Ciencia Ficción

Una de vampiros

,

Sombra de la seiba

A nuestros padres.
“El todo es mayor que la suma de sus partes”
Aristóteles, Metafísica.

Quiero tu yugular…
Estábamos todos tan agotados
en aquel bus destartalado
quiero escapar de tu mirada huraña…

¿Quién le iba a decir a Sixtyfour que después de tantos años volvería a escuchar aquella canción? Se podía oír desde la escalera. La puerta de la vivienda permanecía entreabierta. Debía ser esa la correcta, no le habían dado ninguna otra indicación más que la dirección y el piso, la otra puerta permanecía cerrada y, sobre todo, hubiera sido insólito que alguien que no perteneciera al grupo tuviera los mismos extraños gustos musicales.

Los años habían sido generosos con él, lucía la barba y bigote a lo Stanley Kubrick de sus años mozos, para acentuar su carácter bohemio. Se sintió incómodo, ya nada le unía al pasado, realmente casi nada, treinta años era demasiado tiempo.

El edificio de apartamentos, situado en pleno centro de la capital, era elegante y suntuoso, muy al estilo de su anfitrión, que siempre había tenido un marcado gusto  por lo barroco y decadente. Por eso que no se extrañó al ser recibido por una sirvienta. La muchacha, vestida de negro, no levantaba la vista del suelo.

—Disculpa, ¿te conozco de algo?

Eludiendo una respuesta lo acomodó en una sala decorada en exceso y se marchó. A Sixtifour le pareció encontrarse en una sacristía.

La canción sonó de nuevo.

…quiero escapar de tu mirada huraña
de esta tierra de Transilvania…

Un bucle que comenzaba a hartarle. A él nunca le gustó aquel tema. La movida madrileña había sido el hervidero de grandes artistas, la mayoría olvidables, y en este último grupo podían incluirse los chicos de Plan Târgovişte.

Mientras se entretenía observando lo único que le llamó la atención en aquella sala de espera, una colección de libros enclaustrada dentro de una vitrina protegida con llave, que incluía entre otros el Dictionnaire Infernal de Collin de Plancy, El Delomelanicon, El grimorio del Papa Honorio, El libro de la ley de Aleister Crowley y las obras malditas de Montague Summers, la canción seguía sonando.

…no creo ni tus cuentos ni tus mentiras
de tus calles podridas
quiero escapar de tu mirada huraña
o niña de Transilvania…

Sixtyfour, enojado, se dirigió hacia la entrada con la intención de buscar a la sirvienta para que esta pusiera fin a tal tormento, y se tropezó con su anfitrión.

—¡Sixtyfour, qué placer! ¡Cuánto me alegra verte! —Antonio dejó de crecer antes de que le saliera una barba que nunca tuvo. Temiendo estar siempre a la sombra de sus amistades, había dedicado su vida a labrarse un futuro sin carencias. El abrazo, Sixtyfour lo notó sincero.

Antonio siempre había sido el serio del grupo, el cabal, quería tenerlo todo controlado y nunca dejó que se desmadraran más de la cuenta. No en balde por aquel entonces estudiaba abogacía y estaba empeñado en convertirse en juez. Por lo que Sixtyfour sabía, nunca alcanzó a serlo, pero como abogado logró las mayores cotas de distinción, y un estatus de vida muy superior al logrado por ningún otro en la pandilla.

—¡Oye, macho! Si llego a saber que me recibes así, ni vengo. Deberías recordar que odiaba esta canción, anda, haz el favor de quitarla de una vez si no quieres que me marche por donde he venido.

—De acuerdo, Sixtyfour, veo que te las sigues gastando igual —ríe—. Pero bueno, mírate, ¡estás igualito! … Algunos kilitos de más y ¿quién no? —dijo Antonio tamborileando su abultada barriga— Joder, ¡siéntate! Pero no aquí, pasa, he preparado algo para picar mientras charlamos.

El pasillo por el que se desplazaron permanecía en penumbra. Una atmósfera casi opresiva que hizo que Sixtyfour se sintiera incómodo. Una sensación, particularmente extraña, que le provocó un prolongado escalofrío. Era un corredor largo, con un buen número de puertas cerradas a ambos lados.

—¿Qué? Es grande. ¡Eh! Éste es mi despacho. —La puerta, al abrirse, dejó al descubierto una amplia sala forrada en maderas preciosas y un estilo casi victoriano que contrastaba con una decoración muy poco apropiada—. Luego, si no tienes mucha prisa te muestro el resto de la casa. ¿Te lo hubieras imaginado alguna vez? Yo ni en sueños lo hubiera hecho. Si alguien me dice que antes de los cincuenta iba yo a ser propietario de tamaña casa —vuelve a reír.

—Venga, Antonio, no seas fanfarrón, que tú siempre fuiste consciente de lo que querías. Por eso escogiste carrera antes que nadie y, encima, la terminaste, otros nos quedamos en el camino.

—Pero Sixtyfour, precisamente tú no puedes hablar, por lo que sé no te va mal del todo. No veas lo que fardo yo, entre mis colegas, contando que crecimos juntos. Lo que disfrutamos con tus “películas”. —Las risas resonaron por todo el despacho.

—De sobra sabes que ese no era mi objetivo, no seas cruel —Aquellas palabras le hicieron recordar que para entonces él ya se veía recibiendo importantes premios de cine. El porno sólo le servía para no morir de hambre y alimentar su sueño.

La canción…

…Quierotuyugular,
Yeah, Oh Yeah
qui—e—ro tu yu—gu—lar
Yeah, Oh Yeah…

Si existiera un santuario del frikismo, estaban allí: cómics y revistas de los ochenta, Creepy, 1984, El Víbora, Dossier Negro, Metal Hurlant, Totem,… Paredes cubiertas con portadas de discos míticos como The Cure, Pink Floyd, Queen, Radio Futura, Os resentidos… posters de películas de la época… Sixtyfour no pudo evitarlo:

—¡ Hay una cosa de Santa Carla que nunca he podido aguantar… todos esos condenados vampiros! –dijo imitando la voz del abuelo de Mike y David en la película. El cartel, autografiado por Kiefer Sutherland, que era quien salía en primer plano, se hallaba muy bien protegido tras el cristal de un gran marco. En el resto de la habitación, expuestos bien visibles, objetos y aparatos que marcaron aquella época: un walkman, un par de cubos de Rubik, la Atari, un órgano Casio, que junto a Mazinger y al Naranjito del Mundial de Fútbol del 82, parecían custodiar el recinto.

Sixtyfour quedó sin habla, qué no hubiera dado él por tener la tercera parte de todos aquellos tesoros de los que le tocó desprenderse, en su día, para dar forma a un sueño, hoy, truncado.

—Pero y ¿esto?

—¿No te lo esperabas?

—Pero, Antonio, de dónde has sacado todo esto, aquí… —le costaba hablar—aquí hay cosas que creí perdidas. Has reproducido en su totalidad el club. ¡Mira esto! —dijo tomando entre sus manos la chupa de cuero que tuvo que vender cuando comenzaba, para financiar Sangre de replicante, su primer cortometraje.

—No te voy a engañar, llevo años comprando cosas, pero creo que, al fin, conseguí reunirlo todo.

—¡Estás viviendo en el pasado! Madura, hombre. No puedo comprender el porqué. Creí que lo habíamos superado todo.

—Yo no fui el que acabó con las relaciones entre nosotros, el grupo hubiera podido permanecer unido si no os hubierais empeñado en seguir juntos. Quisisteis vivir todos en el mismo barrio y ¿qué pasó? Que terminasteis peleando de forma irreconciliable. Pero eso se va a terminar.

—No quieras desenterrar fantasmas del pasado, cada cual ha seguido con su vida, estamos bien así. Todo terminó, cada etapa tiene su tiempo, y esta caducó.

—Te equivocas, lo que pasó hace treinta años sólo debe servirnos de iniciación. Es ahora que el grupo debe comenzar su andadura, ya me he encargado yo de ello. Estoy a un paso de resolver el misterio que nos unió a todos.

…Quierotuyugular,
Yeah, Oh Yeah
qui—e—ro tu yu—gu—lar
Yeah, Oh Yeah…

—Como esto promete ser aburrido me he traído avituallamiento. ¡Dos terabytes! Con lo mejor de la Hammer. O creías que había olvidado nuestras aficiones más secretas.

Clara permanecía semioculta, recostada en el sofá frente a la librería, observando a sus viejos amigos. Mientras escuchaba aquella conversación, admiraba una ilustración original de la Vampirella de Fracetta que sin permiso había descolgado de la pared. Hubiera dado lo que tenía por conseguir una, siempre se había sentido atraída por aquel personaje tan sexy.

Carraspeó.

—Es cierto, ven que no te he presentado a otra de nuestras invitadas.

Asomó apenas su mano, precisamente la que sostenía el cuadro.

—Suelta eso, Clara.

—Hola, Sixtyfour.

Se acercó para verla bien.

—Oye. ¡¡¡Hola, hola!!! Si llego a saber que sigues tan buena no pierdo el contacto contigo. ¿Cómo has seguido?

—Mejor que tú, por lo que veo, que sigues con la misma mierda de hace treinta años. ¿Y tú eras el maduro?

Antonio, después de arrebatarle el cuadro, con delicadeza lo volvió a colocar en su sitio.

—Ya ves, a mí también me ha chocado que después de tantos años, este nos haya invitado a su casa, pero ahora que estoy aquí, me apetece saber qué ha sido de todos, tengo curiosidad. La misma que me despierta los motivos de esta reunión.

—Entonces me habréis echado en falta.

La irrupción sin previo aviso de Carlos sí que provocó un sobresalto general. Llegó precedido de la sirvienta que, siempre silenciosa, comenzó a colocar sobre una de las mesas viandas y refrigerios.

—Mari Carmen, cuántas veces le he dicho que los invitados deben ser presentados.  —La asistenta abandonó el cuarto sin levantar la mirada.

—Oye, esta chica me suena, ¿a vosotros no? No hablo por ti, sería gracioso que tuvieras empleada en tu casa a alguna de tus ex novias —ríe—. Esa chica tiene algo, ya lo averiguaré, soy buen fisonomista, pero insisto, creo que la conozco.

—No lo creo Sixtyfour, es demasiado joven para que la conozcas. A ver si lo que te ocurre es que conoces a su madre.

—A mí también me resulta familiar su rostro. Tiene un aire a Barbara Steele en La máscara del Diablo o quizás… No, no puede ser –dijo Clara como tratando de olvidar un mal recuerdo.

Sobre el fondo de voces que intentaban ponerse al día entre sí, todos queriendo abarcar protagonismo, la canción sonó  de nuevo.

Upir aléjate de mí
Aleja tu risa extraña
Oh niña de Transilvania.

De alguna forma parecían querer borrar todo el tiempo transcurrido y, sobre todo, las rencillas que provocaron su separación, la más punzante el divorcio de Clara y Carlos. Mientras la conversación se animaba aparecían y desaparecían los obsequios culinarios del brunch.1

De repente, la figura esbelta del Il Duce consiguió que todos callaran. Fue tal la conmoción que el anfitrión no tuvo nada que reprocharle a Mari Carmen, quien escoltaba al personaje que acababa de entrar, en espera, quizá, del sombrero y el abrigo que este parecía no querer soltar.

Duce. Ni yo te esperaba, me pillas con las defensas bajas —comentó Antonio sin apartar la mirada—. De saber que venías, posiblemente, hubiera organizado la reunión de otro modo…

Clara, Sixtyfour y Carlos parecían contrariados ante las palabras de Antonio, que retrocedía como un niño al que han pillado cometiendo alguna maldad.

—¿Se puede saber qué os he hecho yo para que hayáis organizado esto sin contar conmigo?

—Oye, macho, habla por Antonio, que los demás no teníamos ni puta idea de a lo que veníamos aquí. Ni siquiera sabíamos que no te había convocado. ¡Imperdonable! —Sixtyfour temió que se notara en su tono la indiferencia, pues él hubiera actuado igual. Si había una persona a la que no le apetecía ver era precisamente al petulante de Il Duce, con sus aires de grandeza y sus “dotes” de mando.

—No disimules conmigo, Sixtyfour, que nos conocemos…

—¡Qué insinúas! ¿Ya empiezas?

—¡Vale! ¡Venid! —Carlos tenía en la mano parte de un exquisito aperitivo de salmón, mientras que sostenía con la otra una cerveza recién abierta—. Quiero que veáis algo que espero os sorprenda tanto como a mí.

El surround volvió a inundar la sala con las notas de la conocida canción pero, en esta ocasión, en forma de vídeoclip con los integrantes de aquel grupo ochentero, que apenas si sacaron una maqueta a mercado que llevaba como título el de la propia canción, Aliento de carroña. Las imágenes que se mostraban pronto despertaron en todos ellos un interés especial.

Quierotuyugular…
Estábamos todos tan agotados
en aquel bus destartalado
quiero escapar de tu mirada huraña…

Por primera vez en aquella mañana, la música perdía protagonismo. Las escenas, incoherentes a veces, mezcladas con la actuación en vivo de Plan Târgovişte, mostraban una violencia extrema que, por momentos, se tornaba excesivamente sangrienta. Se preguntaban con la mirada cómo había logrado pasar la censura aquel vídeo, en una época en la que aún se vivía a la sombra del franquismo, que parecía seguir reprimiéndolo todo. Los tres minutos quince segundos que duraba Aliento de carroña contenían, en sí, escenas más propias del cine gore: sexo y violencia difícil de asimilar. En un par de ocasiones, Clara tuvo que apartar la mirada. Violencia explícita que parecía sacada de lo más sórdido de la conciencia. Sixtyfour se sentó lo más cerca que pudo de aquella pantalla y pidió verlo de nuevo.

—Antes de volverlo a pasar, quiero preguntaros una cosa. No se me olvida que intentamos jugar con alguna de las modas de la época, y lo que contiene este vídeo pasó a formar parte de nuestro pasado, himno olvidado y doctrina a la que imitar. ¿Alguno de vosotros llegó a ver estas imágenes? Lo único que yo recuerdo, es un directo en La edad de oro2 con aquellos personajes semiocultos por una iluminación tan tenue que apenas dejaba ver a los protagonistas.

—Es cierto, no llegaron a pasar este vídeo, yo me quedé atrapada por la ropa que llevaba la teclista del grupo, de hecho aún juego con reconstruir su imagen… —Clara se quedó pensando unos segundos para afirmar: —Vaya, si no fuera por lo joven que es tu sirvienta diría que es ella. —Sixtyfour lo confirmó con un movimiento de cabeza.— Carlos, ¿cómo lo has conseguido?

—Me lo encontré junto a un viejo lote de vídeos Betamax en un vertedero próximo a la televisión pública. Tenía el nombre del grupo escrito con rotulador. No pude aguantarme y lo cogí. Es prodigioso cómo ha sobrevivido a las inclemencias de la intemperie.

—Disculpad, “amigos”—Il Duce habló con ironía—. ¿De veras no recordáis la nochevieja del 85?

—Pues no —afirmó Sixtyfour.

—¿Por qué lo dices? –preguntó Clara.

—¿Estáis… seguros de no recordar aquel día “tan especial”?

—Cojones, ¡no! —Carlos, molesto por haberle robado el protagonismo del momento, se cansó de aquel sonsonete misterioso.

—¡Pues sí que la agarrasteis gorda!

—¡Y cuándo no! —Clara era consciente de que ella, entre petas, rayas, tripis, ácidos y los cubatas y las cervezas, había perdido gran parte de sus recuerdos.

—Venga, Duce, desembucha —ríe—. Al menos, yo no pienso tolerar que juegues conmigo —afirmó mosqueado, Sixtyfour.

—¡Sí, lo habíais visto! Y no pongáis esa cara. Lo llevé yo aquel día. Me lo pasó el Trochi, después de estar casi tres meses buscándolo. En cuanto me lo dio fui directo a enseñároslo. Lo que pasó después es otra historia.

Sixtyfour se plantó desafiante delante de Il Duce.

—¿Qué? ¿Estás buscando méritos o que te parta la cara? —Carlos y Antonio tuvieron que interponerse.

—Calma, calma… Si hubiera sabido que te ibas a poner así no cuento nada, os dejo en la ignorancia como hasta hoy.

—Vale, que por aquel entonces nos poníamos ciegos, pero lo que no me creo es que hiciéramos algo y que ninguno de nosotros se acuerde —Antonio intentó poner un poco de cordura. La conversación estaba llegando a un punto que no le gustaba nada. Él, como Il Duce, disponía de un as escondido en su manga que no estaba dispuesto a sacar aún.

—No hicisteis nada, mejor aún, no hicimos nada que no quisiéramos hacer. Que lo hayáis olvidado de una forma tan rotunda es algo que cada uno debe analizar. Yo sólo sé que comenzó con los primeros visionados del vídeo y que, a las pocas horas,  en el viejo cementerio de un pueblo perdido de la sierra madrileña del que no recuerdo el nombre, participamos en un ritual tan pagano como incomprensible.

El rostro de todos fue cambiando, como si con aquellas palabras su subconsciente hubiera liberado una cascada de imágenes que se habían mantenido ocultas, quizá por su incoherencia y, ahora comenzaban a ordenarse en el tiempo.

Fue Clara la que rompió el hielo. Levantando su cabello dejó al descubierto unas diminutas punciones que tenía en el cuello y que nunca había podido explicar. Cicatrices que también Carlos, Sixtyfour y Il Duce tenían en el mismo sitio. De repente, aquellas marcas comenzaron a arderles de forma inexplicable.

—¿Qué está sucediendo? —dijo Clara buscando alivio en el hielo de su cubata.

Con la tranquilidad de aquel que controla todo lo que sucede, Antonio fue el único que mantuvo la compostura y habló.

—¡Venid! No penséis que no tengo el mismo problema que vosotros, pero hace mucho que tomé consciencia de todo, ahora os toca a vosotros asumir la verdad.

—¿Te crees que puedes convocarnos y decir toda esa sarta de estupideces y quedarte tan ancho? —Para Sixtyfour esa fue la gota que colmó el vaso. Tomando a Antonio de la solapa le sentó delante de todos, exigiendo explicaciones.

Mientras tanto, pequeños hilos de sangre surgían a cada pulsación por aquellas viejas heridas de cada uno de ellos. La quemazón que habían sentido al principio, ahora se tornaba en picor, como si un insecto les hubiera violado la piel. Pero otro era el malestar que les aquejaba, un tema que daba vueltas en su conciencia, como si un viejo tomo del pasado intentara encajar las piezas de la memoria para conseguir las respuestas que buscaban.

—No, amigos, no es lo que pensáis, si bien sucumbimos a la vorágine de unos anfitriones tan inesperados como deseados, que Il Duce tuvo a bien presentarnos, hasta donde sé ninguno de vosotros siguió sus pasos —Nadie parecía confiar en las palabras de Antonio.— Es por ello que os he reunido a todos aquí, aunque haya alguno que no debería estar –Il Duce se sintió ofendido.– La aparición de este vídeo, hoy, ha acelerado las cosas. Como veis yo tengo como vosotros la misma marca —dijo mientras se desabrochaba la camisa—, pero hace treinta años que dejó de incomodarme.

Sixtyfour comenzó a recordar escenas que había siempre identificado como fruto de su activa imaginación. Imágenes cargadas de sexo, violencia con ciertos matices gore que tanto le gustaban a él, y que podía, al fin, situarlos como hechos de los que, pese al horror de reconocerlo, había sido testigo. A su mente vinieron nombres: Adela, Marijo o Luisa y que, sin saber la razón, relacionaba con aquel pasado desechado.

La mente le llevó directamente a aquella noche maldita. Al fin, el grupo de estudiantes de cine, esas tres muchachitas por las que andaba como loco, habían aceptado finalmente su invitación. Tan sólo una de las tres había cumplido los dieciocho años de edad, eso no impedía que tuvieran la mente y otras zonas bien abiertas. Adela, Marijó y Luisa llegaron con unas cuantas copas de más y con Mecano y Miguel Bosé bajo el brazo. El local no era cosa de otro mundo, pero aquel sótano, situado en el barrio de Lavapiés, tenía prácticamente todo lo que necesitaban. Era amplio y los vecinos jamás se habían quejado. Digamos que el grado de decibelios no fue nunca un problema. Como comunidad tenían otras complicaciones, no es sencillo disimular un prostíbulo en una pensión de mala muerte.

La noche comenzó con una opípara cena: mariscos envasados y algún que otro langostino comprado en el súper, patatas fritas, frutos secos, mucha Mahou, un par de botellas de cava catalán, las bolsas de uvas preparadas y el cotillón que colocaban de inmediato en la mano del invitado. Así partió una fiesta que parecía tener visos de convertirse en inolvidable.

Todo fue normal hasta pasadas las doce de la noche. En un principio tenían pensado acercarse hasta la Puerta del Sol, pero llegaron tan torrados a aquella hora que hubiera sido el fin de la celebración, además allí tenían todo lo que necesitaban: drogas, priva y mujeres. Clara parecía conforme con el refuerzo femenino, a ella le daba igual carne que pescado, de hecho no dejó de juguetear con las tres. Era una mujer muy atractiva y tan moderna que todas querían imitar.

Il Duce había salido minutos antes de las campanadas, que cantaron todos a coro mientras se comían aquellas uvas pochas y demasiado dulces. Cuando entró, ya estaban con los morreos de año nuevo.

Pasados unos minutos y, cuando ya la euforia había dejado paso de nuevo a las copas y los petas, sacó del bolsillo de su gabán una cinta de vídeo y pidió que la vieran con el mayor silencio posible. Pensaron que estaba de broma, ¿cómo se atrevía a cortar el rollo de esa forma? Estuvieron a punto de enviarlo a la mierda. Pero entonces, levantando el vídeo, dijo sonriente:

—¡Aliento de carroña!

Cuando comenzó, todos callaron.

Quierotuyugular…
Estábamos todos tan agotados
en aquel bus destartalado
quiero escapar de tu mirada huraña
de esta tierra de Transilvania…

Al fin podían ver, en imágenes, aquella canción que tanto les había inquietado durante meses, un vídeo original de Plan Târgovişte que entremezclaba actuación, la misma que ya habían visto en la tele, con imágenes que parecían sacadas del más cutre film de terror. Toneladas de hemoglobina parecían haber sido invertidas en la filmación. Rodado con cámara subjetiva y primeros planos en los que lo único que se podía ver del protagonista eran sus brazos, imposibles apéndices de una mantis religiosa. Todo perdía la forma entre sus manos. Lobotomías y desmembramientos realizados con instrumentos inapropiados: un cúter, cuchillos de cocina romos… Hombres, mujeres y, lo peor de todo, lo que parecía un bebé, que desapareció del primer plano para resurgir al momento con un reguero de sangre que le cubría cuello y pecho, un segundo antes más blanco que la leche, y que fue arrojado al suelo como un muñeco roto. No podía faltar la escena de bestialismo, después de desprenderse de aquel pequeño cuerpo, un macho cabrío ataviado con las insignias de varias órdenes religiosas mancilladas con heces, le hacía el amor a dos enanas albinas, orgía de sangre y sexo al ritmo de aquella machacona y, hasta aquel momento, simpática canción.

—Finalmente he conocido a los del grupo y quieren que acudamos a su fiesta —dijo Il Duce.

Esas palabras hicieron que restaran importancia a lo que acababan de ver y que, tomando toda la bebida que pudieron entre sus manos, se lanzaran a la calle guiados por su amigo.

Tardaron casi una hora y media en llegar hasta la casa de la Sierra. Les recibieron junto a una gran verja de hierro labrado con figuras míticas. Una vez que todos descendieron del vehículo, Mamen “Xexo” Abad, la teclista del grupo, habló:

—Chicos, hemos pensado trasladar la fiesta un poco más lejos, subid a la furgoneta para poder ir todos juntos. No es necesario que llevéis nada, todo está servido —concluyó guiñándole un ojo a Clara.

Una vez de camino desde el vehículo era imposible ver la carretera. La fiesta continuó allí, junto a las presentaciones que realizaba Mamen, como improvisada cicerone; no faltaron el alcohol y las drogas.

—Al volante tenéis al silencioso e insustituible Cezar “Dragwlya” Gabor3, el batería del grupo, pero ni os acerquéis a él, tiene muy mala leche cuando conduce. Me ha dicho mi “amigo” Il Duce que tú —dijo agarrándole el muslo a Clara—, te llamas Clara. Me gusta tu nombre, llámame Mamen, lo de Xexo lo dejo para las actuaciones y momentos más íntimos…

—Eres la cantante, ¡qué ilusión! Me flipa tu look.

—Gracias, chica —volvió a guiñarle el ojo. –Al fondo y tratando de beneficiarse a una de vuestras amigas está nuestro bajista Alexandre Vahamonde, “Nubeiro”4 para los amigos, un pedazo de pan, así que tranquilos.

—¿Quién les hizo el vídeo?

—Calla, Sixtyfour, deja que Mamen termine —Antonio parecía molesto.

—Encantada de conoceros, Sixtyfour y, tú, ¿eres Carlos?

—No, soy Antonio. Carlos es el que está durmiendo la mona ahí atrás.

—No se me olvidará, tenemos mucho que compartir. Nada más puedo comentarte que el chico que realizó el vídeo se codea con Peckinpah y Argento. Sólo me falta presentarles a aquella perra sin amo, tened cuidado que, a veces, muerde. Es nuestra letrista y, cómo no, el guitarra, DìdacRivelles, “La Pesanta”5 como nombre de guerra y os puedo asegurar que guerrea cantidad —ríe.

Como a las tres de la madrugada llegaron y, después de recorrer las calles de una aldea abandonada, alcanzaron la colina que albergaba el cementerio, destino final de sus pasos. En condiciones normales quizás alguno de ellos, sobre todo las muchachas, se hubieran asustado; no era el lugar más animado para continuar la juerga, pero a todas luces resultaba divertido.

Nada más traspasar los muros del camposanto todo cambió, los rostros antes amables de los Târgoviste se transformaron radicalmente. Las puertas se cerraron, como por obra de una fuerza sobrenatural, y todos los invitados perdieron cualquier voluntad de movimiento.

—Ahora nos pertenecen vuestros actos, están sujetos a nuestra voluntad, y todo lo que hagáis esta noche sobre esta colina, que vio nacer y morir a las huestes de nuestra estirpe, estará consagrado a nuestro culto, que va más allá de cualquier religión. Es dogma de inmortalidad y sólo aquellos que se lo merezcan ganarán el favor de esa dote de vida en muerte, que nos pertenece.  Seréis sometidos, pero no temáis. Después de hoy todo será distinto para vosotros, aunque os parezca que la vida sigue es posible que no seáis conscientes de la magnitud de lo que os ha acontecido. Dejaros llevar. Dejaros… ¡Venid!

Comenzando por Il Duce, uno tras otro fueron pasando al interior de una de las criptas medio derruidas, donde les aguardaba resplandeciente el brebaje que doblegó aún más sus voluntades. El temor de un principio, fue sustituido por la complacencia con la que tomaron el consagrado copón y con el que consiguieron desinhibirse. Pero algo pasó, al llegar el turno de las muchachas, estas sufrieron, al beber, un rechazo que se tradujo, a vista de todos, como un intento de huida. La resistencia de aquellos cuerpos, menudos y frágiles, se tornó violenta, y sin que se dieran cuenta de cómo sucedió o quién acabó provocándolo, una tras otra cayeron al suelo derramando sobre sus cuerpos el contenido de aquel cáliz que parecía tener capacidad infinita. Ahora tendrían que convencerlas para que ninguna hablara, pero la voluntad de esa acción no pasaba por ninguno de ellos; es más, Antonio fue el primero que se acercó hasta ellas y bebió de su sangre, sin preguntas, sin remordimientos. A él le siguió Clara y, después, Sixtyfour. Uno tras otro tomó parte de la sangrienta celebración. Pero aquello no significó el fin del ritual, sino  el principio de una orgía en la que todos participaron activamente y que se cerró casi finalizada la madrugada.

Las preguntas sobre el paradero de las muchachas, sus rostros en todos los medios de comunicación y las respuestas que ninguno de ellos era capaz de dar, comenzaban a cobrar forma. Para ellos, hasta aquel momento, nada sucedió treinta años atrás, salvo la celebración de aquel día especial, pues despertaron en el sótano de Lavapiés sin que fueran conscientes de ningún hecho extraordinario.

Aquel 1 de enero del año 1986, cualquier referencia o recuerdo de lo que habían estado haciendo en la Nochevieja, fue borrado, tan sólo recordaban los momentos previos al año nuevo, y que salieron nada más tomadas las uvas, para regresar unas horas después y poder dormir la mona.

El rostro de Sixtyfour cambió de golpe, aquellas pobres niñas muertas por culpa de su mala acción, por haber entrado en el juego macabro de unos seres que los sometieron. Se preguntaba el porqué de aquel silencio tan prolongado. ¿Qué sentido tenía mantenerlos al margen de lo acontecido y despertarlos después de tres décadas, de aquella manera tan extraña? ¿Quién estaba detrás de todo aquello? Sus pasos se dirigieron hacia Il Duce, que parecía reflejar en la mirada la misma incertidumbre que todos. Fue a tomarlo por el cuello, pero entonces recapacitó, ¿por qué iba a ser él el culpable, precisamente el único que no había sido invitado aquel día? Se sintió agobiado e intentó salir de la habitación pero Antonio se lo impidió. La puerta se cerró como por arte de magia.

—¡Antonio! –vociferó Sixtyfour— ¿Qué pretendes con todo esto?

Carlos descorrió las cortinas de la habitación con la intención de abrir las ventanas y airear el ambiente cargado. Pero éstas no estaban. Hasta la última de las rendijas había sido tapiada.

—Caray —comentó Sixtyfour—, sin ánimo de alarmaros… esto parece una escena sacada de El ángel exterminador de Buñuel —dijo en un intento de romper con humor la tensión del momento.

De repente, el rostro de Mari Carmen, la sirvienta, cambió.

—¡Comed, malditos! ¡Comed! Este banquete es en vuestro honor —Las palabras de Mari Carmen cargadas de rabia y saña, alarmaron a los presente.

—¡Puta de mierda! Sabía que eras tú —soltó Clara abalanzándose hacia la muchacha—. ¿Qué quieres de nosotros, ahora?

—Mamen “Sexo” Abad. La muy estúpida creía que me había engañado —gritó Antonio con una potencia que nunca antes habían conocido en él.

Como una fiera acorralada, Mamen saltó para agarrarse a las vigas de madera del techo.

Únicamente Antonio permaneció en su sitio

—¡Qué previsibles sois los humanos! ¿Creías que me habías asustado? —El cuerpo ingrávido de Mamen “Xexo” Abad, descendió lentamente, situándose delante de Antonio.— Debimos matarlos a todos aquella noche, pero no lo hicimos. Y, ahora, después de lo que acabo de observar, me estoy planteando si sois dignos o no de nuestros dones. Pero ¿qué os pasa, a-mi-gos? —El desprecio quedó prendido de aquel calificativo.— Aún recuerdo la ilusión con la que abrazasteis nuestro culto. Cómo bebisteis hasta la última gota del líquido vital, sin importaros nada de lo que había sucedido.

—Os aprovechasteis de nuestro estado. Estábamos drogados y bebidos, por el amor de Dios… ¿Qué pensabais que íbamos a hacer? ¿Revelarnos contra la barbarie, si apenas si nos sosteníamos en pie? —Sixtyfour se acercó al resto de sus compañeros para trasmitirles calma. Una calma que él mismo no tenía, pero que no deseaba que fuera evidente.

—Venga… Lo disfrutasteis, no lo niegues, no digas, a-mi-go, que no fue  inspirador. ¿Cuántas veces has intentado reproducir lo sucedido en tus películas? —Aquella mujer, rió, y siguió riendo, como enloquecida en su discurso.

Clara saltó desde el fondo.

—Desconozco en qué crees tú que has podido influir en mi mierdera vida, mediocre y falta de alicientes, pero no  intentes hacernos ver, ahora, que aquella situación que provocasteis en nuestra presencia, doblegando nuestra voluntad, haya servido para algo. Incluso los dos únicos de nosotros que tuvieron cierto éxito —dijo señalando a Antonio y a Sixtyfour—, por lo que se ve no han conseguido realmente lo que querían. Más bien estoy convencida de que fuimos vuestras marionetas.

—No lo voy a negar, pero en eso consiste nuestro juego. Fuisteis elegidos ¿qué más queréis? Cualquier otro hubiera matado por estar en vuestro lugar… ¿O nos equivocamos? —dijo avanzando hacia ellos furiosa –. Y tú, jefe, mi amo y señor, ¿crees que podrías haber defendido lo indefendible sin la experiencia?

—¡Cállate bestia inmunda! —dijo Antonio. El eco de sus palabras, como la onda expansiva de una explosión, la golpeó con tal fuerza que la derribó al piso.—Todos estos años, los he dedicado a estudiar a tu especie… o debería decir a la nuestra —En su nueva sonrisa se podían observar dos afilados colmillos.— Jamás me tentó el poder o el dinero, sólo me ha obsesionado la amistad. Han sido muy duros todos estos años sin vosotros, sin poder compartir mis conocimientos, mis deseos, mi futuro… Ignoro por qué yo fui el único que evolucionó, pero al saberme consciente de mi inmortalidad, anhelé vuestra compañía.

—Todo el poder del universo y ¿sólo añoras a tus amigos? ¡Estúpido! No mereces el don que se te ha entregado. ¡Míralos! Son débiles, ganado, comida para dioses. Ven con nosotros. Te enseñaré a canalizar tus poderes.

—¡Cállate! Conozco tu mundo y no hay nada en él que pueda interesarme. Sois fríos e insensibles. No dejaré que destruyáis lo poco de humano que he logrado conservar.

—¡Qué vi en ti!  Los siglos me han hecho débil. Fuiste mí apuesta y he perdido. Debí dejar que otro bebiera de mi sangre. Me engañó tu extrema crueldad. Viendo la delicada brutalidad que empleaste para arrancarle la cabeza a esa muchacha me pareció sentir en ti el llamado de los nuestros. ¡Qué desilusión! Ahora tendré que acabar contigo.

El eco de las palabras quedó sin respuesta, momento que aprovecharon todos para abalanzarse sobre ella. Juntos gestaron una fuerza de pensamientos y emociones capaz de conseguir lo que quisieran. Como una Gestalt preparada para ver y actuar más allá del espacio y el tiempo.

—¡Qué buena fotografía para una toma! —Sixtyfour no pudo reprimir el comentario al ver la silueta en negro del cuerpo sin vida de Mamen “Xexo” Abad sobre el fondo blanco del mantel.

—Amigos, el banquete está servido —fue Antonio el primero en probar la sangre de su criada.— Vosotros decidís si queréis seguir con vuestras vidas.

—¿Seguir con mi mierdera vida? —dijo Clara empujando a Antonio—. Quita que ahora me toca a mí.

—¡Chicos, chicos! Dejen algo para el postre, pronto estarán aquí el resto de Plan Târgoviste.

Y todos comenzaron a desafinar…

Upir aléjate de mí
Aleja tu risa extraña
Oh niña de Transilvania.
Quierotuyugular
Yeah, Oh Yeah

NOTAS

1. El brunch (un neologismo a partir de la unión de breakfast (desayuno) y lunch (almuerzo)) consiste en una comida realizada por la mañana entre el desayuno y el almuerzo. Por su contenido se suele definir como una combinación entre que se sirve por regla general en un periodo de tiempo que va desde las 10 a las 13 horas. Es una definición típica de los países anglosajones, que en Estados Unidos fue introducida por los británicos en 1896. Hoy en día se puede emplear la palabra para definir una comida a últimas horas de la mañana.

2. La edad de oro fue un programa de televisión emitido por TVE en la noche de los martes entre 1983 y 1985, epítome audiovisual del movimiento artístico.

3. Dragwlya (o Dragkwlya, Dragulea, Dragolea, Drăculea), patronímico rumano, es un diminutivo del epíteto Dracul.

4. El Nubeiro es un personaje de la mitología gallega, de aspecto fuerte y grande, vestido con pieles negras, capaz de provocar tormentas y dirigir los rayos a voluntad. Por lo general, se asocia a todo lo que tenga que ver con la niebla, los truenos, los rayos, la lluvia fuerte, etc…

5. Pesanta es un animal mitológico con forma de perro enorme (raramente un gato), que se mete por la noches en las casas y se coloca en el pecho de la gente, dificultando la respiración y provocando angustia y pesadillas.

Carmen Rosa Signes Urrea. Castellón de la Plana, España, 1963. Ceramista, fotógrafa e ilustradora.

Ha publicado obras en varias revistas digitales y blogs, donde ha escrito bajo el seudónimo de Monelle. Actualmente co-dirige con su esposo Ricardo Acevedo la Revista Digital miNatura, publicación especializada en microcuento y cuento breve del género fantástico. Ha sido finalista en algunos certámenes de relato breve y microcuento. Ha ejercido de jurado en concursos tanto literarios como de cerámica, e impartido talleres de fotografía, cerámica y literatura.

Ricardo Acevedo Esplugas. La Habana, 1969. Narrador y poeta

Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Graduado en Construcción Naval y Civil, ha realizado también estudios de Periodismo, Marketing y Publicidad. Formó parte de los Talleres Literarios Oscar Hurtado, Negro Hueco, Leonor Pérez Cabrera y Espiral. Es director (junto con Carmen Rosa Signes) de la Revista Digital miNatura, publicación que promueve las microficciones del género fantástico desde el año 1999. Anualmente y desde el año 2002 promueve el Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura. Ha obtenido diferentes premios de Poesía y Cuento, entre ellos: el Segundo Premio de la Revista Juventud Técnica en el año 2005, con el cuento "...In corpore sano"; el Primer Premio de Poesía Casa Canaria de La Habana y el Premio Especial Dinosaurio de Minicuento 2006. Relatos suyos han aparecido en las antologías Secretos del futuro (Editorial Sed de Belleza, 2006); Crónicas del mañana: 50 años de cuentos cubanos de ciencia ficción (Editorial Letras Cubanas, 2008) y Tiempo Cero. Quince años de ciencia ficción en Juventud Técnica (Casa Editora Abril, 2012). Actualmente reside en España.