Libro 2 de El prisionero de Zenda

Rupert de Hentzau

Resumen del libro: "Rupert de Hentzau" de

«Rupert de Hentzau», la secuela literaria de «El prisionero de Zenda» escrita por Anthony Hope en 1895 y publicada en 1898, es un clásico de la literatura de aventuras que sumerge al lector en un mundo de intrigas palaciegas y pasiones desbordantes en el ficticio reino de Ruritania. Esta novela es una continuación magistral que expande el universo de la obra original, manteniendo la emoción y la intriga que caracterizaron a su predecesora.

La narrativa de «Rupert de Hentzau» está enmarcada en el relato de Fritz von Tarlenheim, un personaje secundario en «El prisionero de Zenda.» Este enfoque narrativo aporta una perspectiva adicional y agrega capas de profundidad a la historia. La trama se desarrolla tres años después de los eventos de la novela anterior y sigue centrándose en Ruritania, un país ficticio en algún lugar de Europa central germánica. Los personajes principales, como Rudolf Elphberg, Rudolf Rassendyll, la princesa Flavia y Rupert de Hentzau, continúan sus intrigantes relaciones y enfrentamientos en este nuevo capítulo.

La historia se desencadena cuando la reina Flavia, casada en un matrimonio obediente pero infeliz con su primo Rudolf V, escribe una carta a su amor verdadero, Rudolf Rassendyll. La carta cae en manos equivocadas, lo que desencadena una serie de eventos que ponen en peligro la estabilidad del reino. Rassendyll se ve obligado a regresar a Ruritania para proteger a la reina, y, una vez más, suplanta al rey después de un trágico incidente que involucra a Rupert de Hentzau. Esta secuela está llena de giros, duelos épicos y pasiones desenfrenadas que mantienen al lector en vilo hasta la última página.

El final de «Rupert de Hentzau» tiene consecuencias profundas para el reino de Ruritania y sus personajes, y el lector es testigo de la resolución de los destinos de los protagonistas y el futuro del país. La obra no solo es una continuación magistral de su predecesora, sino que también se destaca por su capacidad para explorar temas como la lealtad, la identidad y el honor en un contexto de intriga y romance.

A lo largo de los años, «Rupert de Hentzau» ha sido adaptada al teatro y al cine en varias ocasiones, lo que subraya su relevancia continua en la cultura popular. La obra consolida a Anthony Hope como un autor cuyo talento narrativo sigue cautivando a las audiencias modernas, y sus personajes y tramas siguen siendo inmortales en el mundo de la literatura de aventuras.

Libro Impreso

Capítulo I

El adiós de la Reina

QUIEN ha vivido en el mundo y advertido que el acto más insignificante puede engendrar innumerables consecuencias, no es capaz de asegurar que la muerte del duque de Strelsau, la liberación y la restauración del rey Rodolfo, habían terminado de un modo definitivo con los disturbios causados por la audaz conspiración de Miguel el Negro.

La lucha fue encarnizada, la puesta considerable, desaforadas las pasiones, y la simiente del odio esparcida por doquier.

Pero ya que Miguel pagó con la existencia el atentado contra la corona, todo parecía terminado.

Miguel había muerto, la princesa casó con su primo, el secreto no respiró, el señor de Rassendyll desapareció de Ruritania. ¿No era esto un desenlace?

En tal sentido hablaba a mi amigo, el condestable de Zenda, conversando tranquilamente en su casa. Me contestó así:

—Es usted muy optimista, amigo Fritz. ¿Acaso ha muerto Ruperto de Hentzau? Creo que no.

El principal agente de que echaba mano Ruperto para reconciliarse con el Rey era su primo el conde de Rischenheim, mozo de preclaro linaje, muy rico y que le quería.

El conde desempeñaba perfectamente su cometido. Reconocía las graves faltas de Ruperto; pero invocaba en su favor la ligereza de la juventud, la influencia predominante del duque Miguel, y prometía para lo porvenir una fidelidad tan discreta como sincera.

Pero, como puede comprenderse, lo mismo el Rey que sus compañeros, conocían demasiado a Ruperto de Hentzau para atender las súplicas de sus embajadores. Ruperto parecía decir por boca de éstos: «Pagadme bien y callaré».

Nosotros nos limitábamos a tener en secuestro los bienes del Conde y procurábamos vigilarle cuidadosamente a él, pues estábamos decididos a que no penetrara en Ruritania.

Quizás hubiésemos podido obtener su extradición y ahorcarle probando sus crímenes, pero temíamos que si Ruperto caía en manos de los tribunales de Strelsau, se divulgara por Europa entera el secreto que guardábamos con tanto esmero.

Ruperto no padeció, pues, otro castigo que el destierro y la confiscación de bienes.

Sin embargo, Sapt tenía razón. Por muy vencido que se le creyera, Ruperto no renunció a la lucha. Abrigaba la esperanza de que la suerte le favorecería y se preparaba para aprovechar la coyuntura. Conspiraba contra nosotros, de igual modo que nosotros procurábamos guardarnos de él. La vigilancia era recíproca.

Reunió todos sus recursos y organizó un sistema de espionaje que le tenía al corriente de cuánto ocurría en la corte.

Consiguió obtener también todos los detalles que le convenía saber acerca del Rey. Si todo se redujera a lo que digo, no había motivo alguno para alarmarse. Pero Ruperto de Hentzau era un enemigo temible. Deduciendo de lo que se le dijo y de lo que por su cuenta sabía acerca de lo que pasó mientras el señor de Rassendyll ocupó el trono, adivinó el secreto que ni el mismo Rey sabía. Le pareció aquélla una coyuntura favorable y entrevió la posibilidad de triunfar si sabía aprovecharla.

No sabría decir lo qué le decidió: si el deseo de recobrar la posición perdida o su rencor contra el señor de Rassendyll. Temía apego al dinero y le sonreía la venganza. Ambas causas influyeron de consuno y le encantó advertir que el arma que poseía era de dos filos. Gracias a ella desembarazaría de obstáculos el camino y heriría al que odiaba, perdiendo a la mujer que ese hombre amaba.

En una palabra, el conde de Hentzau, adivinando el sentimiento que unía a la Reina a Rodolfo Rassendyll, colocó sus agentes en acecho y, por medio de ellos, descubrió el motivo de mi entrevista anual con el señor de Rassendyll, o, por lo menos, sospechó ese motivo y le bastó eso para sus planes.

Habían transcurrido tres años desde que se celebró la boda que llenó de júbilo a toda Ruritania, patentizando a los ojos del pueblo la victoria conseguida sobre Miguel el Negro y sus cómplices. Reinaba Flavia desde hacía tres años. Yo me daba cuenta de lo mucho que padecía la Reina. Barrunto que sólo una mujer puede apreciar debidamente la profundidad de sus padecimientos, porque aún ahora la veía llorar al hablar de ello.

Y, sin embargo, la Reina resistió. Si algún desfallecimiento tuvo, lo raro es que no tuviera más. Pues no solamente no amó nunca al Rey, sino que la salud de éste, quebrantada por el cautiverio soportado en Zenda, decayó rápidamente.

Vivía, cazaba, cuidaba de los asuntos políticos hasta cierto punto; pero era un valetudinario irritable, distinto por completo del príncipe jovial y alegre que los partidarios de Miguel aprisionaron en el pabellón de caza.

Sucedió una cosa peor. La admiración y el reconocimiento que sentía por el señor de Rassendyll se habían extinguido. Pensó con enojo lo que podía haber pasado durante su encierro.

Además del temor incesante de Ruperto, que tanto le hizo padecer, experimentaba unos celos enfermizos, casi un odio por el señor Rassendyll, que representó un papel heroico mientras él estaba paralizado. Lo que su pueblo aplaudió eran las hazañas de Rodolfo, y los laureles que ciñeron su frente Rodolfo los había conquistado.

Tenía bastante nobleza nativa para soportar su gloria inmerecida; pero no la suficiente energía moral para resignarse a lo ocurrido. Y la detestable comparación le hería en sus fibras más sensibles.

Sapt le decía sin ambages que Rodolfo hizo esto o aquello, establecido tal o cual precedente, inaugurado tal o cual política y que lo mejor que podía hacer el Rey era seguir tal camino. El nombre del señor de Rassendyll no lo pronunciaba casi nunca la Reina; pero cuando hablaba de él era como de un gran hombre difunto cuya grandeza empequeñecía a todos los vivientes.

No creo que el Rey adivinase la verdad que la Reina procuraba ocultarle; pero mostraba inquietud si Sapt o yo pronunciábamos su nombre; si lo hacía la Reina, apenas podía soportarlo. Le he visto enfurecerse por tal cosa, pues había perdido todo dominio sobre sí mismo.

Bajo la influencia de aquellos celos, procuraba sin cesar que la Reina le prodigara pruebas de ternura y de adhesión que rebalsaban, a mi humilde juicio, las que los maridos obtienen o merecen, y le pedía de continuo lo que su corazón no le podía otorgar.

Rupert de Hentzau: Anthony Hope

Anthony Hope. Un destacado escritor británico nacido el 9 de febrero de 1863 en Londres, dejó una huella imborrable en la literatura inglesa gracias a su maestría en el género de la aventura. Si bien su legado literario incluye numerosas obras, son sus dos joyas más preciadas, "El prisionero de Zenda" (1894) y "Rupert de Hentzau" (1898), las que se destacan como clásicos inmortales.

Hawkins, tras completar su educación en la Universidad de Cambridge, encontró su vocación en el campo de la abogacía, ejerciendo con éxito desde 1887 hasta 1894. Sin embargo, su verdadera pasión residía en la escritura, y su debut literario llegó con "A Man of Mark" en 1890. Fue con "El prisionero de Zenda" que cautivó al público y se ganó un lugar sólido en el mundo de la literatura. La trama de esta novela nos transporta al ficticio reino de Ruritania, donde un intrigante juego de identidades se convierte en el telón de fondo de una historia de amor y lealtad. La secuela, "Rupert de Hentzau", continuó la narrativa de manera magistral.

La Primera Guerra Mundial vio a Anthony Hope reconocido como sir debido a su incansable labor propagandística a favor de Gran Bretaña. Sus obras también encontraron un hogar en la pantalla grande, especialmente "El prisionero de Zenda", que se adaptó al cine con gran éxito.

A los 70 años, Anthony Hope Hawkins partió, víctima de un cáncer cerebral, dejando un legado literario que sigue inspirando a lectores y escritores por igual. Su capacidad para tejer intrincadas tramas de aventuras, su destreza en la creación de personajes inolvidables y su habilidad para explorar temas de identidad y honor lo convierten en un autor que continúa influyendo en la literatura de aventuras y en la cultura británica en general. Su legado perdura como un testimonio de su genialidad y su contribución a la literatura inglesa.