Relatos

Belleza

Graham Greene

La mujer llevaba la frente ceñida con una cinta anaranjada que recordaba el estilo de los años veinte. Su voz destacaba sobre la charla de sus dos compañeros, sobre el muchacho que aceleraba su motocicleta en la calle, hasta sobre el ruido de los platos en la cocina del pequeño restaurante de Antibes, casi vacío ahora que empezaba el otoño...

El diablo y Tom Walker

Washington Irving

A unas pocas millas de Boston, en Massachusetts, desde la bahía de Charles se adentra el mar muchas millas hasta formar un pantano, tierra adentro, rodeado de frondosos árboles y vegetación, una auténtica ciénaga...

Antiguas muertes

Katherine Anne Porter

Era una mujer joven de aspecto resuelto, su cabello era oscuro, rizado y corto con raya a un lado, la cara como un breve óvalo con las cejas rectas y la boca grande y curvada. Un cuello blanco redondo sobresalía de la chaquetilla ajustada y abotonada...

La viuda de las montañas

Walter Scott

«La viuda de las montañas» es uno de los relatos más trágicos de Scott y carece de contrapuntos cómicos. La narración retoma uno de los temas centrales de Scott: la negativa —en este caso de Elspat MacTavish, la viuda de las montañas— a aceptar el cambio radical que ha acontecido en Escocia con su unión a Inglaterra...

Cierra la última puerta

Truman Capote

—Escucha, Walter, que le caigas mal a todo el mundo, que todos se metan contigo no es algo arbitrario: tú mismo lo provocas...

Flapjack, los marcianos y yo

Fredric Brown

Quiere oír cómo Flapjack salvó al mundo de los marcianos, ¿eh? Muy bien, socio. Sucedió en las orillas del Mojave, justo al sur del Valle de la Muerte. Flapjack y yo estábamos…

El bistec de oso

Alejandro Dumas

Llegué a la casa de Postas de Martigny hacia las cuatro de la tarde. Cuando entré, los viajeros estaban ya sentados a la mesa; eché una ojeada rápida e inquieta sobre los comensales; todas las sillas estaban unidas y todas estaban ocupadas. ¡No tenía sitio!…

Francisca y la muerte

Onelio Jorge Cardoso

—Santos y buenos días —dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo...

El monstruo-dios de Mamurth

Edmond Hamilton

Salió del desierto, en medio de las tinieblas de la noche, viniendo hacia nosotros, tambaleándose dentro del círculo alumbrado por la fogata, donde cayó exánime al instante. Mitchel y yo nos pusimos rápidamente de pie y lanzamos sendas exclamaciones, ya que los individuos que viajan solos y a pie no son cosa corriente en los desiertos de África del Norte...

El escuerzo

Leopoldo Lugones

Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, me di con un pequeño sapo que, en vez de huir como sus congéneres más corpulentos, se hinchó extraordinariamente bajo mis pedradas. Tenía horror a los sapos y era mi diversión aplastar cuantos podía...

El papagayo

Humberto Arenal

Antes, Maggie tuvo una secreta debilidad por Tony Restrepo. Hasta le perdonó que se casara con su hija Peggy, que entonces tenía 17 años, y que la hiciera abandonar sus estudios en la Universidad. Le gustaba, a pesar de su piel oscura, su cara de indio y su acento latino al hablar, que ella tanto odiaba en los otros estudiantes latinoamericanos que venían a la casa...

Cura de reposo

Aldous Huxley

Era una mujercita de pelo oscuro, cuyos ojos de color gris azulado llamaban la atención, tan grandes parecían en su carita pálida. Una cara de niña, con menudas facciones delicadas, pero marchitas prematuramente; pues la señora Tarwin solo tenía veintiocho años y sus grandes ojos bien abiertos estaban llenos de inquietud y tenían al mirar un fulgor extraño...

Antes de la Guerra de Troya

Elena Garro

Antes de la Guerra de Troya los días se tocaban con la punta de los dedos y yo los caminaba con facilidad. El cielo era tangible. Nada escapaba de mi mano y yo formaba parte de este mundo. Eva y yo éramos una...

En el gran ecbó

Guillermo Cabrera Infante

LLOVÍA. La lluvia caía con estrépito por entre las columnas viejas y carcomidas. Estaban sentados y él miraba al mantel. —¿Qué van a comer? —preguntó el camarero...

Culpa ajena

Aleksandr Grin

La carretera del bosque que une la orilla del río Ruanta con el grupo de lagos entre Concaíb y Ajuan-Scap, construida con el esfuerzo de toda una generación, es, como todas las carreteras de este tipo, tacaña para las perspectivas rectas y más cómoda para las aves que para las personas que la usan muy de vez en cuando...

El retrato mal hecho

Silvina Ocampo

A los chicos les debía de gustar sentarse sobre las amplias faldas de Eponina porque tenía vestidos como sillones de brazos redondos. Pero Eponina, encerrada en las aguas negras de su vestido de moiré, era lejana y misteriosa; una mitad del rostro se le había borrado pero conservaba movimientos sobrios de estatua en miniatura...

El ciego

Kate Chopin

Con una pequeña caja roja en una mano, un hombre caminaba lentamente por la calle. Su viejo sombrero de paja y su ropa descolorida daban la impresión de que la lluvia los había batido muchas veces, y las mismas veces el sol los había secado encima de él...

El caso Plattner

H. G. Wells

Si se debe dar o no crédito a la historia de Gottfried Plattner, es una buena cuestión por lo que respecta al valor de la evidencia. Por una parte, contamos con siete testigos —para ser del todo exactos, contamos con seis pares y medio de ojos y un hecho innegable— y por la otra contamos con —¿cómo diríamos?— prejuicios, sentido común e inercia de opinión...

La marea es puntual

Siegfried Lenz

Primero apareció el marido. Lo vio salir, solo, de la casa baja techada de caña detrás del dique, el gigante de rostro triste. Llevaba sus altas botas impermeables de siempre y la chaqueta gruesa con el cuello de piel. Desde la ventana observó cómo se lo subía...

El ladrón

Tommaso Landolfi

Hacía dos horas que el ladrón, escondido en el sótano, oía cómo aquel paso medía despiadadamente las habitaciones de arriba sacudiendo las viejas vigas, haciéndolas crujir y haciendo caer a ratos menudos trozos de yeso: ¿Es que aquella gente no se iba nunca a la cama?...