Las cárceles que elegimos

Resumen del libro: "Las cárceles que elegimos" de

«Las Cárceles que Elegimos» de Doris Lessing es una obra que nos invita a un profundo ejercicio de introspección y reflexión sobre las convicciones que han moldeado el siglo XX. A través de una serie de ensayos inéditos, Lessing nos impulsa a cuestionar las bases políticas y morales que han permeado nuestra sociedad y a cultivar un pensamiento crítico individual como el arma más poderosa contra los dogmas heredados del pasado.

En un mundo cada vez más globalizado y desensibilizado, la autora nos hace recordar que el futuro de la humanidad no radica exclusivamente en la democracia o en los grandes movimientos revolucionarios, sino en la capacidad del individuo para analizar y comprender su propio comportamiento, aprendiendo de los errores y aciertos del ayer. A través de una prosa lúcida y cautivante, Lessing nos desafía a liberarnos de las cadenas invisibles que nosotros mismos hemos forjado, incitándonos a trascender las limitaciones impuestas por la inercia del pensamiento colectivo.

Doris Lessing, reconocida por su maestría en la exploración de la psicología humana y su aguda crítica social, demuestra una vez más su habilidad para abordar temas complejos de una manera accesible y evocadora. Su perspicacia y su habilidad para desentrañar las complejidades del comportamiento humano brindan a «Las Cárceles que Elegimos» una profundidad que resonará en el lector mucho después de haber cerrado sus páginas. Este libro se erige como una obra indispensable para aquellos que buscan comprender y transformar el mundo que los rodea a través del poder del pensamiento crítico y la autoevaluación.

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Sería bueno que el hombre se ocupara más de la historia de su naturaleza y menos de la historia de sus actos.

FRIEDRICH HEBBEL

Es inútil poner compuertas a las ideas, porque saltan por encima.

WENZEL LOTHAR METTERNICH

Haber dudado de sus principios fundamentales es lo que distingue al hombre civilizado.

La mente de un fanático es como la pupila del ojo; cuanta más luz se arroja sobre ella, más se contrae.

O. W. HOLMES JR.

Cómo nos verán en el futuro

Había una vez un próspero y muy respetado granjero que poseía algunas de las mejores vacas lecheras del país, y a quien otros granjeros de la mitad sur del continente acudían en busca de consejo. Esto era recién terminada la Segunda Guerra Mundial en la antigua Rodesia del Sur, hoy Zimbabue, donde me crie.

Yo conocía bien al granjero y a su familia. El hombre, que era de origen escocés, decidió un día importar de Escocia un toro muy especial. En aquella época la ciencia no había descubierto aún la manera de enviar proyectos de becerro por correo aéreo de un continente a otro en paquetes pequeños. El animal llegó a su debido tiempo, lógicamente en avión, y fue recibido por un comité de bienvenida formado por granjeros, amigos y expertos. Costó diez mil libras esterlinas. No sé cuánto sería eso ahora, pero era una cantidad muy elevada para el granjero. Le prepararon un hogar muy especial. Se trataba de un toro impresionante, de grandes dimensiones, manso como un corderito, según decían, y al que le gustaba que le rascaran en el cogote con un palo desde la distancia prudencial que proporcionaban los barrotes de su pesebre. Tenía su propio cuidador, un muchacho negro de doce años. Todo fue bien; enseguida quedó claro que aquel toro no tardaría en convertirse en padre de un número satisfactorio de terneros. Era toda una atracción; mucha gente acudía los domingos por la tarde y se maravillaba ante aquel animal fabuloso cuya docilidad parecía contradecir su imponente aspecto. Y entonces, de manera tan repentina como inexplicable, el toro mató a su cuidador, al muchacho negro.

Se creó una especie de tribunal de justicia. Los parientes del muchacho exigieron, y obtuvieron, una indemnización. Pero la cosa no terminó ahí. El granjero decidió que había que sacrificar al toro. Cuando se conoció la noticia, gran número de personas fueron a ver al granjero para implorar por la vida de aquella bestia majestuosa. A fin de cuentas, como sabía todo el mundo, los toros a veces enloquecían. El muchacho estaba prevenido de ello y debió de cometer un descuido. Evidentemente, no volvería a ocurrir nunca más… Desperdiciar toda aquella potencia, aquella energía, por no hablar del dinero, ¿y para qué?

«El toro ha matado, el toro es un asesino y debe ser castigado. Ojo por ojo, diente por diente», dijo el granjero, inexorable. Y el toro fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento y luego enterrado.

Como ya he dicho, este granjero no era ni un paleto ni un ignorante. Además, al igual que todos los de su clase —esto es, la minoría blanca gobernante—, se pasaba el día despotricando contra los negros que vivían a su alrededor por considerarlos seres primitivos, atrasados, paganos y demás.

Pero su acto —el de condenar a un animal por haber cometido una maldad— se remonta al más remoto pasado de la humanidad, es tan antiguo que no sabemos dónde empezó, pero sin duda ya ocurría en aquellos tiempos lejanos en que el hombre apenas sabía diferenciar entre seres humanos y bestias.

Cualquier otra sugerencia hecha con tacto al respecto por parte de amigos o de otros granjeros fue desechada con un «Sé distinguir entre el bien y el mal, muchas gracias».

Hubo otro incidente. En una ocasión, al término de la última guerra, un árbol en particular fue condenado a muerte. El árbol estaba vinculado al general Pétain, quien fuera considerado primero el salvador de Francia y luego un traidor a su patria. Cuando Pétain cayó en desgracia, el árbol fue solemnemente condenado y ejecutado por colaborar con el enemigo.

A menudo pienso en estas dos anécdotas, pues representan ese tipo de suceso que va cobrando significado conforme pasa el tiempo. Cuando las cosas parecen ir más o menos bien —y me refiero a asuntos humanos en general—, es como si de repente surgiera un espantoso primitivismo y la gente volviera a adoptar conductas bárbaras.

De esto es de lo que quiero hablar en estas cinco conferencias: de hasta qué punto y con cuánta frecuencia nos vemos dominados por nuestro pasado salvaje, como individuos y como grupo. Sin embargo, aunque en ocasiones parezca que no tenemos arreglo, cada vez sabemos más de nosotros —y acumulamos conocimientos con demasiada rapidez para poder asimilarlos—, no solo en cuanto individuos, sino también en cuanto grupos, naciones y miembros de una sociedad.

Es esta una época en que da miedo estar vivo, en que es difícil pensar en los seres humanos como criaturas racionales. Dondequiera que uno mire solo ve brutalidad y estupidez; se diría que no existe más que eso, que en todas partes se produce una vuelta a la barbarie y que somos incapaces de frenarla. Pero yo creo que, si bien es cierto que en líneas generales vamos a peor, es el hecho de que las cosas sean tan aterradoras lo que hace que nos quedemos como hipnotizados y no advirtamos —o, si las advertimos, les restemos importancia— fuerzas igualmente poderosas en el sentido contrario: las fuerzas de la razón, la cordura y la civilización.

Y, naturalmente, no se me escapa que mientras digo esto habrá gente que murmure: «¿Dónde? Esa mujer debe de estar loca si ve algo bueno en el cenagal en el que vivimos».

Las cárceles que elegimos: Doris Lessing

Doris Lessing. Nacida como Doris May Tayler en Kermanshah el 22 de octubre de 1919, y fallecida en Londres el 17 de noviembre de 2013, se alza como una figura emblemática de la literatura británica del siglo XX. Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007, Lessing exploró en sus más de cuarenta obras una narrativa que fusiona sus vivencias africanas con su compromiso feminista, marxista, anticolonialista y pacifista.

Su infancia en Persia y juventud en la deslumbrante Rodesia del Sur (actual Zimbabue) forjaron su mirada crítica hacia la discriminación racial, tema recurrente en sus novelas. La pentalogía "Hijos de la violencia" destaca por narrar el desplome del sistema colonial y abordar la condición de la mujer y del artista en el siglo XX.

Lessing, a pesar de su formación autodidacta, se sumergió en una amplia gama de géneros, desde la ciencia ficción con la serie "Canopus en Argos" hasta la novela psicológica y existencial en "El cuaderno dorado", su obra más conocida y emblemática del feminismo. Su incursión en el seudónimo Jane Somers con obras como "Diario de una buena vecina" subraya su preocupación por las dificultades de los escritores jóvenes.

Comprometida con ideas liberales, recibió innumerables premios, incluido el Premio Nobel de Literatura en 2007, destacando por su capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina. Su legado literario, impregnado de escepticismo, pasión y fuerza visionaria, la consagra como una autora multifacética y esencial en el panorama literario mundial.