El chofer nuevo

Photo by Evan Simons on Unsplash
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Siempre que el chófer nuevo puso en movimiento el motor de mi coche ejecutó sorprendentes ejercicios llenos de riesgos y sembró el terror en todos los sitios: destrozó los vidrios de infinitos comercios, derribó postes telefónicos y luminosos, hizo cisco trescientos coches del servicio público, pulverizó los esqueletos de miles de individuos, suprimiéndoles del mundo de los vivos, en oposición con sus evidentes deseos de seguir existiendo; quitó de en medio todo lo que se le puso enfrente; hendió, rompió, deshizo, destruyó; encogió mi espíritu, superexcitó mis nervios… pero me divirtió de un modo indecible, porque no fue un chófer, no; fue un simún rugiente.

¿Por qué este furor, este estropicio continuo? ¿Por qué si dominó el coche como no lo hizo ningún chófer de los que tuve después? Hice lo posible por conocer el misterio:

—Es preciso que expliques lo que te ocurre. Muchos infelices muertos por nuestro coche piden un desquite… ¡Que yo mire en lo profundo de tus ojos! ¿Por qué persistes en ese feroz proceder, en ese cruel ejercicio?

Inspeccionó el horizonte, medio sumido en el crepúsculo, y moderó el correr del coche. Luego hizo un gesto triste.

—No soy cruel ni feroz, señor —susurró dulcemente—. Destrozo y destruyo y rompo y siembro el terror… de un modo instintivo.

—¡De un modo instintivo! ¿Eres entonces un enfermo?

—No. Pero me ocurre, señor, que he sido muchísimo tiempo chófer de bomberos. Un chófer de bomberos es siempre el dueño del sitio por donde se mete. Todo el mundo le permite correr; no se le detiene; el sonido estridente e inconfundible del coche de los bomberos, de esos héroes con cinturón, es suficiente y el chófer de bomberos corre, corre, corre… ¡Qué vértigo divino!

Concluyó diciendo:

—Y mi defecto es que me creo que siempre voy conduciendo el coche de los bomberos. Y como esto no es cierto, y como hoy no soy, señor, el dueño del sitio por donde me meto, pues, ¡pulverizo todo lo que pesco!…

Y prorrumpió en sollozos.

FIN

Nota: Narración escrita por el autor sin utilizar la letra “a”.

Enrique Jardiel Poncela. Fue un dramaturgo y escritor español nacido el 15 de octubre de 1901 en Madrid. Hijo de un escritor y periodista, Jardiel Poncela estudió en el Instituto de San Isidro y posteriormente en la Escuela de Arquitectura de Madrid, aunque nunca llegó a ejercer como arquitecto.

En su juventud, Jardiel Poncela se interesó por el teatro y comenzó a escribir obras cómicas y satíricas. En 1927, estrenó su primera obra, "La Tournée de Dios", que fue un éxito de crítica y público. A partir de ese momento, Jardiel Poncela se convirtió en uno de los dramaturgos más importantes de la época, con obras como "Eloísa está debajo de un almendro" y "Cuatro corazones con freno y marcha atrás".

Jardiel Poncela fue un autor innovador y vanguardista, que experimentó con el lenguaje y las convenciones teatrales de su época. Sus obras se caracterizan por un humor absurdo y surrealista, que desafía las expectativas del público y provoca la risa y el desconcierto.

Durante la Guerra Civil española, Jardiel Poncela vivió exiliado en Argentina, donde continuó escribiendo y estrenando obras. En 1949, regresó a España, pero su estilo vanguardista y provocador ya no era tan bien recibido por el público y la crítica. A pesar de ello, Jardiel Poncela siguió escribiendo y publicando obras hasta su fallecimiento en Madrid el 18 de febrero de 1952.

Hoy en día, Enrique Jardiel Poncela es considerado uno de los grandes innovadores de la literatura española del siglo XX, cuyo trabajo ha influenciado a generaciones de escritores y artistas. Sus obras siguen siendo representadas y leídas en todo el mundo, y su legado literario continúa siendo objeto de estudio y admiración.