Edad prohibida

Resumen del libro: "Edad prohibida" de

Torcuato Luca de Tena, reconocido por su agudeza narrativa y su capacidad para plasmar la complejidad de la condición humana, nos sumerge en un relato lleno de matices en su obra «Edad Prohibida». A través de la travesía de Anastasio y Enrique, dos adolescentes de caracteres opuestos, Luca de Tena nos transporta a una España inmersa en la turbulencia de la guerra civil, pero cuya realidad parece quedar eclipsada por la efervescencia y vitalidad propia de la juventud. Anastasio, el tímido y reservado, se ve envuelto en un mundo desconocido al entablar amistad con Enrique, líder de una pandilla de jóvenes intrépidos. Es así como ambos jóvenes se adentran en un viaje de descubrimiento personal, mientras el telón de fondo de la guerra civil arroja una sombra sobre sus vivencias.

En este relato, la temática de la sexualidad se erige como un eje central, explorada desde la perspectiva de dos jóvenes que transitan por la complejidad de sus propias emociones y deseos. Anastasio, marcado por la inseguridad y el recelo, enfrenta el despertar de su sexualidad con temor y desconcierto, mientras que Enrique, audaz y enérgico, se sumerge en la búsqueda de los secretos de la vida con una determinación enérgica.

«Edad Prohibida» se destaca no solo por su trama vibrante y envolvente, sino también por la maestría con la que Luca de Tena perfila a sus personajes. A lo largo de la novela, los protagonistas evolucionan de manera tangible, enfrentándose a dilemas morales y emocionales que los obligan a madurar a pasos agigantados. La prosa del autor, llena de observaciones agudas y un estilo brillante, cautiva al lector y lo sumerge por completo en la realidad vibrante y compleja que retrata.

En conclusión, «Edad Prohibida» se alza como una de las obras más ambiciosas de Torcuato Luca de Tena, tejiendo una trama rica en emociones y reflexiones sobre la juventud, la sexualidad y la búsqueda de identidad en medio de un contexto histórico convulso. Su ritmo envolvente y su tensión sosegada hacen de esta novela una lectura imprescindible para aquellos que buscan adentrarse en los intrincados laberintos del alma humana.

Libro Impreso

En el curso de esta narración aparecen muchos «personajes» prestando determinados servicios o realizando ciertas actividades —públicas o privadas, civiles o militares, o eclesiásticas— en lugares concretos y en fechas precisas. Es necesario advertir que dichos «personajes» totalmente imaginarios, no guardan relación alguna, ni siquiera como fuente lejana de inspiración, con las «personas» que en aquellos sitios y en aquellas fechas ocupaban real y verdaderamente aquellos puestos o prestaban aquellos servicios.

Los tipos humanos, las instituciones, los organismos, las leyes, los cargos civiles o administrativos, no pretenden servir a la verdad histórica, sino a la pura narración literaria. Cualquier coincidencia de nombres, ocupaciones, fechas, etc., es puramente fortuita.

Todo cuanto discurre y transcurre en esta obra es producto de la fantasía. Y si el autor no niega que haya acaecido en la realidad, es porque ha puesto tanto empeño en su verosimilitud que, a su juicio, todo cuanto en ella se narra hubiera podido verdaderamente acontecer.

LIBRO PRIMERO BARBECHO

Wer zeigt ein Kind so wie es steht?
RILKE

I

ENRIQUE

EL LÁPIZ CARBÓN de gruesa punta redondeada, quieto hacía unos instantes, corría ahora de un extremo al otro del grueso papel, sin rozarlo apenas en unos puntos, hiriéndolo en otros, como si tuviera vida propia.

—Buen tipo el viejo. ¿No te parece? Tiene cabeza.

Hacía tiempo que Enrique había adquirido la costumbre de dialogar con las cosas para evitar, de plano, monologar consigo mismo. Enrique odiaba la introspección. Hablaba con su lápiz, con su armónica, con los personajes de sus dibujos. Pero no estaba loco. Estaba solo.

—Buen tipo el viejo. Tiene cabeza…

Enrique admiraba a los hombres que tuvieran eso que él llamaba «una buena cabeza», expresión que no intentaba en modo alguno señalar equilibrio mental, profundidad de ideas o capacidad creadora, sino un amplio cráneo adornado del máximo número de adminículos desmesurados: nariz potente, mandíbula en vanguardia, cejas erizadas. Y barba. Barba hirsuta, flamígera, despeinada.

Su colección de dibujos estaba poblada por mendigos, profetas y revolucionarios. Cabezas deformes, cabezas audaces. Por excepción, cuando alguna sobresalía por su temperamento, Enrique se complacía en añadirle un cuerpo, generalmente ridículo o en posturas infamantes y arbitrarias. Aquella cabeza, que hubiera podido pasar a ser la del Cid Campeador o la de Carlomagno, acababa siendo la de un mendigo rodeado de perros ladradores y golfillos burlones armados de piedras. Moisés aparecía en traje de baño jugando en la playa con jovencitas en bikini, y Einstein aprendiendo la tabla de multiplicar.

—¡Pobre tonto! Te creías alguien, ¿eh? Y mira lo que eres…

Otras veces era el propio Enrique quien se sorprendía tras la labor destructora de su lápiz carbón.

—Lo siento, señor, yo mismo había creído que era usted un tipo imponente. Lo siento. Es usted un pobre diablo.

Guardó Enrique el carbón, el difumino y los lápices menores… «Mañana seguiré contigo —le dijo—. Ahora ya casi no hay luz». Después sacó la armónica de su estuche, se acercó al ventanuco, se puso de puntillas, agarró fuertemente con las manos en alto el borde del hueco, hizo una flexión de brazos y ágilmente se encaramó hasta él.

La pared maestra de la celda tenía metro y medio de espesor y era toda de piedra. En el centro, a media altura, estaba la reja: seis barrotes de hierro, verticales, precedidos de un nicho semejante al que tenían las aspilleras de las fortalezas antiguas.

En aquel espacio, en cuclillas o sentado a la usanza mora, pues de pie no cabía, y echado a lo largo tampoco, Enrique se instalaba todos los atardeceres. Entonces también lo hizo. Estuvo unos minutos —dos, tres, cinco— mirando hacia fuera. Después tomó la armónica en las manos, le limpió la rejilla metálica frotándola contra el pecho y la dejó deslizar por los labios, improvisando una nueva melodía.

Ante su celda, rozando las rejas, volaban, persiguiendo insectos, las golondrinas. El atardecer era glorioso. Sobre la España amarilla, ¡qué bien hacen los sotos aislados, pequeños oasis verdes de álamos blancos y chopos! Junto a ellos hay siempre un breve deslizar de agua y unas mujeres —corvas al aire— lavando ropa. Fuera del soto, el campo amarillo, recién segado. Amarilla la tierra, amarillas las eras, amarillas las parvas, amarillo el polvo —gotas de oro— de las aventadoras. Por la carretera lejana zumbaban los automóviles.

Así, en cuclillas, mirando al campo o a las nubes violetas del crepúsculo, Enrique había iniciado la composición de cien melodías. Pero rara vez concluía alguna. El desaliento le invadía con la misma fuerza que el entusiasmo primero. «Esta musiquilla me estaba saliendo tristona. Me aburre lo triste. ¿Y tengo yo motivos para estarlo? ¡No, padre!… ¡Pues entonces!» llora peligrosa la del atardecer. La penumbra desdibujaba los contornos de las cosas, y los fantasmas de mil recuerdos le cercaban y dialogaban con él. Si alguno le importunaba con absurdas melancolías, Enrique le hacía callar con un «no seas plomo», o «date el bote y no me aburras». Pero si cl fantasma insistía, Enrique se ponía en pie y lo echaba bonitamente. «¡Hala, hala; fuera!, ¡…por la puerta se va a la calle!». Después de esto se encaramaba de nuevo en su nicho hasta que daban la luz eléctrica y los fantasmas se desvanecían.

«Edad prohibida» de Torcuato Luca de Tena

Torcuato Luca de Tena Brunet. Escritor y periodista español, estudió Derecho en Chile, aunque completó su formación en la Universidad Central de Madrid. Luca de Tena no ejerció como abogado, dedicándose desde muy temprana edad al periodismo a través de las páginas del diario de su familia, el ABC, periódico en el que desarrolló casi toda su carrera y del que fue director en dos ocasiones.

Luca de Tena trabajó primero como corresponsal y más tarde como redactor en ABC antes de ocupar puestos de dirección, actividad que compaginó con la escritura, actividad a la que decidió dedicarse de manera profesional a principios de 1973, año en el que fue elegido como académico de la RAE. Con anterioridad ya había recibido premios tan importantes como el Ateneo de Sevilla o el Planeta.

Dentro de la literatura, Luca de Tena destacó como poeta, novelista y dramaturgo; también cultivó el ensayo histórico y el cuento, todo ello con rigor y conceptismo. Algunas de sus novelas fueron llevadas al cine con éxito en su época.

Recibió numerosos premios entre ellos el Nacional de Narrativa Española en 1962. En 1970 fue el ganador del II Premio Ateneo de Sevilla por Pepa Niebla. De entre su obra habría que destacar títulos como La mujer de otro, Pepa Niebla, Los renglones torcidos de Dios o Primer y último amor.