Narrativa

El viaje

Foto de Kittitep Khotchalee en Unsplash

Para mi abuelo Beto, que EPD.

Vine a Vedado 6 porque me dijeron que acá podía encontrar a mi abuelo. 

El polvoriento y rojizo camino se me hizo interminable. Para colmo, el sol se ha ensañado con mi piel. Parece que llevo días andando, aunque apenas esta mañana salí de mi casa en El Tejar, justo antes de que los gallos comenzaran su molesto concierto matutino.

No es tan lejos, decían.

Llegué a Vedado 6 cuando la tarde agonizaba. A esa hora en que los hombres se sientan en taburetes y se recuestan a las paredes de sus casas de madera y las mujeres cuelan café. Llegué cuando los niños terminan sus juegos y las madres los bañan en los patios, echándoles agua con un jarrito dentro de una palangana. 

Llegué bronceado y hecho talco por lo mucho que caminé. Me dispuse a descansar sobre una piedra a un lado del camino, una piedra caliente todavía por el sol intenso. Me quité los zapatos tan estropeados y malolientes como toda mi ropa. Miré con pena mis roñosas plantas llenas de ampollas. Rasqué suavemente mi densa barba y bebí un buen trago de ron. Eché un poco en mis manos y me froté los pies. Una fresca sensación me recorrió por un instante.

Dicen que mi abuelo vive en una choza en el monte cerca del arroyo que hay por aquí. Dicen que cuando tiene hambre caza palomas y luego las prepara a la brasa; lo mismo hace con los peces que logra pescar usando un cordel y una lombriz como carnada. Además, dicen que nunca se baña, que jamás sale al barrio ni habla con nadie, que ni siquiera busca ayuda de un médico si se siente mal, aunque jamás nadie lo ha visto enfermo. Cuentan que se roba el alcohol que se almacena en un tanque de metal que hay detrás de la bodega. En una ocasión lo vieron corriendo hacia el monte con un botellón a cuestas y al día siguiente notaron el faltante.

Vine hasta aquí para conocer al viejo. Vine para verme en sus ojos pues dicen que son idénticos a los míos. Vine a observar su cara pues dicen que es como ver mi rostro hastiado pero añejo. Vine a ver si le noto un poco de arrepentimiento cuando sepa quién soy. Vine para ver si le remuerde la conciencia por tanto daño que hizo. Para saber si lamenta haberle jodido la vida a mi abuela, o si recuerda el embarazo que perdió mi madre cuando yo era un niño a causa de un golpe que le dio.

Se comenta que eso mismo hice con la última novia que tuve. La verdad es que ni siquiera lo recuerdo. Dicen que llegué bien borracho y nos peleamos y entonces la empujé y todo se fue a la mierda al otro día.

Una curiosidad tremenda me trajo hasta aquí. 

Supongo que una vez que encuentre a mi abuelo y mire en lo profundo de sus ojos de viejo sucio todo cambie. Quiero comprobar si es cierto que es un borracho puerco y un hijo de puta.

Vine porque necesito saber si mi abuelo y yo somos el mismo nauseabundo excremento, pues odio cuando mi padre me mira y dice que me parezco tanto a él que siente asco. 

En momentos así mi madre se encierra en su cuarto y llora, pero sin decir nada. 

En momentos así nadie se asoma en mis ojos grises para ver cómo duele cuando emergen mis lágrimas. Nadie sabe que cuando consigo dormir, en mis sueños grito una y otra vez el nombre de mi hijo.

No sé en qué momento llegó la noche, pero me quedé dormido al lado de la piedra y comencé a soñar. En el sueño estaba con mi hijo en brazos cantando una tierna canción de cuna. Ni él dejaba de sollozar a pesar de estar muerto, ni yo cedía en el afán por consolarlo. No había nadie más en mi sueño, sólo yo lidiaba con su llanto conmovedor que terminó por contagiarme. Entonces emergieron de mis ojos unas pesadas lágrimas, que se deslizaron por mi rostro y cayeron sobre su breve cuerpo de niño prematuro muerto.

Me despertó lo aterrador del sueño y el calor de los rayos del sol con la ayuda de los puntapiés que me daban unos chiquillos. Parece que está muerto, decían al tiempo que me pegaban pataditas en las costillas.

Estaba dormido, pero pude escuchar sus voces como un lejano susurro y sentir sus golpes como mansas caricias. Me pareció también que un gallo cantaba alegremente en mi oído y que un hombre arreaba el ganado. Percibí incluso el olor de la mierda humeante de las vacas y sentí las plumas de las aves rozar mi barba.

Abrí los ojos y la luz se me metió muy adentro, cegándome por un segundo. No alcancé a ver sino las siluetas de los juguetones mocosos. Está vivo, chillaron mientras corrían, alzando una nube escarlata de polvo que el viento trajo despacio hasta mí. Un perro zarrapastroso estaba echado bien cerca, viéndome fijamente con su triste mirada perruna.

Busqué a mi lado la botella de ron para darme un trago, pero estaba vacía. 

El primer trago es importante, es necesario para controlar los temblores parkinsonianos que llegan por la sobriedad. 

Quién coño habrá robado mi ron. Estoy casi seguro que dejé un poquito anoche. Será que algún vejigo travieso vació mi botella mientras dormía. Quién pudo actuar con tanta crueldad, con semejante y desmedida malicia. 

Si por desgracia se acabó el ron había que buscar más, pero no tenía dinero ni nada de valor que ofrecer a cambio. Así que me calcé los zapatos y me puse de pie. Avancé por el camino, adolorido y con molestias en todo el cuerpo. El perro se levantó y me siguió, dócil, como si yo fuera su dueño.

Un poco más adelante descubrí la bodega del barrio. Luego de rogarle a la encargada, logré sacarle media botella de alcohol, par de panes viejos y algo de información sobre mi abuelo. Señaló un angosto sendero que llevaba hasta el monte. Según ella al final iba a tropezar con el arroyo y por ahí cerca estaba la choza del viejo. 

Me dispuse a seguir la marcha, pero antes me comí un pedazo de pan. Le ofrecí unas migas al perro, pues no dejaba de menear la cola y mirarme con ojos de quien se muere de hambre. 

Mezclé el alcohol con el agua de una tubería que vi chorreando. De inmediato perdió su apariencia transparente, se puso de color lechoso y le salió un tufo raro. Sin importarme, bebí un trago de aquel líquido que removió mis entrañas.

El sol se había situado en la cumbre del cielo cuando conduje mis pasos hacia la vereda. La botella de ron más infame del mundo, un perro gris andrajoso y la ilusión de encontrar a mi abuelo eran mi séquito.

Maikel Sofiel Ramírez Cruz. El Tejar, Chaparra, Las Tunas, 1981.

Narrador, promotor cultural y Licenciado en Psicología. Creador de la Colección Literatura Contemporánea en Laia Editora, Argentina. Fue miembro del taller literario El Cucalambé. Ha publicado en las revistas Quehacer y El Caimán Barbudo de Cuba y en otros medios de Chile, Venezuela, Argentina, México y España. Finalista del IX Certamen de Microrrelatos Javier Tomeo (España), del III Concurso de Relatos Letraheridos (España) y del proyecto Voces de Latinoamérica 2023, de Astrolabio Editores (Colombia-México). Incluido en las antologías Segunda Colección de Cuentos (Ophelia Casa Editorial, México, 2023), y Crisol de cuentos y poemas de estos tiempos (Editorial Auriseduca, Perú, 2023), Alas (Venado Azul Ediciones, México, 2023), Cuentos sucios, no tan sucios (Laia Editora, Argentina, 2023) Microcuentos eróticos (Laia Editora, Argentina, 2023) y Antología Aniversario 8 (Editorial Abigarrados (México, 2023). Publicó en 2023 los libros de cuentos El bar de las revelaciones (Editorial Kañy, Argentina) y Mi puta idolatrada (Laia Editora, Argentina).