Ficción

El collar de perlas

W. Somerset Maugham

Lo mire con vacilación. La prohibición estaba en vigor y todo indicaba que el barco estaba seco. Cuando no estoy sediento no sé que me desagrada más, si el ginger aleo el refresco de limón. Pero el señor Kelada me dirigió una brillante sonrisa oriental...

Ficciones

Jorge Luis Borges

Ficciones es una colección de cuentos del escritor argentino Jorge Luis Borges, publicada en 1944. Es considerada una de las obras maestras de la literatura universal y un ejemplo de la narrativa fantástica. En este libro, Borges explora temas como el tiempo, el espacio, la identidad, la realidad y la ficción, a través de historias que mezclan referencias eruditas, juegos metaficcionales y paradojas lógicas. El libro se divide en dos partes: El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios. La primera contiene ocho cuentos que giran en torno a la idea del laberinto, tanto físico como mental, y que presentan personajes que se enfrentan a situaciones límite que desafían su comprensión del mundo. La segunda contiene nueve cuentos que muestran una mayor experimentación formal y estilística, y que abordan temas como la literatura, la historia, la memoria y el sueño. Algunos de los cuentos más destacados de Ficciones son: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, donde Borges imagina un planeta ficticio que invade la realidad; El jardín de senderos que se…

Funes el memorioso

Jorge Luis Borges

Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco...

El pirata de la costa

F. S. Fitzgerald

Tendría unos diecinueve años, y era delgada y flexible, con seductores labios de niña mimada y vivaces ojos grises llenos de radiante curiosidad. Sin calcetines, con un par de zapatillas de raso azul que le servían más de adorno que de calzado y le pendían descuidadamente de la punta de los dedos, apoyaba los pies en el brazo del sillón vacío que tenía más cerca...

El perseguidor

Julio Cortázar

—Tú no haces más que contar el tiempo —me ha contestado de mal humor—. El primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú. Y ésta es igual. ¿Sabes por qué está furiosa? Porque he perdido el saxo. Tiene razón, después de todo...

El cumpleaños de la Infanta

Oscar Wilde

Triste y melancólico, el Rey observaba a los niños desde una ventana del palacio. Detrás de él estaba, de pie, su hermano, don Pedro de Aragón, a quién odiaba, y su confesor, el Gran Inquisidor de Granada, estaba sentado a su lado...

El almohadón de plumas

Horacio Quiroga

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor...

Paseo Nocturno

Rubem Fonseca

La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta...

Los asesinos

Ernest Hemingway

—Dame tocino con huevos —dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador...

La primera nevada

Julio Ramón Ribeyro

Brindarle su cama a un vagabundo es un signo de claudicación. A partir de ese día Torroba reinó plenamente en mi cuarto. Daba la impresión de ser él el ocupante y yo el durmiente clandestino. Muchas veces, al regresar de la calle, lo encontré metido en mi cama, leyendo y subrayando mis libros, comiendo mi pan y llenando las sábanas de migajas. Se tomó incluso libertades sorprendentes, como usar mi ropa interior y pintarle antojos a mis delicadas reproducciones de Botticelli...

El inmortal

Jorge Luis Borges

Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña...

El extraño caso de Benjamin Button

F. S. Fitzgerald

"Los ojos del señor Button siguieron la dirección que señalaba el dedo de la enfermera, y esto es lo que vieron: envuelto en una voluminosa manta blanca, casi saliéndose de la cuna, había sentado un anciano que aparentaba unos setenta años."

Ante la ley

Franz Kafka

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera...

Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril

Haruki Murakami

Una bella mañana de abril, en una callecita lateral del elegante barrio de Harajuku en Tokio, me crucé con la chica 100% perfecta...

Un día perfecto para el pez plátano

J. D. Salinger

-Sí, querida. Ese detalle no tiene importancia -dijo la chica, cruzando las piernas-. Dijo que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma… nada menos…

Las nieves del Kilimanjaro

Ernest Hemingway

Ya no escribiría nunca las cosas que había dejado para cuando tuviera la experiencia suficiente para escribirlas. Y tampoco vería su fracaso al tratar de hacerlo. Quizá fuesen cosas que uno nunca puede escribir, y por eso las va postergando una y otra vez...

La ley del Talión

Yasutaka Tsutsui

"Me quedé mirando al periodista, que levantaba los ojos y seguía chillando, y entonces pensé que esos tipejos también se habían convertido en mis agresores. Ahora eran mis enemigos..."

La capa

Dino Buzzati

El soldado no le respondió, sino que se levantó de la silla y se encaminó a la estancia vecina. Sus gestos tenían una especie de pesada lentitud, como si no tuviera veinte años. La madre se adelantó corriendo para abrir los postigos (pero entró solamente una luz gris, carente de cualquier alegría)...

Esa mujer

Rodolfo Walsh

Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua...

En memoria de Paulina

Adolfo Bioy Casares

Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos...

El nadador

John Cheever

Era uno de esos domingos de mitad de verano en que todo el mundo repite: «Anoche bebí demasiado.» Lo susurraban los feligreses al salir de la iglesia, se oía de labios del mismo párroco mientras se despojaba de la sotana en la sacristía, así como en los campos de golf y en las pistas de tenis, y también en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufría los efectos de una terrible resaca...

El destino de un hombre

Mijail Sholojov

La primera primavera después de la guerra fue en el Alto Don excepcional: llegó impetuosa, y el deshielo se produjo rápido, a un tiempo. A fines de marzo, soplaron de las costas del mar Azov templados vientos y, dos días más tarde, ya estaban completamente desnudas las arenas de la margen izquierda del Don...

El Aleph

Jorge Luis Borges

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios...

Corazones solitarios

Rubem Fonseca

Yo trabajaba en un diario popular como repórter de casos policiacos. Hace mucho tiempo que no ocurría en la ciudad un crimen interesante, que envolviera a una rica y linda joven de la sociedad, muertes, desapariciones, corrupción, mentiras, sexo, ambición, dinero, violencia, escándalo...

¡Diles que no me maten!

Juan Rulfo

-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. -No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. -Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios...

Dejar a Matilde

Alberto Moravia

Un amigo mío camionero ha escrito en el cristal del parabrisas: “Mujeres y motores, alegrías y dolores”. No digo yo que no tenga sus buenas razones para decir que los dolores y las alegrías que le procuran las mujeres tengan más o menos el mismo peso en la balanza de su vida...

Así fue salvado Wang-Fo

Marguerite Yourcenar

El viejo pintor Wang-Fo y su discípulo Ling erraban a lo largo de los caminos del reino de Han. Avanzaban lentamente porque Wang-Fo se detenía de noche a contemplar los astros, y de día para mirar las libélulas...

Un marido sin vocación

Enrique Jardiel Poncela

Nota: Narración escrita por el autor sin utilizar la letra "e". Un otoño -muchos años atrás-, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial...

Misa de gallo

J. M. Machado de Assis

Nunca pude entender la conversación que tuve con una señora hace muchos años; tenía yo diecisiete, ella treinta. Era noche de Navidad. Había acordado con un vecino ir a la misa de gallo y preferí no dormirme; quedamos en que yo lo despertaría a medianoche...

La perla

Yukio Mishima

El 10 de diciembre era el cumpleaños de la señora Sasaki. La señora Sasaki deseaba celebrar el acontecimiento con el menor ajetreo posible y solamente había invitado para el té a sus más íntimas amigas, las señoras Yamamoto, Matsumura, Azuma y Kasuga, quienes contaban exactamente la misma edad que la dueña de casa. Es decir, cuarenta y tres años...