El ruiseñor

Foto de Andrey Gulivanov en Unsplash

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Una aventura os voy a contar de la que los bretones hicieron un lai. Se llama El ruiseñor, según me parece, y así le llaman en su tierra; es decir oiseau moqueur en francés y nightingale en correcto inglés.

En la región de Saint-Malo había una famosa ciudad. Vivían allí dos caballeros que tenían sendas casas fortifica­das.Por la bondad de los dos nobles era famosa la ciudad. Uno se había casado con una mujer discreta, cortés y agradable; se portaba muy bien según las costumbres y el uso. El otro era un joven muy conocido entre sus iguales, por su valentía y por su gran valor, y con gusto llevaba a cabo acciones dignas de honra: participaba frecuentemente en torneos y era generoso y liberal con lo que tenía. Amaba a la mujer de su vecino; tanto la requirió, tanto le suplicó y ésta vio en él tanta virtud, que acabó amándolo sobre todas las cosas, por el bien que oía de él y porque estaba siempre cerca de ella. Se amaron con discreción y se ocultaron y escondieron para no ser descubiertos, sorprendidos o vistos; lo podían hacer sin dificultad, pues sus casas estaban cerca: muy cerca estaban sus casas, sus torres y sus salas; no había entre ellas barrera ni cerca, más que un alto muro de piedra gris. Desde las habitaciones en las que dormía la dama, cuando se ponía a la ventana, podía hablar a su amigo que estaba a la otra parte, y él a ella, y cambiar regalos y echarse prendas y lanzárselas. No había nada que les desagradara, estaban los dos muy a gusto, aunque no podían estar juntos a su placer, pues la dama era estrechamente custodiada cuando aquél estaba en la región. Pero tenían al menos eso para ellos, fuera de noche o fuera de día: que podían estar hablando juntos. Nadie podía impedir que fueran a la ventana y se vieran desde allí.

Mucho tiempo se han amado de esta forma, hasta que llegó la primavera, cuando los matorrales y los prados ya reverdecen, y los jardines están en flor, cuando los pájaros con gran dulzura muestran su alegría sobre las flores, cuando quienes tienen amor a su gusto no extraña que se entiendan.

Os diré la verdad sobre el caballero: se entregó con todas sus fuerzas y también la dama por su parte, tanto hablando como mirándose. Por la noche, cuando la luna lucía y su señor estaba acostado, se levantaba frecuentemente de su lado y se ponía el manto; venía a estar a la ventana, por su amigo, pues sabía que haría lo mismo, y la mayor parte de la noche velaba. Tenían deleite al verse, pues no podían tener más. Tantas veces estuvo allí, tantas se levantó, que su señor se enfadó y muchas veces le preguntó por qué se levantaba y adónde iba.

-Señor -le responde la dama-, no tiene en este mundo alegría quien no oye cantar al ruiseñor. Por eso voy a estar ahí; por la noche lo oigo con tanta dulzura que resulta muy agradable, tanto me deleito con él y tanto lo quiero que no puedo dormir con los ojos.

Cuando el señor oye lo que dice, de rabia y de desprecio se ríe. Pensó una cosa: hará que el ruiseñor caiga en una trampa. No hubo criado en su casa que no preparara trampas, redes y lazos, y luego los colocaron todos en el jardín. No hubo avellano ni castaño en el que no pusieran lazo o liga, hasta que lo cogen y lo atrapan. Cuando tuvieron al ruiseñor, se lo entregaron vivo al señor; éste se puso muy contento al tenerlo. Va a las habitaciones de la dama:

-Señora -pregunta-, ¿dónde estáis? Venid a hablar con nos. He atrapado al ruiseñor por el que tanto habíais velado. A partir de ahora podéis dormir en paz: no os volverá a despertar nunca.

Cuando la dama lo oye, se pone triste y afligida. Se lo pide a su señor, que lo ha matado por maldad: le ha roto el cuello con las dos manos.

Obró muy mal. Le arroja el cuerpo a la dama de tal forma que le mancha de sangre la camisa, un poco por encima del pecho. Luego, sale de la habitación.

La dama toma el pequeño cuerpo y llora amargamente, maldiciendo a quienes traicionaron al ruiseñor, a los que hicieron trampas y lazos, pues le han quitado una gran alegría.

-¡Ay, desdichada -dice-, en mala hora! Ya no podré levantarme más por la noche ni ir a estar a la ventana en la que veía a mi amigo. Una cosa sé en verdad: él pensará que lo abandono; tengo que tomar una decisión. Le haré llegar el ruiseñor, le contaré lo ocurrido.

En un trozo de jamete bordado de oro y escrito por entero, envuelve al pajarillo; llama a un criado suyo y le entrega el mensaje, enviándolo a su amigo. El criado ha llegado ante el caballero; lo saluda de parte de su dama y le cuenta todo el mensaje, presentándole el ruiseñor. Cuando le hubo contado y dicho todo, que el caballero ha escuchado bien, éste se entristece mucho por lo ocurrido; pero no fue villano ni lento. Mandó hacer un cofrecillo, en el que no había ni hierro ni acero, sino oro puro con buenas piedras, muy preciosas y muy caras; colocó una tapa bien sujeta. Metió al ruiseñor dentro y después hizo sellar la caja. Siempre hace que la lleven con él.

Este suceso fue contado, no pudo permanecer oculto mucho tiempo. Los bretones hicieron un lai: El ruiseñor se llama.

FIN

María de Francia. Fue una poetisa nacida en Isla de Francia (Francia en aquella época) que vivió en Inglaterra a finales del siglo XII. No se sabe prácticamente nada de su vida, aunque escribió en anglo-normando, una clase de lengua de oïl hablada entre las élites de Inglaterra. Aunque los eruditos no conocen la identidad de María de Francia, el nombre se ha deducido de una de sus obras: «Marie ai nun, si sui de France...» (en español, «Mi nombre es María, y soy de Francia...»). Fue la primera poetisa en lengua francesa, y sus obras son una de las primeras muestras del amor cortés en la literatura.