A buen fin no hay mal principio

Resumen del libro: "A buen fin no hay mal principio" de

A buen fin no hay mal principio, también traducida como Bien está lo que bien acaba (inglés: All’s Well That Ends Well) es una obra de teatro de William Shakespeare. Se piensa que Shakespeare escribió esta obra aproximadamente entre 1601 y 1605, junto con la titulada Medida por medida. A estas dos obras se las llamó «comedias oscuras» por el hecho de no entrar en ninguna categoría y tener un final que se pueda decir inteligible. La acción de esta obra está situada en lugares que al autor le parecían exóticos: París, Florencia y el Rosellón. Los temas que se abordan son el amor y el poder. Los dos personajes centrales, Elena y Beltrán, tratan de encontrar el mecanismo apropiado para llegar al objeto de su deseo. Se da a conocer al espectador una exposición de los medios que el hombre puede llegar a utilizar para conseguir sus fines.

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Escena primera

EN EL ROSELLÓN.- APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA.

Entran BELTRÁN, la CONDESA DEL ROSELLÓN, ELENA LAFEU, todos de luto.

LA CONDESA.- Al separarme de mi hijo, entierro a mi segundo esposo.

BELTRÁN.- Y yo, señora, al partir, lloro de nuevo la muerte de mi padre; pero he de atenerme a las órdenes de su majestad, de quién soy ahora pupilo y por siempre vasallo.

LAFEU.- Vos, señora, hallaréis en el rey a un esposo; y vos, señor, a un padre. Él, que tan bueno es en toda ocasión, necesariamente ha de ejercer sus virtudes tratándose de vosotros, cuyos méritos harían nacer la bondad donde no existiese. No hay que temer, por tanto, que os falte allí donde abunda.

LA CONDESA.- ¿Qué esperanza hay en el restablecimiento de su majestad?

LAFEU.- Ha renunciado a sus médicos, señora, bajo cuyas prácticas perdía el tiempo en esperanzas, sin conseguir otro resultado sino perder por siempre toda esperanza.

LA CONDESA.- Esta joven tenía un padre (¡oh, cuántas tristezas remueve este tenía!), cuyo talento era casi tan grande como su honradez.

De haber sido iguales uno y otra, hubiera hecho a la naturaleza inmortal; y la muerte, falta de trabajo, habría permanecido ociosa. ¡Ojalá, por la salud de su majestad, viviera todavía! Tengo para mí que hubiese desaparecido la enfermedad del rey.

LAFEU.- ¿Y cómo se llamaba el hombre de que habláis, señora?

LA CONDESA.- Era famoso en su profesión y tenía razones para serlo: Gerardo de Narbona.

LAFEU.- En efecto, señora, fue un célebre doctor. El rey hablaba de él recientemente con admiración y sentimiento. Su talento le haría vivir aún, si la ciencia pudiese librarnos de la mortalidad.

BELTRÁN.- ¿Cuál es, buen señor, el padeci- miento que aqueja al rey?

LAFEU.- Una fístula, señor.

BELTRÁN.- No he oído nunca hablar de ello.

LAFEU.- Quisiera que la cosa no tuviese tanta importancia. Luego esta joven, ¿es la hija de Gerardo de Narbona?

LA CONDESA.- Su única hija, señor, y él la confió a mi cuidado. Fundo en ella las buenas esperanzas que justifican su educación. Hereda disposiciones que realzan sus cualidades, pues las buenas cualidades, dirigidas por un espíritu grosero, conviértense en cualidades ficticias. En esta joven triunfan, toda vez que se muestran sin artificio y perfeccionadas por su mérito.

LAFEU.- Vuestros elogios, señora, le hacen verter lágrimas.

LA CONDESA.- Esas lágrimas son en una joven el mejor condimento para sazonar los elogios que se la dirigen. El recuerdo de su padre no se ha despertado nunca en su corazón sin que la tiranía del pesar robe todo simulacro de vida a sus mejillas. No hablemos más de esto, Elena, no hablemos más, no vaya a suponerse que afectáis un dolor que no sentís.

ELENA.- Si manifiesto mi dolor, es que lo sufro.

LAFEU.- La muerte tiene derecho a los pesares moderados; pero una pena excesiva es el enemigo de los que viven.

LA CONDESA.- Cuando los vivos luchan contra una pena, esa pena sucumbe antes de su mismo exceso.

BELTRÁN.- Señora, imploro vuestras santas oraciones.

LAFEU.- ¿Qué queréis decir?

A buen fin no hay mal principio – William Shakespeare

William Shakespeare. (Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido 1564 - 1616), dramaturgo, actor y poeta inglés, es uno de los más grandes autores de la literatura universal y clave en el desarrollo de las letras inglesas. Sus obras de teatro son consideradas auténticos clásicos atemporales y su influencia a lo largo de la historia de la literatura es indiscutible.

Si bien sus datos biográficos son pocos y muchos de ellos, inexactos, se ha llegado a la conclusión de que nació en Stratford-upon-Avon el 26 de Abril de 1564. De familia adinerada, aunque carente de poder en la zona, al parecer el joven Shakespeare recibió una educación superior a la media, aunque sin llegar a una formación universitaria.A los pocos años de contraer matrimonio y de ser padre, Shakespeare se mudó a Londres y comenzó su carrera en el teatro, primero como dramaturgo y luego pasando a dirigir su propia compañía de teatro, en la que también hacía las veces de actor, llegando a alcanzar una gran popularidad, siendo muy conocidas sus actuaciones en el teatro The Globe.

De las obras de Shakespeare, creadas en una época de transición en el teatro isabelino, habría que destacar casi todos sus títulos. Sus obras han sido interpretadas y adaptadas en innumerables ocasiones y son todavía hoy representadas y consideradas como fuente de inspiración. Quizá, si hubiera que elegir, habría que señalar Romeo y Julieta, El rey Lear, Hamlet, Macbeth o Julio César, entre las tragedias, y El sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, La tempestad o La fierecilla domada, entre las comedias. También habría que dedicar especial atención a sus recreaciones históricas, como Enrique VIII o Ricardo III, entre otras. En el campo de la poesía, Shakespeare celebra el amor con sus versos, destacando especialmente su serie de Sonetos o en Venus y Adonis. La mayor parte de sus poemas han sido antologados con criterios en ocasiones arbitrarios, dando como resultado numerosas antologías bajo su nombre.

En 1611, cuando ya disponía de una buena renta tras sus años en el teatro, Shakespeare se retiró a Stratford-upon-Avon, donde pasó a dedicarse de asuntos más prosaicos que las letras, como el casamiento de su hija o el reparto de propiedades.