Azazel

Resumen del libro: "Azazel" de

Azazel es una colección de cuentos de fantasía escrita por Isaac Asimov, publicada por primera vez en 1988. El protagonista de estas historias es un pequeño demonio rojo de dos centímetros de altura, que puede ser invocado por George Bitternut, un amigo del narrador sin nombre, que se identifica como el propio Asimov. Azazel tiene poderes sobrenaturales, pero sus intentos de ayudar a George y a sus conocidos suelen tener consecuencias inesperadas y cómicas.

En este libro, Asimov muestra su faceta más humorística y divertida, alejándose de la ciencia ficción que le hizo famoso. Los cuentos son breves y ágiles, llenos de ironía y sarcasmo, y retratan las debilidades y defectos humanos con un tono crítico pero amable. Azazel es un personaje carismático y travieso, que se divierte con las peticiones de George y con los resultados de sus favores. George, por su parte, es un hombre perezoso y egoísta, que siempre busca sacar provecho de las situaciones.

Azazel es un libro recomendable para los amantes de la fantasía y el humor, y para los seguidores de Asimov que quieran conocer otra faceta de su obra. Los cuentos son independientes entre sí, pero están conectados por el hilo conductor de las conversaciones entre el narrador y George, que le cuenta sus aventuras con el demonio. El libro tiene un estilo sencillo y directo, que hace que la lectura sea fácil y entretenida.

Libro Impreso

A Sheila Williams,
la amable directora gerente de
Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine.

Introducción

En 1980, un caballero llamado Eric Protter me pidió que escribiera cada mes un relato de misterio para una revista que él dirigía. Accedí, porque me resultaba difícil responder negativamente a las personas amables (y todos los directores que he conocido han sido siempre personas amables).

El primer relato que escribí era una narración en la que se combinaban elementos de fantasía y de misterio, protagonizada por un pequeño demonio de unos dos centímetros de estatura. Lo titulé «El desquite», y Eric Protter lo aceptó y lo publicó. Intervenían en él un caballero llamado Griswold, como narrador, y tres hombres —entre los que se contaba un personaje que hablaba en primera persona y que era yo, aunque nunca me identificaba— que formaban su auditorio. Los cuatro se reunían todas las semanas en el «Union Club», y tenía la intención de que la serie continuase presentando los relatos de Griswold en el «Union Club».

No obstante, cuando traté de escribir un segundo relato en el que intervenían el pequeño demonio de «El desquite» —el nuevo relato se titulaba «Una noche de canto»—, Eric lo rechazó. Al parecer, un poco de fantasía estaba bien por una vez, pero no quería que lo tomara por costumbre.

Así pues, dejé a un lado «Una noche de canto» y procedí a escribir la serie de relatos de misterio sin introducir en ellos absolutamente ningún elemento de fantasía. Treinta de estos relatos (que Eric insistió en que tuviesen sólo entre 2.000 y 2.200 palabras) finalmente fueron recopilados en mi libro The Union Club Mysteries (Doubleday, 1983). Sin embargo, no incluí «El desquite», porque la intervención en él del pequeño demonio hacía que no armonizase con el resto de los relatos.

Mientras tanto, yo cavilaba acerca de «Una noche de canto». Detesto desperdiciar algo, y no puedo soportar dejar inédita cualquier cosa que haya escrito, si hay algo que pueda hacer para corregir la situación. Por consiguiente, me dirigí a Eric y le dije:

—Aquel relato que rechazaste, «Una noche de canto»… ¿Puedo publicarlo en otra parte?

—Naturalmente, siempre que cambies los nombres de los personajes. Quiero que tus relatos de Griswold y su auditorio sean exclusivos de mi revista.

De modo que así lo hice. Cambié el nombre de Griswold por el de George y conservé un auditorio de un solo personaje, el que hablaba en primera persona, y que era yo mismo. Hecho esto, vendí «Una noche de canto» a The Magazine of Fantasy and Science Fiction (F & SF). Posteriormente, escribí otro relato de los que ahora englobaba bajo la denominación de «Relatos de George y Azazel», siendo Azazel el nombre del demonio. Éste, «La sonrisa que pierde», lo vendí también a F & SF.

No obstante, yo también tengo una revista de ciencia-ficción propia, Isaac Asimov’s Sciencie Fiction Magazine (IASFM), y Shawna McCarthy, que entonces era su directora, mostró su objeción a que yo publicara en F & SF.

—Pero, Shawna —argumenté—, esos relatos de George y Azazel son fantasías, e IASFM sólo publica ciencia-ficción.

—Pues, en ese caso, cambie el pequeño demonio y su magia por un pequeño ser extraterrestre provisto de una avanzada tecnología, y véndame a mí los relatos.

Lo hice, y como seguía entusiasmado con los relatos de George y Azazel, continué escribiéndolos, y ahora puedo incluir dieciocho de estos relatos en esta colección, Azazel. (Se incluyen sólo dieciocho, porque, sin la necesaria brevedad que imponía Eric, podía hacer que mis relatos de George y Azazel fuesen el doble de largos que mis Griswolds.)

Sin embargo, tampoco incluí «El desquite», porque desentonaba ligeramente de los últimos relatos. Al haber sido la inspiración original de dos series diferentes, «El desquite» tenía el triste destino de quedarse entre dos aguas, sin encajar en ninguno de los dos grupos que habían surgido. (No importa, ha sido seleccionado para una antología y es posible que en el futuro aparezca también bajo otras presentaciones; no lo sienta demasiado.)

Hay algunos detalles de los relatos que me gustaría resaltar, detalles que probablemente usted advertirá por sí mismo, pero yo soy partidario de explicarlo todo.

  1. Como he dicho, omití el primer relato que escribí porque no encajaba con los restantes. Mi bella editora, Jennifer Brehl, insistió, no obstante, en que era necesario un primer relato para describir cómo nos conocimos George y yo y cómo entró el pequeño demonio en la vida de George. Puesto que Jennifer, aunque un dechado de dulzura, no es persona a la que uno pueda oponerse cuando aprieta los puños, escribí un relato titulado «El demonio de dos centímetros», que cumple el propósito que ella pedía y que se inserta como primera narración del libro. Es más, Jennifer decidió que Azazel fuese definitivamente un demonio y no un extraterrestre, así que de nuevo estamos en la fantasía. (Por cierto que «Azazel» es un nombre bíblico, y los lectores de la Biblia suelen tomarlo como el nombre de un demonio, aunque esta cuestión es algo más complicada.)
  2. A George se le presenta como una especie de sablista, y yo detesto a los sablistas… Sin embargo, encuentro simpático a George. Espero que, asimismo, a usted le caiga bien. El personaje que habla en primera persona (en realidad, Isaac Asimov) a menudo es insultado por George e invariablemente despojado por él de unos cuantos dólares, pero no importa. Como explico al final del primer relato, sus historias lo valen, y yo gano con ellas mucho más dinero del que le doy a George… En especial, habida cuenta de que el dinero que le doy es de ficción.
  3. No olvide que los relatos pretenden ser sátiras humorísticas, y si encuentra el estilo un tanto hinchado y «poco asimoviano», sepa que es deliberado. Considere esto un aviso. No vaya a ser que se compre el libro esperando otra cosa y se lleve un chasco. Y, a propósito, si detecta de vez en cuando la leve influencia de P. G. Wodehouse, créame, no es accidental.

El demonio de dos centímetros

Conocí a George en un congreso literario celebrado hace muchos años, y me llamó la atención el peculiar aire de inocencia y de candor que mostraba su rostro redondo y de mediana edad. Inmediatamente decidí que era la clase de persona a quien uno le dejaría la cartera para que se la guardase mientras se bañaba.

Él me reconoció por mis fotografías en la contraportada de mis libros y me saludó alegremente, diciéndome lo mucho que le gustaban mis cuentos y mis novelas, lo cual, naturalmente, me dio una excelente opinión de su inteligencia y buen gusto.

Nos estrechamos cordialmente las manos, y él dijo:

—Me llamo George Bitternut.

—Bitternut —repetí, para fijármelo en la mente—. Un apellido poco corriente.

—Danés —respondió—, y muy aristocrático. Desciendo de Cnut, más conocido como Canuto, un rey que conquistó Inglaterra a comienzos del siglo XI. Un antepasado mío era hijo suyo: bastardo, naturalmente.

—Naturalmente —murmuré, aunque no veía por qué había que darlo por sentado.

—Le pusieron de nombre Cnut, como su padre —continuó George—, y cuando fue presentado al rey, el soberano dijo: «Voto a bríos, ¿es éste mi heredero?».

—«No exactamente —respondió el cortesano que estaba meciendo al pequeño Cnut—, pues es ilegitimo, ya que su madre es la lavandera a la que vos…».

—«Ah —dijo el rey—, eso está mejor». Y como Bettercnut[1] se le conoció a partir de ese momento. Únicamente con ese nombre. Yo lo he heredado por línea masculina directa, salvo que las vicisitudes del tiempo han acabado por cambiarlo a Bitternut.

Y sus azules ojos me miraron con una especie de hipnótica inocencia, que impedía toda duda.

—¿Quiere almorzar conmigo? —pregunté, moviendo la mano en dirección al restaurante profusamente decorado que, evidentemente, estaba destinado solo a personas poseedoras de carteras bien repletas.

—¿No le parece que ese local es un poco ostentoso y que la cafetería del otro lado podría…? —respondió George.

—Como invitado mío —añadí.

George frunció los labios y dijo:

—Ahora que lo miro bajo una luz más favorable, veo que tiene una atmósfera un tanto hogareña. Si, almorzaré con usted.

Mientras tomábamos el plato principal, George dijo:

—Mi antepasado Bettercnut tuvo un hijo, al que llamó Sweyn. Un buen nombre danés.

—Si, ya sé —respondí—. El padre del Rey Cnut se llamaba Sweyn Forbeard. En tiempos modernos el nombre se suele escribir Sven.

George frunció levemente el ceño y dijo:

—No hace falta que alardee de sus conocimientos de estas cosas, amigo mío. Admito que tiene usted los rudimentos de una educación.

Me sentí abochornado.

—Lo siento.

Agitó la mano en ademan de magnánimo perdón, pidió otro vaso de vino y prosiguió:

—Sweyn Bettercnut se sentía fascinado por las mujeres, característica que hemos heredado todos los Bitternut, y tenía mucho éxito con ellas…, como ha sido el caso con todos sus descendientes. Se sabe que muchas mujeres, después de separarse de él, meneaban la cabeza en señal de admiración y decían: «Oh, es todo un Sweyn». Y también era un archimago.

Hizo una pausa y, luego, preguntó con brusquedad:

—¿Sabe usted qué es un archimago?

—No —mentí, no deseando volver a hacer una ofensiva ostentación de mis conocimientos—. ¿Qué es?

—Un archimago es un mago eminente —aclaró George, con lo que pareció un suspiro de alivio—. Sweyn estudiaba las artes arcanas y ocultas. Entonces era posible hacerlo, pues aun no había surgido todo ese desagradable escepticismo moderno. Estaba consagrado a la tarea de encontrar la manera de persuadir a las jovencitas para que observaran con él esa clase de comportamiento dulce y complaciente que es la corona de la femineidad, y rehuyesen todo lo que era huraño y hosco.

—Ah —dije, con tono comprensivo.

—Para eso necesitaba demonios, y perfeccionó medios para invocarlos, quemando ciertas hierbas aromáticas y pronunciando determinados conjuros semiolvidados.

—¿Y daba resultado, señor Bitternut?

—Llámeme George. Claro que daba resultado. Tenía legiones de demonios que trabajaban para él, pues, como con frecuencia se lamentaba, las mujeres de la época eran seres tercos y obstinados, que oponían a su pretensión de ser nieto de un rey, ásperas observaciones sobre la naturaleza de la descendencia. Sin embargo, una vez que un demonio ejecutaba su obra, comprendían que un hijo natural era, simplemente, natural.

—¿Está seguro de todo eso, George?

—Naturalmente, pues el verano pasado encontré su libro de recetas para invocar demonios. Lo hallé en un viejo castillo inglés que actualmente está en ruinas, pero que en otro tiempo perteneció a mi familia. Se especificaban las hierbas exactas, la forma de quemarlas, el ritmo, los conjuros, las entonaciones. Todo. Estaba escrito en inglés antiguo, anglosajón, ya sabe, pero yo tengo un poco de lingüista y…

Se me hizo patente un ligero escepticismo.

—Usted bromea —dije.

Me miró con altivez.

—¿Por qué cree semejante cosa? ¿Acaso me estoy riendo? Se trata de un libro auténtico. Yo mismo experimenté las recetas.

—Y obtuvo un demonio.

—Sí, en efecto —respondió, señalándose de manera significativa el bolsillo superior de la chaqueta.

—¿Lo tiene ahí?

George se tocó el bolsillo, y parecía a punto de asentir cuando sus dedos palparon algo importante, o tal vez fuese precisamente que no palparon nada. Miró en el interior.

—Se ha ido —dijo con disgusto—. Desmaterializado… Pero quizá no se le pueda censurar por ello. Anoche estuvo conmigo porque sentía curiosidad por este congreso, ¿sabe? Le di un poco de whisky con un cuentagotas, y le gustó. Tal vez le gustó demasiado, pues quería pegarse con la cacatúa enjaulada que hay en el bar y empezó a insultarla. Afortunadamente, se quedó dormido antes de que el pájaro ofendido pudiera replicar. Esta mañana no parecía encontrarse muy bien, y supongo que se ha ido a su casa, dondequiera que esté, para recuperarse.

Sentí un acceso de rebeldía. ¿Esperaba que me creyera aquello?

—¿Me está diciendo que tenía un demonio en el bolsillo de la chaqueta?

—Es agradable ver lo rápidamente que se hace usted cargo de la situación —dijo George.

—¿Qué tamaño tenía?

—Dos centímetros.

—Pero eso no llega a una pulgada.

—Totalmente correcto. Una pulgada son 2,54 centímetros.

—Quiero decir, qué clase de demonio es para tener sólo dos centímetros de estatura.

—Uno pequeño —respondió George—, pero, como dice el refrán, más vale tener un demonio pequeño que no tener ninguno.

—Depende de cómo sea.

—Oh, Azazel…, se llama así. Es un demonio amistoso. Sospecho que no está muy bien considerado en sus antros nativos, pues se le nota extraordinariamente ansioso por impresionarme con sus poderes, salvo que no quiere utilizarlos para enriquecerme, como debería hacer, tratándose de una honorable amistad. Dice que sus poderes deben ser utilizados tan sólo para hacer el bien a otros.

—Vamos, vamos, George. Seguramente que no es ésa la filosofía del infierno.

George se llevó un dedo a los labios.

—No diga esa clase de cosas, amigo. Azazel se sentiría enormemente ofendido. Dice que su país es amable, decente y muy civilizado, y habla con gran respeto de su gobernante, cuyo nombre jamás pronuncia, y al que llama simplemente el Todo Total.

—¿Y en realidad hace favores?

—Siempre que puede. Ése es el caso, por ejemplo, de mi ahijada, Juniper Pen…

—¿Juniper Pen?

—Sí. Por su expresión de intensa curiosidad, me doy cuenta de que desea conocer la historia. Con mucho gusto se la contaré.

Azazel: Isaac Asimov

Isaac Asimov. Está considerado uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos. Nacido en Rusia, su familia decidió emigrar a Estados Unidos cuando Asimov sólo contaba con tres años de edad. Se crió, pues, en Brooklyn, Nueva York, donde su padre mantenía una tienda de venta de golosinas y revistas. Desde pequeño ya demostró su interés por la ciencia ficción, siendo un ávido consumidor de revistas pulp.

Su atracción por la ciencia le llevó a estudiar Ingeniería Química, donde luego lograría doctorarse en Bioquímica y ser profesor en la Universidad de Boston durante varios años, hasta que su labor literaria le llevó a abandonar el mundo de la docencia.

Tras acabar la carrera, Asimov publicó su primer cuento en 1939, en la revista Astounding Science Fiction -dirigida por el famoso John W. Campbell- y también colaboró con Amazing Stories. Asimov nunca abandonó la escritura de cuentos y a lo largo de su vida publicó gran número de antologías.

Su obra más importante es sin duda La Fundación (1942) proyecto que se publicó en diversas entregas a lo largo de los años y que compuso poco a poco el universo en que Asimov centró la mayor parte de su trabajo. También ese año (1942) Asimov se casó con Gertrude Blugerman con la que vivió hasta 1970, momento en que se divorció.

En 1950 publicó su primera novela larga Un guijarro en el cielo, que significó el pistoletazo de salida para una larga y prolífica serie de títulos en los que Asimov no sólo trató la ciencia ficción sino que se introdujo en géneros como el policiaco, el histórico o la divulgación científica.

A lo largo de su carrera literaria recibió gran número de galardones literarios, entre los cuales se encuentran varios Premios Hugo, Nébula o Locus. Asimov formó parte, junto a Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, de el mejor exponente de la época dorada de la ciencia ficción.

Asimov volvió a casarse en 1973 con Janet Opal, un año después de publicar otra de sus obras más importantes Los propios dioses (1972). Varios de sus libros fueron llevados al cine, como El hombre del bicentenario o Yo, Robot. En 2015 se anunció la producción de una serie de televisión basada en la saga Fundación a cargo de la HBO.

La producción de Asimov siguió siendo importante, tanto en cuentos como libros, hasta su muerte el seis de Abril de 1992.