Policial

Perro mundo

Es de noche aún, dije.

Hace frío, dijo Katy, mejor nos ponemos en movimiento porque me parece como si las piernas se me fueran a congelar.

Aguanta, tú sabes que ese CVP es un hijo de puta y aún me duele el culo de la patada que me dio la última vez.

Tanto lío, como si los muertos se fueran a quejar porque nosotros estemos aquí.

Es que es monumento nacional.

Monumento nacional mierda, es que se la pasan vendiéndole cráneos de chinos y de negros viejos a los paleros y no quieren testigos.

¿Qué testigos podemos ser tú y yo?

Es verdad, pero de todas maneras no quieren testigos.

Sentía muchos deseos de orinar, pero no tenía el ánimo de pararme, por lo que le di la espalda a Katy, me saqué el tolete con mis manos frías y orine sobre las losetas.

Me vas a mear a mí, tú eres mongólico o qué.

No me trates así, nunca me trates así.

Qué susceptible, por qué no se lo dices al CVP que te cayó a patadas, so meón.

Puta.

¿Qué dijiste?

Nada.

Tengo hambre, ¿cuánto queda?

Cinco pesos.

¿Nada más, qué carajo haces con el dinero?

Tú me dijiste que buscara cigarros.

Pero no tenías que comprarlos.

No había un maldito cabo en todo el Prado, busqué y busqué y al fin tuve que ir y comprar.

Ciudad de tacaños, puta ciudad de mierda, me voy a ir de aquí y nunca más me verán el pelo.

¿Y a quién carajo le va a importar que tú te vayas?

Ve a casa de Fernando y pídele algo.

A esta hora él está en la terminal, buscando quien se la meta.

Ve y métesela tú, ¿qué esperas? ¿A que venga aquí al cementerio a visitarte por tu puta carita linda.

Hace tres semanas que no me baño, y tú conoces al Fernando, así como estoy no me va a mirar la cara.

El que tiene ganas de singar singa como quiera.

No el Fernando, se cree la gran cosa, la última vez que fui a su casa, él mismo me bañó. Hasta estropajo me dio el muy cundango y después lo que me soltó fueron veinte pesos.

Eso es lo que tú vales: veinte pesos.

Se metió media hora mamándomela, antes de darme algo de comer.

¿Y qué te dio?

Revoltillo de papa y arroz blanco, pero estaba bien cocinado.

Ese Fernando sabe vivir, lástima que sea maricón.

Si no fuera maricón tampoco se fijaba en ti, tú estás demasiado acabada para él y además la crica te hiede.

Me hiede porque tú me has pegado enfermedades malas de andar signándote maricones y perras por ahí, so hijo de puta.

Las perras son más limpias que ustedes las mujeres y más cariñosas.

Ya me lo decía Damaris, ya me lo decía, no te fijes en ese punto que a él le gustan las perras.

Buen cuero es esa Damaris también.

No hables de lo que tú no sabes, que al lechero no lo mataron por echarle agua a la leche.

Ya empezaste con tus dichitos dije y eso fue lo último que dije en mucho rato porque entonces se escucharon los pasos y nosotros guardamos silencio y Katy aprovechó para coger la mayor cantidad de colcha, dejándome a mí con los pies fuera y el frío me entraba por las plantas, subía por las canillas hasta llegar a los muslos y luego se extendía por las caderas y por el vientre, un frío del carajo. A punto estaba de quitarle la colcha a Katy, cuando oí las voces.

Oye, aquí mismo.

Es mejor un poco más allá.

Dije aquí mismo, ¿Es que a mí no se me hace caso o qué pasa? Aquí y ya.

Está bien Moya, está bien.

Quítale el trapo.

Va a gritar.

Que grite, eso es lo que quiero, oírlo chillar como una puerca ruina… ¿oíste chulo?, te llegó la hora.

Acábame de matar, cojones.

Mira la putica, pidiendo que la maten, pero eso no es así niña linda, eso lleva su proceso.

Eres un mierda Moya.

Lo voy a disfrutar, eso te lo aseguró, tú jodiste con ella, ahora yo voy a joder contigo.

Ella era demasiado mujer para ti.

Pero está muerta, yo la maté y tu vas a estar muerto también, y antes te voy a picar la cara, te voy a dejar que ni tu madre te va a reconocer.

Demasiado hembra, demasiado, ella me lo decía: si yo te hubiera conocido antes… te despreciaba Moya, porque tú lo que eres un payaso y un fuácata, incapaz de enfrentarte a un hombre cara a cara.

Soy hombre para fajarme contigo y con cuarenta como tú, suéltalo Enrique, suéltalo.

Moya mira qué hora es, ahorita amanece, mátalo ya.

¡Que lo sueltes te digo chico, a mí la pinga la hora!

Katy muy pegada a mí, temblaba no sé si de frío.

¿Qué hacemos?

Cállate, le respondí en un susurró y le puse la mano en la boca.

Dame un cuchillo a mí también, dijo la más ronca de las voces.

Si, no me digas, ¿y qué más quiere el chulo, una ametralladora?

¿Enrique, cuánto te pagó el cabrón este? Yo te pago el doble.

No, mi socio, lo estoy haciendo de gratis, siempre me caíste mal.

Ahí va la primera, dijo entonces la voz del tal Moya, se escucho un sonido sordo y un grito.

¿Te gustó? preguntó Moya.

Él otro respondió algo que apenas se entendía, era como si tuviera la boca llena de piedras.

Lo están matando, dijo Katy.

Sí.

Apúrate Moya, dijo el llamado Enrique.

Espérate, déjame disfrutar como se le sale la sangre al puerco este.

El otro hombre se quejó muy bajito e intentó decir algo. Katy y yo oímos como repetía la palabra Moya, luego dijo auxilio en voz muy baja.

No te me vayas a morir ahora, déjame darte la segunda.

Volvió a oírse el ruido del cuchillo al penetrar, pero esta vez el herido no gritó, soltó un gemido y por el ruido supimos que había caído al piso.

Ella era demasiado mujer para ti.

Viene la otra, dijo Moya, y la otra y la otra y la otra.

Lo están matando, repitió Katy.

Déjalo, ya está muerto, dijo Enrique.

Sí, al fin salí de él.

Vamos, todavía tenemos que cargar el petróleo.

No te preocupes, el Pancho nos va a ayudar.

¿Tienes cigarros?

Sí, me siento aliviado, como si me hubiera quitado mil piedras de arriba.

Me imagino, pero vamos que se hace tarde.

Déjame mirarlo por última vez.

Un minuto.

Está bien, déjame hacerte una pregunta Enrique.

Dime.

¿Es verdad lo que dijo el vaina este?

Dijo tantas cosas.

Tú sabes, que ella era demasiado mujer para mí.

¿Qué importa lo que haya dicho, si el muy cabrón esta muerto y Sonia también, ya los mataste a ambos, qué más quieres?

No has contestado a mi pregunta, ¿era demasiado mujer para mí o no?

No, jefe, no, ustedes hacían muy buena pareja hasta que apareció el chulo este, pero vamos que hasta Sagua hay que manejar muchísimo.

Está bien, vamos.

Después que se fueron, Katy y yo abrimos la reja de la bóveda y nos acercamos. El tipo era un mulato muy alto y a pesar del rostro desfigurado a puñaladas se notaba que había sido muy bien parecido, se veía muy joven y algo desamparado, rodeado de su propia sangre. Le habían dejado los zapatos, quizás los mejores mocasines que yo había visto en mi vida, estuve a punto de cogerlos pero tendría que mancharme de sangre y no me decidí.

Pobre, dijo Katy.

¿Dónde carajo estará el CVP?

Le habrán pagado algo para que se pierda.

¿Tú crees? ¿Llamamos a la policía?

No, revísale los bolsillos.

¿Y por qué yo?, la idea fue tuya, revísalos tú.

Qué pendejo eres, si no fueras tan pendejo este hombre quizás estuviera vivo.

O yo muerto, además qué demonios me importa que lo hayan matado si no es familia mía, ni siquiera lo conozco, lo siento pero al que le tocó le tocó.

Ya, ya, cállate, que te eché una peseta y has hablado como por sesenta kilos, yo lo voy a revisar, pero lo que le encuentre va a ser sólo mío.

Como quieras

Katy se acuclilló muy cerca del mulato.

Habiendo tantas mujeres solteras, qué necesidad tenía un hombre tan alto y bien parecido como tú, de meterte con una mujer casada, eso fue un error.

¿Le hablas al muerto Katy?

¿Y qué?, llevo años hablándote a ti que estás más muerto que él.

No jodas.

Habitante de cementerio, me dijo Katy, ya con una mano dentro del bolsillo del pantalón del presunto cadáver, miraba hacia mí, por lo que no pudo ver como el mulato abrió los ojos, pero sí oyó el gemido.

Katy se puso de pie.

Está vivo, dije y me acerqué. A la luz de la luna los ojos del hombre parecían de un dorado estrafalario, por lo que debían ser muy claros, casi transparentes. Nos miró e intento hablar, pero no pudimos entender nada.

Katy volvió a acuclillarse, ahora muy cerca de la cara del hombre, yo me incliné detrás de ella.

¿Qué?

Ayúdenme, dijo el tipo e intentó levantar la cabeza.

No te muevas, dijo Katy, has perdido demasiada sangre, no te muevas, ahora mismo te ayudamos, luego se viró hacia mí, corre, ve hasta la garita del CVP y dile que llame la ambulancia, rápido.

No me moví.

Le gustaba decirme el tigre, Manuel el tigre, dijo el hombre y por la expresión de su cara supimos que intentaba sonreír.

Está delirando, le dije a Katy que ahora había puesto la cabeza de él sobre las rodillas y le acariciaba la cara.

Ve y llama la ambulancia.

No, este hombre está en las últimas y no quiero que nos carguen el muerto a nosotros, mejor revísale los bolsillos y vamos echando.

Avísales.

No.

Si no les avisas no me mires más la cara.

Está bien, no te miro más la cara.

¿Me voy a morir, señora? preguntó el hombre apenas con un susurro y nos dimos cuenta de que aún era más joven de lo que parecía.

Sí muchacho, admitió Katy, y más que el cabrón este no hace nada por ayudarte.

Katy tenía los ojos aguados, ella siempre ha sido una sentimental, e intentaba mirarme a los ojos. Yo negué con la cabeza.

Lo siento, dije después y rompí a caminar. A los pocos minutos Katy me alcanzó. Aún lagrimeaba un poco, pero cuando la abracé no me rechazó.

Si consigo un jabón y logro que el Truco me permita entrar a su cuarto a bañarme, esta noche voy a ir a casa del Fernando.

Pídele cuarenta pesos, veinte no alcanzan para nada.

¿Le revisaste los bolsillos?

No, dijo ella, ¿sabes? En todo el jodido mundo no hay un tipo como tú.

Marcial Gala. La Habana, 1963. Narrador

Es autor de los libros de cuento Enemigo de los ángeles (1991); El juego que no cesa (1993); Dios y los locos (1995) y Es muy temprano (Editorial Letras Cubanas, 2010), así como de la novela Sentada en su verde limón (Letras Cubanas, 2004).