El crucero del Snark

Resumen del libro: "El crucero del Snark" de

Jack London, un maestro de las novelas de aventuras, nos relata aquí una aventura real: su propio viaje a través del océano Pacífico. La permanente búsqueda de nuevas vivencias lo llevó a encargar la construcción de un velero de quince metros aparejado en queche, en el que empleó una verdadera fortuna y no menos paciencia.

Sin saber mucho de navegación, zarpó de San Francisco a bordo del Snark cuyos defectos incluían la falta de estanqueidad y la incapacidad de orzar y ponerse proa al viento. Le acompañaron su mujer y unos amigos. La determinación y el espíritu aventurero que los guiaba los llevó hasta Hawai, de allí a las islas Marquesas y más tarde hasta las islas Salomón; en todos estos lugares se vieron desbordados por la hospitalidad de la gente de los Mares del Sur.

Jack London nos narra la vida de las islas y la dureza y los peligros de una singladura oceánica de dos años de duración, en este apasionante relato donde se combinan la aventura y la navegación con el interés científico de un verdadero antropólogo.

Libro Impreso

Para Charmian
patrón del Snark, que lo gobernó
de día y de noche, entrando o saliendo de los puertos,
sorteando escollos y en cualquier emergencia,
y que tanto lamentó que interrumpiésemos el viaje
tras dos años de navegación.

Tú has oído el latido de los vientos oceánicos,
Y las vibraciones de la lluvia en alta mar;
Tú has oído el canto,
¡hace tanto tiempo,
hace tanto tiempo!
¡Vuelve a ponerte en camino!

CAPÍTULO PRIMERO

PRELIMINARES

Todo empezó en la piscina de Glen Ellen. Entre nuestros chapuzones nos gustaba tumbarnos en la arena y dejar que nuestra piel respirase el aire cálido y se tostase al sol. Roscoe era un navegante. Yo no sabía demasiado acerca del mar pero era inevitable que hablásemos de barcos. Hablábamos de barcos pequeños y de la gran navegabilidad de estas embarcaciones. Solíamos comentar el viaje de tres años alrededor del mundo realizado por Joshua Slocum a bordo del Spray.

Estábamos seguros de que nos atreveríamos a efectuar la vuelta al mundo en una embarcación pequeña, digamos de unos trece metros de eslora. También estábamos seguros de que disfrutaríamos mucho haciéndolo. Finalmente llegamos a la conclusión de que nada en este mundo nos haría más ilusión que intentar llevarlo a cabo.

Bromeábamos diciendo: «Hagámoslo».

Un día le pregunté discretamente a Charmian si ella estaría realmente dispuesta a hacerlo, y me contestó que le parecía demasiado maravilloso para ser cierto.

En la siguiente ocasión en que coincidí con Roscoe junto a la piscina le dije: «Vamos a hacerlo».

Notó que yo hablaba en serio, por lo que se limitó a contestarme: «¿Cuándo partimos?».

El caso es que en mi rancho quería construir una casa, plantar un huerto y una viña, colocar setos, y tenía también muchísimas otras cosas que hacer. Calculábamos que podríamos zarpar en cuestión de cuatro o cinco años. Pero la fiebre de la aventura empezó a afectarnos. ¿Por qué no irnos ya? Ninguno de nosotros sería nunca más joven que ahora. El huerto, los viñedos y los setos podrían crecer solos mientras nosotros estuviésemos fuera. A nuestro regreso ya disfrutaríamos de ellos, y podríamos vivir en el granero mientras construyésemos la casa.

Por lo tanto, decidimos llevar a cabo el viaje y se inició la construcción del Snark. Le pusimos el nombre de Snark porque no se nos ocurrió ningún otro, lo digo en beneficio de todos aquellos que de otra manera podrían creer que hay algo oculto en este nombre.

Nuestras amistades no podían comprender qué nos impulsaba a este viaje. No hacían más que proferir quejas y lamentos. Nada podía hacerles entender que lo que hacíamos era dejarnos llevar por la inercia; que para nosotros era más fácil sucumbir a la atracción del mar y surcarlo en una pequeña embarcación que quedarnos en tierra firme, de la misma forma que para ellos era más sencillo quedarse en tierra que lanzarse a la mar. Es un estado mental provocado por un excesivo egocentrismo. No pueden salir de sí mismos. No pueden alejarse lo suficientemente de sí mismos como para darse cuenta de que su fluir quizá sea diferente al de los demás. Creen que sus deseos y preferencias forman un conjunto con el que han de medirse los deseos y preferencias del resto de los seres. Esto es injusto. Y yo así se lo digo. Pero no pueden apartarse lo suficiente de sus propios miserables egos como para llegar a oírme. Creen que estoy loco. Por lo tanto, les soy simpático. Es una situación que ya me es familiar. Todos tendemos a creer que algo debe fallar en la mente de aquellos que no están de acuerdo con nosotros.

La expresión definitiva es «ME GUSTA». Es la base de la filosofía y está íntimamente relacionada con el núcleo de la vida. Cuando la filosofía ha ido madurando durante un mes para indicarle al individuo cuál es el camino a seguir, de repente el individuo dice «ME GUSTA» y la filosofía se va a paseo. Es este ME GUSTA lo que hace que el borracho beba y que el aspirante a mártir lleve un cilicio; lo que convierte a un hombre en juerguista y a otro en anacoreta; lo que hace que unos busquen la fama, otros oro, otros amor y otros a Dios. Muchas veces la filosofía no es más que la forma en que el hombre expresa su propio ME GUSTA.

Pero volvamos al Snark y a por qué quería dar la vuelta al mundo con él. Para mí mis deseos e ilusiones son lo más importante. Y lo que más me gusta es sentirme personalmente realizado —alcanzar, no los logros que provocan el aplauso general, sino los que me satisfacen íntimamente—. Es la sensación de «¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho con mis propias manos!». Mas, para mí, los logros personales han de ser algo concreto. Prefiero ganar una carrera en la piscina, o permanecer montado en un caballo empeñado en lanzarme por los aires, antes que escribir la gran novela americana. Cada uno tiene sus prioridades. Otros muchos preferirían escribir una gran novela antes que ganar una carrera en la piscina o conseguir domar un caballo.

Probablemente el logro del que me siento más orgulloso, mi vivencia más intensa, ocurrió cuando tenía diecisiete años. Estaba a bordo de una goleta de tres palos frente a las costas de Japón. Y en medio de un tifón. Toda la tripulación había estado en cubierta durante la mayor parte de la noche. A las siete de la mañana me hicieron salir de la litera para que me hiciera cargo del timón. No llevábamos izado ni un palmo de trapo. Navegábamos a palo seco, pero seguíamos avanzando a buena velocidad. La distancia entre olas debía de ser de aproximadamente un octavo de milla, pero el viento batía con fuerza sus crestas llenando el aire con tales rociones que era imposible poder ver más de dos olas a la vez. La goleta era prácticamente ingobernable, escoraba constantemente a estribor y a babor, viraba y cabeceaba hacia cualquier rumbo entre el sudeste y el sudoeste, y crujía cuando las olas la levantaban bruscamente amenazando con volcarla. Si hubiese llegado a volcar se habría perdido irremediablemente junto con las vidas de todos los que íbamos a bordo.

Me puse a la caña. El contramaestre me observó durante un rato. Dudaba de mí por mi juventud: creía que quizá no tuviese la fuerza ni los nervios necesarios; pero cuando me vio gobernar la goleta entre unas cuantas olas se dio por satisfecho y bajó a desayunar. De repente, todos estaban abajo desayunando. Si hubiésemos volcado, ninguno de ellos habría podido llegar jamás a cubierta. Durante cuarenta minutos estuve a solas con la rueda del timón, dominando la salvaje navegación de la goleta y con las vidas de veintidós hombres en mis manos. En una ocasión me entró una gran ola por popa. La vi venir a tiempo y, medio ahogado por las toneladas de agua que me caían encima, logré mantener el rumbo y enfilar correctamente la proa. Al cabo de una hora, empapado y extenuado, me relevaron. Pero ¡lo había conseguido! Con mis propias manos había conseguido dominar el timón y conducir cien toneladas de madera y acero a través del viento y de millones de toneladas de agua.

Mi satisfacción radicaba en que yo lo había hecho, no en que veintidós hombres supiesen que yo lo había hecho. Un año más tarde, la mitad de aquellos hombres habían muerto, pero mi satisfacción por lo conseguido no se redujo a la mitad. No obstante, debo confesar que me gusta contar con una pequeña audiencia. Pero tiene que ser una audiencia muy limitada y compuesta únicamente por personas que me quieran y a las que yo quiera. Cuando consigo algún logro personal siento que de alguna manera justifico su amor hacia mí. Pero esto es algo que ya se aparta de la satisfacción del logro por sí mismo. Es una satisfacción personal, mía, y que no depende de testigos. Cuando consigo algo así, me emociono. Resplandezco. Me siento orgulloso de mí mismo, y este orgullo es mío y solamente mío. Es algo orgánico. Cada una de mis fibras se excita. Es algo muy natural. Es algo así como la satisfacción de adaptarse al entorno. Es el éxito.

Una vida vivida es una vida con éxito, y el éxito es lo que nos permite respirar. Superar una dificultad importante significa adaptarse a un entorno muy exigente. Cuanto más nos cueste alcanzar la meta, mayor será la satisfacción que sentiremos al lograrlo. Esto es lo que le sucede al hombre que salta a la piscina desde el trampolín, efectúa una pirueta en el aire y entra de cabeza al agua. En el momento en que se separa del trampolín penetra en un entorno hostil, y si cae plano sobre el agua pagará muy caro su error. Naturalmente, nada le obligaba a correr ese riesgo. Podría haberse quedado plácidamente tendido sobre la arena gozando de la brisa veraniega, el sol y la comodidad. Sólo que no ha sido concebido para esto. En el momento en que efectuaba su pirueta en el aire vivía algo que jamás habría experimentado dormitando sobre la arena.

Por lo que a mí respecta, preferiría ser ese hombre que se arriesga que uno de los que le observan desde el borde de la piscina. Por este motivo estoy construyendo el Snark. Estoy hecho así. Sencillamente, quiero hacerlo. La singladura de vuelta al mundo implica vivencias muy intensas. Quédate junto a mí durante un momento y fíjate. Aquí estoy, un pequeño animal llamado hombre: una pequeña cantidad de materia viva, sesenta y siete kilos de carne y sangre, nervios, tendones, huesos y cerebro: todo ello muy blando y delicado, fácil de estropear, falible y frágil. Si le doy un ligero bofetón a un caballo más tozudo de la cuenta, me rompo los huesos de la mano. Si sumerjo la cabeza en el agua durante más de cinco minutos, me ahogo. Si me caigo desde seis metros de altura, me descalabro. Soy un ser muy sensible a la temperatura. Unos pocos grados para abajo y mis dedos y orejas no tardarán en ponerse oscuros y acabarán cayéndose. Algunos grados para arriba, y mi piel se cubrirá de ampollas y llagas que me dejarán en carne viva. Unos grados más en cualquiera de los dos sentidos, y la luz y la vida se alejarán de mi cuerpo. Si una serpiente venenosa inyecta en mi cuerpo una gota de veneno, dejaré de moverme —dejaré de moverme para siempre—. Una brizna de plomo que salga de un rifle para penetrar en mi cabeza, y me veré envuelto en una oscuridad eterna.

El crucero del Snark – Jack London

Jack London. El apasionante novelista y cuentista estadounidense nacido como John Griffith Chaney en 1876, dejó una huella indeleble en la literatura con obras atemporales. Su seudónimo, Jack London, es sinónimo de aventura, supervivencia y una profunda conexión con la naturaleza.

En su periplo hacia la fama literaria, London se lanzó a una búsqueda de oro en Alaska en 1897. Aunque el oro resultó esquivo, las experiencias vividas durante esta odisea fueron el crisol que forjó su futuro como escritor. La convalecencia de su regreso, marcada por la enfermedad y el fracaso, fue el catalizador que lo impulsó hacia la literatura.

Su obra cumbre, "La llamada de la selva" (1903), personifica la aventura romántica y la narración realista. London, no solo un testigo de la naturaleza, se convirtió en su intérprete, llevando al lector a enfrentarse dramáticamente a la supervivencia humana en ambientes extremos.

La influencia literaria de London se nutrió de lecturas heterodoxas que abarcaron desde Kipling y Spencer hasta Darwin, Malthus, y Nietzsche. Este cóctel intelectual le otorgó una perspectiva única, fusionando el socialismo con el espíritu aventurero y, de manera controvertida, defendiendo la "raza anglosajona".

El epicentro de su cosmovisión literaria yace en la implacable lucha por la vida en la frontera de Alaska. Sus relatos capturan la crueldad de la selección natural, la esencia del ser humano librado a sus instintos casi salvajes. A través de títulos como "El silencio blanco", London transporta al lector a entornos donde la naturaleza y el hombre convergen en una danza feroz.

No obstante, London no se limita a los confines helados de Alaska. Su pluma también danza en las cálidas islas de los Mares del Sur, explorando la diversidad de la naturaleza humana en un lienzo tropical. Jack London, un visionario literario, deja tras de sí un legado que trasciende las páginas, convirtiéndolo en un eterno compañero de aquellos que buscan la esencia de la vida en las palabras de un maestro de la aventura literaria.