Un cuento policial de doble fondo y otros relatos

Resumen del libro: "Un cuento policial de doble fondo y otros relatos" de

Un cuento policial de doble fondo y otros relatos es una colección de cuentos cortos del célebre escritor estadounidense Mark Twain, publicada en 2022 por la editorial Planeta. El libro reúne diez relatos de diversos géneros y estilos, que muestran la versatilidad y el ingenio de Twain como narrador. El cuento que da título al libro es una ingeniosa parodia de las novelas policiales, en la que el autor se burla de los clichés y las convenciones del género, creando una trama llena de humor e ironía. El protagonista es un detective aficionado que se ve envuelto en un misterioso caso de asesinato, que intenta resolver con su peculiar método deductivo. El resultado es una divertida sátira que pone en evidencia las contradicciones y las absurdidades de la sociedad estadounidense de finales del siglo XIX.

Los otros relatos que componen el libro son también ejemplos de la maestría de Twain para crear historias originales y entretenidas, que combinan la crítica social, la fantasía, el realismo y el humor. Algunos de los cuentos más destacados son: «El hombre que corrompió Hadleyburg», una fábula moral sobre la hipocresía y la codicia de una pequeña ciudad; «El diario de Adán y Eva», una divertida recreación del mito bíblico desde el punto de vista de los primeros seres humanos; «El príncipe y el mendigo», una novela histórica que narra las peripecias de dos niños que intercambian sus identidades por casualidad; y «Un yanqui en la corte del rey Arturo», una obra de ciencia ficción que plantea un choque cultural entre un ingeniero moderno y el mundo medieval de las leyendas artúricas.

Un cuento policial de doble fondo y otros relatos es un libro imprescindible para los amantes de la literatura clásica y para los admiradores de Mark Twain, uno de los autores más influyentes y originales de la historia. El libro ofrece una muestra representativa de su obra, que abarca diversos géneros y temáticas, siempre con un estilo ágil, irónico y lleno de ingenio. Se trata de un libro que invita a la reflexión, al entretenimiento y al disfrute de la buena literatura.

Libro Impreso

EL PASAPORTE RUSO DEMORADO

Una mosca hace verano.

Calendario De Pudd’nhead Wilson

I

Una gran cervecería en la Friedrichstrasse, Berlín, hacia el mediodía. Junto a un centenar de mesas redondas se hallaban sentados caballeros fumando y bebiendo: de acá para allá y por dondequiera, revoloteaban camareros de blanco delantal, llevando espumosas jarras de cerveza a los sedientos. Ante una mesa próxima a la entrada principal estaban reunidos media docena de alegres jóvenes —estudiantes norteamericanos— que despedían bebiendo a un joven de Yale, de viaje y que acababa de pasar unos días en la capital alemana.

—Pero… ¿por qué interrumpe así bruscamente su viaje, Parrish? —preguntó uno de los estudiantes—. Ojalá tuviese yo su oportunidad. ¿Por qué quiere volver a su país?

—Sí —dijo otro—. ¿A qué viene eso? Tiene que explicárnoslo, porque a primera vista eso parece un caso de demencia. ¿Comprende? ¿Se trata de nostalgia?

Un femenino rubor asomó al fresco y juvenil rostro de Parrish y, después de una leve vacilación, confesó que ésa era la causa.

—Nunca me había alejado de mi país hasta ahora —dijo—. Y cada día me siento más solitario. Hace semanas que no veo a un amigo y eso es horrible. Me proponía continuar el viaje, por amor propio, pero el verlos a ustedes me ha asestado el golpe final. Ha sido el cielo para mí y no puedo resignarme a ese aburrimiento de la soledad. Si yo tuviese compañía…, pero no la tengo…, ¿comprenden? De modo que es inútil. Cuando pequeño, solían llamarme miss Nancy y creo que lo sigo siendo. Femenino y tímido y todo lo demás. ¡Debí nacer muchacha! No puedo soportarlo: me vuelvo a mi país.

Los jóvenes se burlaron de él con jovial sencillez y le dijeron que cometía el gran error de su vida; y uno de ellos agregó que debía ver al menos San Petersburgo antes de volver.

—¡No diga eso! —exclamó Parrish, implorante— Ése ha sido el más caro de mis sueños y renuncio a él. No vuelva a decir una palabra sobre ese tema, porque estoy hecho de agua y no puedo resistir la persuasión de nadie. No puedo ir solo; creo que me moriría.

Golpeó el bolsillo de su levita y dijo:

—Ésta es mi protección contra un cambio de ideas: he comprado un pasaje con cama a París y me marcho esta noche. Bebamos, ahora… Esto, por mí… Este vaso lleno…, ¡por la patria!

Después de los adioses, Alfred Parrish quedó abandonado a sus pensamientos y a su soledad. Pero por un momento, solamente. Un hombre de mediana edad, vigoroso y de aire vivaz y práctico, con una decisión y confianza en sí mismo que sugerían un adiestramiento militar, se acercó bulliciosamente desde la mesa vecina, se sentó junto a Parrish y empezó a hablar, con concentrado interés y seriedad. Sus ojos, su rostro, su persona, todo su cuerpo, parecían exhalar energía. Estaba lleno de vapor —con presión de carrera— y casi parecía oírse el canto de sus grifos. Tendió una mano cordial, sacudió la de Parrish y dijo, con un aire muy convincente de enérgica certidumbre:

—Oh… Usted no debe hacer eso. No debe, créame. Sería el más grande de los errores. Lo lamentaría eternamente. Déjese convencer, se lo ruego. ¡No lo haga! ¡No lo haga! ¡No lo haga!

En su voz vibraba una nota tan cordial y parecía tan sincero, que aquello levantó el espíritu abatido del joven y una traicionera humedad se asomó a sus ojos, involuntaria confesión de que estaba conmovido y rebosante de gratitud. El despierto desconocido advirtió esta señal, se mostró perfectamente satisfecho de la respuesta y acentuó su ventaja sin esperar que le dijeran nada:

—No. No lo haga. Eso sería un error. He oído todo lo que se dijo: perdóneme, pero estaba tan cerca que no pude evitarlo. ¡Y me desazonó el pensar que usted interrumpiría su viaje cuando deseaba en realidad ver San Petersburgo y estando casi a la vista de esa ciudad! Reconsidere el asunto… ¡Oh!… ¡Es necesario que lo reconsidere!… La distancia es tan corta… Se va y se vuelve muy pronto… ¡E imagínese qué recuerdo será ése para usted!

Luego, el desconocido prosiguió y pintó la capital rusa y sus maravillas, ante lo cual a Alfred Parrish se le hizo agua la boca y su excitado espíritu clamó de anhelo. Luego…

—Desde luego, usted debe ver San Petersburgo… ¡Debe verlo! Eso será un placer para usted… ¡un placer! Lo sé, porque conozco esa ciudad tan familiarmente como mi propia ciudad natal de los Estados Unidos. Diez años… La he conocido durante diez años. Pregúnteselo allí a cualquiera, se lo dirá; todos ellos me conocen…; soy el comandante Jackson. Hasta los perros me conocen. Vaya. Oh… Debe ir. Debe ir, por cierto que sí.

Ahora, Alfred Parrish estaba trémulo de ansiedad. Iría. Su rostro lo expresó tan claramente como lo habría hecho su lengua. Luego volvió a cernirse la sombra de antes… y dijo, con aire pesaroso:

—Oh, no… No. Es inútil. No puedo. La soledad me mataría.

El mayor dijo, con sorpresa:

—¡La… soledad! ¡Pero si yo voy con usted!

Esto era asombrosamente imprevisto. Y no del todo agradable. Las cosas se estaban desarrollando con demasiada rapidez. ¿Se trataría de una celada? ¿Sería aquel desconocido un estafador? ¿A qué venía aquel interés gratuito por un joven errante y desconocido? Entonces, Parrish arrojó una rápida mirada sobre el rostro franco, simpático y sonriente del comandante y se sintió avergonzado, y ansió descubrir la manera de salir del aprieto sin herir los sentimientos del maquinador de aquello. Pero no era experto en achaques de diplomacia y abordó aquella difícil tarea con consciente torpeza y escaso aplomo, diciendo, con un despliegue de altruismo completamente artificioso:

—Oh, no, no… Es usted demasiado bueno. Yo no podría… No podría permitir que usted se molestara tanto por mí…

—¿Molestarme? ¡Nada de eso, hijo mío! Me marcho esta noche, de todos modos. Me voy en el expreso de las nueve. ¡Venga! Iremos juntos. Usted no se quedará solo ni un minuto. Venga… ¡Le bastará con decir que sí!

De modo que la excusa había fracasado. ¿Qué hacer ahora? Parrish se sintió descorazonado, le pareció que ninguno de los subterfugios imaginables podría salvarle de aquellas dificultades. Con todo, debía hacer otro esfuerzo y lo hizo; y antes de haber terminado de explicar su nueva excusa; le pareció que ésta no tenía réplica posible:

—Ah, pero… Desgraciadamente, la suerte está contra mí y eso es imposible. Mire esto —y Parrish sacó su boleto y lo puso sobre la mesa—. Tengo pasaje a París y, naturalmente, no podría obtener que me lo cambiaran por un pasaje y contraseñas de equipaje a San Petersburgo y perdería mi dinero; y si me permitiera el lujo de perder ese dinero, me quedaría con pocos fondos después de comprar los nuevos pasajes, porque todo el dinero efectivo que llevo es éste.

Y Parrish puso sobre la mesa un billete de quinientos dólares.

De inmediato, el comandante se apoderó del pasaje y de las contraseñas de equipaje y dijo, con entusiasmo, poniéndose de pie:

—¡Perfectamente! Todo me parece espléndido y seguro. A mí me cambiarán el pasaje y las contraseñas; me conocen…, todos me conocen. Quédese sentado ahí. Volveré de inmediato.

Y tendió la mano hacia el billete, añadiendo:

—Llevaré esto, porque quizá haya que agregar una diferencia para el nuevo pasaje.

Y voló hacia la puerta.

Un cuento policial de doble fondo: Mark Twain

Mark Twain. (Florida, Estados Unidos, 1835 - Redding, 1910). Escritor, orador y humorista estadounidense. Se educó en la ribera del Mississippi. Fue aprendiz de impresor, tipógrafo itinerante, piloto de un barco de vapor, soldado del ejército confederado, minero, inventor, periodista, empresario arruinado, doctor en Letras por las universidades de Yale y Oxford, conferenciante en cinco continentes y finalmente una de las mayores celebridades de su tiempo. En 1876 publicó Tom Sawyer y en 1884 su secuela, Huckleberry Finn, vértice de toda la literatura norteamericana moderna según Hemingway. Los Diarios de Adán y Eva, aparecidos entre 1893 y 1905, derivan de su preocupación por la Biblia, «esa vieja galería de curiosidades». A lo largo de su vida, Mark Twain pasó gradualmente de la ironía al pesimismo, luego a la amargura y a la misantropía; el humor y la lucidez nunca lo abandonaron. En 1909 comentó: «Yo nací con el cometa Halley en 1835. El próximo año volverá y espero fervorosamente irme con él. Si así no fuera, sería la mayor desilusión de mi vida. Estoy convencido de que el Todopoderoso lo ha pensando: “Estos dos monstruos han llegado juntos, que se vayan juntos”».