Libro 1: Metro 203X

Metro 2033

Resumen del libro: "Metro 2033" de

Metro 2033 es una novela de ciencia ficción postapocalíptica escrita por el autor ruso Dmitry Glukhovsky. El libro narra la historia de un joven llamado Artyom que vive en el metro de Moscú después de una guerra nuclear que ha devastado la superficie del planeta. Artyom se embarca en una peligrosa misión para salvar a su estación y a toda la humanidad de una amenaza misteriosa que acecha en las profundidades del metro.

El libro se divide en tres partes: La Torre, El Anillo y La Polifonía. En la primera parte, Artyom recibe la visita de un hombre llamado Hunter, que le encarga llevar un mensaje a la estación Polis, el centro cultural y político del metro. Artyom acepta el encargo y se une a un grupo de comerciantes que viajan por las distintas líneas del metro, enfrentándose a diversos peligros como mutantes, bandidos y sectas fanáticas.

En la segunda parte, Artyom llega a Polis y entrega el mensaje, que advierte sobre la existencia de los Oscuros, unas criaturas que pueden manipular la mente de las personas y que quieren invadir el metro. Artyom se une a una expedición que busca detener a los Oscuros y descubrir su origen. En el camino, Artyom conoce a diferentes personajes que le muestran las diferentes facetas de la vida en el metro, como la guerra entre las facciones comunistas y nazis, la religión, la cultura y la esperanza.

En la tercera parte, Artyom llega al destino final de su viaje: la torre Ostankino, el edificio más alto de Moscú y el lugar donde se supone que se encuentra la fuente de los Oscuros. Allí, Artyom se enfrenta a una revelación sorprendente que le hace cuestionar todo lo que ha vivido y creído hasta entonces. El libro termina con un final abierto que deja al lector con varias preguntas sin respuesta.

Metro 2033 es una obra original y fascinante que combina elementos de terror, acción, aventura y filosofía. El autor crea un mundo rico y detallado que refleja las consecuencias de una catástrofe nuclear y las diferentes formas de adaptación y supervivencia de los humanos. El libro también plantea temas como la identidad, la moral, el destino y el sentido de la vida. El estilo narrativo es ágil y envolvente, con descripciones vívidas y diálogos realistas. El protagonista es un personaje complejo y creíble, que evoluciona a lo largo de la historia y que representa al lector en su viaje por el metro. Metro 2033 es una novela que merece la pena leer y que invita a reflexionar sobre el futuro de la humanidad.

Libro Impreso EPUB

PRÓLOGO

Año 2033. Tras una guerra nuclear devastadora, amplias zonas del mundo han quedado sepultadas bajo escombros y cenizas debido a la radiación. También Moscú se ha transformado en una ciudad fantasma. Los supervivientes se han refugiado bajo tierra, en la red de metro. En cada una de las estaciones, convertidas en pequeñas ciudades Estado, sus habitantes se agrupan en torno a las más diversas ideologías, religiones o movidos por un único objetivo: impedir una invasión de las criaturas mutantes del exterior.

Artyom, un joven soldado, será elegido para penetrar en el corazón del Metro hasta la legendaria Polis y alertar a todos del peligro que acehca a la estación de la que procede, la VDNKh, y a toda la red metropolitana. De él dependerá el futuro de su hogar, del Metro y puede que de toda la Humanidad.

¡Queridos moscovitas y huéspedes de nuestra capital!
El Metro de Moscú es una empresa de transporte que ofrece siempre grandes peligros.

CARTEL EN UN VAGÓN DE METRO

Quien tenga el valor y la perseverancia necesarios para pasarse la vida escudriñando las tinieblas, también será el primero que reconozca el despuntar de la aurora.

KAN

1

EN LOS MÁRGENES DEL MUNDO

—¿Quién anda ahí? ¡Ve a verlo, Artyom!

Artyom se levantó de mala gana del lugar que ocupaba junto a la hoguera, y con el fusil de asalto en ristre se adentró en la oscuridad. Se detuvo en el margen de la zona iluminada, quitó ruidosamente el seguro del arma y gritó con voz ronca:

—¡Alto ahí! ¡Contraseña!

Hacía un minuto, había llegado a sus oídos un extraño roce y un sordo murmullo en la penumbra. Pero entonces se oyeron unos pasos apresurados. Alguien escapaba hacia las profundidades del túnel. Se había asustado de la voz rasposa de Artyom y del chasquido del arma. Artyom volvió apresuradamente junto a la hoguera y le gritó a Pyotr Andreyevich:

—Se ha largado sin contestar.

—¡Inepto! Sabes bien cuál es la orden: ¡Disparar de inmediato contra todo el que no responda! Si no ¿cómo vas a saber de quién se trata? ¡Quizá fuera un ataque de los Negros!

—No, no lo creo. No era un humano… esos ruidos… y esa manera de caminar tan extraña… ¿Cree usted que no sé distinguir las pisadas de un hombre? Usted mismo sabe muy bien, Pyotr Andreyevich, que los Negros atacan sin avisar. Hace poco asaltaron un puesto con las manos desnudas. Avanzaron contra el fuego de ametralladora. Pero esa criatura que estaba ahí ha puesto pies en polvorosa… debía de ser un animal asustado.

—¡Ah, sí, claro, Artyom, tú siempre tan listo! Pero si te han dado una orden, tu deber es cumplirla y no darle más vueltas. Quizá fuera un espía. Ha visto que somos pocos, y que sería fácil pillarnos desprevenidos… y ahora nos van a liquidar, nos clavarán a cada uno un cuchillo en la garganta y luego masacrarán a la estación entera, como en Poleshayevskaya, y todo eso ocurrirá tan sólo porque no te lo has cargado cuando correspondía… ¡Ándate con ojo! ¡La próxima vez te ordenaré perseguirlo por el túnel!

Arjom se estremeció. Trató de imaginar lo que podía haber en el túnel más allá de la frontera, que se encontraba a 700 metros. Sentía pavor sólo con pensarlo. Nadie se atrevía a sobrepasar los 700 metros en dirección norte. Las patrullas iban con la dresina hasta el metro 500, iluminaban los postes de la frontera con el proyector, y, tan pronto como se cercioraban de que no se les había colado nada raro, volvían sobre sus pasos a toda velocidad. Incluso los exploradores —hombres aguerridos, antiguos infantes de Marina— se detenían en el metro 680, ocultaban la lumbre de los cigarros con la mano y se limitaban a escudriñar las tinieblas con sus aparatos de visión nocturna. Luego retrocedían con paso lento, silencioso, sin dejar de vigilar el túnel, sin darse siquiera la vuelta.

El puesto de observación donde montaban guardia en aquel momento se hallaba en el metro 450, a unos cincuenta de los postes fronterizos. Los controles en la frontera tenían lugar una vez al día, y habían pasado ya varias horas desde el último. Se hallaban en el puesto más avanzado. Unas criaturas —que tal vez no lo hubieran hecho antes por temor a la patrulla— se estaban acercando a la hoguera. A los hombres.

Artyom se sentó y preguntó:

—¿Qué ocurrió exactamente en Poleshayevskaya?

En realidad, él ya se sabía la historia, una historia que helaba la sangre. Unos mercaderes se la habían contado en la estación. Con todo, se emocionaba cada vez que se la volvían a contar, igual que un niño que quiere que le cuenten todo el rato historias terroríficas sobre mutantes sin cabeza y vampiros que raptan bebés.

—¿En Poleshayevskaya? ¿Es que no lo has oído nunca? Fue una historia extraña. Extraña y terrible. Primero empezaron a desaparecer las patrullas de exploración. Una tras otra. Se adentraban en el túnel y no regresaban jamás. Sus exploradores eran mediocres, no como los nuestros, pero la estación también era más pequeña. No tiene muchos habitantes. Mejor digamos que no tenía muchos. Y desaparecían sin cesar. Las patrullas iban saliendo una tras otra y desaparecían. Primero se pensó que alguien las estaba capturando. Su túnel es tan jodido como el nuestro —Artyom se puso nervioso al pensarlo—, y no se ve nada ni desde los puestos de observación ni desde la propia estación. Ya puedes iluminar cuanto quieras. En fin, el caso es que en un momento dado mandaron una patrulla, y pasó media hora, una, dos horas. Pero ¿cómo podían haber desaparecido? No estaba previsto que se alejaran a más de un kilómetro. Se les había prohibido ir más allá, y desde luego no eran idiotas. Finalmente salió una patrulla de búsqueda. No encontraron nada. Todos habían desaparecido. No era tan raro que no vieran a nadie. Lo que consiguió aterrarles es que tampoco oyeron nada. Ni el más leve murmullo. Tampoco encontraron huellas, de ningún tipo.

Artyom se arrepintió de haberle pedido a Pyotr Andreyevich que le contara aquella historia. Debía de haberse informado mejor que él, o quizá padecía de una fantasía desbordada. En cualquier caso, contaba muchos más detalles que los mercaderes, a quienes ya se les reprochaba su pasión por adornar los relatos. Artyom se dio cuenta de que se le había erizado la espalda. No se sentía cómodo junto a la hoguera. El más leve ruido que pudiera oírse en el túnel le crispaba los nervios.

—El caso es que desaparecieron los primeros exploradores y pensaron que debían de haberse largado. Que quizás estaban descontentos con algo y se habían marchado. ¡Al diablo con ellos! Dijeron que si los exploradores querían llevar una vida fácil lo mejor sería que se uniesen a la chusma, a los anarquistas y demás. Les resultaba más fácil verlo así. Pero, al cabo de una semana, desapareció otro de los equipos de exploración. No estaba previsto que se alejaran más de medio kilómetro. Y siempre la misma historia: ni un suspiro, ni una huella. Como si se los hubiera tragado la tierra. Los habitantes de la estación empezaron a ponerse nerviosos. Cuando en una sola semana desaparecen dos patrullas es que ocurre algo raro. Había que hacer algo. Ya me entiendes: tomar medidas. Por otra parte, habían levantado una barrera en el metro 300. Habían amontonado sacos de arena, instalado una ametralladora, un reflector… todo de acuerdo con las normas que rigen la construcción de fortificaciones. Enviaron un mensajero urgente a Begovaya. Los de Begovaya están confederados con Ulitsa 1905 goda. Anteriormente, Oktyabrskoye también había estado con ellos, pero a estos últimos les ocurrió algo, nadie sabe muy bien el qué, una especie de accidente, y la estación quedó inhabitable, todos sus habitantes huyeron… pero eso no importa ahora. Como te decía, mandaron a alguien a Begovaya, para advertirles, con la consigna «Aquí está pasando algo», y para preguntarles si podrían ayudar en caso de necesidad. El primer mensajero no había llegado aún, no había pasado ni un solo día —los de Begovaya todavía estaban pensando la respuesta— cuando se presentó un segundo, empapado en sudor, que les informó de que la guarnición del puesto exterior había sido aniquilada sin que llegara a oírse ni un solo disparo. Todos apuñalados. Lo más terrible: ¡Parecía que los hubieran atacado mientras dormían! ¿Pero cómo habían podido dormir con todo lo que estaba ocurriendo? Por no hablar de las órdenes que habían recibido. Los de Begovaya habían entendido enseguida que tenían que hacer algo para que no les ocurriera lo mismo. Así pues, prepararon una fuerza de asalto compuesta por veteranos. Constaba de unos cien hombres, con ametralladoras y lanzagranadas. Por supuesto, tardaron algún tiempo en reuniría, un día y medio, pero finalmente pudieron enviarla. Sin embargo, cuando llegaron a Poleshayevskaya, allí no quedaba ni un alma. Ni siquiera cadáveres… tan sólo había sangre por todas partes. Así fue como sucedió. El diablo sabrá quién es el culpable. Yo, por mi parte, no creo que aquello fuera obra de seres humanos.

—¿Y qué hicieron entonces los de Begovaya? —preguntó Artyom con voz ahogada.

—Nada. Después de encontrarse con aquello, provocaron una explosión en el túnel que conducía a Poleshayevskaya. Ahora, por lo que he oído, hay unos cuarenta metros de escombros que no se podrían despejar sin la ayuda de máquinas. ¿Y de dónde íbamos a sacarlas? Hace quince años que se están cubriendo de herrumbre…

Pyotr Andreyevich se calló y fijó la mirada en la hoguera.

Artyom carraspeó.

—Sí… tendría que haber disparado… ¡qué idiota he sido!

Oyeron los gritos de alguien desde el sur, desde el túnel que llevaba a la estación.

—¡Eh, vosotros, los del metro 450! ¿Está todo en orden?

Pyotr Andreyevich gritó: «¡Venid! ¡Tenemos que hablar de algo!».

Tres figuras se acercaban por el túnel. Venían con linternas por el camino que llevaba a la estación. Eran centinelas apostados en el metro 300. Al llegar a la hoguera, apagaron las linternas y se sentaron junto a ellos.

—Pyotr, ¿eres tú? Me preguntaba a quién habrían enviado hoy hasta los márgenes del mundo —dijo el de más alto rango, un hombre llamado Andrey, sonriente. Sacó un cigarrillo sin filtro del paquete.

—¡Escucha, Andryusha! Este joven ha tropezado con algo raro. Pero no ha sido capaz de disparar. Se ha escondido en el túnel. Él piensa que no era una criatura humana.

—¿No era humano? Entonces, ¿qué era? —le preguntó Andrey a Artyom.

—No he llegado a verlo. Cuando le he preguntado por la contraseña, ha huido de pronto hacia el norte. Pero sus pisadas no eran las de un hombre. Eran demasiado ligeras y rápidas. No parecía que tuviera dos piernas, sino cuatro patas…

—¡O tres! —le replicó Andrey, parpadeando, e hizo una terrorífica mueca.

Artyom no pudo evitar un súbito ataque de tos. Se acordó de las historias que contaban sobre los humanos de tres piernas de la línea Filyovskaya[1]. En ella se encontraba una parte de las estaciones que estaban al nivel de la superficie, y por ese motivo el túnel no era tan profundo y apenas si protegía a sus habitantes de la radiación. En aquella línea moraban criaturas de tres piernas, de dos cabezas, y otros engendros que se iban diseminando por la red del metro.

Andrey le dio una calada al cigarrillo sin filtro y les dijo a los suyos:

—Bueno, chicos, ya que estamos aquí, ¿por qué no nos sentamos un rato? Y así, si viene alguno de los hombres de tres piernas, podremos echar una mano. ¡Eh, Artyom! ¿Tenéis tetera?

Fue Pyotr Andreyevich quien se puso en pie. Vertió agua de un bidón en una lata abollada y totalmente tiznada de hollín, y la colgó sobre el fuego. Al cabo de un par de minutos empezó a hervir. El familiar murmullo del agua tranquilizó un poco a Artyom. Éste contempló a los hombres que se sentaban en torno al fuego. Todos ellos eran hombres fuertes, endurecidos por la difícil vida que llevaban allí. Eran hombres leales, hombres con quienes se podía contar. Su estación había sido siempre una de las más prósperas de toda la red. Y era así, gracias a aquellos hombres. Les unía una solidaridad sentida en lo más hondo, casi fraternal.

Metro 2033: una novela de Dmitry Glukhovsky

Dmitry Glukhovsky. Es un escritor ruso conocido por sus novelas de ciencia ficción y fantasía. Nació en Moscú en 1979 y desde pequeño mostró interés por la literatura y el periodismo. Estudió relaciones internacionales en la Universidad Hebrea de Jerusalén y trabajó como corresponsal para varios medios de comunicación rusos e internacionales.

Su primera novela, Metro 2033, la escribió cuando tenía 18 años y la publicó en su página web de forma gratuita. La novela se ambienta en un futuro postapocalíptico en el que los supervivientes de una guerra nuclear se refugian en el metro de Moscú. La novela tuvo un gran éxito entre los lectores de internet y fue publicada en papel en 2005. Desde entonces, ha sido traducida a más de 20 idiomas y adaptada a videojuegos, cómics y películas.

Glukhovsky continuó la saga de Metro con las novelas Metro 2034 y Metro 2035, que amplían el universo y los personajes de la primera entrega. También ha escrito otras novelas de ciencia ficción y fantasía, como Futu.re, Sumerki, Texto y El genoma. Además, ha participado en proyectos colectivos como Universo Metro 2033 y Antologías del fin del mundo.

Glukhovsky es considerado uno de los autores más innovadores y originales de la literatura rusa contemporánea. Sus obras combinan elementos de la historia, la política, la filosofía, la religión y la cultura popular. Sus novelas plantean cuestiones sobre la identidad, la libertad, la moral y el destino de la humanidad en un mundo hostil y cambiante.