mayor.

A la vista de los pergaminos, no habría dependido más que de mí, de haber heredado yo la infatuación de mi padre y de mi hermano, creerme el segundón de los duques de Bretaña, descendiente de Thiern, nieto de Alano III.

Los mencionados Chateaubriand habrían mezclado por dos veces su sangre con la sangre de los soberanos de Inglaterra, al casar Geoffroy IV de Chateaubriand en segundas nupcias con Agnès de Laval, nieta del conde de Anjou y de Matilde, hija de Enrique I; Margarita de Lusignan, viuda del rey de Inglaterra y nieta de Luis el Gordo, al casar con Geoffroy V, duodécimo barón de Chateaubriand. En la estirpe real de España, se encontrará a Brien, hermano segundo del noveno barón de Chateaubriand, que contrajo matrimonio con Juana, hija de Alfonso, rey de Aragón. Parece también que, en lo tocante a las grandes familias de Francia, Edouard de Rohan tomó por esposa a Marguerite de Chateaubriand y que un Croï casó con Charlotte de Chateaubriand. Tinteniac, vencedor en la batalla de los Treinta, y el condestable Du Guesclin, habrían mantenido alianzas con nosotros en las tres ramas. Tiphaine Du Guesclin, nieta del hermano de Bertrand, cedió a Brien de Chateaubriand, su primo y heredero, la propiedad de Plessis-Bertrand. En los tratados, unos Chateaubriand salen fiadores de la paz con los reyes de Francia, en Clisson, con el barón de Vitré. Los duques de Bretaña envían a unos Chateaubriand copia de sus audiencias. Los Chateaubriand se convierten en grandes oficiales de la Corona, y en ilustres en la corte de Nantes; son comisionados para velar por la seguridad de su provincia contra los ingleses. Brien I toma parte en la batalla de Hastings: era hijo de Eudon, conde de Penthièvre. Guy de Chateaubriand figura entre los señores que Arturo de Bretaña proporciona a su hijo para que lo acompañen en su embajada a Roma, en 1309.

Sería el cuento de nunca acabar si terminase lo que he querido que no fuera más que un breve resumen: la nota a la que finalmente me he decidido, por consideración a mis dos sobrinos, que no tienen sin duda tan en poco como yo estas viejas miserias, suplirá lo que omito en este texto. No obstante, hoy es frecuente pasarse de la raya; y se ha convertido ya en una costumbre declarar que se es de condición plebeya, que se tiene a honra el ser hijo de un siervo de la gleba. ¿Son tales declaraciones tan altaneras como filosóficas? ¿No es esto alinearse del lado del más fuerte? Los actuales marqueses, condes, barones, al no tener ni privilegios ni hacienda, y al estar muertos de hambre en sus tres cuartas partes, se denuestan unos a otros, no quieren reconocerse, se disputan mutuamente su alcurnia; ¿pueden inspirar tales nobles, a quienes se niega su abolengo o a quienes no se les concede sino a beneficio de inventario, algún temor? Por lo demás, espero que se me disculpe el haber tenido que descender a estas pueriles explicaciones, a fin de dar cuenta de la pasión dominante de mi padre, pasión que fue el nudo del drama de mi juventud. En cuanto a mí, no me vanaglorio ni me quejo de la antigua o de la nueva sociedad. Aunque, en la primera, era yo el caballero o el vizconde de Chateaubriand, en la segunda soy François de Chateaubriand; prefiero mi nombre a mi título.

Mi señor padre habría llamado con gusto, como un gran feudatario de la Edad Media, a Dios el noble caballero de las alturas, y dado a Nicomedes (el Nicomedes del Evangelio) el sobrenombre de santo caballero. Ahora, dejando a un lado a mi genitor, llegamos desde Christophe, señor feudal de la Guérande, y descendiente en línea directa de los barones de Chateaubriand, hasta mí, François, señor sin vasallos ni dinero de la Vallée-aux-Loups.

Remontándonos en el linaje de los Chateaubriand, compuesto de tres ramas, y habiéndose extinguido las dos primeras, la tercera, la de los señores de Beaufort, prolongada por una rama (los Chateaubriand de la Guérande), se empobreció, efecto inevitable de la ley del lugar: los hijos primogénitos de las casas nobles se llevaban los dos tercios de los bienes, en virtud de la costumbre de Bretaña; los segundones se repartían tan sólo un tercio de la herencia paterna. La descomposición del exiguo patrimonio de éstos se operaba con mayor rapidez en cuanto se casaban: y como el mismo reparto de los dos tercios del tercio se producía también para sus hijos, estos hijos segundones de segundones no tardaban en llegar al punto de tener que repartirse un pichón, un conejo, un apostadero para cazar patos y un perro de caza, por más que siguieran siendo altos caballeros y poderosos señores de un palomar, de una charca maloliente y de un coto de conejos. Vemos en las antiguas familias una gran cantidad de segundones; los seguimos durante dos o tres generaciones y luego desaparecen, tras haber descendido de nuevo poco a poco a llevar el arado o tras haber sido absorbidos por la clase trabajadora, sin que se sepa qué ha sido de ellos.

El cabeza de linaje y de las armas de mi familia era, a comienzos del siglo XVIII, Alexis de Chateaubriand, señor de la Guérande, hijo de Michel, quien tenía un hermano, Amaury. Michel era el hijo de ese Christophe que había sido confirmado en su extracción de los señores de Beaufort y de los barones de Chateaubriand por la sentencia mencionada más arriba. Alexis de la Guérande era viudo; era muy dado a la bebida, se pasaba el día empinando el codo, llevaba una vida disoluta con sus sirvientas, y empleaba los más bellos títulos de su casa para cubrir los tarros de manteca.

Memorias de ultratumba: François-René de Chateaubriand

François-René de Chateaubriand. François-René, vizconde de Chateaubriand (1768-1848), figura colosal del Romanticismo francés, nació en el paisaje embravecido de Saint-Malo y maduró entre las torres de su ancestral castillo en Combourg. En el torbellino de la Revolución, se enroló en los círculos literarios de París y, ante la efervescencia de 1789, optó por la pluma, capturando con aguda observación los eventos revolucionarios y anotando los debates de la Asamblea Nacional.

Este romántico por antonomasia, emprendió un viaje exótico a los Estados Unidos en 1791, donde se cree que se encontró con George Washington. Su estancia inspiró novelas como "Les Natchez" (1826), "Atala" (1801), "René" (1802) y "Yemo" (1805). El retorno a Francia, marcado por la ejecución de Luis XVI, lo llevó a unirse al ejército realista, resultando herido en Thionville.

El exilio lo condujo a Londres durante el Reinado del Terror, período que nutrió su obra "Essai historique sur les Révolutions" (1797). Chateaubriand alcanzó renombre entre los emigrados, financiando su vida con sus escritos y clases de francés. En 1802, floreció con "El genio del cristianismo", una apología que reflejaba el resurgimiento religioso postrevolucionario en Francia.

Su relación con Napoleón fue volátil; admirador inicial, Chateaubriand se distanció, y su crítica en "De Bonaparte et des Bourbons" (1814) provocó la ira de Napoleón. Después del imperio, retornó a la política, enfrentando la animosidad debido a sus opiniones ultramonárquicas. Sirvió como embajador y ministro, influyendo en la restauración del absolutismo en España y enfrentándose a la caída de Luis XVIII.

En 1830, renunció a jurar lealtad a Luis Felipe, marcando el cierre de su carrera política. Dedicó sus últimos años a escribir las "Memorias de ultratumba" (1848-1850), una obra monumental que abarca cuatro décadas y refleja sus reflexiones sobre la Revolución, el Romanticismo y su propio legado. Descansa en la isla de Grand-Bé, su tumba enfrentando el vasto mar, como un epílogo poético de su vida extraordinaria. El legado literario de Chateaubriand, desde la epopeya de "Atala" hasta las introspectivas "Memorias", sigue siendo un faro en la historia de la literatura.