Los robots del amanecer

Resumen del libro: "Los robots del amanecer" de

Isaac Asimov, un maestro indiscutible de la ciencia ficción, nos sumerge en un universo distante y futurista en su novela «Los robots del amanecer». A través de sus sólidos conocimientos científicos y su habilidad para tejer narrativas cautivadoras, Asimov nos brinda una perspectiva intrigante de la vida humana en el cosmos en los siglos por venir. Publicada en [año de publicación], esta obra maestra literaria continúa asombrando a los lectores con su mezcla de especulación científica y exploración de la naturaleza humana.

La trama de «Los robots del amanecer» se desarrolla en el remoto planeta Aurora, donde humanos y robots coexisten en una aparente armonía perfecta. Sin embargo, esta serenidad se quiebra cuando el robot más avanzado es misteriosamente asesinado. Asimov introduce al lector en un mundo lleno de intriga y desafíos éticos, planteando cuestiones fundamentales sobre la relación entre la humanidad y la inteligencia artificial. ¿Es posible que la muerte del androide sea más que un simple asesinato? ¿Podría ocultar una lucha despiadada por el control del vasto universo?

El autor, conocido por su habilidad para mezclar ciencia rigurosa con narrativa envolvente, presenta un futuro en el que la tecnología ha alcanzado cotas insospechadas. Los robots, entidades artificiales capaces de pensamiento independiente y emociones, son una parte esencial de la vida en Aurora. Asimov plantea preguntas éticas profundas: ¿hasta dónde llega la responsabilidad humana sobre estas máquinas inteligentes? ¿Cómo se define la línea entre la servidumbre y la autonomía? Estas cuestiones se convierten en el núcleo de la trama, impulsando a los personajes a enfrentar dilemas morales que resuenan en el lector incluso más allá de las páginas del libro.

A medida que la historia avanza, Asimov desentraña capa tras capa de misterio y revela los oscuros secretos detrás del asesinato del robot avanzado. A través de una prosa hábil y lúcida, el autor construye una red de intrigas que involucra a diferentes facciones y personajes con motivaciones diversas. A medida que el lector se sumerge en la trama, los vínculos entre los personajes y sus deseos de poder y control se entrelazan, creando una telaraña de suspense que captura la atención de principio a fin.

«Los robots del amanecer» no solo es un ejercicio en narrativa futurista y científica; es también una exploración profunda de la psicología humana y las dinámicas sociales en un contexto extraordinario. A medida que los personajes luchan por descubrir la verdad detrás del asesinato, se ven obligados a cuestionar sus propias creencias y prejuicios arraigados. Asimov utiliza su prosa maestra para retratar las complejidades de la naturaleza humana y cómo estas complejidades se reflejan en las interacciones con las formas de vida artificial que han creado.

En resumen, «Los robots del amanecer» es una obra literaria que fusiona la visión científica de Isaac Asimov con una narrativa cautivadora y reflexiones profundas sobre la relación entre humanidad, tecnología y ética. A través de su intriga galáctica y personajes convincentes, la novela nos sumerge en un mundo de posibilidades futuras y nos incita a reflexionar sobre los dilemas éticos que podrían surgir en un futuro donde la tecnología avanza a pasos agigantados. En definitiva, esta novela continúa demostrando por qué Isaac Asimov es un titán de la ciencia ficción y un narrador inigualable de la intersección entre la humanidad y el cosmos.

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1. BALEY

Elijah Baley se encontró a la sombra del árbol y murmuró para sí: «Lo sabía. Estoy sudando».

Hizo un alto, se enderezó, se enjugó la frente con el dorso de la mano, y luego miró hoscamente el sudor que la cubría.

—Odio sudar —dijo en voz alta, como si enunciara una ley cósmica. Y una vez más se sintió irritado con el Universo por hacer que algo esencial fuese tan desagradable.

En la Ciudad nadie transpiraba jamás (a menos que lo deseara, por supuesto), ya que la temperatura y la humedad estaban totalmente controladas, y nunca era necesario que el cuerpo produjese más calor del que eliminaba.

Eso era la civilización.

Miró hacia el campo, donde unos cuantos hombres y mujeres estaban, más o menos, a su cargo. En su mayoría eran jóvenes, pero también había algunas personas de mediana edad, como él mismo. Araban la tierra con manifiesta torpeza, y desempeñaban toda una serie de labores que los robots estaban preparados para hacer… y harían con mucha más eficiencia si no les hubiesen ordenado que permanecieran al margen y esperasen mientras los seres humanos se ejercitaban obstinadamente.

Algunas nubes surcaban el cielo y en aquel momento el sol se ocultó tras una de ellas. Baley alzó la mirada con incertidumbre. Por una parte, eso significaba que el calor directo del sol (y el sudor) disminuirían. Por otra, ¿sería una señal de que iba a llover?

Eso era lo malo del Exterior. Había que enfrentarse continuamente a alternativas desagradables.

Baley siempre se extrañaba de que una nube relativamente pequeña pudiese cubrir el sol en su totalidad, oscureciendo la Tierra de un horizonte a otro, aunque la mayor parte del cielo estuviese despejado.

Permaneció bajo el frondoso dosel del árbol (una especie de pared y techo primitivos que en aquellas circunstancias resultaban muy consoladores), y miró de nuevo hacia el grupo, examinándolo. Iban allí una vez por semana, hiciese el tiempo que hiciera.

Habían iniciado el experimento con un puñado de intrépidos colaboradores, pero su número se acrecentaba día a día. El gobierno de la Ciudad, si bien no respaldaba abiertamente el proyecto, se mostraba lo bastante benévolo como para no poner obstáculos.

Recortándose sobre el horizonte que se extendía a su derecha —hacia el este, a juzgar por la posición del sol vespertino—, Baley vio las numerosas cúpulas de la Ciudad, que encerraban todo aquello por lo que valía la pena vivir. También divisó un punto que se movía, pero estaba demasiado lejos para distinguirlo con claridad.

Por su modo de moverse, y por detalles demasiado sutiles como para describirlos, Baley tuvo la certeza de que era un robot, pero eso no le sorprendió. La superficie terrestre fuera de las Ciudades constituía el dominio de los robots, no de los seres humanos… a excepción de aquellos pocos, como él mismo, que soñaban con las estrellas.

Automáticamente sus ojos se volvieron de nuevo hacia los idealistas bañados en sudor, y fueron de uno a otro. Podía identificar y designar por su nombre a cada uno de ellos. Todos trabajando, todos aprendiendo a soportar el Exterior, y…

Frunció el ceño y masculló en voz baja:

—¿Dónde se habrá metido Bentley?

Y otra voz, que sonó a sus espaldas con una exuberancia algo jadeante, dijo:

—Estoy aquí, papá.

Baley giró en redondo.

—No hagas eso, Ben.

—¿Que no haga qué?

—Acercarte a mí de ese modo. Ya me cuesta bastante mantener el equilibrio en el Exterior sin tener que preocuparme también por las sorpresas.

—No pretendía sorprenderte. Es difícil hacer ruido cuando andas sobre la hierba, y no he podido evitarlo… Pero ¿no te parece que deberías regresar, papá? Ya hace dos horas que estás afuera y es más que suficiente.

—¿Por qué? ¿Porque tengo cuarenta y cinco años y tú eres un mocoso de diecinueve? Crees que debes cuidar de tu decrépito padre, ¿verdad?

Ben contestó:

—Supongo que así es. Eres un gran detective; has hecho una excelente labor de deducción.

Sonrió ampliamente. Tenía la cara redonda y los ojos chispeantes. Se parecía mucho a Jessie, pensó Baley; sí, se parecía mucho a su madre. No tenía nada de la cara alargada y solemne del propio Baley.

Y no obstante, Ben había heredado el carácter de su padre. A veces se sumía en una solemne gravedad que no dejaba lugar a dudas sobre la legitimidad de su origen.

—Estoy perfectamente —declaró Baley.

—Te creo, papá. Eres el mejor de todos nosotros, considerando…

—Considerando, ¿qué?

—Tu edad, por supuesto. Y no olvido que fuiste tú quien iniciaste todo esto. Sin embargo, he visto que te refugiabas bajo el árbol y he pensado, «Bueno, quizá el viejo ya haya tenido bastante».

—No me llames viejo —protestó Baley. El robot que había avistado en la dirección de la Ciudad ya estaba lo bastante cerca como para distinguirse con claridad, pero no le concedió importancia. Añadió—: Es lógico resguardarse de vez en cuando bajo un árbol si el sol brilla demasiado. Debemos aprender a utilizar las ventajas del Exterior tal como aprendemos a soportar sus inconvenientes… Ya vuelve a salir el sol.

—Sí, en efecto. Bueno, ¿significa eso que no quieres regresar?

—Puedo aguantarlo. Tengo una tarde libre a la semana y me gusta pasarla aquí. Es un privilegio inherente a mi clasificación C-7.

—No es cuestión de privilegios, papá. Es cuestión de cansarse demasiado.

—Te digo que me encuentro muy bien.

—Sí, claro, y cuando llegues a casa, te irás directamente a la cama y permanecerás largo rato en la oscuridad.

—Es un antídoto natural contra el exceso de luz.

—Y mamá se preocupa.

—Pues bien, que se preocupe. No le hará ningún daño. Además, ¿qué hay de malo en estar aquí? Lo peor es que sudo, pero tengo que habituarme a ello. No debo amilanarme por eso. Cuando empecé, ni siquiera podía andar todo este trecho desde la Ciudad, y tú eras el único que me acompañaba. Mira cuántos somos ahora, y hasta dónde puedo llegar sin fatigarme. Y también puedo trabajar mucho. Aún resistiré una hora más. Fácilmente… Te digo una cosa, Ben: tu madre también debería venir aquí.

—¿Quién? ¿Mamá? Tú bromeas.

—No, hablo en serio. Cuando llegue el momento de marcharnos, tendré que quedarme, porque ella no podrá irse.

—Y tú, tampoco. No te engañes a ti mismo, papá. Aún falta mucho tiempo para eso, y aunque ahora no eres demasiado viejo, entonces lo serás. Deja esa empresa para los jóvenes.

—¿Sabes una cosa? —dijo Baley, cerrando el puño—. Estoy harto de oírte alardear sobre «la juventud». ¿Acaso has salido de la Tierra alguna vez? ¿Ha salido de la Tierra alguno de ésos que están en el campo? Yo sí. Hace dos años. Fue antes de que iniciara esta aclimatación, y sobreviví.

—Lo sé, papá, pero fue durante muy poco tiempo y en cumplimiento de tu deber, y cuidaron de ti en una sociedad bien organizada. No es lo mismo.

—Es lo mismo —remachó Baley con obstinación, aunque en el fondo sabía que no lo era—. Y no tardaremos tanto en poder marcharnos. Si lograra que me dieran la autorización para ir a Aurora, aceleraríamos las cosas.

—Olvídalo. No será tan fácil.

—Hemos de intentarlo. El gobierno no nos dejará marchar sin el visto bueno de Aurora. Es el mundo espacial más grande y poderoso y lo que ellos dicen…

—¡Es ley! Lo sé. Hemos hablado miles de veces sobre esto. Pero no tienes que ir allí para obtener el permiso. Hay cosas como los hiperrelés. Puedes hablar con ellos desde aquí. Ya te lo he dicho muchas veces.

—No es lo mismo. Necesitamos establecer contacto personal, y eso también te lo he repetido muchas veces.

—En todo caso —repuso Ben—, aún no estamos preparados.

—No lo estamos porque la Tierra no quiere darnos las naves. Los espaciales nos las darán, junto con la ayuda técnica necesaria.

—¡Cuánta fe! ¿Por qué crees que los espaciales harían tal cosa? ¿Desde cuándo abrigan tan buenos sentimientos hacia unos seres de tan corta vida como los terrícolas?

—Si pudiera hablar con ellos… —Ben se echó a reír.

—Vamos, papá. Tú sólo quieres ir a Aurora para ver de nuevo a esa mujer.

Baley frunció el ceño, y sus cejas se arquearon sobre los ojos hundidos.

Los robots del amanecer: Isaac Asimov

Isaac Asimov. Está considerado uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos. Nacido en Rusia, su familia decidió emigrar a Estados Unidos cuando Asimov sólo contaba con tres años de edad. Se crió, pues, en Brooklyn, Nueva York, donde su padre mantenía una tienda de venta de golosinas y revistas. Desde pequeño ya demostró su interés por la ciencia ficción, siendo un ávido consumidor de revistas pulp.

Su atracción por la ciencia le llevó a estudiar Ingeniería Química, donde luego lograría doctorarse en Bioquímica y ser profesor en la Universidad de Boston durante varios años, hasta que su labor literaria le llevó a abandonar el mundo de la docencia.

Tras acabar la carrera, Asimov publicó su primer cuento en 1939, en la revista Astounding Science Fiction -dirigida por el famoso John W. Campbell- y también colaboró con Amazing Stories. Asimov nunca abandonó la escritura de cuentos y a lo largo de su vida publicó gran número de antologías.

Su obra más importante es sin duda La Fundación (1942) proyecto que se publicó en diversas entregas a lo largo de los años y que compuso poco a poco el universo en que Asimov centró la mayor parte de su trabajo. También ese año (1942) Asimov se casó con Gertrude Blugerman con la que vivió hasta 1970, momento en que se divorció.

En 1950 publicó su primera novela larga Un guijarro en el cielo, que significó el pistoletazo de salida para una larga y prolífica serie de títulos en los que Asimov no sólo trató la ciencia ficción sino que se introdujo en géneros como el policiaco, el histórico o la divulgación científica.

A lo largo de su carrera literaria recibió gran número de galardones literarios, entre los cuales se encuentran varios Premios Hugo, Nébula o Locus. Asimov formó parte, junto a Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, de el mejor exponente de la época dorada de la ciencia ficción.

Asimov volvió a casarse en 1973 con Janet Opal, un año después de publicar otra de sus obras más importantes Los propios dioses (1972). Varios de sus libros fueron llevados al cine, como El hombre del bicentenario o Yo, Robot. En 2015 se anunció la producción de una serie de televisión basada en la saga Fundación a cargo de la HBO.

La producción de Asimov siguió siendo importante, tanto en cuentos como libros, hasta su muerte el seis de Abril de 1992.