Relatos

Herodías

Gustave Flaubert

La ciudadela de Machaerus se alzaba al oriente del Mar Muerto, en un picacho de basalto en forma de cono. Cuatro valles profundos la rodeaban, dos en los costados, otro enfrente y el cuarto detrás...

Adiós

Guy de Maupassant

Los dos amigos acababan de comer. Desde la ventana del café veían el bulevar muy animado. Les acariciaban los rostros esas ráfagas tibias que circulan por las calles de París en las apacibles noches de verano y obligan a los transeúntes a erguir la cabeza, incitándolos a salir, a irse lejos, a cualquier parte en donde haya frondosidad, quietud, verdor…

La estatua de bronce

Juan Vicente Camacho

Era Alberto uno de esos hombres que vienen al mundo para ocupar un lugar distinguido en la sociedad; así le abundaban las cualidades morales como se aventajaba en prendas físicas. Era alto, bien formado, de miembros delgados y nerviosos. Tenía ojos de mirada penetrante y fuego irresistible, una boca que envidiaría una niña de quince años, y una fisonomía llena de fuego e inspiración...
Gato negro

El híbrido

Franz Kafka

Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos...

A&P

John Updike

Entran esas tres chicas con nada más que el traje de baño puesto. Yo estoy en la tercera caja, de espaldas a la puerta, de modo que no las veo hasta que están junto al pan. La que primero me llamó la atención fue la del bikini verde a cuadros...

Los del terruño

Giovannino Guareschi

Gion era el tercero de todos nosotros, los doce hermanos. Cuando le tocó el turno se fue a hacer el servicio. Fui yo quien le acompañó con el carro hasta el distrito de reclutamiento. Antes de dejarnos, Gion me recordó encarecidamente...

Al final del callejón

Rudyard Kipling

Cuatro hombres, cada uno con derecho “a la vida, a la libertad y a la conquista del bienestar”, jugaban al whist sentados a una mesa. El termómetro señalaba —para ellos— ciento un grados de temperatura. La habitación estaba tan oscurecida que apenas era posible distinguir los puntos de las cartas y las pálidas caras de los jugadores...

El ascensor que bajó al infierno

Pär Lagerkvist

El señor Smith, un próspero hombre de negocios, abrió el elegante ascensor del hotel y, amorosamente, tomó del brazo a una grácil criatura que olía a pieles y a poder. Se acurrucaron juntos en el blando asiento, y el ascensor empezó a bajar. La mujercita le ofreció su boca entreabierta, húmeda de vino, y se besaron. Habían cenado en la terraza, bajo las estrellas. Ahora salían a divertirse...

El relato del niño

Charles Dickens

Una vez, hace ya muchos años, hubo un caminante que partió para un prolongado viaje. Era un viaje mágico, que parecía muy largo al comienzo y muy corto cuando llegó a la mitad de la ruta...

Justicia india

Ricardo Jaimes Freyre

Los dos viajeros bebían el último trago de vino, de pie al lado de la hoguera. La brisa fría de la mañana hacía temblar ligeramente las alas de sus anchos sombreros de fieltro. El fuego palidecía ya bajo la luz indecisa y blanquecina de la aurora; se esclarecían vagamente los extremos del ancho patio, y se trazaban sobre las sombras del fondo las pesadas columnas de barro que sostenían el techo de paja y cañas...

Excentricidades de una chica rubia

José Maria Eça de Queirós

Empezó diciéndome que su caso era sencillo y que se llamaba Macario… Debo contar que conocí a este hombre en una fonda del Minho. Era alto y gordo: tenía una calva llamativa, reluciente y lisa, con guedejas blancas que se le erizaban alrededor, y sus ojos negros, cercados por una piel arrugada y amarillenta y ojeras papudas, tenían una singular claridad y rectitud, por detrás de sus gafas redondas con aros de carey...

Antes de la fiesta

W. Somerset Maugham

A Mrs. Skinner le gustaba llegar a tiempo a todas partes. Vestía un traje de seda negro en consonancia con su edad y con el luto que llevaba por su yerno. Se ajustó la toca de su sombrero. Dudó antes de hacerlo, porque las plumas de águila marina que lo adornaban podían suscitar acerbos comentarios entre algunos amigos que seguramente encontraría en la fiesta...

Las lavanderas nocturnas

George Sand

He aquí, en mi opinión, la más siniestra de las visiones del miedo. Es también la más difundida pues creo que se encuentra en todos los países...
Lobo en el bosque. Foto por Philipp Pilz en Unsplash

El cuento del licántropo

Tommaso Landolfi

Mi amigo y yo no podemos soportar la luna. A su luz salen los muertos desfigurados de las tumbas, sobre todo mujeres envueltas en blancos sudarios. El aire se puebla de sombras verduscas y a veces se tizna de un amarillo siniestro. Todo infunde temor, cada brizna de hierba, cada fronda, cada animal, en una noche de luna...
Poker night. Foto por Michał Parzuchowski en Unsplash

Baccarat

Rafael Barrett

Había mucha gente en la gran sala de juego del casino. Conocidos en vacaciones, tipos a la moda, profesionales del bac, reinas de la season, agentes de bolsa, bookmakers, sablistas, rastas, ingleses de gorra y smoking, norteamericanos de frac y panamá, agricultores del departamento que venían a jugarse la cosecha, hetairas de cuenta corriente en el banco o de equipaje embargado en el hotel, pero vestidas con el mismo lujo...

Rip Van Winkle

Washington Irving

Publicado en 1819, este relato es considerado el primer cuento de la literatura norteamericana. Está ambientado en los días previos a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y narra la historia de un aldeano de ascendencia holandesa que escapa de su esposa, que lo regañaba continuamente por irse al bosque. Tras varias aventuras, se sienta bajo la sombra de un árbol y se queda dormido. Al depertar el mundo que conocía había cambiado por completo... Este relato sigue muy presente en la cultura de Estados Unidos y, de hecho, la historia se sigue contando entre los niños, que aún disfrutan con la leyenda del viejo Rip van Winkle.

La prehistoria

Azorín

—Buenos días, querido maestro. ¿Qué tal? ¿Cómo está usted? —Ya lo está usted viendo; siempre en mi taller, enfrascado en mi grande obra. —¿Habla usted de esa obra magna, admirable, que todos esperamos: La prehistoria? —En efecto; en ella estoy ocupado en estos momentos. Ya poco falta para que la dé por terminada definitivamente...

Médium

Pío Baroja

Soy un hombre intranquilo, nervioso, muy nervioso; pero no estoy loco, como dicen los médicos que me han reconocido. He analizado todo, he profundizado todo, y vivo intranquilo. ¿Por qué? No lo he sabido todavía...
Salomé con la cabeza de San Juan Bautista

La ley de Herodes

Jorge Ibargüengoitia

Sarita me sacó del fango, porque antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo enten­der que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del pro­letariado; me hizo leer a Marx, a Engels y a Carlos Fuentes, ¿y todo para qué? Para destruirme después con su indiscreción...

El cangrejo volador

Onelio Jorge Cardoso

Había una vez un cangrejito nuevo que estaba haciendo un hueco profundo en la tierra, cuando, sin más ni más, vino una paloma torcaza a darle conversación...