Narrativa

El bar de las revelaciones

BLACKOUT

¡Cojone! Corre, pon la linterna del móvil, que alumbre el cuarto de la niña, tú sabes que se despierta enseguida cuando se ve a oscuras… 

¿Y… qué hora es, eh…? Mira esto, chico, el arroz blanco que lo acabo de montar en la olla arrocera… ¿Qué tú crees, pongo la cazuela en el fogón de gas? ¿No se romperá por eso…? Oye, ya se despertó la niña. Claro, si hace tremendo calor. Anda, cógela a ver si yo logro terminar la comida. ¿Niño, y qué hago de plato fuerte? 

Yo la estoy escuchando, pero no respondo. Pienso que es una pregunta absurda, totalmente innecesaria. Lo único que hay en el refrigerador son dos muslos de pollo. Supongo que ella quiere saber cómo los prepara…

Muslito en salsa, o mejor frito, más rico, ¿verdad? Lo malo es que casi no nos queda aceite para andar friendo cosas… Y los plátanos, ¿cómo los hago, hervidos y en fufú? Ay, qué va, de madre a esta hora plátano hervido, además sabes que me estriñe… Mira, lo voy a freír todo y que se acabe el aceite pa’l carajo; de todas formas, no tengo puré de tomates ni especias para hacer salsa… Ah, niño, para mañana no hay arroz, éste que estoy cocinando era el que quedaba en el latón. Mira, voy a calentarle un poquito de leche a la niña para que se la des. A lo mejor tiene hambre, a lo mejor eso le da sueño y quizá se rinda con todo y el calor que hay, porque esto no se sabe hasta qué hora será… 

Voy a echarle agua a la leche para estirarla un poquito, es que si la niña se despierta en la madrugada hay que darle, y entonces para el desayuno no le alcanza. Yo creo que ya este arroz está. ¡Coño, me quemé! ¡Este arroz es una mierda, chico, una melcocha…! ¡Oye, niño, oye eso! Deja asomarme un momento… ¡Dios mío!, una multitud en el parque tocando calderos y gritando que pongan la corriente… 

Son casi las nueve de la noche, estoy sentado en un balance en la sala. Trato de refrescar a mi hija con un improvisado abanico de cartón de caja. Intento protegerla de un ejército de mosquitos que ataca con entereza en cuanto quitan la luz. Mañana veré al viejo del quiosco de la esquina, ojalá me fíe un poco de arroz y algunas especias, y puré, si tiene… En mi trabajo dijeron que van a vender un combo la semana que viene, tengo que conseguir dinero… Ahora todo se vende en combos. Ayer en la cafetería de la avenida estaban vendiendo un combo: un paquete de pelly, una lata de ají en conserva, un pomo de sirope, dos bolsas de yogur de soja, una cajetilla de cigarros y tres tabacos…

Toma, niño, el biberón. Oye, dice una compañera de trabajo que ayer la policía cogió al primo con carne de vaca. Ella lo estaba esperando para comprar y como no llegaba se preocupó. Seguro le meten una pila de años al pobre. Ten mucho cuidado por ahí, amor, que la cosa está mala… Ya puse los muslos a hervir, eso es un momentico. ¿Y, tú, tienes hambre? Ven, dame a la niña, deja darle un poquito de balance a ver si se queda dormida. Báñate si quieres, en cuanto coja presión la olla bajo el pollo y lo frío…

Salgo hasta el portal, me rasco la barba y enciendo un cigarro. Mi esposa se mece suavemente y canta una tierna canción con la niña en brazos. A lo lejos, en el parque, puedo ver las siluetas de la gente y sus calderos, puedo ver asimismo las luces de los teléfonos que seguramente graban lo que sucede. Alguien grita que la policía viene en camino y la mayoría se dispersa rápido. Boto el cigarro y cierro la puerta de la calle. Cierro la ventana también. Mi esposa se pone de pie en silencio y lleva la niña hasta la cuna.

EL BAR DE LAS REVELACIONES

Ella me observa con el cinismo que deben usar las meretrices para seducir a sus posibles clientes. Llegó hace un rato al bar y pidió una cerveza, encendió un cigarrillo y clavó en mí la mirada de una mujer que anda en busca de sexo casual, pero encuentra sin querer algo codiciado. Yo estoy sentado en un extremo de la barra, de espaldas a la puerta, pero no pude ignorar su entrada, el olor a puta me obligó a voltear para verla.

Ella es una diva envuelta en un vestido negro peligrosamente corto ajustado a su figura estructural, un vestido escotado que promueve un par de tetas magníficas. Tiene el pelo rojizo y suelto sobre los hombros, y unos ojos claros capaces de provocarle una erección a un anciano.

Presagio el peligro. Mi economía tercermundista de país bloqueado no puede con tanto, un escritor que no escribe ni publica, no tiene como pagarle a una mujer así, pienso, y termino mi trago dispuesto a marcharme. Sin embargo, ella se acerca y se sienta a mi lado, pide otra cerveza y paga un trago para mí. Dice que hace mucho que no sentía deseos de singar gratis. Me pregunto (y le pregunto) qué vio en mí, soy un cuarentón encorvado y calvo, con una nariz enorme en medio de la cara. Ella sonríe y no responde. Imagino que aún tengo mis encantos, mi atractivo. No es por mi dinero, estoy seguro, incluso un ciego puede ver que soy un pelagatos.

Me convida persuasiva a perdernos en una habitación en el hotel más cercano. Me promete una sesión de sexo multiorgásmico con garantía ilimitada, oferta única, válida sólo por ésta noche. Desnudos sobre la cama después de cumplir con su promesa, me dice que tiene veinticinco años, y que desde los catorce supo que singar era lo más rico que había en este mundo. Me cuenta que su primer y único amor fue su padrastro. Él la mimó y la consintió como se mima y se consiente a una hija, pero ella siempre lo deseó como una gata en celo, desde bien niña. Él también la deseaba, pero se había jurado a sí mismo no hacer nada abominable, reprochable, insensato. Ella quería estar siempre con él, bañarse en el río, sentarse en su regazo a ver la televisión, adormecerse entre él y la madre en la cama matrimonial, y, en las madrugadas, acariciar su pinga involuntariamente dura mientras dormía. Una tarde de invierno el padrastro llegó a la casa un poco borracho y la despojó de la virginidad en su propia cama. Dice que pueblo chiquito, infierno grande. Que la gente es envidiosa, que todo era perfecto hasta que la madre un día los sorprendió templando al llegar antes de tiempo del trabajo, a causa del chisme de un vecino. Se formó una bronca memorable, y ella terminó en la calle con su ropa dentro de una maleta. Fue entonces cuando vino a buscar vida a esta ciudad. Dice que hasta hoy no ha regresado a su pueblo, ni ha tenido noticias de ninguno, a ella le gusta creer que siguen casados y viven en el mismo lugar.

Fumamos plácidamente después del combate sexual, yo, a pesar del cansancio estoy listo para el segundo round. Ella me mira con el descaro que deben mirar las prostitutas a sus mejores clientes, sus ojazos claros tienen un brillo excepcional. Entonces se acerca, y me susurra al oído, que nunca había visto a un hombre que se pareciera tanto al esposo de su mamá.

EN MEDIO DEL CALLEJÓN

Para Tito.

¡Escúcheme bien sobrino, atienda para acá! Siento que me grita, es que mi tío siempre habla muy alto, como para que se escuche a dos leguas, y más cuando está molesto… ¡Oiga, si a mí me vuelven a decir que usted se deja meter el pie en la escuela…! ¡Mire bien esta mano! Dice, y pone bien cerca de mi cara su enorme mano de gigante. ¡Si yo me entero… le voy a dar un cocotazo, que se va a mear en los chores, pa’ que sepa! ¿Qué prefiere usted, un piñazo de otro niño, o uno mío?

***

Esta escuela es una porquería, y la maestra es muy mala. Por cualquier cosa que hagas, te pega con una regla de madera que tiene sobre el buró, o te agarra por la oreja, y te levanta en peso, te pone de rodillas en una esquina mirando hacia la pared, y nadie le dice nada, el director no le dice nada. 

¡Son unos malcriados estos alumnos de tercer grado, este es el peor tercer grado del municipio, del municipio no, de la provincia! Sólo eso sabe decir en los matutinos el director. 

Hoy es otro día más de clases, y aunque no quiera, tengo que venir. En el receso Tito me arrebata la merienda una vez más, y se la reparten entre unos cuantos. Al final, cuando se repugnan, abren el bolso de caramelos, y lo lanzan al centro de la plaza. Entonces, como si fuera un cumpleaños, la mayoría de los niños se amontonan para atraparlos, pelean por apropiarse de mis caramelos… Tito les dice a todos: esta es mi mona, y me señala. Yo bajo la cabeza, observo fijamente mis zapatos, y unas lágrimas caen por mi rostro. Mis amigos comparten conmigo un pedazo de pan con mantequilla, me ofrecen también un poco de refresco. No le hagas caso, él es un abusador, pero nosotros somos tus amigos, me dicen, pero eso no me sirve de consuelo. En el aula la maestra me pone de rodillas otra vez en un rincón, porque estaba hablando con Paquitín de un juguete nuevo que le compró su papá, es un helicóptero que si uno quiere vuela y todo…

Terminan las clases, y nos vamos en grupo los que vivimos cerca unos de otros, nos juntamos Dixania, Yuniersi, Tito, y yo, vamos por el estrecho callejón que termina en el camino principal del barrio. De pronto Tito me empuja por la espalda, lo hace tan fuerte, que caigo acostado boca abajo. Tito me mira y ríe a carcajadas, y sigue caminando como si nada,  arrastrando los pies, y se eleva una espesa nube de polvo que viene hacia donde estoy lentamente…

 ¡Tito, tú eres un abusador! ¿Por qué hiciste eso, mijo? Le grita Dixania, mientras me ayuda a ponerme de pie, pero a él, no parece importarle, y sigue su camino riendo alegremente. Mi camisa blanca de uniforme se arruinó, tengo heridas en las rodillas, mi boca sangra también… ¿Qué dirá mi tío si se entera de esto…? Creo que me mata si llegara a saber lo de las meriendas, y lo de las páginas que Tito le arranca a mis libros y a mis libretas… si se entera de las bolas hechas con papel que me lanza desde atrás, en el aula, de los borrones y las tachaduras que tengo que hacer en mis cuadernos, para ocultar los dibujitos donde hay pájaros, y Tito les escribe al lado: Maikel es mariquita, o cuando al regreso del recreo, puede leerse en el pizarrón, dentro de un enorme corazón dibujado en tiza de color rosa: Maikel y Paquitín son novios…

De pronto ellas gritan, pero ya es muy tarde, yo no escucho nada, se llevan las manos a la cabeza, dicen algo que no entiendo, pero ya Tito está en el suelo con la boca llena de espuma, y con los ojos así grandes, como si se le fueran a salir. Tose una y otra vez, intenta respirar, y se retuerce en medio del callejón. Yo me quedo jadeando, bebiéndome las lágrimas y los mocos. Lo observo unos segundos, tengo el pedazo de ladrillo aún en mi mano que tiembla, igual que todo mi cuerpo. 

Me parece que lo maté, entonces dejo caer el arma con la que le acabo de pegar en la espalda, y salgo corriendo hacia mi casa.

MENSAJE NUEVO

Es la enésima ocasión que reviso el celular. Hago la misma rutina una y otra vez, pongo mi dedo en el sensor de huellas, activo la conexión por datos móviles:

Abro WhatsApp, y nada. Abro Messenger, y nada. Abro Gmail, nada tampoco…

Ni un mensaje nuevo, ni siquiera un, Hola, estoy bien, ¿cómo estás tú?

No entiendo por qué no me bloqueaste, no entiendo para qué dejaste abierta esta puerta. Te fuiste una tarde de verano. Llegué a casa tarde, eran como las seis, llegué cansado y agobiado de un día terrible en el trabajo. Dejé el portafolios y mis llaves encima de la mesa que está al lado de la puerta, justo a la entrada del apartamento. Me quité la camisa, y fui hasta el refrigerador en busca de una cerveza salvadora. Me extrañó no verte trajinando en la cocina, haciéndome alguno de mis platos favoritos. Bebí un largo trago camino a la habitación, y vi el closet sin tu ropa, y una nota escrita a lápiz encima del tocador:

Lo siento, pero ya no soporto más fingir que te amo. Además, esto no puede ser amor, esto es otra cosa, es algo enfermizo y tóxico, algo dañino y letal; siento miedo de ti, de tus arranques cuando me haces el amor… Temo que algún día pase lo peor, y me mates. Lo siento, pero es la verdad. 

Hasta siempre.

Mierda. ¿Cómo pudo pasar esto, en qué momento me fingías? ¿Vas a decirme que cuando tenías mil y un orgasmos, cabalgando sobre mí, fingías? ¿Vas a decirme que cuando te apretaba bien fuerte por el cuello, cuando te pegaba bien duro por la cara, y te venías, porque te venías que yo podía sentirlo, vas a decirme que eso era fingido? ¿Vas a decirme que era fingido cuando te abrazaba, así, por sorpresa por la espalda, te volteabas y nos besábamos, y hacíamos el amor ahí mismo, en el piso o sobre la mesa de la cocina? ¿Esos besos cargados de pasión y de lujuria, eran fingidos? ¿Por qué no respondes mis mensajes? ¿Por qué me dejas en visto? ¿Por qué tus amigas o tu madre tampoco me contestan? ¿Qué les dijiste de mí? ¿Les contaste de lo violento de mi forma de amar? ¿Les contaste de los golpes, de las veces que tuviste que encerrarte en casa, y no recibir visitas, ni ir a trabajar por los moretones en tu rostro? Por favor, regresa… prometo que voy a cambiar, te juro que haré sólo lo que tú quieras, no habrá más golpes si no te gustan, ni te apretaré jamás por el cuello. Yo te amo, cojone, te amo…

Es la enésima ocasión en esta semana que reviso el celular. No consigo hacer mi trabajo, ni concentrarme en nada. La vida es una mierda desde que estoy solo. Hago la misma rutina una y otra vez, no me canso ni desisto, pongo mi dedo en el sensor de huellas, activo la conexión por datos móviles:

Abro Messenger, y nada. Abro Gmail, y nada. Abro WhatsApp, y hay un mensaje nuevo:

Voy de camino a casa. Perdóname, tú me gustas tal y como eres, me gusta lo que hacemos, además, es cierto, cómo pude fingir mis orgasmos, claro que nunca lo hice, tú me enloqueces, nunca cambies. Lamento mucho haberme alejado de ti, estaba confundida. Yo también te amo.

Para descargar de forma gratuita el libro completo pinche aquí:

https://drive.google.com/file/d/1D77vuNJ6mb-o4w8W7C6-EjplcT2INRMD/view?usp=drivesdk

Maikel Sofiel Ramírez Cruz. El Tejar, Chaparra, Las Tunas, 1981.

Narrador, promotor cultural y Licenciado en Psicología. Creador de la Colección Literatura Contemporánea en Laia Editora, Argentina. Fue miembro del taller literario El Cucalambé. Ha publicado en las revistas Quehacer y El Caimán Barbudo de Cuba y en otros medios de Chile, Venezuela, Argentina, México y España. Finalista del IX Certamen de Microrrelatos Javier Tomeo (España), del III Concurso de Relatos Letraheridos (España) y del proyecto Voces de Latinoamérica 2023, de Astrolabio Editores (Colombia-México). Incluido en las antologías Segunda Colección de Cuentos (Ophelia Casa Editorial, México, 2023), y Crisol de cuentos y poemas de estos tiempos (Editorial Auriseduca, Perú, 2023), Alas (Venado Azul Ediciones, México, 2023), Cuentos sucios, no tan sucios (Laia Editora, Argentina, 2023) Microcuentos eróticos (Laia Editora, Argentina, 2023) y Antología Aniversario 8 (Editorial Abigarrados (México, 2023). Publicó en 2023 los libros de cuentos El bar de las revelaciones (Editorial Kañy, Argentina) y Mi puta idolatrada (Laia Editora, Argentina).