La conquista de la felicidad

Resumen del libro: "La conquista de la felicidad" de

Bertrand Russell es, a su modo, uno de los últimos grandes humanistas de Occidente. En La conquista de la felicidad, hay un libro punzante y de estilo diáfano, una evidente prueba de su marcha en pos de la felicidad terrestre y mundana. Podría vérselo como una obra de autoayuda… si no fuera porque se trata de un proyecto, de raigambre estoica, de repensar el ser humano y su posición en el mundo. Así lo expresa en el prefacio de su obra: «Este libro no va dirigido a los eruditos ni a los que consideran que un problema práctico no es más que un tema de conversación…

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Una lección de sentido común

No sé —nadie puede saber, creo yo— si en el siglo XX la gente ha sido más feliz o menos que en otras épocas. No hay estadísticas fiables de la dicha (v. gr.: ¿nos hace más felices la televisión o el fax?) y aunque los mucho mejor acreditados índices del infortunio —guerras con armas de exterminio masivo contra la población civil, matanzas raciales, campos de concentración, totalitarismo policial, etc.— resultan francamente adversos, no me atrevería a sacar una conclusión de alcance general. Se dice que el siglo ha sido cruel, pero repasando la historia no encontramos ninguno decididamente tierno. Parafraseando a Tolstói (quien a su vez quizá se inspiró en una observación de Hegel) deberíamos atrevernos a afirmar que los siglos felices no pertenecen a la historia pero que cada una de las centurias desdichadas que conocemos ha tenido su propia forma de infelicidad…

Lo que sí podemos asegurar es que los grandes pensadores de los últimos cien años no han destacado precisamente por su visión optimista de la vida. Tanto el nazi Heidegger como el gauchiste Sartre compartían un ideario existencial marcado por la angustia, cuando no por el agobio: el hombre es un ser-para-la-muerte, una pasión inútil. La noción de felicidad les parecía —a ellos y a tantos otros— un término trivial, tramposo, inasible. Querer ser feliz es uno de tantos espejismos propios de la sociedad de consumo, un tópico ingenuo de canción ligera, el rasgo complaciente que degrada el final de muchas películas americanas, en una palabra: una auténtica horterada. Y solo hay algo más hortera o más vacuo que querer llegar a ser feliz: dar consejos sobre cómo conseguirlo. Cuanto más desengañado de la felicidad se encuentre un filósofo contemporáneo, más podrá presumir de perspicacia: la energía que ponga en desanimar a los ingenuos cuando acudan a él pidiendo indicaciones sobre cómo disfrutar de la vida servirá para establecer ante los doctos su calibre intelectual. Y sin embargo ¿acaso no es la pregunta acerca de cómo vivir mejor la primera y última de la filosofía, la única que en su inexactitud y en su ilusión nunca podrá reducirse a una teoría estrictamente científica?

El modernísimo Nietzsche aseguró en su Genealogía de la moral que lo de querer a toda costa ser felices es dolencia que solo aqueja a unos cuantos pensadores ingleses. Se refería probablemente, entre otros, a John Stuart Mill, quien fue precisamente el padrino de Bertrand Russell. Y hace falta sin duda ser heredero de todo el sabio candor y el desenfado pragmático anglosajón para escribir tranquilamente como Russell sobre la conquista de la felicidad, esa plaza que según algunos no merece la pena intentar asaltar y según los más ni siquiera existe. Claro que esta empresa tan ambiciosa debe comenzar paradójicamente por un acto de humildad y es más, por un acto de humildad que contradice frente a frente una de las actitudes espirituales más comunes en nuestra época, la de considerar la desventura interesante en grado sumo. Como dice Russell, «las personas que son desdichadas, como las que duermen mal, siempre se enorgullecen de ello». Este es el primer obstáculo a vencer si uno pretende intentar ser feliz, dejar de intentar a toda costa ser «interesante».

Por supuesto, Russell no ignora que muchas de las causas que pueden acarrear nuestra desdicha escapan a nuestro control individual: guerras, enfermedades, accidentes, situaciones inicuas de explotación económica, tiranías… En otros de sus libros se ocupó de las que son menos azarosas y de los caminos a veces revolucionarios que han de seguir las sociedades para librarse de tales amenazas. La principal de sus propuestas pacifistas, constituir una especie de Estado Mundial que impidiese las guerras entre naciones y procurase el bien común de la humanidad, sigue siendo la gran asignatura pendiente de la política en los albores del siglo XXI. Pero en este libro se dirige a un público diferente. Supone un lector con razonable buena salud, con un trabajo no esclavizador que le permite ganarse la vida sin atroces agobios, que vive en un país donde está vigente un régimen político democrático y a quien no afecta personalmente ningún accidente fatal. Es decir, aquí Russell escribe para privilegiados que no luchan por su mera supervivencia, que disfrutan de una existencia soportable pero que quisieran que fuese realmente satisfactoria… o para aquellos, aún más frecuentes, empeñados en hacerse insoportable a sí mismos una vida que objetivamente no tendría por qué serlo.

Bertrand Russell. Bertrand Arthur William Russell (1872-1970), el distinguido filósofo, matemático y escritor británico, se erige como una figura colosal cuya influencia abarca diversas disciplinas. Nacido en el seno de la aristocracia británica, Russell llevó a cabo una "revuelta contra el idealismo" a principios del siglo XX, liderando un movimiento que desafiaba las convenciones filosóficas de la época. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1950, su legado se nutre de su contribución a la filosofía analítica junto a luminarias como Frege, Moore y Wittgenstein.

Russell, tercer conde de Russell y ahijado del filósofo John Stuart Mill, fue un pensador vanguardista que abogó por la aplicación del análisis lógico a cuestiones fundamentales, desde el problema mente-cuerpo hasta la existencia del mundo físico. Su obra cumbre, "Principia Mathematica", coescrita con A. N. Whitehead, trasciende la matemática para impactar en campos tan diversos como la inteligencia artificial, la ciencia cognitiva y la filosofía del lenguaje.

Más allá de sus contribuciones académicas, Russell destacó como un activista social comprometido. Su firme postura pacifista lo llevó a prisión durante la Primera Guerra Mundial, y aunque posteriormente justificó la Segunda Guerra Mundial, continuó siendo un crítico del totalitarismo estalinista y un defensor de la paz, la libertad y el desarme nuclear.

En 1950, el Nobel de Literatura reconoció sus escritos "en los que defiende los ideales humanitarios y la libertad de pensamiento". A lo largo de sus múltiples matrimonios y a pesar de identificarse como liberal y socialista, Russell siempre mantuvo un escepticismo que lo llevó a cuestionar incluso sus propias afiliaciones políticas. Su vida y obra se entrelazan en un tapiz complejo que abarca la filosofía, la política y la defensa apasionada de los valores humanitarios, dejando un legado perdurable en la historia del pensamiento y la acción comprometida.