Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Luis Fernán Cisneros

Luis Fernán Cisneros Bustamante (1882-1954), poeta, político y diplomático peruano, destacó como director del diario La Prensa y miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Su infancia en París lo expuso al mundo cosmopolita, aunque su corazón siempre latió al ritmo de Lima. Desde joven, su pluma se volcó al periodismo, con incursiones en diarios como El Tiempo y La Prensa, donde su columna «Ecos» se convirtió en un referente de la opinión pública.

Siendo independiente políticamente, Cisneros no temía enfrentarse a los gobiernos de la República Aristocrática, desafiando dictaduras y censuras con valentía y perspicacia. Su compromiso con la verdad lo llevó a enfrentar persecuciones y exilios, pero nunca dobló su voluntad ante la adversidad.

La pluma de Cisneros no se limitó al periodismo, pues incursionó también en la poesía y la prosa. Sus obras como «Todo, todo es amor» y «La sugestión de la sonrisa» capturan la sensibilidad romántica de su época, mientras que en la prosa, su análisis de la obra de su padre, Luis Benjamín Cisneros, demuestra su profundidad intelectual.

A través de su carrera diplomática, Cisneros llevó su espíritu peruano a Uruguay, México y Brasil, dejando una huella imborrable en la historia de las relaciones internacionales de su país. A pesar de los honores y reconocimientos, su legado más perdurable reside en su compromiso con la libertad y la verdad, en una vida dedicada a servir a su nación y a la causa de la justicia.

La memoria de Luis Fernán Cisneros perdura como un faro de integridad y coraje en la historia de Perú, recordándonos que, incluso en tiempos de oscuridad, la voz de la verdad puede resonar con claridad y fuerza.

ALMA DE MI ALMA

¡Alma de mi alma, novia poesía,
siempre en mis sueños pero nunca mía!
Yo busco tus huellas:
flores en el campo y en el cielo estrellas,
estrellas y flores en mi fantasía.
Te sigo y te sueño,
y en este celoso sonámbulo empeño,
perdida la calma,
te lloro en suspiros, alma de mi alma,
mi dulce mentira, mi amor y mi dueño.
Eres una novia para mi quimera:
tienes quince abriles y eres hechicera
con tus ojos claros y tus labios rojos;
mi alma está prendida de tus claros ojos,
novia Primavera.
Es en el poniente donde te imagino…
Pasas al amparo del sol vespertino
vestida de flores y luces y gasas;
yo no sé por dónde pero sé que pasas
y que yo te espero siempre en el camino.
Perplejos los ojos y el alma cobarde,
te veo de pronto con fúlgido alarde
correr sobre el campo
y enviándome un beso perderte en un lampo
como una quimera del sol de la tarde.
A veces, a solas con ansía te invoco,
y creo que llegas, y aun creo que toco
tus rizos sedeños,
y luego al llevarte la vida mis sueños
me da mucha pena pensar que estoy loco.
Es tuya la tenue lámpara encendida
de estrella dormida
que alumbra en silencio mi mala fortuna:
bajo su mirada te sigo en la luna,
te llamo en la sombra, te busco en mi vida.
Pero eres de niebla, y en vano mi mente
presiente tu gracia, y en vano presiente
tu vuelo o tu risa:
si escucho tus pasos, es ala de brisa,
si escucho tus voces, es chorro de fuente.
¡Ya asomas!…¡Ya vienes!…¡Piadoso espejismo
que me hace, en las noches, mirar al abismo
como si pudiera rasgar sus crespones
la luz de unas cuantas pobres ilusiones
que enciendo en mi mismo!
Y salgo a buscarte por lo que te quiero,
y entre las tinieblas me hundo en el sendero
lleno de perfumes del jardín y cojo
las más bellas rosas, y haciendo un manojo,
te espero, te espero…
Pero hay que no llegas a calmar mis cuitas
y que bajo el peso de ansías infinitas
pido a las estrellas tu fulgor ausente
mientras en mi mano, temblorosamente,
se van deshojando las rosas marchitas!
Alma de mi alma: dicen mis querellas
que estoy condenado, por seguir tus huellas,
a morir de amores
con la mano llena de marchitas flores
y los ojos fijos sobre las estrellas…

ERA UNA ROSA BLANCA

Hace trescientos años que el jardín florecía
¡y lleno de perfumes florece todavía!
Hace trescientos años, al caer de la noche,
cuando claros luceros desataban el broche
y a probar su fortuna descendía el Ensueño con traje de luna,
adormido en un vuelo de blancas mariposas el jardín daba rosas,
y así leves sus galas, bajo la suave lumbre y al batir de las alas,
humilde entre los muros, perfumado y tranquilo,
el jardín era asilo de un rumor de sandalias en piadoso desvelo
y de tenues suspiros y de voces del Cielo.

Hace trescientos años que el jardín florecía
y lleno de perfumes florece todavía.
Era un jardín cerrado al dolor del pecado,
oculto a la inclemencia del mundanal ruido y abierto a la inocencia;
era cual una lira que, vibrando en secreto
como alma que suspira de ansiedad y ternura,
llevaba sus acordes a la celeste altura
por un blanco camino que temblaba en la noche como un hilo divino.
era un jardín de rosas, cerrado y prisionero…
y era una sombra blanca que erraba en su sendero.
Era un jardín de rosas, todo él enamorado de la mano de lirio
que le daba cuidado; un jardín que en el claro de luna parecía que,
orgulloso, sabía cómo se retrataba sobre el éter inmenso revestido de incienso;
dulce refugio lírico, por su mística clama hecho para reposo perfumado de un alma;
jaula, tejida en flores de matiz marfileño, hecha para las alas flotantes del Ensueño;
jardín en cuya arena, con trémula congoja, se arrastraba una hoja ambulante y vencida
murmurando en voz baja cómo se va la vida.
Era un jardín de rosas, cerrado y prisionero…
Y era una sombra blanca que erraba en su sendero.
-¿Qué quieres, blanca sombra que vagas lentamente como alma penitente?
La sombra solitaria, responde en un ansioso murmullo de plegaria
que con suaves deliquios acompasa las rosas y en un trémulo enjambre de blancas mariposas.
¿qué quieres, blanca sombra, errante en tu retiro?
La sombra, estremecida, responde en un suspiro.
-¿A quién, consagras la luz que arde en el vaso?
¿Dónde vas paso a paso mirando las estrellas como si les pidieras ir a morir en ellas?
¿Es, acaso, que esperas a tu amado que no viene?
La sombra se detiene cual si quedara presa en el haz de la luna
que la envuelve y la besa, y su voz en suspiro temblorosa musita:
-Aquí espero una cita
-Pero Amor, blanca sombra, es placer y es aliento…
-Mi Amado es mi tormento. -¿Y su amor e curarte de torturas no alcanza?
-Mi Amado es mi esperanza
-¿Sueñas amor profundo?
-Mi Amado no es del mundo.

¡Entonces, blanca sombra, no viene tu trovero!

Vendrá por que lo espero
-¿Y por amado ausente pasión tan sobrehumana?

¡Vendrá, vendrá mañana!

¡No viene, blanca sombra!
-¡Vendrá, no desconfió, y dándole la vida la muerte lo hará mío!……..
Y al eco de estas bellas palabras amorosas en el jardín lunado palpitaban las rosas.
¡Hace trescientos años que el jardín florecía y lleno de perfumes florece todavía!
Fue una blanca noche…
Era, en dulce reposo, el jardín silencioso.
Mudo estaba el jilguero, en quietud el sendero,
y la noche sumisa, y callada la brisa, y callado el ramaje, y dormido,
entre tules de ilusión, el paisaje.
Bajo la noche clara, Era un jardín de rosas tan blanco como una ara.
Y era una blanca ermita que esperaba el milagro de una dulce visita.
Y era sobre la alfombra de las hojas caídas, aquella blanca sombra.
De pronto, desde el cielo, estremecido el velo que sujeta en el éter el haz de las estrellas,
cae un fragante lirio de plateadas huellas
como abriendo el camino al fulgor entre las nubes de un cortejo divino.
Y hay rumor de alas en las empíreas salas,
y e jardín va tomando del cielo sus colores y el cielo se colorea de color de las flores.
Y aquella sombra blanca, palpitante y ansiosa,
se entreabre lentamente como una blanca rosa…
Blanca tiembla la noche, como la veste alada de tierna desposada,
y surgidas de pronto de sus leves capuces vuelan mariposas consternadas de luces,
y en el jardín, atónito, asoma y se despliega caudalosa aureola de un esplendor que llega.
Y hay, al pie de la ermita, Un alma que palpita.
Y unos brazos abiertos de frente a infinito.
Y un ímpetu anhelante. Y un sollozo. Y un grito:
-¡Aquí, estás, vidas mía!-
¡ Y se mecen las rosas en un son de alegría,
y despierta el jilguero, y refulge el sendero,
y es música el ramaje y es música, entre tules de ilusión, el paisaje!
Y una voz dice:
-Toma, toma rosas mi vida, que te brinda aroma….
Y otra voz, en suspiro, que se agranda en la humilde soledad del retiro,
le responde amorosa:
-¡Tú sola eres mi Rosa!
Hace trescientos anos que el jardín florecía y lleno de perfumes florece todavía!
¡Santa Rosa de Lima!
¡Santa Rosa, te invoco a través de la noche de los siglos,
y evoco tu figura virgen delante de la ermita por tus rezos bendita,
con tu túnica blanca y tu fúnebre toca,
balbuciente la boca, entornados los ojos y cruzada las manos en éxtasis cristiano,
esbelta y temblorosa, el llanto en la pupila
–rocío de las rosas-
besando, una por una, las cruces del rosario
en mitad del sendero del jardín solitario!
Santa Rosa de Lima, deja que el verso gima al evocar,
perplejo del duro sacrificio,
las cuerdas del cilicio con que, pétalo a pétalo,
deshojaba tus galas para hacer de tu vida sólo un amor con alas;
deja que cante el verso como fuiste ofrendándote al Dios del Universo,
esperanza y regalo para el bueno y el malo;
permite que la rima, Santa Rosa de Lima
-virgen que en tu retiro pródigo de perfumes, y suspiro a suspiro,
regalabas al Cielo las rosas peregrinas puras,
porque guardabas para ti las espinas-
cante tu franciscano amor por el hermano traducido
en la copia de penas que curaste para gozar la propia.
Y allá, desde tu cima, Santa Rosa de Lima,
desde el jardín cruzado de estrellas temblorosas como el tuyo de rosas,
Rosa blanca y sedeña Suave Virgen limeña,
ve a tu Lima en la nube del incienso que sube,
ve en sus calles las vastas muchedumbres,
ufanas en medio del alborozo de todas las campanas,
cantar tu imagen, rezar ante tu osario y llamar a las puertas del humilde santuario
para evocar la escena de la divina cita
y poner blancas rosas a los pies de tu ermita.
¡Oye la voz que implora que tú, blanca Señora,
ruegues a Dios con fuego de pasión y con ruego
que los cielos encienda y a tu patria defienda
y a tu Lima redima, ingenua y blanca Rosa, Rosa Santa de Lima!
Que yo, pobre poeta que el amor y el orgullo de la patria interpreta,
busca ahora en mi lira la voz más candorosa para decirte:
¡Creo, creo en ti, Santa Rosa!
Y pues creo, y pues sufro,
y pues voy por la vida con el viaje doliente de la hoja caída,
arrastrando en lo hondo,
ya herido de impotencia, mi amor por la justicia,
que fue mi única herencia,
y pues ando, ando,
ando padeciendo callado y me duelo
y me hastío del gotear de la arena de mi reloj sombrío, yo,
pecador cristiano, con la vida cansada, bien merezco,
Señora, la luz de tu mirada.
Mírame, Rosa, mira como,
en un confidente diapasón de mi lira,
mientras en tu ventana de la celeste altura eres inmensa rosa de límpida blancura,
en ti los ojos fijos, yo te pido ventura sólo para mis hijos.
Si hace trescientos años el jardín florecía Pródigo de perfumes, florece todavía….